435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles.
13 de mayo de 1946.
1El sábado es el descanso. Ya se sabe.
Descansan los hombres y las herramientas, cubiertas o colocadas con buen orden
en sus sitios.
Ahora que el ocaso rojo de un viernes de verano está para cumplirse,
María, sentada a la sombra del grande manzano ante su telar más pequeño, se
levanta, tapa el telar y, con la ayuda de Tomás, le devuelve a la casa, a su
sitio, e invita a Áurea ‑ que, sentada en un pequeño taburete a sus pies, cosía
todavía, con mano desmañada, los vestidos que le habían dado las romanas y que
María ha adaptados a su talle ‑, le invita a doblar el trabajo con orden y a
poner todo encima de la repisa de su habitación. Y, mientras Áurea lleva a cabo
esto, la Madre
entra con Tomás en el local laboratorio donde Jesús y el Zelote se dan prisa en
poner de nuevo en sus sitios sierras, cepillos, destornilladores, martillos,
botes de barniz y de cola, y a barrer el serrín y las virutas de los bancos y
del suelo. Del trabajo realizado hasta ese momento sólo quedan dos tablas
dispuestas en ángulo, apretadas en el torno para que se solidifique la cola en
las junturas (quizás es un futuro cajón), y un taburete barnizado a la mitad;
además de quedar el olor agudo de los barnices todavía frescos.
2Entra también
Áurea. Va hacia el trabajo de buril de Tomás, se curva hacia él, lo admira y
pregunta, curiosita, que para qué sirve, y también, instintivamente coqueta,
pregunta que si a ella le quedaría bien.
«Te quedaría bien, pero te queda mejor el ser buena. Éstos son
adornos que sólo hacen más hermoso el cuerpo, pero que no sirven para el
espíritu; es más, cultivando la coquetería, perjudican al espíritu».
«¿Y entonces por qué lo haces?» pregunta, lógica, la niña. «¿Es que
quieres perjudicar a un espíritu?».
Tomás, siempre afable, sonríe ante esta observación y dice: «Perjudica
lo superfluo, a un espíritu débil. Pero, para un espíritu fuerte, el adorno se
queda en lo que es, ni más ni menos: un alfiler necesario para tener sujeta la
túnica».
«¿Para quién lo
haces? ¿Para tu mujer?».
«Yo no tengo
mujer ni la tendré nunca».
«Entonces para
tu hermana».
«Tiene más de
los que necesita».
«Entonces para
tu madre».
«¡Pobre
anciana! ¿Y qué hace con él?».
«Pero
es para una mujer...».
«
Sí. Pero que no eres tú».
«¡Ni
siquiera lo pienso!... Y además, ahora que has dicho que estas cosas perjudican
al espíritu débil, no lo querría. Voy a quitar también esas guarniciones a los
vestidos. ¡No quiero perjudicar a lo que es de mi Salvador!».
«¡Eres
una niña como se debe! Fíjate, tú, con esta voluntad tuya, has hecho un trabajo
más bonito que el mío».
«Lo
dices porque eres bueno...».
«Lo
digo porque es verdad. 3Mira: yo he cogido este bloque de plata, lo
he reducido a hojas a medida que iba siendo necesario; luego, con el
instrumento, o, mejor, con los instrumentos, lo he doblado así. Pero todavía
tengo que hacer la parte mayor. Juntar las partes, y de forma natural. Por
ahora completas sólo están estas dos hojitas con su florecita unida» y Tomás
levanta entre sus gruesos dedos un liviano escapo de muguete, recogido en una hoja
que imita a la perfección las naturales. Hace un cierto efecto ver esa cosita,
que resplandece con el brillo blanco de la plata pura, entre los dedos fuertes
y bronceados del orfebre.
«¡Oh!
¡bonito! Había muchos de éstos en la isla y nos dejaban cogerlos antes de que
el Sol saliera. Porque las rubias no debíamos nunca tomar el sol para valer
más; a las morenas, sin embargo, las hacían estar fuera, al sol, hasta sentirse
incluso mal, para que fueran más morenas. Las... ¿Cómo se dice vender una cosa
diciendo que es una cuando en realidad es otra?...».
«Pues...
con engaño... con trampa... no lo sé».
«Las
engañaban diciendo que eran árabes o del alto Nilo, de donde nace; a una la
vendieron como descendiente de la reina Saba».
«¡Nada
menos! Pero no las engañaban a ellas, sino a los compradores. Se dice entonces
que timaban. ¡Qué gentuza! Una buena sorpresa para el comprador, cuando haya
visto descolorirse la... falsa etíope! ¿Estás oyendo, Maestro? ¡Cuántas cosas
que nosotros ignoramos!...».
«Estoy
oyendo. Pero lo más triste no está en el timo al comprador... sino en el
destino de esas muchachas...».
«Es
verdad. Almas profanadas para siempre. Perdidas...».
«No.
Dios puede siempre intervenir...».
«Respecto
a mí lo ha hecho. ¡Tú me has salvado!...» dice Áurea, volviéndose hacia el
Señor con su mirada clara, serena. Y termina: «¡Y yo soy muy feliz!» y, no
pudiendo ir a abrazar a Jesús, va a ceñir a María con un brazo, apoyando su
rubia cabeza en el hombro de la
Virgen en un gesto de confiado amor. Las dos cabezas rubias
resaltan, con sus distintas coloraciones, contra la pared obscura: un grupo
dulcísimo.
Pero
María se acuerda de la cena. Se sueltan y se van.
4¿Se puede
entrar?» dice tras la puerta del taller que da a la calle la voz un poco ronca
de Pedro.
«¡Simón!
¡Abrid!» .
«¡Simón!
¡No ha sabido estar separado!» dice Tomás riendo, mientras se apresura a abrir.
«¡Simón!
Era previsible...» dice sonriendo el Zelote.
Pero
no es sólo el rostro de Pedro el que se enmarca en el cuadro de la puerta; son
todos los apóstoles del lago, todos menos Bartolomé y menos Judas Iscariote. Y
con ellos están ya Judas y Santiago de Alfeo.
«¡La
paz a vosotros! ¿Pero, por qué habéis venido con este calor?».
«Porque...
ya no podíamos estar separados. Han pasado dos semanas y media, ¿sabes!
¿Comprendes! ¡Dos semanas y media que no te vemos!» y Pedro parece decir: «¡Dos
siglos! ¡Una enormidad!».
«Pero
os había dicho que esperarais a Judas todos los sábados».
«Sí.
Pero no ha venido dos sábados... y al tercero venimos nosotros. Allí se ha quedado
Natanael, que no está demasiado bien. Si Judas va, le recibirá... Pero
ciertamente no irá... Benjamín y Daniel nos dijeron que le habían visto en
Tiberíades, pasando por Tiberíades para venir donde nosotros, antes de ir hacia
el Hermón grande, y... bueno, ya te diré después...» dice Pedro, cuya palabra
ha sido cortada por un tirón de la túnica por parte de su hermano.
«De
acuerdo. Luego me dirás... ¡Pero, deseabais tanto descansar, y ahora que podéis
reposar os pegáis estas carreras!... ¿Cuándo habéis salido?».
«Ayer
al caer de la tarde. Con un lago que era un espejo. Hemos desembarcado en
Tariquea para evitar Tiberíades para... para no encontrar a Judas...».
«¿Por
qué?».
«Porque,
Maestro, queríamos gozar de ti en paz» .
«¡Sois
egoístas!».
«No.
Él ya tiene sus alegrías... ¡En fin! No sé quién le da tanto dinero para
gozárselo con... Sí, comprendido, Andrés. Pero deja de tirarme tan fuerte de la
túnica. Ya sabes que sólo tengo ésta. ¿Quieres que me vaya con la túnica
rasgada?».
Andrés
se pone colorado. Los otros se ríen. Jesús sonríe.
«Bien.
Hemos bajado a Tariquea también porque... bueno no me regañes... Será el calor,
será que lejos de ti me hago malo, será que pensar que él se ha separado de ti
para unirse a... ¡Pero bueno, deja ya de arrancarme la manga! ¡Ya ves que sé
pararme a tiempo!... En fin, Maestro, será por muchas cosas... Yo no quería
pecar, y si veía a Judas lo hacía. Así que me he dirigido a Tariquea. Y al alba
nos hemos puesto en camino».
«¿Habéis
pasado por Caná?».
«No.
No queríamos alargar el viaje... Pero ha sido muy largo de todas formas. Y el
pescado se ponía malo... Se lo dimos a la gente de una casa, en cambio de
alojamiento durante algunas horas, las más calurosas. Y hemos partido de allí a
mitad de tiempo de después de la nona... ¡Un horno!...».
«
Os lo podíais haber ahorrado. Yo habría ido pronto...».
«¿Cuándo?».
«Cuando
el Sol hubiera salido del León».
«¿Y
Tú crees que podíamos estar tanto sin ti? ¡Hombre, desafiamos a mil calores
semejantes pero venimos a verte! ¡Nuestro Maestro! ¡Nuestro adorado Maestro!» y
Pedro se abraza a su Tesoro de nuevo hallado.
«Y
pensar que cuando estamos juntos no hacéis otra cosa sino quejaros del tiempo,
de lo largo que es el camino...».
«Porque
somos unos necios. Porque, mientras estamos juntos, no comprendemos bien lo que
Tú eres para nosotros... Pero aquí nos tienes. Ya tenemos lugares. Quién en
casa de María de Alfeo, quien con Simón de Alfeo, quién con Ismael, quién con
Aser y quién con Alfeo, que está aquí cerca. Ahora descansamos y mañana, al caer
de la tarde, otra vez en marcha, más contentos».
5«El sábado
pasado hemos tenido aquí a Mirta y a Noemí, que habían venido para ver otra vez
a la niña» dice Tomás.
«¿Ves
como quien tiene la posibilidad de venir, en cuanto puede viene aquí?».
«Sí,
Pedro. Y vosotros ¿qué habéis hecho en este tiempo?».
«Hemos
pescado... hemos barnizado barcas... reparado redes... Ahora Margziam sale
frecuentemente con los mozos, cosa que hace disminuir los improperios de mi
suegra contra "el holgazán que hace morir de hambre a su mujer después de
traerle un bastardo". ¡Y pensar que Porfiria no ha estado nunca tan bien
como ahora que tiene a Margziam, por el corazón y por todo lo demás! Las
ovejas, de tres, han pasado a cinco, y pronto serán más... ¡No es poco útil
esto para una pequeña familia como la nuestra! Y Margziam con la pesca suple a
lo que yo no hago sino muy raramente. Pero esa mujer tiene lengua viperina, a
pesar de que su hija la tiene de paloma... Veo que tú también has
trabajado...».
«Sí,
Simón. Hemos trabajado. Todos. Mis
hermanos en su casa, Yo con éstos en la mía; para procurar satisfacción y
descanso a nuestras madres».
«¡Hombre,
también nosotros!» dicen los hijos de Zebedeo.
«
Y yo a mi mujer, trabajando en colmenas y viñas» dice Felipe.
«¿Y
tú, Mateo?».
«Yo
no tengo a quién hacer feliz... y ahora me he hecho feliz a mí mismo,
escribiendo las cosas que más me gusta recordar...».
«Entonces
lo vamos a referir la parábola del barniz. La he provocado yo, muy inexperto
pintor...» dice el Zelote.
«Pero
has aprendido pronto el oficio. ¡Fijaos qué bien ha dejado esta silla!» dice
Judas Tadeo.
El
acuerdo entre ellos es perfecto. Y Jesús, cuya cara aparece más descansada
desde que está en su casa, resplandece de alegría por tener en torno a sí a sus
queridos apóstoles.
6Entra Áurea y
se queda sorprendida en el umbral de la puerta.
«¡Ah,
ahí está! ¡Fíjate qué bien
está! Pasa por una pequeña hebrea, vestida así».
Áurea
se pone roja como la púrpura y no sabe qué decir. Pero Pedro se muestra tan
afable y paternal, que en seguida se recobra y dice: «Me esfuerzo en serlo y...
con mi Maestra espero serlo pronto... Maestro, voy a decir a tu Madre que están
ellos...» y se retira ágil.
«Es
una buena muchacha» declara el Zelote.
«Sí.
Quisiera que se quedara con nosotros israelitas. Bartolomé, rechazándola, ha
perdido una buena ocasión y una alegría...» dice Tomás.
«Bartolomé
está muy ligado a las... fórmulas» dice Felipe para disculparle.
«Es
su único defecto» observa Jesús.
Entra
María...
«La
paz a ti, María» dicen los que han venido de Cafarnaúm.
«La
paz a vosotros... No sabía que estabais aquí. En seguida me ocupo de
vosotros... Entretanto venid...».
«De
casa vendrá nuestra madre con bastante comida, y también Salomé. No to
preocupes, María» dice Santiago de Alfeo.
«Vamos
al huerto... Se está alzando el viento de la noche y se está bien...» dice
Jesús.
Y
entran en el huerto. Se sientan acá o allá. Hablan fraternalmente, mientras las
palomas zurean disputándose la última comida, que Áurea esparce por el suelo...
Luego es el riego de los cuadros florecidos, o simplemente de útiles y bonitas
verduras necesarias para el hombre. Quieren hacerlo los apóstoles, alegremente,
mientras María de Alfeo, que ha llegado en ese momento, con Áurea y María,
preparan la cena para los llegados. Y el olor de los alimentos que chirrían se
mezcla con el de la tierra regada, de la misma forma que el gorjeo de los
pájaros, que se disputan, presuntuosos, un buen sitio entra las tupidas frondas
del huerto, se mezclan con las voces profundas o agudas de los apóstoles...
436. En el
huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la
Redención.
14 de mayo de 1946.
1Y el sábado
continúa, propiamente en el sábado. En la espléndida mañana, no pesado aún el
aire por el calor, es agradable estar sentados, reunidos fraternal y
pacíficamente debajo de la pérgola llena de sombra, o donde el manzano que está
al lado de la higuera y del almendro proyecta, con éstos, manchas de sombra,
prolongando la de la pérgola en que madura la uva. Es bonito ir
y venir paseando por los senderos que hay entre los cuadros, yendo de la
colmena hasta el palomar, desde éste hasta la pequeña gruta, y luego, pasando
detrás las mujeres ‑ María, María Cleofás, la nuera de ésta: Salomé de Simón,
Áurea ‑, ir hacia los pocos olivos que desde el promontorio se alargan hacia
el huerto quieto. Y esto es lo que hacen Jesús y los suyos, María y las otras
mujeres. Y Jesús adoctrina incluso sin querer. Y María adoctrina incluso sin
querer. Y los discípulos del primero y las discípulas de la segunda están
atentos a las palabras de los dos Maestros.
Áurea,
sentada en su taburetito habitual a los pies de María, casi acuclillada, está
con las manos entrelazadas alrededor de las rodillas, la cara levantada, con
los ojos abiertos completamente y fijos en el rostro de María: parece una niña
escuchando una fábula. Pero no es una fábula, es una hermosa verdad. María
cuenta las antiguas historias de Israel a la pequeña paganita de ayer, y las
otras, aunque conozcan las historias patrias, escuchan también con atención.
Porque es muy dulce oír fluir de esos labios la historia de Raquel, la de la
hija de Jefté, la de Ana de Elcaná.
2Judas de Alfeo
se acerca lentamente y escucha sonriendo. Está detrás de María, que, por tanto,
no le ve. Pero la mirada sonriente de María Cleofás a su Judas advierte a María
de que alguno está detrás de Ella, y se vuelve: «¡Oh, Judas! ¿Has dejado a
Jesús por escucharme a mí, una pobre mujer?».
«Sí.
Te dejé a ti para ir con Jesús,
porque la primera maestra mía fuiste tú, pero me es dulce alguna vez dejarle a
Él para venir contigo, a hacerme niño como cuando era un escolar tuyo*.
Continúa, te lo ruego...».
«Áurea
quiere su premio todos los sábados. El premio es narrarle aquello que más
impresión le haya causado de nuestra Historia (yo se la voy explicando un poco
cada día mientras trabajamos)».
También
los otros se han acercado... Judas Tadeo dice: «¿Y qué te gusta, niña?».
«Muchas
cosas; todo, podría decir... Pero, mucho mucho, Raquel, y Ana de Elcaná, luego
Rut... y luego... ¡ah!, es muy bonito Tobit y Tobías con el Ángel, y luego la
esposa que ora para ser liberada...».
______________________
* cuando era un escolar tuyo, como en
38.8/9.
«¿Y
Moisés no?».
«Me
da miedo... Demasiado grande... Y en los profetas me gusta Daniel defendiendo a
Susana». Mira a su alrededor y susurra: «...también a mí me ha defendido mi
Daniel» y mira a Jesús.
«¡Pero
también son bonitos los libros de Moisés!» .
«Sí.
Donde enseñan a no hacer las cosas que son feas. Y también donde hablan de
aquella estrella que nacerá de Jacob. Yo ahora sé su nombre. Antes no sabía
nada. Y mi fortuna es mayor que la de aquel profeta, porque yo la veo, y además
de cerca. Ella me ha dicho todo, así que sé también yo» termina con un cierto
aire triunfal.
«¿Y
la Pascua no te
gusta?».
«Sí...
pero... también los hijos de los demás tienen mamá. ¿Por qué matarlos? Yo entre
el Dios que salva y el que mata, prefiero al primero...».
«Tienes
razón... 3María, ¿no le has contado todavía nada de su Nacimiento?»
dice Santiago, señalando al Señor, que escucha y calla.
«Todavía
no. Quiero que conozca bien el pasado, antes del presente; para comprender este
presente, que tiene su razón de ser en el pasado. Cuando lo conozca, verá que
el Dios que te produce miedo, el Dios del Sinaí, es un Dios de amor severo,
pero en todo caso amor».
«¡Oh,
Madre, dímelo ahora, que me costará menos esfuerzo comprender el pasado cuando
sepa el presente, que, por lo que yo sé de él, es muy bonito y hace amar a Dios
sin miedo! ¡Yo necesito no tener
miedo!» .
«La niña tiene razón. Recordad siempre todos esta
verdad cuando evangelicéis. Las almas necesitan no tener miedo para ir a Dios
con toda confianza. Es lo que Yo me esfuerzo en hacer, y más aún cuando, o por
ignorancia o por culpas, están sujetos a temer mucho a Dios. Pero Dios, incluso
el Dios que castigó a los egipcios y que te produce miedo, Áurea, es siempre
bueno. Mira: cuando quitó la vida a los hijos de los egipcios crueles, tuvo
piedad con ellos, los cuales, no creciendo, no se hicieron pecadores como sus
padres, y dio tiempo de arrepentirse a sus padres del mal cometido. Así pues,
fue una severa bondad. 4Hay que saber distinguir la verdadera bondad
de lo que es sólo debilidad de educación. Cuando Yo era un pequeño infante,
fueron asesinados muchos pequeñuelos en el pecho mismo de sus madres. Y el
mundo gritó de horror. Pero, cuando el Tiempo ya no exista ni para los
individuos ni para la
Humanidad entera, comprenderéis, una y mil veces, que fueron
afortunados, benditos en Israel, en la Israel de los tiempos de Cristo, aquellos que,
por haber sido exterminados en la infancia, fueron preservados del mayor de los
pecados, el de ser cómplices de la muerte del Salvador» .
«¡Jesús!» grita María de Alfeo poniéndose en pie,
asustada, mirando a su alrededor como si temiera ver salir a los deicidas de
detrás de los setos y de los troncos del huerto. «¡Jesús!» repite mirándole con
pena.
«¿Es que ya no conoces las Escrituras, que tanto te
asombras de esto que digo?» le pregunta Jesús.
«Pero... Pero... No es posible... No debes
permitirlo... Tu Madre...».
«Es Salvadora conmigo, y sabe. Mírala a imítala».
María, en efecto, está austera, regia con su
palidez, que es intensa; e inmóvil. Tiene las manos apoyadas en su regazo,
apretadas, como en oración; alta la cabeza, la mirada fija en el vacío...
5María de Alfeo la mira. Luego se dirige de
nuevo a Jesús: «¡Pero, de todas formas, no debes hablar de este horrendo
futuro! Le clavas una espada en el corazón».
«Hace treinta y dos años que está esta espada en su
corazón».
«¡Nooo! ¡No es posible! María... siempre tan
serena... María...».
«Pregúntaselo a Ella, si no crees en lo que digo».
«¡Sí que se lo pregunto! ¿Es verdad, María? ¿Sabes
esto?...».
Y María, con voz blanca pero firme, dice: «Es
verdad. Tenía Él cuarenta días cuando me lo dijo un santo... Pero incluso
antes... ¡oh!, cuando el Ángel me dijo que, sin dejar de ser la Virgen, concebiría un Hijo,
que por su concepción divina sería llamado Hijo de Dios, lo que realmente es;
cuando se me dijo esto, y que en el seno de Isabel estéril estaba formado un
fruto por milagro del Eterno, no me fue difícil recordar las palabras de
Isaías: "La Virgen
dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel"... ¡Todo, todo Isaías! Y
donde habla del Precursor... Y donde habla del Varón de dolores, rojo, rojo de
sangre, irreconocible... un leproso... por nuestros pecados... La espada está
en el corazón desde entonces, y todo ha servido para hincarla más: el cantar de
los ángeles y las palabras de Simeón y la venida de los Reyes de Oriente, y
todo, todo...».
«¿Pero, todo, qué otras cosas, María mía? Jesús
triunfa, Jesús hace prodigios, le siguen turbas cada vez más numerosas... ¿No
es, acaso, verdad?» dice María de Alfeo.
Y
María, siguiendo en la misma postura, dice a cada pregunta: «Sí, sí, sí» sin congoja,
sin alegría, solamente asiente con serenidad, porque así es...
«¿Y
entonces? ¿Qué otro todo te clava la espada en el corazón?».
«¡Oh!...
Todo...».
6«¿Y estás tan
serena? ¿Tan serena? Siempre igual que cuando llegaste aquí, casada, hace
treinta y tres años. Y me parece ayer todo este cúmulo de recuerdos... ¿Pero
cómo tienes esta fuerza?... Yo... yo estaría como loca... yo haría... no sé lo
que haría... Yo... ¡Bueno, que no, que no es posible que una madre sepa esto y
esté serena!».
«Antes
de ser Madre, soy hija y sierva de Dios... Mi serenidad ¿dónde la encuentro? En
hacer la voluntad de Dios. Mi serenidad ¿de qué me viene? De hacer esta
voluntad. Si hiciera la voluntad de un hombre, podría sentirme turbada, porque
un hombre, aun el más sabio, siempre puede imponer una voluntad errada. ¡Pero
la de Dios!... Si Él ha querido que sea Madre de su Cristo, ¿deberé acaso
pensar que es un hecho cruel, y perder en este pensamiento mi serenidad? ¿Saber
lo que será la Redención
para Él, y para mí, también para mí, deberá turbarme con el pensamiento de cómo
voy a superar ese momento? ¡Oh! será tremenda...» y María sufre un involuntario
sobresalto, como un escalofrío improviso, y cierra las manos como para
impedirles temblar, como para orar más ardientemente, mientras que su cara se
pone aún más blanca, y los párpados sutiles, con un parpadeo de angustia, se
cierran sobre sus dulces ojos garzos. Pero, después de un profundo suspiro de
congoja, reafirma su voz y termina: «Pero Él, Aquel que me ha impuesto su
voluntad y a quien sirvo con amor confiado, me dará la ayuda para ese momento.
A mí, a Él... Porque no puede el Padre dictar designios demasiado fuertes para
las fuerzas del hombre; y socorre... siempre... Y nos socorrerá, Hijo mío...
nos socorrerá... Él nos socorrerá... y sólo podrá ser Él, que tiene medios
infinitos, el que nos socorra...».
«Sí,
Madre. El Amor nos socorrerá, y en el amor nos socorreremos recíprocamente. Y
en el amor redimiremos...».
Jesús
se ha puesto al lado de su Madre y ahora le pone una mano en el hombro. Ella
levanta la cara para mirar a su hermoso y sano Jesús, destinado a quedar
desfigurado por las torturas, muerto con mil heridas, y dice: «En el amor y en
el dolor... Sí. Y juntos...».
7Ya ninguno dice
nada... En círculo ‑ alrededor de los dos Protagonistas principales de la
futura tragedia del Gólgota ‑, apóstoles y discípulas parecen estatuas
pensativas...
Áurea
se ha quedado petrificada en su taburete... Pero es la primera que se recobra,
y, sin ponerse en pie, se arrodilla, de forma que se encuentra justo contra
María; le abraza las rodillas y agacha su cabeza y la apoya en su regazo; dice:
«¡También por mí todo esto!... ¡Cuánto cuesto y cuánto os amo por lo que os
cuesto! ¡Oh, Madre de mi Dios, bendíceme para que no os cueste sin fruto...».
«Sí,
hija mía. No temas. Dios también te ayudará a ti, si aceptas siempre su
voluntad». Le acaricia los cabellos y las mejillas, y siente éstas empapadas de
llanto. «¡No llores! Del Cristo lo primero que has conocido ha sido el destino
de dolor, el final de su misión de Hombre. No es justo que, habiendo conocido
esto, ignores los momentos primeros de su vida en el mundo. Escucha... A todos
les gustará salir de la contemplación amarga, tenebrosa, evocando el dulce
momento, todo luz, todo canto, todo hosanna, de su Nacimiento... Escucha...» y
María, explicando la razón del viaje a Belén de Judá, ciudad anunciada como
ciudad natal del Salvador, dulcemente narra la noche del Nacimiento de Cristo.
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