297. Con el
sermón de Aera termina el segundo gran viaje apostólico.
7 de octubre de 1945.
1Jesús
está hablando en la plaza principal de Aera:
«...Y no os estoy expresando, como he hecho
en otros lugares, las primeras e indispensables cosas que hay que saber y hacer
para salvarse. Ya las sabéis, y muy bien, por obra de Timoneo, sabio
arquisinagogo de la Ley
antigua, sapientísimo ahora al renovarla con la luz de la Ley nueva. Lo que quiero es
poneros en guardia contra un peligro que en el estado de espíritu en que os
encontráis no podéis ver. Es el peligro de presiones o malignas acusaciones que
os desvíen, con la intención de separaros de esta fe que ahora tenéis en mí. Os
voy
a dejar a Timoneo durante un tiempo. Con otros, os explicará las palabras del
Libro a la luz nueva de mi Verdad, que él ha abrazado. Pero antes de dejaros,
habiendo escrutado vuestros corazones, habiéndolos visto sinceramente amantes,
voluntariosos y humildes, quiero comentar con vosotros un punto del cuarto
Libro de los Reyes*.
___________________
* un punto del cuarto libro de los Reyes, que
corresponde, en la nueva nomenclatura bíblica a 2 R 18, 17‑36.
2Cuando
Ezequías, rey de Judá, sufrió el asalto de Senaquerib, fueron a él los tres
altos personajes del rey enemigo para aterrorizarle con temores de quiebra de
alianzas, de potencias que ya le circundaban. A las palabras de los poderosos
enviados, respondieron Elyaquim, Sebná y Yoaj: "Habla de forma que el
pueblo no comprenda" (para que el pueblo aterrorizado no invocara la paz).
Pero esto es lo que querían los mensajeros de Senaquerib, así que dijeron con
fuerte voz y en perfecto hebreo: "Que no os seduzca Ezequías... Concertad
con nosotros lo que os conviene y rendíos, y todos podrán comer de su vid y de
su higuera, y podréis beber el agua de vuestras cisternas, hasta cuando
vengamos a llevaros a una tierra como la vuestra, fecunda, rica en vino, una
tierra abundante de pan y uvas, tierra de aceitunas, aceite y miel; así
viviréis y no moriréis...". Y está escrito que el pueblo no respondió
porque había recibido la orden del rey de no responder.
Ved.
Yo también, por compasión de vuestras almas asediadas por fuerzas más feroces
aún que las de Senaquerib, que podía dañar los cuerpos mas no lesionar los
espíritus ‑ mientras que la guerra que os plantea el ejército enemigo
capitaneado por el más fiero y cruel déspota que hay en la creación es contra
vuestros espíritus ‑, Yo también he rogado a sus mensajeros, a esos mensajeros
suyos que, para perjudicarme a mí en vosotros, tratan de aterrorizarnos a mi y
a vosotros con amenazas de tremendos castigos, los he suplicado diciendo:
"Habladme a mí, pero dejad en paz a las almas que nacen ahora a la Luz. Meteos conmigo,
torturadme a mí, acusadme a mí, matadme a mí, pero no os ensañéis con estos
pequeñuelos de la Luz. Son
débiles todavía. Un día serán fuertes, pero ahora son débiles. No arremetáis
contra ellos. No arremetáis contra la libertad que tienen los espíritus de
elegir un camino. No arremetáis contra el derecho que Dios tiene a llamar a sí
a estos que le buscan con sencillez y amor".
¿Pero puede, acaso, uno que odia ceder a
las súplicas de la persona odiada? ¿Puede, acaso, uno que es víctima del odio
conocer el amor? No puede. De aquí que, con mayor dureza aún, y cada vez con mayor dureza,
vendrán a deciros: "Que no os seduzca el Cristo. Venid con nosotros y
tendréis todos los bienes". Y os dirán: "Ay de vosotros si le seguís!
¡Seréis perseguidos!". Y os urgirán con ficticia bondad: "Salvad
vuestras almas. Es un Satanás". Muchas cosas os dirán de mí, muchas, para
persuadiros a abandonar la Luz.
Yo
os digo: "A los tentadores responded con el silencio". Después,
cuando descienda la Fuerza
del Señor a los corazones de los fieles de Jesucristo, Mesías y Salvador,
entonces podréis hablar, porque no seréis vosotros, sino el mismo Espíritu de
Dios, el que hablará en vuestros labios, y vuestros espíritus serán adultos en la Gracia, fuertes e
invencibles en la Fe.
Sed
perseverantes. Sólo os pido esto. Recordad que Dios no puede ceder a los
sortilegios de un enemigo suyo. Que sean vuestros enfermos, aquellos que han
recibido confortación y paz en su espíritu, los que hablen siempre entre
vosotros, con su sola presencia, de quién es el que vino a vosotros para
deciros: "Perseverad en mi amor y en mi doctrina y tendréis el Reino de
los Cielos". Mis obras hablan más aún que mis palabras, y, a pesar de que
saber creer sin necesidad de pruebas sea perfecta bienaventuranza, os he permitido
ver los prodigios de Dios para el fortalecimiento de vuestra fe.
Responded
a vuestro cerebro, tentado por los enemigos de la Luz, con las palabras de
vuestro espíritu: "Creo porque he visto a Dios en sus obras".
Responded al enemigo con el silencio activo y diligente. Y con estas dos
respuestas caminad en la Luz.
La paz sea siempre con vosotros».
Y
los despide. Luego se encamina afuera de la plaza.
3«¿Por
qué les has hablado tan poco, Señor? Timoneo quizás se ha quedado
desilusionado» dice Natanael.
«No
se sentirá desilusionado porque es un justo y comprende que advertir a uno de
un peligro es amarlo con amor más intenso. Este peligro está muy presente».
«Como
siempre, los fariseos, ¿no?» pregunta Mateo.
«Ellos
y otros».
«¿Estás
apesadumbrado, Señor?» pregunta afligido Juan.
«No.
No más que de costumbre...».
«Sin
embargo, estabas más alegre estos días pasados...».
«Será tristeza
por no tener ya consigo a los discípulos. Pero, ¿y por qué los has despedido?
¿Es que quieres seguir el viaje?» pregunta el Iscariote.
«No.
Éste es el último lugar. De aquí se va a casa. Pero las mujeres no podían
continuar con estas condiciones climáticas. Han hecho mucho. No deben hacer
más».
«¿Y
Juan?».
«Enfermo.
En una casa amiga como estuviste tú».
4Luego
Jesús se despide de Timoneo y de otros discípulos que se quedan en la comarca,
a los cuales se ve que les ha dado órdenes para el futuro pues no insiste en
más consejos.
Están en la
puerta de la casa de Timoneo, porque Jesús ha querido bendecir una vez más a la
dueña de la casa. La gente, respetuosa, le observa, y le sigue cuando reanuda
el camino en dirección al arrabal, a las huertas, a la campiña. Los más tenaces
le siguen todavía un poco más, en un grupo cada vez más reducido, hasta sólo
nueve, luego cinco, luego tres, luego uno... Este uno también se vuelve para
Aera, mientras Jesús toma la dirección de occidente, sólo con los doce
apóstoles, pues también Hermasteo se ha quedado, con Timoneo.
5Jesús
dice:
«El viaje, el
segundo gran viaje apostólico, está cumplido. Ahora es el regreso a los
conocidos campos de Galilea.
¡Pobre María!
Estás más agotada que Juan de Endor. Te autorizo a omitir las descripciones de
los lugares. Ya hemos dado mucho a los investigadores curiosos. Y serán siempre
"investigadores curiosos". Nada más. Ya basta. Las fuerzas se
desvanecen. Consérvalas para la palabra. Con el mismo sentimiento con que
constataba la inutilidad de muchas de mis fatigas, constato la inutilidad de
muchas de tus fatigas. Por eso te
digo: "resérvate sólo para la palabra".
Eres
el "portavoz". ¡Oh, verdaderamente contigo se repite el dicho:
"Hemos tocado música y no habéis cantado, hemos entonado lamentaciones y
no habéis llorado". Te has limitado a repetir mis palabras, sólo ellas, y
los doctores difíciles han fruncido el ceño, has unido a mis palabras tus
descripciones y encuentran cosas que censurar. Ahora encontrarán todavía algo
que criticar. Y tú estás agotada. Te diré cuándo habrás de describir el viaje.
Solamente Yo.
Dentro
de nada hará un año que te he herido. Pero, ¿quieres, antes de que se cumpla el
año, descansar de nuevo sobre mi corazón? Ven, pues, pequeña mártir...».
298. La ayuda prestada a los huerfanitos María y Matías y
las enseñanzas que de ella se deducen.
8 de octubre de 1945.
1Vuelvo
a ver el lago de Merón en un lúgubre día de agua... Fango y nubes. Silencio y
calígine. El horizonte desaparece entre las brumas. La cadena del Hermón está
sepultada bajo la espesa capa de nubes bajas. Pero desde este lugar ‑ una llanura alta, situada cerca del
pequeño lago todo oscuro y amarillento por el fango de mil riachuelos crecidos
y el cielo de noviembre lleno de nubes ‑ se ve bien este pequeño lago
alimentado por el Alto Jordán, que de él sale luego para ir a alimentar al otro
lago, más grande, de Genesaret.
Cae la tarde,
cada vez más triste y amenazadora de lluvia, cuando Jesús toma el camino que
corta el Jordán después del lago de Merón. Entra luego por una vereda que lleva
a una casa...
(Jesús dice:
«Aquí colocaréis la visión de Matías y María, huérfanos, tenida el 20 de agosto
de 1944».)
20
de agosto de 1944.
2Otra
dulce visión de Jesús y dos niños.
Digo esto
porque veo que Jesús, al pasar por una vereda abierta entre campos ‑ que deben
haber recibido la simiente poco antes porque la tierra está todavía mullida y
obscura como cuando ha sido sembrada recientemente ‑, se detiene a acariciar a
dos pequeñuelos: un niño de no más de cuatro años y una niña que tendrá unos
ocho o nueve. Deben ser niños muy pobres a juzgar por sus míseros vestiditos
descoloridos y rotos y su carita triste y flaca.
Jesús no les
pregunta nada. Se limita a mirarlos fijamente mientras los acaricia. Luego
reanuda ligero su paso, hacia una casa que está en el fondo de la vereda. Es
una casa labriega pero de buen aspecto, con una escalera exterior que sube del
suelo a la terraza, en que hay un emparrado, ahora desnudo de racimos y hojas:
solamente queda alguna que otra última hoja ya amarilla, que pende y se mueve
con el viento húmedo de un desagradable día de otoño. En el murete de la casa
unas palomas zurean esperando el agua que el cielo gris y todo nublado promete.
Jesús,
seguido por los suyos, empuja la tosca cancela de la albarrada que rodea la
casa; entra en un patio ‑ nosotros diríamos una era ‑, con su pozo y, en un
ángulo, también un horno (supongo que sea eso aquel tabuco de paredes más
oscuras por el humo que incluso ahora sale y que el viento empuja hacia la
tierra).
Al oír el rumor
de los pasos, una mujer se asoma a la puerta de este cuartucho. Al ver a Jesús,
le saluda con alegría y corre a avisar a la casa.
Un
hombre más bien anciano, y grueso, sale a la puerta de la casa y va en seguida
hacia Jesús. «¡Qué gran honor verte, Maestro!» le saluda.
Jesús
responde con su saludo: «La paz sea contigo» y añade: «Está anocheciendo y la
lluvia se acerca. Vengo a pedirte alojamiento y un pan para mí y mis
discípulos».
«Entra,
Maestro. Mi casa es tuya. La doméstica está para sacar el pan del horno. Con
mucho gusto te lo ofrezco, con el queso de mis ovejas y los productos de mis
campos. Entra, entra, que el viento es húmedo y frío...» y, solícito, sujeta la
puerta y hace una reverencia cuando pasa Jesús. 3Pero inmediatamente cambia de
tono dirigiéndose a alguien que ha visto, y dice airado: «¿Todavía estás aquí?
¡Vete! ¡No hay nada para ti! ¡Vete! ¡Entendido? Aquí no hay sitio para los
vagabundos...» y farfulla entre dientes: «...y quizás rateros como tú».
Una
vocecita llorosa responde: «Piedad, señor. Al menos un pan para mi hermanito.
Tenemos hambre...».
Jesús,
que había entrado en la vasta cocina, alegrada e iluminada con un vivo fuego,
sale a la puerta. Su rostro es ya distinto. Severo y triste, pregunta, no al
huésped sino en general ‑ parece como si se lo preguntara a la era silenciosa,
a la desnuda higuera, al oscuro pozo ‑: «¿Quién tiene hambre?».
«Yo,
Señor. Yo y mi hermano. Sólo un pan y nos vamos».
Jesús
está ya afuera, en el ambiente cada vez más lúgubre por el crepúsculo y la
lluvia inminente. «Pasa» dice.
«¡Tengo
miedo, Señor!».
«Ven,
te digo. No tengas miedo de mí».
De
detrás de una arista de la casa sale la pobre niña. De la mísera tuniquita
viene agarrado su hermanito. Se acercan temerosamente: una mirada tímida a
Jesús; una de susto al dueño de la casa, que pone ojos amenazadores mientras
dice: «Son vagabundos, Maestro. Y ladrones. Hace poco he encontrado a ésta
fisgando cerca de la almazara. Está claro que quería entrar a robar, ¡A saber
de dónde vendrán! No son del lugar».
Jesús
le escucha... digamos que le escucha. Mira muy fijamente a la niña de carita
demacrada, de trenzas despeinadas (dos coletitas a los lados de ambas orejas,
atadas al extremo con una cintita de trapo viejo). El rostro de Jesús no es
severo mientras mira a la pobrecita; está triste, pero sonríe para animar a la
niña: «¿Es verdad que querías robar? Di la verdad».
«No,
Señor. Había pedido un poco de pan, porque tengo hambre. No me lo han dado. He
visto una corteza de pan untada, allí, en el suelo, cerca del molino del
aceite, y había ido a recogerla. Tengo hambre, Señor. Ayer he conseguido sólo
un pan, pero lo guardé para Matías... ¿Por qué no nos han metido en la tumba
con nuestra mamá?». La niña llora desconsoladamente, y su hermanito también.
«No
llores». Jesús la consuela acariciándola y arrimándola a su pecho. «Responde: ¿de dónde eres?».
«De
la llanura de Esdrelón».
«¿Y
has venido hasta aquí?».
«Sí,
Señor».
«¿Hace
mucho que ha muerto tu madre? ¿No tienes padre?».
«Mi
padre murió por el sol en el tiempo de la cosecha; mi mamá, la pasada luna...
ella y el niño que iba a nacer murieron...» y el llanto aumenta.
«¿No
tienes ningún pariente?».
«¡Venimos
de muy lejos! No éramos pobres... Luego mi padre tuvo que ponerse al servicio
de un patrón. Ahora ha muerto y mi mamá con él».
«¿Quién
era el patrón?».
«El
fariseo Ismael».
«¡El
fariseo Ismael!... (es intraducible el modo como Jesús repite este nombre).
¿Saliste de allí por propia voluntad o te echó él?».
«Me
echó, Señor. Dijo: "Los perros hambrientos a la calle"».
4«Y
tú, Jacob, ¿por qué no has dado un pan a estos niños; un pan, un poco de leche
y un manojo de heno como cama para su cansancio?...».
«Pero...
Señor ... tengo justo el pan que necesito... poca leche... y meterlos en
casa... Éstos son como animales vagabundos. Si se les pone buena cara luego ya
no se marchan...».
«¿Y
te falta sitio y alimento para estos dos infelices? ¿Lo puedes decir con
verdad, Jacob? La cosecha abundante, la abundancia de vino, de aceite, de
fruta, que han hecho famosa tu propiedad este año, ¿por qué te han venido? ¿No
te habrás olvidado ya, no? El año pasado, el granizo había depauperado tus
bienes. Estabas preocupado por tu vida... Vine* y te pedí un pan... Tú me
habías oído hablar un día y me fuiste fiel... En medio de tu aflicción me
abriste tu corazón y tu casa. Me diste un pan y me alojaste. ¿Qué te dije al
salir a la mañana siguiente? "Jacob, has comprendido la Verdad. Sé siempre
misericordioso y obtendrás misericordia. Por el pan que has dado al Hijo del
hombre, estos campos te
darán
_____________________
* Vine… : en el
capítulo 110.
muchos
cereales; llenos de aceitunas, como si soportaran los granos de la arena
marina, estarán tus olivos; tus manzanos, plegados hasta el suelo por su
peso". Lo has tenido, y eres el más rico de la comarca este año. ¡Y niegas
un pan a dos niños!...».
«Pero
tú eras el Rabí...».
«Precisamente
porque lo era podía hacer de las piedras pan; éstos, no. Ahora te digo: verás
un nuevo milagro y te producirá aflicción, gran
aflicción... Cuando llegue ese momento, dándote golpes de pecho, di:
"Me lo he merecido"».
5Jesús se vuelve a los
niños: «No lloréis. Id a ese árbol y coged los frutos».
«Pero si está
vacío, Señor» objeta la niña.
«Ve».
La niña va, y vuelve con el vestidito alzado lleno de manzanas rojas
y hermosas.
«Comed y venid conmigo» y a los apóstoles: «Vamos a llevar a estos
dos pequeñuelos a Juana de Cusa. Ella sabe recordar los beneficios recibidos y
es compasiva por amor a quien usó con ella misericordia. Vamos».
El
hombre, confundido y apesadumbrado, trata de arreglar las cosas: «Es de noche,
Maestro. Te puede venir el agua por el camino. Entra
en mi casa. Mira, la doméstica va a sacar ya el pan del horno... Te doy
también para ellos».
«No
hace falta. No sería por amor, lo darías por miedo al castigo prometido».
«¿Entonces
no es éste ‑ y señala a las manzanas que los dos niños hambrientos se están
comiendo con avidez, cogidas del árbol antes vacío ‑, no es éste, entonces, el
milagro?».
«No».
Jesús se muestra severísimo.
«¡Oh,
Señor, Señor, ten piedad de mí! ¡Entiendo! ¡Tienes intención de castigarme en
las mieses! ¡Piedad, Señor!».
«No
todos los que me dicen "Señor" me tendrán, porque el amor y el
respeto no se testifican con la palabra sino con obras. Tendrás la piedad que
tú has tenido».
«Yo
te amo, Señor».
«No
es verdad. Me ama quien ama, porque
esto es lo que he enseñado. Tú sólo te amas a ti mismo. Cuando me ames como
enseño, el Señor volverá. 6Ahora me marcho. Mi techo es hacer el bien, consolar
a los afligidos, enjugar las lágrimas de los huérfanos. Como la gallina
extiende sus alas sobre los pollitos indefensos, así extiendo mi poder sobre
los que sufren y viven en el dolor. Venid, niños. Pronto tendréis casa y pan.
Adiós, Jacob».
Y,
no contento con marcharse, indica que cojan en brazos a la niña fatigada
(Andrés la toma y la arropa en su manto), y Él toma al niño; y se echan a
andar, por la vereda ya oscura, con su carga de piedad que ya no llora.
Pedro dice:
«¡Maestro! ¡Qué gran suerte para éstos el que hayas llegado en este momento!
¡Pero para Jacob!... ¿Qué vas a hacer, Maestro?».
«Justicia.
No llegará a conocer el hambre, porque tiene todavía muy llenos los graneros,
pero sí que conocerá la estrechez, porque el trigo sembrado no podrucirá grano,
y los olivos y manzanos solamente hojas. Estos inocentes, no de mí, sino del
Padre, han recibido pan y casa; porque mi Padre es también Padre de los huérfanos;
sí, Él, que da el nido y el alimento a los pájaros de los bosques. Éstos pueden
decir, y con ellos todos los desvalidos, los desvalidos que saben permanecer
"hijos inocentes y amorosos", que en sus pequeñas manos Dios ha
depositado el alimento y que, con paterna guía, los conduce a casa
hospitalaria».
La
visión cesa así, y me deja una gran paz.
7Dice
Jesús:
«Ésta es para
ti, para ti, alma que lloras mirando las cruces del pasado y, las dificultades
del futuro. El Padre tendrá siempre un pan para tu mano, un nido para recoger a
su tórtola que llora.
Para
todos es la enseñanza de que sé ser el "Señor" con justicia. A mí no
se me engaña, ni se me adula con falaz obsequio. Quien cierra su corazón a su
hermano lo cierra a Dios, y Dios a Él.
¡Oh,
hombres, es el primer mandamiento: Amor y amor. El que no ama, y se profesa
cristiano, miente. Es inútil frecuentar los sacramentos y los ritos, inútil la
oración, si falta la caridad. Quedan convertidos en fórmulas, e incluso en
sacrilegios. ¿Cómo podéis venir al Pan eterno y saciaros con Él, cuando habéis
negado un pan a un hambriento? ¿Vale más, acaso, vuestro pan que el mío? ¿Es
más santo? ¡Hipócritas! Yo me doy a vuestra miseria sin medida, y vosotros, que
sois miseria, no tenéis piedad de miserias que ante los ojos de Dios no son
odiosas como lo son las vuestras: porque aquellas son desventuras, mientras que
las vuestras son pecado. Demasiadas veces me decís: "Señor, Señor"
para ganar mi benignidad para vuestros
intereses. Mas no lo decís por amor al prójimo y no hacéis nada por el prójimo
en nombre del Señor. Mirad: colectiva e individualmente, ¿qué os ha dado
vuestra falaz religión y auténtica
anticaridad? El abandono de Dios. Y el Señor volverá cuando sepáis amar como Yo
he enseñado.
Pero, a
vosotros, pequeño rebaño formado por los que sufren siendo buenos, os digo:
"Nunca estáis huérfanos, nunca abandonados. No existiría Dios, antes que
faltarles la Providencia
a sus hijos. Tended la mano: el Padre os da todo como 'padre', o sea, con amor
que no humilla. Enjugad vuestras lágrimas. Yo os tomo y os llevo conmigo porque
siento piedad de vuestro abatimiento".
La criatura más
amada es el hombre. ¿Vais a poner en duda que el Padre se mostrará más
compasivo con el hombre fiel que con los pájaros?, ¿con el hombre fiel, Él, que
es longánime incluso con el pecador, y le da tiempo y manera de ir a Él? ¡Ah,
si el mundo comprendiera lo que es Dios!
Ve
en paz, María. Te quiero como a los dos huerfanitos que has visto, y más
incluso. Ve en paz. Estoy contigo».
21
de agosto de 1944.
8Dice
María:
«María,
habla Mamá. Mi Jesús ha hablado de la infancia del espíritu*, requisito
necesario para conquistar el Reino. Ayer te mostré una página de su vida de
Maestro. Has visto ayer a unos niños, a unos pobres niños. ¿No habría nada que
añadir? Sí, y lo añado yo. A ti, que quiero que seas cada vez más amada de
Jesús. Es un detalle en el cuadro que ha hablado a tu espíritu para el espíritu
de muchos. Pero son los detalles los que hacen hermoso el cuadro, los que
revelan la capacidad del pintor y la sabiduría del observador. Quiero que
observes la humildad de mi Jesús.
Aquella pobre
niña, en su ignorante simplicidad, no trata de forma distinta al pecador de
corazón de piedra y a mi Hijo. No sabe ni de "Rabí" ni de
"Mesías". Siendo poco menos que una pequeña salvaje, que ha vivido en
los campos, en una casa donde se despreciaba al Maestro ‑ porque el fariseo
Ismael despreciaba a mi Jesús ‑, no había oído jamás hablar de Él, no le había
visto.
Su padre y su madre, quebrantados por el
trabajo insoportable que el cruel patrón exigía, no tuvieron tiempo ni modo de
levantar la cabeza de la gleba que roturaban. Habrían oído, quizás, mientras
segaban el heno o las mieses, mientras recogían la fruta o los racimos,
mientras trituraban la aceituna en la dura muela, un clamor de ¡hosanna!
Habrían, incluso, alzado un momento su cansada cabeza. Mas el miedo y el
cansancio habrían vencido en seguida esas cabezas bajo su yugo. Y murieron
pensando que el mundo era sólo odio y dolor; en cambio, el mundo, desde que le
pisaban los santísimos pies de mi Jesús, era amor y bien. Siendo sólo los
pobres siervos de un despiadado patrón, murieron sin cruzarse siquiera una vez
con la mirada y la sonrisa de mi Jesús; sin haber oído su palabra, que daba una
riqueza al espíritu por la que los indigentes se sentían ricos, los hambrientos
hartos, los enfermos sanos, consolados los que sufrían.
Pues bien,
Jesús no dice: "Yo, que soy el Señor, te digo: haz esto". Conserva su
anonimato. Y la pequeñuela, tan simple que no comprendió ni siquiera al ver el
milagro de un manzano, desnudo incluso de hojas, que carga una rama suya de
manzanas para saciar su hambre, le sigue llamando "Señor", como
llamaba a su patrón Ismael y al cruel Jacob. Se siente atraída hacia este Señor
bueno porque la bondad siempre atrae. Pero nada más. Le sigue con confianza. Le
ama inmediatamente, instintivamente, esta pobre criaturita sola en el mundo,
ignorada voluntariamente por el mundo, por ese "mundo importante de los
poderosos y de los que gozan de la vida" que quiere mantener en la sombra
a los inferiores para poderlos torturar más a gusto y explotar más acerbamente.
9Más
adelante sabrá quién era aquel "Señor" que ‑ pobre como ella, sin
casa ni alimento, sin madre porque todo lo había dejado por amor al hombre
(también a esa pizquita de ser humano que era
ella, pobre criaturita niña) ‑ le
había dado
___________________________
* Jesús ha hablado de la infancia del espíritu
en un "dictado" del mismo día, recogido en el volumen ''I
quaderni del 1944".
milagrosos
frutos, queriéndole quitar de sus labios y su corazón el amargor de la maldad
humana que crea el odio de los desvalidos contra los poderosos, con un fruto
del Padre, no con un mendrugo de pan ofrecido tarde y que para ella habría
tenido en todo caso sabor de dureza y llanto. ¡Ah, verdaderamente esas manzanas
recordaban el pomo del Paraíso Terrenal! Fruto nacido en la rama para el Bien y
para el Mal, determinaría redención de todas
las miserias ‑ la primera la de la ignorancia de Dios ‑ para los dos huerfanitos;
determinaría castigo para aquel que, conociendo ya la Palabra, había obrado como
si no la conociera. Sabrá más adelante, de boca de la mujer buena que en nombre
de Jesús la acogió, quién era Jesús: para ella Salvador repetidamente: del
hambre, de la intemperie, de los peligros del mundo, del pecado original.
Pero, para ella, Jesús tuvo siempre la
luz de aquel día, bajo esa luz le vio siempre: el Señor bueno con bondad de
cuento infantil, el Señor que tenía caricias y dones, el Señor que le había hecho
olvidar que no tenía ni padre ni madre, ni casa ni vestidos, porque había sido
para ella bueno como su padre y dulce como su madre y había ofrecido un nido
para el cansancio de los dos, su pecho y el de otros hombres buenos que estaban
con Él, y abrigo para la desnudez de los dos, su manto y el de otros hombres
buenos que con Él estaban. Una luz paterna y suave, que no se apagó con el
flujo de las lágrimas, ni siquiera cuando supo que había muerto atormentado en
una cruz; ni siquiera cuando, pequeña fiel de la primera Iglesia, vio el
aspecto del rostro de su "Señor" con los golpes y las espinas y pensó
cómo era Él ahora, en el Cielo, a la derecha del Padre. Una luz que le sonrió
en su
última hora de la tierra, y la condujo sin temor hacia su Salvador. Una luz que
le sonrió una vez más con inefable dulzura en el fulgor del Paraíso.
10Jesús
te mira a ti también así. Vele siempre como le veía tu lejana homónima y
siéntete feliz de este amor suyo. Sé sencilla, humilde, fiel, como la pobre y
pequeña María que has conocido. Ve adónde ha llegado, a pesar de que fuera una
pobre ignorantilla de Israel: al corazón de Dios. El Amor se le reveló como se
ha revelado a ti y se hizo docta con la verdadera Sabiduría.
Ten
fe, vive en la paz. No existe miseria alguna que mi Hijo no pueda transformar
en riqueza; no hay soledad alguna que no pueda colmar; como tampoco hay falta
alguna que no pueda borrar. El pasado no
existe, cuando el amor le anula. Ni siquiera un pasado horrendo. ¿Temerás tú si no temió Dimas el ladrón? Ama, ama
y no tengas miedo de nada.
Mamá
te deja con su bendición».
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