502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las
posesiones (divinas y diabólicas).
25 de septiembre de 1946.
lAcaban de
cruzar el vado de Betabara. Al otro lado del río, azul, bastante lleno de agua
por haberse nutrido de los afluentes colmados de lluvias otoñales, se ve la
otra orilla, la oriental, con muchas personas gesticulantes. En la orilla
occidental, sin embargo, donde está Jesús con los suyos, hay sólo un pastor y
un rebaño que roza la hierba verde del margen.
Pedro
se sienta encima de un resto de murete que se encuentra allí, sin secarse
siquiera las piernas, húmedas por el vado. Porque en esta estación del año usan
las barcas, es verdad, pero, para que no se enarenen en este lugar de bajo
fondo, las usan en la parte más profunda, deteniéndose a dejar bajar a los
transbordados en donde ya roza la quilla con las hierbas sumergidas. Así que el
que atraviesa el río debe caminar algunos pasos en el agua.
«¿Qué
te pasa? ¿Te encuentras mal?» le preguntan.
«No.
Pero no puedo más. En el Nebo esa violencia, y antes en Esebón, y antes en
Jerusalén, y antes en Cafarnaúm, y después del Nebo en Caliroe, y ahora en
Betabara... ¡Oh!...», agacha la cabeza, la mete entre las manos y llora...
«No
te abatas, Simón. No me hagas pobre también de tu coraje, de vuestro coraje» le
dice Jesús, yendo a su lado y poniendo una mano sobre la gruesa túnica gris que
cubre al apóstol.
«¡No
puedo, no puedo ver esto! ¡No puedo verte maltratado de esta manera! Si me
dejaras reaccionar... quizás podría. Pero así... Tenerme que contener... y
asistir a sus insultos, a tus sufrimientos, como un impotente niño... ¡Oh, se
me desgarra todo por dentro y me quedo echo un trapo!... ¡Fijaos vosotros, si es
posible verle así! Parece un enfermo, uno que esté muriéndose de fiebres...
¡Parece un culpable perseguido que no encuentra dónde detenerse a tomar un
bocado, a beber un trago, a buscarse una piedra para reclinar la cabeza! ¡Esa
hiena del Nebo! ¡Esas serpientes de Caliroe! ¡Ese energúmeno que todavía está
allí! (y señala la otra orilla). Menos demonio el de Caliroe, a pesar de que
sea el segundo sólo del que dices que está dominado por Belcebú. 2Tengo
miedo de los endemoniados, pienso que si los ha atrapado de esa manera Satanás
deben haber sido muy malos. Pero... el hombre puede caer sin absoluta voluntad
de hacerlo. ¡Sir embargo, los que sin estar poseídos hacen lo que hacen, con
toda su razón libre!... ¿No los vas a vencer nunca, dado que no quieres castigarlos?
Y ellos... te vencerán...». Y el llanto del fiel apóstol, que se había calmado
un poco bajo el fuego de la indignación, vuelve fuerte...
«Pedro
mío, ¿y crees que ésos no están endemoniados? ¿Crees que para estarlo hay que
estar como aquel de Caliroe y otros que hemos encontrado? ¿Crees que la
posesión se manifiesta sólo con los gritos descompuestos, los saltos, los
arrebatos de furia, la extravagancia de vivir en las guaridas, los mutismos,
los miembros impedidos, la razón entorpecida, de forma que el poseído habla y
obra inconscientemente? No. Existen también otras posesiones diabólicas, que,
es más, son las más sutiles y potentes, las más peligrosas, porque no ponen
obstáculo a la razón ni la debilitan para que no haga cosas buenas, sino que la
desarrollan, es más, la aumentan para que sea poderosa en su servicio a aquel
que la posee. Dios, cuando posee a un intelecto y lo usa para que le sirva,
transfunde en él, en las horas en que está al servicio de Dios, una
inteligencia sobrenatural que aumerta en mucho la inteligencia natural del
sujeto. ¿Pensáis, por ejemplo, que Isaías, Ezequiel, Daniel, y los otros
profetas, si hubieran tenido que leer y explicar esas profecías como escritas
por otros, no habrían encontrado las obscuridades indescifrables que en ellas
encuentran los contemporáneos? Pues bien, no obstante, Yo os digo que mientras
las recibían las comprendían perfectamente. Mira, Simón. Consideremos esta flor
que ha nacido aquí, a tus pies. ¿Qué ves en la sombra que envuelve al cáliz?
Nada. Ves un cáliz profundo y una pequeña boca y nada más. Mírala ahora que la
tomo y la traigo aquí a este aro de sol. ¿Qué ves?».
«Veo
pistilos, veo polen, y, en torno a los pistilos, una coronita de pelitos que
parecen pestañas y una franjita que adorna el pétalo largo y los dos pequeños,
ciliada toda ella con minuciosidad... y veo una gotita de rocío en el fondo del
cáliz... y... ¡ah! un mosquito ha bajado a beber dentro y se ha enviscado en la
hebra ciliada y ya no es capaz de liberarse... ¡Ah, entonces! Déjame ver mejor.
¡Oh! La hebrita está como recubierta de miel, es pegajosa... ¡Comprendo! Dios
lo ha hecho así o para que la planta se nutra, o se nutran los pajarillos
viniendo a picar las moscas, o para que se limpie de moscas el aire... ¡Qué
maravilla!».
«Pero sin la
fuerte luz del Sol no habrías visto nada».
«¡No, claro!».
«Lo
mismo ocurre en la posesión divina. La criatura, que por su parte pone
únicamente la buena voluntad de amar totalmente a su Dios, el abandono a los
deseos de Dios, la práctica de las virtudes y el dominio de las pasiones, es
absorbida en Dios y, en la Luz
que es Dios, en la Sabiduría
que es Dios, todo lo ve y todo lo comprende. Después, cesada ya la acción
absoluta, se produce en la criatura un estado en que lo recibido se transforma
en norma de vida y de santificación; pero lo que antes parecía tan claro se
vuelve obscuro o, mejor, crepuscular. El demonio, perpetuo y torpe remedador de
Dios, produce un efecto análogo en los poseídos en la mente, aunque limitado
porque sólo Dios es infinito, en sus poseídos que espontáneamente se han
entregado a él para triunfar, y les comunica una inteligencia superior pero
únicamente dirigida hacia el mal, que mira a causar daño, a herir a Dios y al
hombre. Y la acción satánica, encontrando en el alma consentimiento, es
continua, siendo así que, por grados, conduce a la total ciencia del Mal. Éstas
son las peores posesiones. Nada se ve externamente, por lo cual no se huye de
estos endemoniados. Pero existen estas posesiones. Como he dicho varias veces,
serán los poseídos de esta manera los que descarguen su mano sobre el Hijo del
hombre».
«¿Pero
Dios no podría descargar la suya contra el Infierno?» pregunta Felipe.
«Podría.
Es el más fuerte».
«¿Y
por qué no lo hace para defenderte?».
«Las
razones de Dios serán conocidas en el Cielo. Venga, vamos. Y no os deprimáis».
3E1 pastor, que
ha estado escuchando aunque sin aparentarlo, pregunta: «¿Tienes lugar a donde
ir? ¿Te espera alguien?».
«No,
hombre. Debería ir hasta más lejos de Jericó. Pero no me espera nadie».
«¿Y
estás muy cansado, Rabí?».
«Cansado,
sí. No nos han concedido alojamiento ni descansos desde el Nebo».
«Entonces...
Te quería decir... Yo soy de cerca de Betagla la antigua... Tengo a mi padre
ciego y no puedo ir lejos para no dejarle durante varias lunas. Pero el corazón
y el rebaño sufren por ello. Si quisieras... Te daría posada. No está lejos. El
anciano cree mucho en ti. José, el hijo de José, tú discípulo, lo sabe».
«Vamos».
El
hombre no se lo deja decir dos veces. Reúne el rebaño y le pone en camino hacia
el pueblo, un pueblo que debe estar al noroeste del lugar en que están ahora.
Jesús se pone, con los suyos, detrás del rebaño.
4«Maestro» dice
después de un rato Judas Iscariote, «Betagla seguro que no ofrece ni un
comprador de los regalos de aquel hombre...».
«Cuando
vayamos a Jericó para ir donde Nique los venderemos».
«Es
que... el hombre, éste, es pobre y habrá que compensarle con dinero, y no tengo
ni una moneda».
«Tenemos
víveres, y muchos. Incluso para algún mendigo. Por ahora no hace falta más».
«Como
quieras. Pero hubiera sido mejor que me hubieras mandado adelante. Habría
podido...».
«No
hace falta...».
«¡Maestro,
eso es desconfianza! ¿Por qué ya no nos mandas de dos en dos como antes?».
«Porque
os quiero y pienso en vuestro bien».
«No
está bien el tenernos tan en el anonimato. Pensarán que... somos indignos,
incapaces... Antes nos dejabas ir predicando, haciendo milagros, y éramos
conocidos...».
«¿Te
dueles de no hacerlo ya? ¿Te hacía bien ir sin mí? Eres el único que se queja
de no ir solo... ¡Judas!...».
«¡Maestro,
Tú sabes que te amo!» dice seguro Judas.
«Lo
sé. Y para que tu espíritu no se corrompa te tengo conmigo. Eres ya el que
recoge y distribuye, vende o permuta para los pobres. Esto basta. Y es ya
demasiado. Observa a tus compañeros. Ni uno de ellos pide lo que tú pides».
«Pero
a los discípulos se lo has concedido... Es una injusticia esta diferencia».
«Judas,
eres el único que me llama injusto... Pero te perdono. Ve adelante. Y mándame a
Andrés».
Y
Jesús aminora el paso, para esperar a Andrés y hablarle aparte. No sé lo que le
dice. Sé que Andrés sonríe con su apacible sonrisa y se inclina para besar las
manos del Maestro y luego vuelve adelante.
Jesús
se queda solo, al final de todos... y, muy cabizbajo, continúa andando y se
seca la cara con el extremo de su manto como si sudara. Pero son lágrimas y no
gotas de sudor lo que recorre las mejillas enjutas y pálidas.
5Dice Jesús:
«Aquí pondréis la visión del 3 de octubre de 1944: "La esposa del saduceo
nigromante"».
503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un
nigromante. Saber distinguir lo
sobrenatural de lo oculto.
3 de octubre de 1944.
1Y todavía Jesús
que sigue andando* incansablemente por los caminos de Palestina. El río está
aún a su derecha, y Él camina en el mismo sentido de la bonita agua: azul y
resplendente en los lugares donde el Sol la besa; verde‑turquí en las orillas,
donde la sombra de los árboles se refleja con sus verdes oscuros.
Jesús
está en medio de sus discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: «¿Entonces
vamos realmente hacia Jericó? ¿No temes alguna asechanza?».
«No
temo. Llegué a Jerusalén para la
Pascua por otro camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde
prenderme sin llamar demasiado la atención de la gente. Créeme, Bartolomé: para
mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que por senderos lejanos. El
pueblo es bueno y sincero, pero también es impetuoso. Se amotinaría, si me
capturaran estando Yo entre ellos para evangelizar y curar. Las serpientes trabajan
en la soledad y en la sombra. Y además... tengo todavía hoy y hoy y hoy para
trabajar... Luego... vendrá la hora del Demonio y vosotros me perderéis. Para
hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed creerlo cuando los hechos
parezcan desmentirme más que nunca».
Los
apóstoles suspiran, afligidos, y le miran con amor y pena, y Juan emite un
gemido: «¡No!», y Pedro le rodea con sus cortos y robustos brazos, como para
defenderle, y dice: «¡Oh, mi Señor y Maestro!». No dice nada más. Pero hay
mucho en esas pocas palabras.
_____________________
* Y todavía Jesús que sigue
andando... está escrito en relación a la
"visión" del día anterior, reseñada en el capítulo 419.
«Así
es, amigos. Para esto he venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi
meta, como uno que va hacia el Sol, y sonríe a este Sol que le besa en la
frente. Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará a los
corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi martirio harán
a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué quiero sino esto? Poner
vuestras manos en las manos del Eterno, Padre mío y vuestro, y decir:
"Mira, conduzco de nuevo a ti a estos hijos. Mira, Padre, están limpios.
Pueden volver a ti". Veros arropados en su seno y decir: "Amaos, finalmente,
porque el Uno y los otros ansiáis esto, y sufríais agudamente por no haberos
podido amar". Ésta es mi alegría. Y cada día que me acerca al cumplimiento
de este retorno, de este perdón, de esta unión, aumenta mi ansia de consumar el
holocausto para daros a Dios y su Reino».
Jesús
está solemne y casi extático mientras dice esto. Anda erguido, con su túnica
azul y su manto más oscuro, la cabeza descubierta, en esta hora aún fresca de
la mañana. Parece sonreír a una visión ‑ ¡quién sabe cuál! ‑ que sus ojos ven,
contra el fondo azul de un cielo sereno. El Sol, que le besa en la mejilla
izquierda, enciende más aún su esplendorosa mirada y coloca relumbres de oro en
sus cabellos movidos por un leve viento y por su paso, y acentúa el rojo de los
labios abiertos para la sonrisa, y parece encender todo el rostro de una
alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón, encendido
por la caridad hacia nosotros.
2«Maestro,
¿puedo decirte una palabra?» pregunta Tomás.
«¿Cuál?».
«Anteayer
dijiste que el Redentor, Tú, tendrá un traidor. ¿Cómo podrá un hombre
traicionarte a ti, Hijo de Dios?».
«Un
hombre, efectivamente, no podría traicionar al Hijo de Dios, Dios como el
Padre. Pero éste no será un hombre. Será un demonio en cuerpo de hombre. El más
poseído, el más endemoniado de los hombres. María de Magdala tenía siete
demonios, y el endemoniado de hace unos días estaba dominado por Belcebú. Pero
en éste estará Belcebú y toda su corte demoniaca... ¡Oh, verdaderamente el
Infierno estará en ese corazón dándole coraje para vender, como cordero al
jifero, el Hijo de Dios a sus enemigos!».
«Maestro,
¿ahora este hombre está ya en posesión de Satanás?».
«No,
Judas. Pero se inclina hacia Satanás, a inclinarse hacia Satanás quiere decir
ponerse en las condiciones de caer en él» (Jesús habla a Judas Iscariote).
«¿Y
por qué no viene a ti para curarse de su inclinación? ¿Sabe que la tiene o lo
ignora?».
«Si
lo ignorara no sería culpable, como lo es, porque sabe que tiende al mal y que
no persevera en las resoluciones de salir de él. Si perseverara vendría a mí...
pero no viene... El veneno penetra y mi cercanía no le purifica, porque no la
desea sino que huye de ella... ¡Éste es, hombres, vuestro error! Cuanta más
necesidad tenéis de mí, más huís de mí» (Jesús ha respondido a Andrés).
«¿Pero
ha venido a ti alguna vez? ¿Le conoces? ¿Y nosotros le conocemos?».
«Mateo,
Yo conozco a los hombres antes incluso de que ellos me conozcan. Y tú lo sabes
y éstos lo saben. Yo soy el que os llamé porque os conocía».
«¿Pero
nosotros le conocemos?» insiste Mateo.
«¿Podéis
no conocer a uno que se acerca a vuestro Maestro? Vosotros sois mis amigos y
compartís conmigo el alimento, el descanso y las fatigas. Hasta mi casa os he
abierto, la casa de mi Madre santa. Os llevo a mi casa para que el aura que en
ella suavemente sopla os haga capaces de comprender el Cielo con sus voces y
mandatos. Os llevo a mi casa como un médico lleva a sus enfermos, poco antes
resurgidos de una serie de enfermedades, a fuentes saludables que los fortalezcan
venciendo los restos de las enfermedades que siempre pueden hacerse de nuevo
nocivas. Por tanto, no tenéis desconocimiento de ninguno de los que se acercan
a mí».
«¿En
qué ciudad le has visto?».
«¡Pedro,
Pedro! ».
«Es
verdad, Maestro, soy peor que una mujer chismosa. Perdóname. Pero es el amor,
ya sabes...».
«Ya sé. Y por esto te digo que no siento aversión
por este defecto tuyo. Pero, quítatelo también».
«Sí,
Señor mío».
3El sendero,
encajonado entre una hilera de árboles y una pequeña acequia, se estrecha, y el
grupo se hace más lineal. Jesús va hablando precisamente con Judas Iscariote,
al cual da indicaciones para las compras y las limosnas. Detrás, de dos en dos,
van los otros. En la cola, solo, Pedro. Piensa. Camina cabizbajo, tan recogido
en sus pensamientos, que ni siquiera se da cuenta de que se va quedando
distanciado de los otros.
«¡Eh,
tú, hombre!» se dirige a él uno que pasa a caballo. «¿Estás con el Nazareno?».
«Sí.
¿Por qué?».
«¿Vais
a Jericó?».
«¿Te
preocupa saberlo? Yo no sé nada. Sigo al Maestro y no pregunto nada.
Dondequiera que vaya, bien hecho está. El camino es el de Jericó, pero no hay
que descartar que regresáramos a la Decápolis. ¡Quién sabe! Si quieres saber más,
allí está el Maestro».
El
hombre espolea y Pedro le hace detrás una mueca curiosa y barbota: «No me fío,
mi señorote. ¡Sois todos una masa de perros! No quiero ser yo el traidor. Me
juro a mí mismo: "Esta boca quedará sigilada". Esto es» y hace una
señal en sus labios como si los cerrara con candado.
El
hombre que va a caballo ya ha llegado donde Jesús. Le pregunta. Ello da la
manera a Pedro de alcanzar a los otros.
Cuando
el hombre se marcha, hace un gesto de saludo a Judas Iscariote. Ninguno lo
advierte, menos Pedro, que viene el último, y que parece no aplaudir ese saludo.
Toma a Judas de una manga y le pregunta: «¿Quién es? ¿Le conoces? ¿Y por qué?».
«De
vista. Es un rico de Jerusalén».
«Tienes
amistades encumbradas tú, ¿eh? Bien... si es que es bien. Pero... dime: ¿es ese
cara de zorra el que te dice tantas cosas?...».
«¿Qué
cosas?».
«¡Hombre,
pues las que dices que sabes sobre el Maestro!».
«¿Yo?».
«Sí.
Tú. ¿No te acuerdas de aquel atardecer* de agua y barro, cuando la crecida?».
«¡Ah!
No, no. ¿Pero piensas todavía en unas palabras dichas en un momento de
malhumor?».
«Yo
pienso en todo lo que puede perjudicar a Jesús: cosas, personas, amigos,
enemigos... Y siempre estoy dispuesto a mantener las promesas que hago a quien
quiera perjudicar a Jesús. Adiós».
Judas
le mira de forma curiosa mientras se marcha. En su mirada hay estupor, dolor,
enojo, y diría incluso más: hay odio.
4Pedro llega
donde Jesús y le llama.
«¡Oh!
¡Pedro! ¡Ven!». Jesús le pone un brazo en los hombros.
«¿Quién
era ese híspido judío?».
«¿Híspido,
Pedro? ¡Si estaba todo liso y perfumado!».
«Tenía
híspida la conciencia. Desconfía, Jesús».
«Te
he dicho que no es todavía mi tiempo. Y cuando ese tiempo llegue, ninguna
desconfianza me salvará... si es que quisiese salvarme. Si Yo quisiera
salvarme, hasta las piedras gritarían y me formarían una cadena en torno».
«Será
así... Pero, desconfía... ¿Maestro!».
«¿Pedro?
¿Que te sucede?».
«Maestro...
tengo una cosa que decirte y un peso en el corazón».
«¿Una
cosa? ¿Un peso?».
«Sí.
El peso es un pecado. La cosa es un consejo».
«Empieza
por el pecado».
«Maestro...
yo... yo odio... yo siento repulsa, eso es, si es que no es odio ‑ porque Tú no
quieres que haya odios ‑, por uno de nosotros. Me da la impresión de estar
cerca de una hura de donde sale hedor de serpientes en celo... y temo que
salgan para dañarte. Ese hombre es una madriguera de serpientes y él mismo está
en celo con el demonio».
«¿Cómo
lo deduces?».
«Bueno,
pues... No sé. Soy rudo e ignorante, pero tonto no soy. Estoy acostumbrado a
leer en los vientos y en las nubes... y me ha venido ojo también para los
corazones. Jesús... tengo miedo».
«No
juzgues, Pedro. Y no sospeches. La sospecha crea quimeras. Se ve lo que no
existe».
_______________________
* aquel atardecer..., en
481.5/7.
«Dios
eterno quiera que no haya nada. Pero yo no estoy seguro».
«¿Quién
es, Pedro?».
«Judas
de Keriot. Se jacta de tener amistades encumbradas. Incluso hace poco ese mala
facha le ha saludado como se saluda a uno bien conocido. Antes no las tenía» .
«Judas
es el que recibe y reparte. Tiene posibilidades de tratar con los ricos. Es
hábil».
«¡Ya!
Es hábil... Maestro, dime la verdad,
¿Tú no sospechas?».
«Pedro,
te quiero entrañablemente por tu corazón. Pero quiero que seas perfecto, y
perfecto no es el que no obedece. Te he dicho: no juzgues y no sospeches».
«Sí
pero no me dices...».
«Dentro
de poco estaremos cerca de Jericó y nos pararemos a esperar a una mujer que no
puede recibirnos en su casa...».
«¿Por
qué? ¿Es una pecadora?».
«No.
Es una desdichada. Ese hombre a caballo que tanto fastidio te ha dado ha venido
a decirme que la espere. Y la voy a esperar, aunque sé que nada puedo hacer por
ella. ¿Y sabes quién ha puesto sobre mis pasos a la mujer y a ese hombre?
Judas. Como ves, por motivo honesto conoce a ese judío».
Pedro
agacha la cabeza y calla, confuso. Quizás no convencido y curioso todavía. Pero
calla.
5Jesús se
detiene fuera de los muros de la ciudad, y, cansado, se sienta a la sombra
fresca de un sotillo que da sombra a una fuente cabe la cual hay cuadrúpedos
abrevándose. Los discípulos se sientan, también esperando. Debe ser una parte
muy secundaria de la ciudad, porque, aparte de estos caballos y asnos, sin duda
de mercaderes en viaje, no hay gente.
Viene
una mujer, toda arropada en un manto oscuro y con el rostro muy cubierto. El
velo, tupido y oscuro, baja hasta la mitad de la cara. Viene con ella el hombre
de antes, ahora a pie, y otros tres hombres pomposamente vestidos.
«Te
saludamos, Maestro».
«Paz
a vosotros».
«Ésta
es la mujer. Escúchala y concédele lo que desea».
«Si
puedo».
«Tú
puedes todo».
«¿Lo
crees, saduceo?». El saduceo es el que iba a caballo.
«Creo
en lo que veo».
«¿Y
has visto que puedo?».
«Lo
he visto» .
«¿Y
sabes por qué puedo?». Silencio. «¿Puedo saber cómo juzgas que puedo?».
Silencio.
Jesús
deja de ocuparse de él y de los otros. Habla a la mujer: «¿Qué quieres?».
«Maestro...
Maestro...».
«Habla,
pues, sin temor».
La
mujer mira oblicuamente a sus acompañadores, los cuales lo interpretan a su
manera.
«Esta
mujer tiene a su marido enfermo y te pide su curación. Es persona influyente,
de la corte de Herodes. Te conviene concederle lo que te pide».
«No
por ser influyente, sino por su infelicidad, se lo concederé si puedo. Ya lo he
dicho. ¿Qué le pasa a tu marido? ¿Por qué no ha venido? ¿Por qué no quieres que
yo vaya a verle?».
Nuevo
silencio y nueva mirada oblicua.
«¿Quieres
hablarme sin testigos? Ven» . 6Se separan unos pasos. «Habla».
«Maestro...
yo creo en ti. Creo tanto, que estoy segura de que sabes todo sobre él, sobre
mí, sobre nuestra desgraciada vida... Pero él no cree... Y te odia... Y él...».
«Y
él no puede sanar porque no tiene fe.
No sólo no tiene fe en mí, es que tampoco tiene fe en el Dios verdadero».
«¡Ah!
¡Tú sabes!». La mujer llora desesperadamente. «¡Es un infierno mi casa! ¡Un
infierno! Tú liberas a los poseídos. Sabes, por tanto, lo que es el demonio.
¿Pero a este demonio sutil, inteligente, falso e instruido, le conoces? ¿Sabes
a qué perversiones conduce? ¿Sabes a qué pecados? ¿Sabes la destrucción que
causa en torno a sí? ¿Mi casa? ¿Es una casa? No. Es el umbral del Infierno. ¿Mi
marido? ¿Es mi marido? Ahora está enfermo y no se cuida de mí. Pero, incluso
cuando estaba fuerte y deseoso de amor, ¿era un hombre el que me abrazaba, el
que me tenía, el que me poseía? ¡No! Yo estaba entre las espiras de un demonio,
sentía el hálito y la baba de un demonio. Le he querido mucho, le quiero. Soy
su mujer y me tomó la virginidad cuando yo era poco más que niña: tenía poco
más de catorce años. Pero, aunque la hora me transportase a aquella primera hora, y con ella me recordase
las sensaciones intactas del primer abrazo que me hizo mujer, yo, con la parte
más elevada de mí lo primero y luego con la carne y la sangre, sentía repulsa,
repulsa de horror, cuando me daba cuenta de que él estaba ensuciado de
nigromancia. Me parecía que, no mi marido, sino los muertos que él invocaba
estuvieran sobre mí, saciándose de mí... Y también ahora, ahora, con sólo
mirarle, moribundo y todavía abismado en esa magia, siento repulsión. No le veo
a él... veo a Satanás. ¡Oh, dolor mío! Ni siquiera en la muerte estaré con él,
porque la Ley lo
prohíbe. Sálvale, Maestro. Te pido que le cures para darle tiempo de curarse».
La mujer llora angustiosamente.
«Pobre
mujer! No, Yo no puedo curarle».
«¿Por
qué, Señor?» .
«Porque
él no quiere».
«Sí.
Tiene miedo de la muerte. Sí, sí que quiere».
«No
quiere. No es un demente, no es un poseído que no conozca su estado y que no
pida la liberación porque no tenga la facultad del pensamiento libre. No es uno
que tenga impedida la voluntad. Es uno que quiere
ser lo que es. Sabe que lo que hace está prohibido. Sabe que está maldecido
por el Dios de Israel. Pero persiste. Aunque le curase - y empezaría por el
alma ‑ él volvería a su satánico disfrute. Su voluntad está corrompida. Es
rebelde. No puedo».
7La mujer llora
más fuerte. Se acercan los que la han acompañado. «¿No la complaces en lo que
te pide, Maestro?».
«No
puedo».
«¿No
os lo había dicho? ¿Y las razones?».
«Tú,
saduceo, ¿las pides? Te remito al libro de los Reyes*. Lee lo que dijo Samuel a
Saúl y lo que dijo Elías a Ocozías. El espíritu del profeta recrimina al rey el
haberle molestado llamándole del reino de los muertos. No es lícito hacerlo.
Lee el Levítico, si es que ya no te acuerdas de la palabra de Dios, Creador y
Señor de todo lo que existe, Tutor de la vida y de los que están en la muerte.
Muertos y vivos están en las manos de Dios y no os es lícito arrancárselos de
sus manos. Ni por vana curiosidad ni por sacrílega violencia ni por
incredulidad maldita. ¿Qué queréis saber? ¿Si hay un futuro eterno? Y decís que
creéis en Dios. Si Dios existe, tendrá una corte ¿no? ¿Y qué corte será, sino
una corte eterna como Él, compuesta por espíritus eternos? Si decís que creéis
en Dios, ¿por qué no creéis en su palabra? ¿No dice su palabra: "No
practicaréis adivinación ni observaréis los sueños"? ¿No dice: "Si
uno se dirige a los magos y a los adivinos y fornica con ellos, volveré contra
él mi rostro y le exterminaré de en medio de su pueblo"? ¿No dice:
"No os hagáis dioses de fundición"? ¿Y qué sois vosotros?
¿Samaritanos y perdidos, o sois hijos de Israel? ¿Y qué sois: hombres sin
raciocinio o capaces de razonar? Y si, razonando, negáis la inmortalidad del
alma, ¿por qué invocáis a los muertos? ¿Si no son inmortales esas partes
incorpóreas que animan al hombre, qué otra cosa queda de un hombre después de
la muerte? Podredumbre y huesos, blancos huesos emergentes de una gusanera. Y,
si no creéis en Dios ‑ tanto como que recurrís a ídolos y señales para obtener
curación, dinero, oráculos, como ha hecho este cuya salud pedís ‑, ¿por qué sí
os hacéis dioses de fundición y creéis que ellos os pueden decir palabras más
verdaderas, más santas, más divinas que las que Dios os dice? Ahora Yo os doy
la misma respuesta que diera Elías a Ocozías: "Por haber enviado
mensajeros a consultar a Belcebú, dios de Acarón, como si no hubiera un Dios en
Israel a quien poder consultar, por ello, no bajarás de la cama a que has
subido, y ciertamente morirás en tu pecado"».
8«Siempre eres
Tú el que insulta y nos ataca. Es una observación que te hago. Nosotros venimos
hacia ti para...».
«Para
hacerme caer en una trampa. Pero Yo os leo el corazón. ¡Quitaos la máscara,
herodianos vendidos al enemigo de Israel! ¡Quitaos la máscara, fariseos falsos
y crueles! ¡Quitaos la máscara, saduceos, verdaderos samaritanos! ¡Quitaos la
máscara, escribas de palabra contraria a las obras! ¡Quitaos la máscara, todos
vosotros violadores de la Ley
de Dios, enemigos de la Verdad,
cuyos del Mal! ¡Quitáosla, profanadores de la Casa de Dios! ¡Quitáosla, agitadores de las
conciencias débiles! ¡Quitaos la máscara, chacales que oléis la víctima en el
viento que la ha tocado y seguís esa
pista y aguaitáis,
esperando la hora
propicia para
__________________________
* Te remito al libro de los Reyes, es
decir: 1 Samuel 28, 15‑19; 2 Reyes 1, 16.
Lee el Levítico, en Levítico 19,
4.26.31; 20, 6.
matar,
y os relaméis los labios ante aquel cuya sangre anticipadamente saboreáis, y
soñáis que llegue esa hora!... ¡Oh, chalanes y fornicadores, que vendéis por
mucho menos de un puñado de lentejas vuestra primogenitura entre los pueblos!
Ya no tendréis bendición, porque otros pueblos se vestirán con la zalea del
Cordero de Dios, y verdaderos Cristos serán a los ojos del Altísimo, quien,
sintiendo emanar de ellos la fragancia de su Cristo, dirá: "¡Éste es el olor
de mi Hijo! Semejante al olor de un florido campo bendecido por Dios. Para
vosotros el rocío del Cielo: la
Gracia. En vosotros, la copiosidad de la Tierra (los frutos de mi
Sangre). En vosotros, abundancia de trigo y de vino (mi Cuerpo y mi Sangre, que
daré a los hombres para vida y para recuerdo de mí). Que os sirvan los pueblos
y ante vosotros se inclinen las gentes, porque donde esté el signo de mi
Cordero estará el Cielo. Y la
Tierra está subordinada al Cielo. Dominad a vuestros
hermanos, porque los seguidores de mi Cristo serán los reyes del espíritu,
teniendo como tienen la Luz,
y a esta Luz los otros volverán la mirada esperando en su auxilio. Se inclinen
ante vosotros los hijos de vuestra madre: la Tierra. Sí, todos los
hijos de la Tierra
se inclinarán un día ante mi Signo. Maldito quien os maldice y bendito quien os
bendice, porque tanto la bendición como la maldición que recae sobre vosotros a
mí viene, a mí, Padre y Dios vuestro". Esto dirá. Esto, fornicadores que
pudiendo tener como amada esposa del alma la verdadera fe fornicáis con Satanás
y con sus falsas doctrinas. Esto es lo que dirá, asesinos, asesinos de
conciencias y asesinos de cuerpos. Aquí hay víctimas vuestras. Y, si bien dos
corazones son asesinados, un Cuerpo lo tendréis sólo durante el tiempo de
Jonás. Y luego ese Cuerpo, unido a su inmortal Esencia, os juzgará». .
Jesús
se muestra terrible en esta invectiva. ¡Terrible! Creo que más o menos se
mostrará así en el último Día.
9«¿Y dónde están
estos asesinados? ¡Tú deliras! ¡Tú eres un cuyo de Belcebú! Tú fornicas con él
y en su nombre obras milagros. Y en nuestro caso no puedes porque tenemos la
amistad de Dios».
«Satanás
no se expulsa a sí mismo. Yo expulso los demonios. ¿En nombre de quién,
entonces?». Silencio. «¡Responded!».
«Pero
no merece la pena ocuparse de este endemoniado. Ya os lo había dicho. Vosotros
no lo creíais. Oídlo de sus labios. Responde, Nazareno demente. ¿Conoces el
siemanflorás?».
«¡No
necesito conocerlo!».
«¿Oís?
Una pregunta más: ¿No has estado en Egipto?».
«Sí».
«¿Lo
veis? ¿Quién es el nigromante, el satanás? ¡Horror! Ven, mujer. Tu marido es
santo respecto a éste. ¡Ven!... Necesitarás purificarte. ¡Has tocado a
Satanás!...». Y se marchan con vivos gestos de repulsa y arrastrando a la
mujer, que llora.
Jesús,
con los brazos cruzados, los sigue con los relámpagos de sus miradas.
10«Maestro...
Maestro...». Los apóstoles están aterrorizados, por la violencia de Jesús y por
las palabras de los judíos.
Pedro
pregunta (incluso un poco agachado al decirlo): «¿Qué han querido decir con
esas últimas preguntas? ¿Qué es esa cosa?».
«¿Qué?
¿El siemanflorás?» (¡Eso! ¿Qué chisme es ése?).
«Sí.
¿Qué es?».
«No
pienses en ello. Confunden la
Verdad con la
Mentira, a Dios con Satanás, y en su soberbia satánica
piensan que haya que conjurar a Dios con su tetragama, para que condescienda
con los deseos humanos. El Hijo habla con el Padre el lenguaje verdadero, y con
él, por amor recíproco de Padre e Hijo, se cumplen los milagros».
«¿Pero
por qué te ha preguntado si has estado en Egipto?». .
«Porque
el Mal se sirve de las cosas más inocuas para sacar de ellas acusaciones contra
aquel a quien desea asestar el golpe. Mi estancia infantil en tierra de Egipto
estará entre las imputaciones en su hora de venganza. Sabed, vosotros y los
futuros, que con el astuto Satanás y sus fieles servidores hay que tener doble
astucia. Por esto he dicho: "Sed astutos como serpientes, además de
sencillos como palomas". Esto es para poner el mínimo de armas en manos de
los demonios. Y, de todas formas, no sirve. Vamos».
«¿A
dónde, Maestro? ¿A Jericó?».
«No.
Tomaremos una barca y pasaremos de nuevo a la Decápolis. Remontaremos
el Jordán hasta la altura de Enón y luego bajaremos a tierra. Después, en las
riberas de Genesaret, tomaremos otra barca y pasaremos a Tiberíades, y de allí
a Caná y a Nazaret. Tengo necesidad de mi Madre. Y también vosotros. Lo que el
Cristo no hace con su Palabra lo hace María con su silencio. Lo que no hace mi
poder lo hace su pureza. ¡Oh, Madre mía!».
«¿Estás
llorando, Maestro? ¿Estás llorando? ¡Oh, no! ¡Nosotros te defenderemos!
¡Nosotros te queremos!».
«No
lloro ni temo por los que me aborrecen. Lloro porque los corazones son más
duros que el diaspro y nada puedo en
muchos de ellos. Venid, amigos».
Y
bajan a la orilla y en la barca de uno remontan el río. Todo termina así.
11Dice Jesús:
«Tú
y quien te guía meditad mucho mi respuesta a Pedro.
El
mundo ‑ y por mundo entiendo no sólo los laicos ‑ niega lo sobrenatural, y,
luego, ante las manifestaciones de Dios, está dispuesto a sacar a colación no
lo sobrenatural sino lo oculto. Confunden una cosa con la otra. Ahora escuchad:
sobrenatural es lo que de Dios viene. Oculto es lo que viene de fuente
extraterrena pero no tiene raíz en Dios.
En
verdad os digo que los espíritus pueden venir a vosotros. ¿Pero cómo? En dos
modos. Por mandato de Dios o por violencia del hombre. Por mandato de Dios
vienen ángeles y beatos y espíritus que ya están en la luz de Dios. Por
violencia del hombre pueden venir espíritus sobre los cuales un hombre puede
tener mando, por estar sumergidos en regiones más bajas que las humanas, donde
todavía hay un recuerdo de Gracia, si ya no hay Gracia activa. Los primeros van
espontáneamente, obedeciendo a una sola autoridad: la mía. Y consigo llevan la
verdad que quiero que conozcáis. Los otros van por un complejo de fuerzas
unificadas: fuerzas del hombre idólatra con fuerzas de Satanás‑ídolo. ¿Pueden
daros la verdad? No. Jamás. Jamás
en términos absolutos. ¿Puede una fórmula, incluso habiendo sido enseñada
por Satanás, doblegar a Dios a la voluntad del hombre? No. Dios viene siempre de forma espontánea. Una
oración os puede unir a Él, no una fórmula mágica.
Y
si alguno objeta: "Samuel se apareció a Saúl", Yo digo: "No por
mérito de la maga, sino por voluntad mía, con la finalidad de hacer reaccionar
al rey, rebelde a mi Ley". Algunos dirán: "¿Y los profetas?".
Los profetas hablan por conocimiento de la Verdad, que se les infunde o directamente o por
ministerio angélico. Otros objetarán: "¿Y la mano que escribió en el
banquete del rey Baltasar?". Lean éstos la respuesta de Daniel*:
"...tú también te has engreído contra el Dominador del Cielo... celebrando
a los dioses de plata, bronce, hierro, oro, madera, piedra, los cuales no ven
ni oyen ni conocen, y no has glorificada al Dios en cuyas manos están todos tus
respiros y movimientos. Por ello, Él ha mandado el dedo ‑ espontáneamente mandado, mientras que tú, rey necio y necio
hombre, no pensabas en ello y te preocupabas de llenar tu vientre y engreírte
la mente - de esa mano que ha escrito lo que ahí se encuentra".
Sí.
Alguna vez Dios os llama con manifestaciones que vosotros consideráis de un
médium, y que son en realidad manifestaciones de piedad de un Amor que quiere
salvaros. Pero no debéis querer crearlas vosotros. Las que creáis no son nunca
sinceras, no son nunca útiles, nunca traen un bien. No os hagáis esclavos de lo
que os destruye. No queráis consideraros y creeros más inteligentes que los
humildes, que se doblegan ante la
Verdad depositada desde hace siglos en mi Iglesia, por el
solo hecho de que sois unos soberbios que buscáis en la desobediencia permisos
para vuestros ilícitos instintos. Volved a la Disciplina varias veces
secular y permaneced en ella: desde Moisés hasta Cristo, desde Cristo a
vosotros, desde vosotros al último día, es
ésa y no otra.
¿Es
ciencia esta vuestra? No. La ciencia está en mí y en mi doctrina, y la
sabiduría del hombre está en obedecerme. ¿Es curiosidad sin peligro? No. Es
contagio cuyas consecuencias sufrís luego. Fuera Satanás si queréis tener a Cristo.
Soy el Bueno y no desciendo a convivencia con el Espíritu del Mal. O Yo o
él. Elegid.
12¡Oh
"portavoz" mío, di esto a quien hay que decírselo! Es la última voz
que se les dirige. Y tú y quien te dirige sed cautos. Las pruebas se
transforman en pruebas contrarias en manos del Enemigo y de los enemigos de mis
amigos. ¡Tened cuidado! Id con mi paz».
__________________________
* la
mano que escribió... la respuesta de Daniel..., en Daniel 5
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