Hijo, conviene darlo todo por todo y no ser nada en ti mismo. Sabe que el amor propio te daña más que todo el mundo. Cuanto es el amor y afición que tienes, tanto se te apegarán las cosas más o menos. Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, estarás libre de todas las cosas. No codicies lo que no te es lícito tener, ni quieras tener lo que te pueda impedir y quitar la libertad interior. Maravilla es que no te encomiendes a mí de lo más profundo de tu corazón, con todo lo que puedes tener o desear.
¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos cuidados? Está a mi voluntad y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o aquello y quisieres estar aquí o allí por tu provecho y propia voluntad, nunca tendrás quietud ni estarás libre de cuidados; porque en todas las cosas hallarás algún defecto, y en cada lugar habrá quien te ofenda.
Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente aprovecha, sino la despreciada y arrancada de raíz del corazón. No entiendas eso solamente de la posesión de dinero y de riquezas, sino también de la ambición de honores y deseo de vanagloria, todo lo cual pasa con el mundo. Poco hace el lugar si falta el verdadero fundamento y la virtud del corazón; quiero decir, si no estuvieres en mí. Bien te puedes mudar, mas no mejorar, porque llegando la ocasión y aceptándola hallarás lo mismo que huías, y aún mucho más.
ORACIÓN
Para pedir la purificación del corazón y la sabiduría celestial
Confírmame, Señor Dios, por la gracia del Espíritu Santo. dame virtud para fortalecer al hombre interior y desocupar mi corazón de toda inútil solicitud y congoja, para que no me lleven tras sí tan varios deseos por cualquier cosa ya vil, ya preciosa sino que las mire todas como transitorias; y a mí mismo, que pasaré con ellas. Porque no hay cosa que permanezca debajo del sol, adonde todo es vanidad y aflicción de espíritu. ¡Oh cuán sabio es el que así piensa!
Concédeme, Señor, la sabiduría celestial para que aprenda a buscarte y hallarte sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todo, y entender todo lo demás como es, según la orden de tu sabiduría. Concédeme prudencia para desviarme del lisonjero y sufrir con paciencia al adversario; porque ésta es muy gran sabiduría, no moverse por todo viento de palabras, ni dar oídos a la sirena que perniciosamente halaga, porque así se prosigue con seguridad el camino comenzado.
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