Este es el testimonio que debo y quiero dar al mundo entero, para
mayor Gloria de Dios y para la salvación de todo aquel que quiera abrir su
corazón al Señor.
Dijo la Virgen:
“Hoy es un día de aprendizaje para ti y quiero que prestes mucha
atención, porque de lo que seas testigo hoy, todo lo que vivas en este día,
tendrás que participarlo a la humanidad.”
Al
llegar a la Oración Penitencial,
dijo la Santísima Virgen:
“Desde el fondo de tu corazón, pide perdón al Señor por todas tus
culpas, por haberlo ofendido, así podrás participar dignamente de este
privilegio que es asistir a la Santa Misa.”
“¿Por qué tienen que llegar en el último momento? Ustedes deberían
estar antes para poder hacer una oración y pedir al Señor que envíe Su Santo
Espíritu, que les otorgue un espíritu de paz que eche fuera el espíritu del
mundo, las preocupaciones, los problemas y las distracciones para ser capaces
de vivir este momento tan sagrado. Pero llegan casi al comenzar la celebración,
y participan como si participaran de un evento cualquiera, sin ninguna
preparación espiritual. ¿Por qué? Es el Milagro más grande, van a vivir el
momento de regalo más grande de parte del Altísimo y no lo saben apreciar.”
Era día de Fiesta y debía recitarse el Gloria. Dijo nuestra
Señora: “Glorifica y bendice con todo
tu amor a la Santísima Trinidad en tu reconocimiento como criatura Suya”.
Llegó
el momento de la Liturgia de la Palabra y
la Virgen me hizo repetir: “Señor, hoy quiero escuchar Tu Palabra y producir
fruto abundante, que Tu Santo Espíritu limpie el terreno de mi corazón, para
que Tu Palabra crezca y se desarrolle, purifica mi corazón para que esté bien
dispuesto.”
“Quiero que estés atenta a las lecturas y a toda la homilía del
sacerdote. Recuerda que la Biblia dice que la Palabra de Dios no vuelve sin
haber dado fruto. Si tú estás atenta, va a quedar algo en ti de todo lo que
escuches. Debes tratar de recordar todo el día esas Palabras que dejaron huella
en ti. Serán dos frases unas veces, luego será la lectura del Evangelio entera,
tal vez solo una palabra, paladear el resto del día y eso hará carne en ti
porque esa es la forma de transformar la vida, haciendo que la Palabra de Dios
lo transforme a uno.”
“Y ahora, dile al Señor que estás aquí para escuchar lo que
quieres que Él diga hoy a tu corazón.”
Llegó el Ofertorio y la Santísima Virgen dijo “Reza así: (y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que
soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edifica Tú, Señor
con lo poco que soy. Por los méritos de Tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo.
Te pido por mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro
Apostolado, por todas las personas que nos combaten, por aquellos que se
encomiendan a mis pobres oraciones… Enséñame a poner mi corazón en el suelo
para que su caminar sea menos duro. Así oraban los santos, así quiero que lo
hagan.”
Dijo nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la
Guarda de cada una de las personas que está aquí. Es el momento en que su Ángel
de la Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el Altar del Señor.”
dijo
la Virgen: “Son los Ángeles de la Guarda de las personas que están ofreciendo
esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están conscientes
de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen algo que ofrecer al
Señor…”
“Ofrezcan en este momento…, ofrezcan sus penas, sus dolores, sus
ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa
tiene un valor infinito por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.”
Detrás
de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las
llevaban vacías. Dijo la
Virgen: “Son los Ángeles de las
personas que estando aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en
vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar
ante el Altar del Señor.”
En
último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con las manos
juntas en oración pero con la mirada baja. “Son los Ángeles de la Guarda
de las personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han
venido forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de
participar de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué
llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones.”
“No entristezcan a su Ángel de la Guarda… Pidan mucho, pidan por
la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus familiares, sus
vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho, pero
no sólo por ustedes, sino por los demás.”
“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando
se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los
transforme por Sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí
mismos? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús,
aquel ofrecimiento es grato al Padre.”
Llegó el momento final
del Prefacio y cuando la asamblea decía: “Santo, Santo,
Santo”
Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en
reverencia inclinaban la cabeza.
Había llegado el momento de
la Consagración
Todos se arrodillaban también ante el canto de “Santo, Santo,
Santo, es el Señor…”
Dijo nuestra Señora: “Son
todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las
almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios.”
“¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor,
verdad? Así debe ser… Con todo lo que Me ama Mi Hijo, no Me Ha dado la dignidad
que da a un sacerdote de poder traerlo entre Mis manos diariamente, como lo
hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan profundo respeto por un
sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a
arrodillarme aquí.”
Delante
del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que
levantaban las manos hacia arriba. Dijo la Virgen
Santísima: “Son las almas benditas del
Purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse.
No dejen de rezar por ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas
mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir
para encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente.”
“Ya lo ves, aquí Estoy todo el tiempo… La gente hace
peregrinaciones y busca los lugares de Mis apariciones, y está bien por todas
las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna parte
Estoy más tiempo presente que en la Santa Misa. Al pie del Altar donde se
celebra la Eucaristía, siempre Me van a encontrar; al pie del Sagrario permanezco
Yo con los Ángeles, porque Estoy siempre con Él.”
Dijo la Virgen: “Dile
al ser humano, que nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las rodillas
ante Dios.”
El celebrante dijo las palabras de la Consagración
dijo nuestra Señora: “No
agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la Suya y
repite la oración de Fátima: Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido
perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman. Perdón y
Misericordia… Ahora dile cuánto lo amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes.”
Dijo la Virgen en ese momento: “Este es el milagro de los milagros, te lo He repetido, para el
Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda
la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión
de Jesús.”
Cuando
íbamos a rezar el Padrenuestro,
habló el Señor por primera vez durante la celebración y dijo:
“Aguarda, quiero que ores con la mayor profundidad que seas capaz
y que en este momento, traigas a tu memoria a la persona o a las personas que
más daño te hayan ocasionado durante tu vida, para que las abraces junto a tu
pecho y les digas de todo corazón: “En el Nombre de Jesús yo te perdono y te
deseo la paz. En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo mi paz. Si esa
persona merece la paz, la va a recibir y le hará mucho bien; si esa persona no
es capaz de abrirse a la paz, esa paz volverá a tu corazón. Pero no quiero que
recibas y des la paz a otras personas cuando no eres capaz de perdonar y sentir
esa paz primero en tu corazón.”
“Cuidado con lo que hacen” – continuó
el Señor – “Ustedes repiten en el
Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si
ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen algunos, están
condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname únicamente como yo
soy capaz de perdonar, no más allá.”
Llegó
el momento de la Comunión de
los celebrantes, ahí volví a notar la
presencia de todos los sacerdotes junto a Monseñor. Cuando él comulgaba, dijo la Virgen:
“Este es el momento de pedir por el celebrante y los sacerdotes
que lo acompañan, repite junto a Mí: Señor, bendícelos, santifícalos, ayúdalos,
purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con Tu Amor… Recuerden a todos los
sacerdotes del mundo, oren por todas las almas consagradas…”
Empezó la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar. Había llegado el gran momento del encuentro, de la Comunión, el Señor me dijo: “Espera un momento, quiero que
observes algo…
Cuando el sacerdote colocaba la Sagrada Forma sobre su lengua
Dijo
el Señor:
“¡Así es como Yo Me complazco en abrazar a un alma que viene con
el corazón limpio a recibirme!”
El
matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta. Yo estaba atónita mirando
a esa amiga volver hacia su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor, y
pensé en la maravilla que nos perdemos tantas veces por ir con nuestras
pequeñas o grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.
Cuando me dirigía a recibir la comunión Jesús repetía: “La última cena fue el momento
de mayor intimidad con los Míos. En esa hora del amor, instauré lo que ante los
ojos de los hombres podría ser la mayor locura, hacerme prisionero del Amor.
Instauré la Eucaristía. Quise permanecer con ustedes hasta la consumación de
los siglos, porque Mi Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a
quienes amaba más que a Mi vida…”
Cuando
llegué a mi asiento, al arrodillarme dijo el Señor: “Escucha…” Y en un momento comencé a escuchar
dentro de mí las oraciones de una señora que estaba sentada delante de mí y que
acababa de comulgar.
Lo
que ella decía sin abrir la boca era más o menos así: “Señor, acuérdate que estamos a fin
de mes y que no tengo el dinero para pagar la renta, la cuota del auto, los
colegios de los chicos, tienes que hacer algo para ayudarme… Por favor, haz que
mi marido deje de beber tanto, no puedo soportar más sus borracheras y mi hijo
menor, va a perder el año otra vez si no lo ayudas, tiene exámenes esta semana…
Y no te olvides de la vecina que debe mudarse de casa, que lo haga de una vez
porque ya no la puedo aguantar… etc., etc.”
De
pronto el señor Arzobispo dijo: “Oremos” y
obviamente toda la asamblea se puso de pie para la oración final. Jesús dijo con un tono triste: “¿Te has dado cuenta? Ni una sola vez Me ha dicho que Me ama, ni
una sola vez ha agradecido el don que Yo le He hecho de bajar Mi Divinidad
hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni una sola vez ha dicho:
gracias, Señor. Ha sido una letanía de pedidos… y así son casi todos los que
vienen a recibirme.”
“Yo He muerto por amor y Estoy resucitado. Por amor espero a cada
uno de ustedes y por amor permanezco con ustedes…, pero ustedes no se dan
cuenta que necesito de su amor. Recuerda que Soy el Mendigo del Amor en esta
hora sublime para el alma.”
¿Se
dan cuenta ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor y no se lo
damos? Es más, evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los Amores, con el
único amor que se da en oblación permanente.
Cuando
el celebrante iba a impartir la Bendición, la Santísima Virgen dijo: “Atenta, cuidado… Ustedes hacen
un garabato en lugar de la señal de la Cruz. Recuerda que esta bendición puede
ser la última que recibas en tu vida, de manos de un sacerdote. Tú no sabes si
saliendo de aquí vas a morir o no y no sabes si vas a tener la oportunidad de
que otro sacerdote te de una bendición. Esas manos consagradas te están dando
la bendición en el Nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal
de la Cruz con respeto y como si fuera la última de tu vida.”
Tenemos
tiempo para estudiar, para trabajar, para divertirnos, para descansar, pero NO
TENEMOS TIEMPO PARA IR AL MENOS EL DOMINGO A LA SANTA MISA.
Jesús
me pidió que me quedara con Él unos minutos más luego de terminada la Misa.
Dijo:
“No salgan a la carrera terminada la Misa, quédense un momento en
Mi Compañía, disfruten de ella y déjenme disfrutar de la de ustedes…”
“Señor, verdaderamente, ¿cuánto tiempo
te quedas luego de la comunión con nosotros?”
Supongo
que el Señor se debió reír de mi tontera porque contestó: “Todo el tiempo que tú quieras
tenerme contigo. Si me hablas todo el día, dedicándome unas palabras durante
tus quehaceres, te escucharé. Yo estoy siempre con ustedes, son ustedes los que
Me dejan a Mí. Salen de la Misa y se acabó el día de guardar, cumplieron con el
día del Señor y se acabó, no piensan que Me gustaría compartir su vida familiar
con ustedes, al menos ese día.”
“Ustedes en sus casas tienen un lugar para todo y una habitación
para cada actividad: un cuarto para dormir, otro para cocinar, otro para comer,
etc. etc. ¿Cuál es el lugar que han hecho para Mí? Debe ser un lugar no
solamente donde tengan una imagen que está empolvada todo el tiempo, sino un
lugar donde al menos 5 minutos al día la familia se reúna para agradecer por el
día, por el don de la vida, para pedir por sus necesidades del día, pedir
bendiciones, protección, salud… Todo tiene un lugar en sus casas, menos Yo.”
“Los hombres programan su día, su semana, su semestre, sus
vacaciones, etc. Saben qué día van a descansar, qué día ir al cine o a una
fiesta, a visitar a la abuela o los nietos, los hijos, a los amigos, a sus
diversiones. ¿Cuántas familias dicen una vez al mes al menos: “Este es el día
en que nos toca ir a visitar a Jesús en el Sagrario” y viene toda la familia a
conversar Conmigo, a sentarse frente a Mí y conversarme, contarme cómo les fue
durante el último tiempo, contarme los problemas, las dificultades que tienen,
pedirme lo que necesitan… ¡Hacerme partícipe de sus cosas!? ¿Cuántas veces?”
“Yo lo sé todo, leo hasta en lo más profundo de sus corazones y
sus mentes, pero me gusta que me cuenten ustedes sus cosas, que Me hagan
partícipe como a un familiar, como al más íntimo amigo. ¡Cuántas gracias se
pierde el hombre por no darme un lugar en su vida!”
Cuando
me quedé aquel día con Él y en muchos otros días, fue dándonos enseñanzas y hoy
quiero compartir con ustedes en esta misión que me han encomendado. Dice Jesús:
“Quise salvar a mi criatura, porque el momento de abrirles la
puerta del cielo ha sido preñado con demasiado dolor…” “Recuerda que ninguna
madre ha alimentado a su hijo con su carne, Yo He llegado a ese extremo de Amor
para comunicarles mis méritos.”
“La Santa Misa Soy Yo mismo prolongando Mi vida y Mi sacrificio en
la Cruz entre ustedes. Sin los méritos de Mi vida y de Mi Sangre, ¿qué tienen
para presentarse ante el Padre? La nada, la miseria y el pecado…”
“Ustedes deberían exceder en virtud a los Ángeles y Arcángeles,
porque ellos no tienen la dicha de recibirme como alimento, ustedes sí. Ellos
beben una gota del manantial, pero ustedes que tienen la gracia de recibirme,
tienen todo el océano para beberlo.”
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