9 de Septiembre de 1975
EL AMOR Y EL ODIO
Hijo mío, si Yo soy el Amor que por naturaleza tiende a la unión, Satanás es odio, el odio nacido de la soberbia y que lleva a la
desunión.
Del amor brota la humildad, de la rebelión de Lucifer nace el odio.
La humanidad, desde su caída, conoce el amor de Dios que se vierte en ella; igualmente conoce el odio de Satanás: Caín fue el
primer intoxicado por este odio, la primera víctima.
El odio viene vomitado como fuente turbia sin descanso; ¡ay de los hombres que no sepan tener cuidado de esto!
Dios salva a los hombres de buena voluntad con el amor. Satanás los pierde con el odio y la división.
Dios transforma al hombre; de selvático lo hace humano, de humano lo hace cristiano es decir, hijo de Dios, elevándolo a su
naturaleza divina "Consortes divinae naturae". 8
También Satanás tiende a transformar al hombre en demonio de soberbia, odio y rebelión.
Frutos preciosos del amor de Dios son la fe, la esperanza y la caridad. De éstas derivan: el respeto de la libertad personal y social,
el respeto por la justicia que une y hermana a los hombres y hace más serena y deseable la peregrinación terrena.
De la soberbia, del odio y de la división nacen las injusticias personales y sociales, la esclavitud, la explotación, la opresión que
exaspera los ánimos de las personas y de los pueblos hasta la desesperación.
Frutos de la fe, de la esperanza y del amor son: la paz en las conciencias, en las familias, la paz entre los pueblos. Son los justos,
los santos y los buenos los que hacen civilizados a los hombres, y ayudan al florecimiento del arte verdadero, del arte bueno, que
no pervierte sino ayuda al hombre en su ascenso hacia la conquista del bien, de lo verdadero y de lo bello.
Frutos del orgullo, del odio, de la división son la violencia, las guerras, la degradación de la naturaleza humana, la corrupción en
todos los sectores, la perversión del arte en pornografía y sensualidad.
En la más densa oscuridad
Todo esto, hijo mío, es evidente, es claro.
Las experiencias cercanas y lejanas lo confirman, pero los hombres olvidan fácilmente.
Es como si una cortina de densa niebla hubiera bajado sobre la humanidad, por lo que anda a tientas en la más densa oscuridad.
En esta oscuridad van a tientas también muchos sacerdotes míos; es fácil intuir con cuánto daño y peligro para la salvación de
muchas almas.
Tú no puedes comprender y abarcar con la mente la inmensa mole de mal de la que sufre mi Iglesia.
Divisiones, rencores, incluso
odio.
Divisiones en las parroquias, divisiones y disensiones en las órdenes y en las congregaciones religiosas, en los conventos;
rebeliones abiertas desgarran mi Cuerpo místico.
Un cenagoso torrente que desemboca del infierno sobre la tierra, en un hervidero rebosante de herejías, obscenidades, escándalos,
violencias, injusticias privadas y públicas hace estragos también en las almas consagradas.
¡Oh, sí! Los hombres de hoy no son mejores que los hombres de antes del diluvio. Las ciudades de hoy no son mejores que
Sodoma y Gomorra.
Para nada han servido las muchas llamadas, para nada han servido las múltiples intervenciones mías y de mi Madre.
Para nada han
servido los muchos castigos parciales.
Los hombres de este siglo han colmado la medida, han endurecido los corazones en la iniquidad, y el castigo total hubiera venido
ya si no hubiera sido por la intervención de mi Madre y vuestra Madre, interponiéndose Ella entre vosotros y la Justicia divina.
Y si no hubiera sido por las almas víctimas, valerosas, generosas, heroicas, inmoladas como lámparas vivientes delante de mis
altares...
Los habitantes de la corrupta Nínive creyeron y se arrepintieron ante las llamadas amenazadoras del profeta y así se salvaron. Pero
los hombres de esta generación perversa, que rechaza a Dios, no saldrán ilesos de los castigos de la divina Justicia.
"Non Praevalebunt “9
Sí, los justos verán que Dios es fiel a sus promesas; verán cómo mi Padre, en su Justicia hará resplandecer su designio de amor
para la salvación de la humanidad y de mi Iglesia.
Te bendigo hijo mío, ámame y ofréceme tus sufrimientos.
Recuerda que mi Corazón misericordioso es inagotable en sus riquezas y
arde en deseos de poderlas dar.
8
Partícipes de la divina naturaleza
9
No ganarán
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