507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con
la ayuda del levita Zacarías.
30 de septiembre de 1946.
1Jesús entra
otra vez en el Templo con apóstoles y discípulos. Y algunos apóstoles, y no
sólo apóstoles, le hacen la observación de que es imprudente entrar. Pero Él
responde: «¿Con qué derecho podrían negármelo? ¿Estoy condenado acaso? No, por
ahora todavía no lo estoy Subo, pues, al altar de Dios como todo israelita que
teme al Señor».
«Pero
tienes intención de hablar...».
«¿Y
no es éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar? Estar
fuera de aquí para hablar y adoctrinar es la excepción, y puede representar un
descanso que se ha tomado un rabí, o una necesidad personal. Pero el lugar en
que todos apetecen enseñar a los discípulos es éste. ¿No veis en torno a los
rabíes gente de todas las nacionalidades, que se acercan a oír al menos una vez
a los célebres rabíes? Al menos para poder decir al regresar a su tierra natal:
"Hemos oído a un maestro, a un filósofo hablar según el modo de
Israel". Maestro para los que ya son o tienden a ser hebreos; filósofo para
los que son gentiles en el verdadero
sentido
_________________________
* de la Ley, como en Levítico 24, 15‑16.
de
la palabra. Y los rabíes no se desdeñan de ser escuchados por éstos, porque
esperan hacer de ellos prosélitos. Sin esta esperanza, que si fuera humilde
sería santa, no estarían en el Patio de los Paganos, sino que exigirían hablar
en el de los Hebreos, y, si fuera posible, en el Santo mismo, porque, según su
juicio sobre sí mismos, son tan santos que sólo Dios es superior a ellos... Y Yo,
Maestro, hablo donde hablan los maestros. Pero ¡no temáis! No es todavía su
momento. Cuando sea su momento os lo diré, para que fortalezcáis vuestro
corazón».
«No
lo dirás» dice Judas Iscariote.
«¿Por
qué?».
«Porque
no lo podrás saber. Ninguna señal te lo indicará. No hay señal. Hace casi tres
años que estoy contigo y siempre te he visto amenazado y perseguido. Es más,
antes estabas solo, mientras que ahora tienes detrás de ti al pueblo que te ama
y que es temido por los fariseos. Así que eres más fuerte. ¿Por qué cosa
esperas comprender el momento?».
«Por
lo que veo en el corazón de los hombres.
Judas
se queda un momento desorientado, luego dice: «Y tampoco lo dirás porque... al
dudar de nuestro valor, nos eximirás de ello».
«Por
no afligirnos, calla» dice Santiago de Zebedeo.
«También.
Pero seguro que no lo dirás».
«Os
lo diré. Y hasta que no os lo diga, cualquiera que fuese la violencia y el odio
que vierais contra mí, no os asustéis. Son cosas sin consecuencias. 2Seguid
adelante. Yo me quedo aquí a esperar a Manahén y a Margziam».
A
regañadientes, los doce y quien está con ellos se adelantan.
Jesús
vuelve hacia la puerta para esperar a los dos; es más, sale a la calle y tuerce
hacia la Antonia.
Unos
legionarios, parados al pie de la fortaleza, le señalan - unos a otros se lo
señalan ‑ y hablan entre sí. Parece que hay un poco de discusión, luego uno
dice más fuerte: «Yo se lo pregunto», y se separa yendo hacia Jesús. «¡Salve,
Maestro! ¿Vas a hablar también hoy ahí dentro?».
«Que
la Luz te
ilumine. Sí. Hablaré» .
«Entonces...
ten cuidado. Uno que sabe nos ha advertido. Y una que te admira ha ordenado
vigilar. Estaremos cabe el subterráneo de oriente. ¿Sabes dónde está la
entrada?».
«No
lo ignoro. Pero está cerrada por las dos partes».
«¿Tú
crees?». El legionario ríe con una breve sonrisa, y en la sombra de su yelmo
los ojos y dientes brillan haciéndole más joven. Luego, cuadrándose, saluda:
«¡Salve, Maestro? Acuérdate de Quinto Félix».
«Me
acordaré. Que la Luz
te ilumine».
Jesús
se echa a andar de nuevo y el legionario regresa al sitio de antes y habla con
sus conmilitones.
«¿Maestro,
hemos tardado? ¡Eran muchos los leprosos!» dicen juntos Manahén ‑ vestido
sencillamente de marrón obscuro ‑ y Margziam.
«No.
Habéis tardado poco. De todas formas, vamos; los otros nos esperan. ¿Manahén,
has sido tú el que ha avisado a los romanos?».
«¿De
qué, Señor? No he hablado con nadie. Y no sabría... Las romanas no están en
Jerusalén».
De
nuevo están junto a la puerta de la muralla y, como si estuviera por azar, está
allí cerca el levita Zacarías.
«La
paz a ti, Maestro. Quiero decirte... Trataré de estar siempre donde ti aquí
dentro. Y no me pierdas de vista. Y, si hay tumulto y ves que me marcho, trata
de seguirme siempre. ¡Te odian mucho! No puedo hacer más... Compréndeme...».
«Que
Dios te lo pague y te bendiga por la piedad que tienes por su Verbo. Haré lo
que dices. Y no temas, que ninguno sabrá de tu amor por mí».
Se
separan.
«Quizás
ha sido él el que se lo ha dicho a los romanos. Estando ahí dentro, habrá
sabido...» susurra Manahén.
3Van a orar,
pasando entre la gente, que los mira con diferentes sentimientos, y que se
reúne luego detrás de Jesús cuando, terminada la oración, Él vuelve del patio
de los Hebreos.
Fuera
ya de la segunda muralla, Jesús hace ademán de pararse, pero un grupo mixto de
escribas, fariseos y sacerdotes, le rodea. Uno de los magistrados del Templo
habla por todos.
«¿Estás
todavía aquí? ¿No comprendes que no te aceptamos? ¿No temes siquiera el peligro
que te amenaza? Vete. Ya es mucho si te dejamos orar. No te permitimos ya más
que enseñes tus doctrinas».
«Sí.
Vete. ¡Vete, blasfemo!».
«Sí,
me voy, como queréis. Y no sólo fuera de estos muros. Me voy a marchar, estoy
ya marchándome, más lejos, a donde ya no podréis ir. Y llegarán horas en que me
buscaréis también vosotros, y ya no sólo para perseguirme, sino también por un
supersticioso terror de una acción contra vosotros por haberme echado; por una
ansia supersticiosa de ser perdonados de vuestro pecado para obtener
misericordia. Pero os digo que ésta es la hora de la misericordia, la hora de
hacerse amigos del Altísimo. Pasada esta hora, será inútil todo remedio. Ya no
me tendréis, y moriréis en vuestro pecado. Aunque recorrierais toda la Tierra y lograrais alcanzar
astros y planetas, no me encontraríais, porque a donde Yo voy vosotros no
podéis ir. Ya os lo he dicho. Dios viene y pasa. El sabio le acoge con sus
dones cuando pasa. El necio le deja marcharse y ya no vuelve a encontrarle.
Vosotros soy de abajo, Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, Yo no soy
de este mundo. Por eso, una vez que Yo haya regresado a la morada de mi Padre,
fuera de este mundo vuestro, ya no me encontraréis y moriréis en vuestros
pecados, porque ni siquiera sabréis alcanzarme espiritualmente con la fe».
«¿Te
quieres matar, demoniado? Claro que, entonces, en el Infierno donde bajan los
violentos nosotros no podremos alcanzarte, porque el Infierno es de los
condenados, de los malditos, y nosotros somos los benditos hijos del Altísimo»
dicen algunos.
Y
otros aprueban, diciendo: «Seguro que se quiere matar, porque dice que a donde
Él va nosotros no podemos ir. Comprende que ha sido descubierto y que ha
fallado el intento, y se quita la vida sin esperar a que se la quiten, como al
otro galileo* falso Cristo».
Y
otros, benévolos: «¿Y si fuera realmente el Cristo y realmente volviera a Aquel
que le ha enviado?».
«¿A
dónde? ¿Al Cielo? ¿No está allí Abraham y piensas que va a ir Él? Antes tiene
que venir el Mesías».
«Pero
Elías fue raptado al Cielo en un carro de fuego».
«En
un carro, sí. Pero al Cielo... ¿quién lo asegura?».
Y
el contraste continúa mientras fariseos, escribas, magistrados, sacerdotes,
judíos al servicio de sacerdotes, escribas y fariseos, van siguiendo a Cristo
por los amplios pórticos como una jauría de perros acosa a la salvajina
levantada.
4Pero algunos,
los buenos de la masa hostil, aquellos a quienes verdaderamente mueve un deseo
honesto, se abren paso hasta llegar a Jesús y le hacen esa ansiosa pregunta que
tantas veces se ha oído hacer, o con amor o con odio: «¿Quién eres Tú? Dínoslo,
para que sepamos obrar en consecuencia. ¡Di la verdad en nombre del Altísimo!».
«Yo
soy la Verdad
misma y no uso nunca la mentira. Yo soy el que siempre os he dicho que soy,
desde el primer día que he hablado a las muchedumbres, en todo lugar de
Palestina; el que aquí he dicho que soy, varias veces, cerca del Santo de los
Santos, cuyos rayos no temo porque digo la verdad. Todavía me quedan de decir
muchas cosas, y de juzgar en mi día y respecto a este pueblo, y, aunque parezca
para mí cercano ya el atardecer, sé que las diré y que juzgaré a todos, porque
así me lo ha prometido el que me ha enviado, que es veraz. Él ha hablado
conmigo en un eterno abrazo de amor, diciéndome todo su Pensamiento, para que
Yo lo pudiera expresar con mi Palabra al mundo, y no podré callar, ni nadie
podrá hacerme callar hasta que haya anunciado al mundo todo aquello que he oído
al Padre mío».
«¿Y
todavía blasfemas? ¿Sigues llamándote Hijo de Dios? ¿Y quién piensas que te va
a creer? ¿Quién crees que va a ver en ti al Hijo de Dios?» le dicen los
enemigos, gesticulando casi con los puños delante de la cara, pareciendo, a
causa del odio, personas trastornadas.
Apóstoles,
discípulos y la gente bienintencionada los rechazan, formando como una barrera
de protección para el Maestro. El levita Zacarías, lentamente, con movimientos
atentos para no llamar la atención de los energúmenos, se acerca a Jesús, a
Manahén y a los dos hijos de Alfeo.
5Ya están en el
final del pórtico de los Paganos, porque la marcha es lenta entre las
corrientes contrarias, y Jesús se detiene en su sitio habitual, en la última
columna del lado oriental. Se para. Del lugar donde hasta los paganos están no
pueden expulsar a un verdadero israelita, so pena de soliviantar a la
muchedumbre,
______________________
* el otro galileo podría
ser el personaje que será recordado en Hechos
5, 37.
cosa
que los farsantes evitan hacer. Y allí empieza a hablar otra vez, respondiendo
a sus ofensores y con ellos a todos: «Cuando elevéis al Hijo del hombre...».
Gritan
los fariseos y escribas: «¿Quién crees que te va a elevar? Mísero es el país
que tiene por rey a un charlatán desquiciado y a un blasfemo aborrecido por
Dios. Ninguno de nosotros te alzará, puedes estar seguro. El resto de luz que
te queda te lo hizo comprender a tiempo, cuando fuiste tentado*. ¡Sabes que
nunca podremos hacerte nuestro rey!».
«Lo
sé. No me elevaréis a un trono, pero me elevaréis. Y, alzándome, creeréis que
me estáis bajando. Pero precisamente cuando creáis que me habéis bajado, seré
alzado. No sólo en Palestina, no sólo en todo el Israel esparcido por el mundo,
sino en todo el mundo, incluso en las naciones paganas, incluso en los lugares
todavía ignorados por los doctos del mundo. Y seré elevado no durante una vida
de hombre, sino durante toda la vida de la Tierra, y la sombra del dosel de mi trono se irá
extendiendo cada vez más sobre la
Tierra hasta cubrirla por entero. Sólo entonces volveré y me
veréis. ¡Me veréis!».
«¿Pero
estáis oyendo que forma demente de hablar? ¡Le elevaremos bajándole y le
bajaremos alzándole! ¡Un loco! ¡Un loco! ¡Y la sombra de su trono sobre toda la Tierra! ¡Más grande que
Ciro! ¡Más que Alejandro! ¡Más que César! ¿Dónde pones a César? ¿Crees que te
va a dejar tomar el imperio de Roma? ¡Y permanecerá en el trono durante todo el
tiempo del mundo! ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!». Con su ironía dan bofetadas, más:
latigazos, peor que con un flagelo.
6Pero Jesús deja
que hablen. Alza la voz para ser oído en medio del clamor de quien se ríe y de
quien defiende, y que llena el lugar con rumor de mar agitado.
«Cuando
levantéis al Hijo del hombre, comprenderéis quién soy y que no hago por mí
mismo nada, sino que digo aquello que mi Padre me ha enseñado y hago lo que Él
quiere. Y el que me ha enviado, ciertamente, no me deja solo, sino que está
conmigo. De la misma manera que la sombra sigue al cuerpo, lo mismo está el
Padre detrás de mí, vigilante y, aunque invisible, presente. Está detrás de mí
y me conforta y ayuda y no se aleja, porque hago siempre lo que a Él le agrada.
Dios, por el contrario, se aleja cuando sus hijos no obedecen sus leyes e
inspiraciones. Entonces se marcha y los deja solos. Por eso muchos en Israel
pecan. Porque el hombre, abandonado a sí mismo, difícilmente se conserva justo
y fácilmente cae en las espiras de la Serpiente. Y en verdad, en verdad os digo que por
vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia Dios se aleja de vosotros
y dejará vacío de sí este lugar y vuestros corazones; y lo que con llanto dijo
Jeremías en sus profecías y lamentaciones se cumplirá exactamente. Meditad esas
palabras proféticas, y temblad. Temblad y entrad otra vez en vosotros mismos
con espíritu bueno. Oíd no las amenazas, sino aún la bondad del Padre que
advierte a sus hijos mientras todavía les es concedido reparar y salvarse. Oíd
a Dios en las palabras y en los hechos y, si no queréis creer en mis palabras,
porque el viejo Israel os ahoga, creed al menos en el viejo Israel. En él
gritan los profetas los peligros y las calamidades
______________________
* fuiste tentado,
como se explica en 464.19.
de
la Ciudad Santa
y de toda nuestra Patria, si no se convierte al Señor su Dios y no sigue al
Salvador. Ya pesó sobre este pueblo la mano de Dios en los siglos pasados. Pero
el pasado y el presente no serán nada respecto al tremendo futuro que le espera
por no haber querido acoger a Aquel al que Dios ha enviado. Ni en rigor ni en
duración es comparable lo que espera al Israel que repudia al Cristo. Yo os lo
digo, adelantando la mirada a través de los siglos: como árbol tronchado y
arrojado a un vortiginoso río, así será la raza hebraica alcanzada por el
anatema divino. Tenaz, tratará de detenerse en las orillas en uno a otro punto;
siendo exuberante, brotarán de él vástagos y raíces. Pero, cuando ya crea que
ha arraigado, volverá contra él la violencia de la riada y ésta volverá a
arrancarlo, romperá sus raíces y vástagos y el árbol irá más allá, a sufrir,
para arraigar y ser de nuevo arrancado y vagar de nuevo. Y nada podrá darle
paz, porque la riada que hostigará será la ira de Dios y el desprecio de los
pueblos. Sólo arrojándose a un mar de Sangre viva y santificante podría hallar
paz. Mas evitará esa Sangre, porque, a pesar de las palabras de solicitación
que ésta le dirigirá, le parecerá ‑ Caín del Abel celeste ‑ oír la voz de la
sangre de Abel».
Otro
amplio rumor que se propaga por el vasto recinto como rumor de olas. Pero en
este rumor faltan las voces ásperas de los fariseos y escribas, y de los judíos
a ellos subyugados. Jesús aprovecha para tratar de marcharse.
7Pero algunos
que estaban lejos se acercan a Él y le dicen: «Maestro, escúchanos. No todos
somos como ellos (y señalan a los enemigos), pero nos es costoso seguirte,
incluso porque tu voz está sola contra una gran abundancia de voces que dicen
lo contrario de lo que dices Tú. Y las cosas que dicen ellos son las que hemos
oído a nuestros padres desde que éramos niños. Pero tus palabras nos inducen a
creer. ¿Cómo lograremos, pues, creer completamente y tener vida? Estamos como
atados por el pensamiento del pasado...».
«Si
os establecéis en mi Palabra como si renacierais ahora, creeréis completamente
y seréis mis discípulos. Pero es necesario que os despojéis del pasado y
aceptéis mi doctrina, que no borra todo el pasado, sino que mantiene y vigoriza
lo santo y sobrenatural del pasado y quita lo superfluo humano, y coloca la
perfección de mi doctrina donde ahora están las doctrinas humanas, que siempre
son imperfectas. Si venís a mí, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres».
«Maestro,
es verdad que te hemos dicho que estamos como atados por el pasado. Pero este
vínculo no es cautiverio ni esclavitud. Nosotros somos descendencia de Abraham.
En las cosas del espíritu. Porque con "descendencia de Abraham", si
no nos equivocamos, se quiere significar descendencia espiritual contrapuesta a
la de Agar, que es descendencia de esclavos. ¿Cómo es que dices, entonces, que
seremos libres?».
«Os
hago la observación de que también era descendencia de Abraham* Ismael y los
hijos de él. Porque Abraham fue padre de Isaac y de Ismael».
«Pero
impura, porque era hijo de una mujer esclava y egipcia».
______________________
* descendencia de Abraham, como en Génesis 16; 17.
«En
verdad, en verdad os digo que no hay más que una esclavitud, la del pecado.
Sólo el que comete pecado es un esclavo, y esta esclavitud ninguna moneda la
rescata. Hacia un amo implacable y cruel. Una esclavitud que incluye la pérdida
de todos los derechos a la libre soberanía en el Reino de los Cielos. El
esclavo, el hombre hecho esclavo por una guerra o por desgracias, puede caer en
manos de un buen amo. Pero siempre es precaria su buena posición, porque el amo
puede venderle a otro amo, cruel. El esclavo es una mercancía y nada más. A
veces sirve como moneda para saldar una deuda. Y ni siquiera tiene el derecho a
llorar. El criado, sin embargo, vive en la casa de su señor, si bien sólo
mientras éste no le despide. Pero el hijo se queda siempre en la casa de su
padre y el padre no piensa en echarle. Sólo por su libre voluntad puede salir.
Y en esto está la diferencia entre esclavitud y servidumbre y entre servidumbre
y filiación. La esclavitud encadena al hombre, la servidumbre le pone a
servicio de un señor, la filiación le coloca para siempre, y con igualdad de
vida, en la casa del padre. La esclavitud aniquila al hombre, la servidumbre lo
somete, la filiación le hace libre y feliz. El pecado hace al hombre esclavo
del amo más cruel y sin término: Satanás. La servidumbre, en este caso la
antigua Ley, hace al hombre temeroso de Dios, como de un Ser intransigente. La
filiación, o sea, el ir a Dios
junto con su Primogénito, conmigo, hace del hombre un ser libre y feliz, que
conoce la caridad de su Padre y en ella confía. Aceptar mi doctrina es ir a Dios junto conmigo, Primogénito
de muchos hijos preferidos. Yo romperé vuestras cadenas ‑ basta con que vengáis
a mí para que las rompa ‑, y seréis verdaderamente libres y coherederos conmigo
del Reino de los Cielos. 8Sé que sois descendencia de Abraham. Pero
aquel de vosotros que trate de hacerme morir ya no honra a Abraham sino a
Satanás, y sirve a éste como fiel esclavo. ¿Por qué? Porque rechaza mi palabra;
de forma que mi palabra no puede penetrar en muchos de vosotros. Dios no fuerza
al hombre a creer, no le fuerza a aceptarme; pero me envía para que os indique
cuál es su voluntad. Y Yo os refiero lo que he visto y oído al lado de mi
Padre. Y hago lo que Él quiere. Pero aquellos de vosotros que me persiguen
hacen lo que han aprendido de su padre y lo que él sugiere».
Como
paroxismo que resurge después de una pausa del mal, la ira de los judíos,
fariseos y escribas, que parecía muy calmada, se despierta violenta. Se van
introduciendo como una cuña en el círculo compacto que aprieta a Jesús, y
tratan de llegarse a Él. La masa de gente se mueve con vaivén de fuertes y contrarias
ondas, como contrarios son los sentimientos de los corazones. Gritan los
judíos, lívidos de ira y de odio: «El padre nuestro es Abraham. No tenemos
ningún otro padre».
«El
Padre de los hombres es Dios. El mismo Abraham es hijo del Padre universal. Pero
muchos repudian al Padre verdadero a cambio de uno que no es padre, pero que lo
eligen como tal porque parece más poderoso y dispuesto a contentarlos en sus
deseos desordenados. Los hijos hacen las obras que ven hacer a su padre. Si
sois hijos de Abraham, ¿por qué no hacéis las obras de Abraham? ¿No
las
conocéis? ¿Os las debo enumerar* como naturaleza y como símbolo? Abraham
obedeció yendo al país que le fue indicado por Dios, y es figura del hombre que
debe estar preparado para dejar todo e ir
a donde Dios le envíe. Abraham fue condescendiente con el hijo de su
hermano y le dejó elegir la región preferida, y es figura del respeto a la
libertad de acción y de la caridad que debemos tener para con nuestro prójimo.
Abraham fue humilde después de la predilección de Dios y le honró en Mambré, y
se sintió siempre nada respecto al Altísimo, que le había hablado; es figura de
la postura de amor reverencial que el hombre debe tener siempre hacia su Dios.
Abraham creyó en Dios y le obedeció incluso en las cosas más difíciles de creer
y penosas de cumplir, y por el hecho de sentirse seguro no se hizo egoísta,
sino que oró por los de Sodoma. Abraham no buscó un pacto con el Señor
queriendo un premio por sus muchas obediencias, sino que, al contrario, para
honrarle hasta el fin, hasta el máximo límite, le sacrificó su amadísimo
hijo...».
«No
lo sacrificó».
«Le
sacrificó su amadísimo hijo, porque verdaderamente su corazón ya había
sacrificado durante el trayecto, con su voluntad de obedecer, que fue detenida
por el ángel cuando ya el corazón del padre se partía estando para partir el
corazón de su hijo. Mataba al hijo por honrar a Dios. Vosotros le matáis a Dios
el Hijo por honrar a Satanás. ¿Hacéis, pues, vosotros las obras de aquel a
quien llamáis padre? No, no las hacéis. Tratáis de matarme a mí porque os digo
la verdad tal y como la he oído de Dios. Abraham no hacía eso. No trataba de
matar la voz que venía del Cielo, sino que la obedecía. No, vosotros no hacéis
las obras de Abraham, sino las que os indica vuestro padre».
9«No hemos
nacido de una prostituta. No somos espurios. Has dicho, Tú mismo lo has dicho,
que el Padre de los hombres es Dios, y nosotros además somos del Pueblo
elegido, y pertenecemos a las castas distinguidas de este Pueblo. Por tanto,
tenemos a Dios como único Padre».
«Si
reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, me amaríais, porque Yo
procedo y vengo de Dios; ciertamente no vengo de mí mismo, sino que es Él el
que me ha enviado. Por eso, si verdaderamente conocierais al Padre, me conoceríais
también a mí como Hijo suyo y hermano y Salvador vuestro. ¿Pueden los hermanos
no reconocerse? ¿Pueden los hijos de Uno solo no conocer el lenguaje que se
habla en la Casa
del único Padre? ¿Por qué, entonces, no comprendéis mi lenguaje y no toleráis
mis palabras? Porque Yo vengo de Dios y vosotros no. Vosotros habéis abandonado
el hogar paterno y habéis olvidado el rostro y el lenguaje de Aquel que lo
habita. Habéis ido voluntariamente a otras regiones, a otras moradas, donde
reina otro, que no es Dios, y donde se habla otro idioma. Y quien allí reina
impone que, para entrar, uno se haga hijo suyo y le obedezca. Y vosotros lo
habéis hecho y seguís haciéndolo. Vosotros abjuráis, renegáis del Padre Dios
para elegiros otro padre. Y éste es Satanás. Vosotros tenéis
___________________
* las debo enumerar, con referencia a lo que se
lee en Génesis 12; 13; 15; 18; 22.
como
padre al demonio y queréis llevar a cabo lo que él os sugiere. Y los deseos del
demonio son de pecado y violencia, y vosotros los acogéis. Desde el principio
era homicida, y no perseveró en la verdad porque él, que se rebeló contra la Verdad, no puede tener en
sí amor a la verdad. Cuando habla, habla como lo que es, o sea, como mentiroso
y tenebroso, porque verdaderamente es mentiroso y ha engendrado y ha dado
nacimiento a la mentira tras haberse fecundado con la soberbia y nutrido con la
rebelión. Toda la concupiscencia está en su seno, y la escupe a inocula para
envenenar a las criaturas. Es el tenebroso, el menospreciador, el rastrero
reptil maldito, es el Oprobio y el Horror. Desde hace muchos siglos sus obras
atormentan al hombre, y las señales y frutos de ellas están ante las mentes de
los hombres. Y, no obstante, a él, que miente y destruye, le prestáis oídos,
mientras que si hablo Yo y digo lo que es verdad y es bueno no me créis y me
llamáis pecador. ¿Pero quién de entre los muchos que me han conocido, con odio
o amor, puede decir que me ha visto pecar? ¿Quién puede decirlo con verdad?
¿Dónde, las pruebas para convencernos a mí y a los que creen en mí de que soy
pecador? ¿Contra cuál de los diez mandamientos he faltado? ¿Quién, ante el
altar de Dios, puede jurar que me ha visto violar la Ley y las costumbres, los
preceptos, las tradiciones, las oraciones? ¿Quién de entre todos los hombres
podrá hacerme mudar el rostro por haber sido convencido, con pruebas seguras,
de pecado? Ninguno puede hacerlo. Ningún hombre y ningún ángel. Dios grita en
el corazón de los hombres: "Es el Inocente". De esto estáis todos
convencidos, y, vosotros que me acusáis, más todavía que estos otros, que
vacilan acerca de quién entre Yo y vosotros tiene razón. Mas sólo el que es de
Dios escucha las palabras de Dios. Vosotros no las aceptáis a pesar de que
resuenen en vuestras almas día y noche, y no las escucháis porque no sois de
Dios».
10«¿Nosotros,
nosotros que vivimos para la Ley
y en la más minuciosa observancia de los preceptos para honrar al Altísimo, no
somos de Dios? ¿Y Tú osas decir esto? ¡¡¡Ah!!!». Parecen ahogarse del horror,
como si fuera un dogal. «¿Y no hemos de decir que eres un endemoniado y un
samaritano?».
«No
soy ni lo uno ni lo otro, sino que honro a mi Padre, aunque vosotros lo neguéis
para vilipendiarme. Pero vuestro vilipendio no me aflige. No busco mi gloria.
Hay quien se preocupa de ella y juzga. Esto os digo a vosotros que me queréis
denigrar. Pero a los que tienen buena voluntad les digo que quien acoja mi
palabra, o ya la haya acogido, y la sepa custodiar, no verá la muerte por los
siglos de los siglos».
«¡Ah!
¡Ahora vemos claro que por tus labios habla el demonio que te posee! Tú mismo
lo has dicho: "Habla como mentiroso". Lo que acabas de decir es
palabra mentirosa, por tanto es palabra demoniaca. Abraham murió y murieron los
profetas. Y dices que el que guarde tu palabra no verá la muerte por los siglos
de los siglos. ¿Entonces Tú no vas a morir?».
«Moriré
sólo como Hombre, para resucitar en el tiempo de Gracia, pero como Verbo no
moriré. La Palabra
es Vida y no muere. Y quien acoge en sí la Palabra tiene en sí la Vida y no muere para siempre,
sino que resucita en Dios porque Yo le resucitaré».
«¡Blasfemo!
¡Loco! ¡Demonio! ¿Eres más que nuestro padre Abraham, que murió, y que los
profetas? ¿Quién te crees ser?».
«El
Principio que os habla».
Se
produce un pandemónium. Y, mientras esto sucede, el levita Zacarías empuja a
Jesús insensiblemente hacia un ángulo del pórtico, ayudado en ello por los
hijos de Alfeo y por otros que quizás colaboran, sin quizás saber siquiera bien
lo que hacen.
11Cuando Jesús
está bien arrimado al muro y tiene delante de sí la protección de los más
fieles, y un poco se calma el tumulto también en el patio, dice con su voz
incisiva y hermosa, tranquila incluso en los momentos más agitados: «Si me
glorifico a mí mismo, no tiene valor mi gloria. Todos pueden decir de sí lo que
quieran. Pero el que me glorifica es mi Padre, el que decís que es vuestro
Dios, si bien es tan poco vuestro que no le conocéis y no le habéis conocido
nunca ni le queréis conocer a través de mí, que os hablo de Él porque le
conozco. Y si dijera que no le conozco para calmar vuestro odio hacia mí, sería
un embustero como lo sois vosotros diciendo que le conocéis. Yo sé que no debo
mentir por ningún motivo. El Hijo del hombre no debe mentir, si bien el decir
la verdad será causa de su muerte. Porque si el Hijo del hombre mintiera, ya no
sería verdaderamente Hijo de la
Verdad y la
Verdad le alejaría de sí. Yo conozco a Dios, como Dios y como
Hombre. Y como Dios y como Hombre conservo sus palabras y las acato. ¡Israel,
reflexiona! Aquí se cumple la
Promesa. En mí se cumple. ¡Reconóceme en lo que soy! Vuestro
padre Abraham suspiró por ver mi día. Lo vio proféticamente por una gracia de
Dios, y exultó. Y vosotros en verdad lo vivís...».
«¡Cállate!
¿No tienes todavía cincuenta años y pretendes decir que Abraham te ha visto y
que Tú le has visto?», y su carcajada de burla se propaga como una ola de
veneno o de ácido corrosivo.
«En
verdad, en verdad os lo digo: antes de que Abraham naciera, Yo soy».
«¿"Yo
soy"? Sólo Dios puede decir que es, porque es eterno. ¡No Tú! ¡Blasfemo!
¡"Yo soy"! ¡Anatema! ¿Eres, acaso, Dios para decirlo?», le grita uno
que debe ser un alto personaje porque acaba de llegar y ya está cerca de Jesús,
dado que todos se han apartado con terror cuando ha venido.
«Tú
lo has dicho» responde Jesús con voz de trueno.
Todo
se hace arma en las manos de los que odian. Mientras el último que ha
preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror y se
quita violentamente la prenda que cubre su cabeza, y se alborota el pelo y la
barba y se desata las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se
sintiera desfallecer del horror, puñados de tierra, y piedras (usadas por los
vendedores de palomas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los
cercados, y por los cambistas para... prudente custodia de sus arquetas, de las
que se muestran más celosos que de la propia vida) vuelan contra el Maestro, y
naturalmente caen sobre la propia gente, porque Jesús está demasiado dentro,
bajo el pórtico, como para ser alcanzado, y la gente impreca y se queja...
12Zacarías, el
levita, da ‑ único medio para hacerle llegar hasta una puertecita baja,
escondida en el muro del pórtico y ya preparada para abrirse ‑ un fuerte
empujón a Jesús; le empuja hacia la puerta a la par que a los dos hijos de
Alfeo, Juan, Manahén y Tomás. Los otros se quedan afuera, en el tumulto... Y el
rumor de éste llega debilitado a la galería que está entre unos poderosos muros
de piedra que no sé cómo se llaman en arquitectura. Están construidos con
técnica de ensamblaje, diría yo, o sea, con piedras anchas y piedras más
pequeñas, y encima de éstas, sobre las pequeñas, las anchas, y viceversa. No sé
si me explico bien. Oscuras, fuertes, talladas toscamente, apenas visibles en
la penumbra producida por estrechas aspilleras puestas arriba a distancias
uniformes, para ventilar y para que no sea completamente tenebroso este lugar,
que es una angosta galería que no sé para lo que sirve, pero que me da la
impresión de que da la vuelta por todo el patio. Quizás había sido hecha como
protección, como refugio, para hacer dobles y, por tanto, más resistentes los
muros de los pórticos, que forman como cinturones de protección para el Templo
propiamente dicho, para el Santo de los Santos. En fin, no sé. Digo lo que veo.
Olor de humedad, de esa humedad que no se sabe decir si es frío o no, como en
ciertas bodegas.
«¿Y
qué hacemos aquí?» pregunta Tomás.
«¡Calla!
Me ha dicho Zacarías que vendrá, y que estemos callados y parados» responde
Judas Tadeo.
«¿Pero...
podemos fiarnos?».
«Eso
espero».
«No
temáis. Ese hombre es bueno» consuela Jesús.
Afuera,
el tumulto se aleja. Pasa tiempo. Luego, un rumor sordo de pasos y una pequeña
luz trémula que se acerca desde profundidades obscuras.
«¿Estás
ahí, Maestro?» dice una voz que quiere ser oída pero teme que la oigan.
«Sí,
Zacarías».
«¡Alabado
sea Yeohveh! ¿He tardado? He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las
otras salidas. Ven, Maestro... Tus apóstoles... He podido decirle a Simón que
vayan todos hacia Betesda y que esperen. Por aquí se baja... Poca luz. Pero
camino seguro. Se baja a las cisternas... y se sale hacia el Cedrón. Camino
antiguo. No siempre destinado a buen uso, pero esta vez sí... y esto lo
santifica...».
Bajan
continuamente en medio de sombras quebradas sólo por la llamita tembleteante de
la lámpara, hasta que un claror distinto se vislumbra en el fondo... y detrás
el claror del verde, que parece lejano... Una verja ‑ tan maciza y apretada que
es casi puerta ‑ termina la galería.
«Maestro,
te he salvado. Puedes marcharte. Pero, escúchame: no vuelvas durante un tiempo.
No podría servirte siempre sin ser notado; y... olvida, olvidad todos
este camino, y a mí que os he guiado aquí» dice Zacarías, moviendo unos
artificios que hay en la pesada verja, y entreabriendo ésta lo indispensable
para dejar salir a las personas. Y repite: «Olvidad, por piedad hacia mí».
«No
temas. Ninguno de nosotros hablará. Dios esté contigo por tu caridad». Jesús
alza la mano y la pone encima de la cabeza agachada del joven.
Sale,
seguido de sus primos y de los otros. Se encuentra en un pequeño espacio llano ‑
casi no caben todos ‑, agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos. Un
senderito de cabras baja entre las zarzas hacia el torrente.
«Vamos.
Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas y Yo con mis hermanos
iré a casa de José, mientras vosotros vais a Betesda por los otros y venís.
Iremos a Nob mañana al anochecer después del ocaso».
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