Los quiero conscientes
—Jesús, hazme entender qué cosa quieres de nosotros, sacerdotes.
Ya te lo he dicho: os quiero conscientes de vuestra vocación. Yo os he escogido con especial predilección y amor.
Quiero a mis sacerdotes conscientes de su participación en mi Sacrificio, no simbólico sino real. Esto lleva consigo unión y fusión
de su sufrimiento y el mío. No es formulismo exterior, sino estupenda y tremenda realidad: ¡La Santa Misa!
El sacerdote debe unirse a Mí en el ofrecimiento de Mí mismo al Padre. ¿Qué Misa es la del sacerdote carente de esta conciencia y
convicción?
Piensa, hijo mío, ¡qué dignidad, grandeza y potencia he dado a mis sacerdotes! El poder de transubstanciar el pan y el vino en Mí
mismo: en mi Cuerpo, en mi Sangre, en todo Yo mismo. En sus manos se repite cada día el prodigio de la Encarnación.
Los he constituido depositarios y dispensadores de los frutos divinos del Misterio de la Redención. Les he conferido el poder
divino de perdonar o de retener los pecados de los hombres. Como a mi Padre putativo, los he constituido custodios míos sobre la
tierra. Pero, para muchos, ¡qué diferencia entre el amor con el que me custodiaba San José y su descuido de Mí en el Sagrario!
Hijo, a mis sacerdotes he confiado la tarea de anunciar mi palabra. Pero ¿en qué modo se lleva a efecto esta importante tarea del
ministerio sacerdotal? Lo dice la esterilidad en general que acompaña a la predicación.
A mis sacerdotes les está confiada la tarea de combatir contra las oscuras fuerzas del Infierno, pero ¿quién se cuida de hacerlo, de
echar a los demonios? Para hacer esto se necesita tender a la santidad; así también para curar a los enfermos se necesitan oraciones, mortificación.
Hijo mío, a mis sacerdotes los quiero santos porque deben santificar. No deben poner confianza, para su ministerio, en medios
humanos como muchos lo hacen. No deben confiar en las criaturas sino en mi Corazón Misericordioso y en el Corazón Inmaculado
de Mi Madre.
Los sacerdotes son verdaderos ministros míos pero, hecha excepción de pocos, no tienen conciencia de esta su posición.
Son mis embajadores, acreditados por Mí entre los hombres, las familias y los pueblos.
Van con el mundo
Los sacerdotes son realmente partícipes de mi eterno Sacerdocio.
El sacerdote es protagonista, en el Cuerpo Místico, de grandes
hechos y acontecimientos sobrenaturales.
Los sacerdotes deben ser hostias para darse e inmolarse por la salvación de los hermanos.
Es pecado gravísimo pensar en salvar las almas con los propios recursos humanos de inteligencia y de actividad. Toda actividad
exterior del sacerdote que carece de fe, amor, sufrimiento y oración, es nula, es vana.
El sacerdocio es un servicio. El que sirve se diferencia del servido, no se identifica con las personas servidas.
El sacerdote debe
diferenciarse de las almas a él confiadas, como el pastor se diferencia de su grey.
Si los sacerdotes vieran la grandeza de su dignidad, la sublime potencia sobrenatural de la que están revestidos (como veía estas
cosas San Francisco de Asís) tendrían para sí mismos y para sus hermanos sacerdotes un grande y devoto respeto.
Hijo, desgraciadamente algunos se buscan a sí mismos olvidándose de Mí. Otros muchos van con el mundo, aún sabiendo que el
mundo no es de Dios sino de Satanás.
Algunos me traicionan, otros están demoliendo mi Reino en las almas, al sembrar errores y herejías. Otros están áridos por carencia
de la savia vital del alma: el amor, cuya verdadera alma es el sufrimiento.
Renovación real
-A mi pregunta de que qué quería dar a entender precisamente al decir: "Quiero a mis sacerdotes orantes y operantes Conmigo en
la Eucaristía", la respuesta ha sido ésta:
"¿Qué cosa he hecho y hago Yo en el sacrificio de la Cruz y de la Santa Misa? ¿Cómo he rezado al Padre? “Padre, si
es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
No olvides (como muchos olvidan) que el sacrificio de la Santa Misa es la real renovación del sacrificio de la Cruz.
En el sacrificio de la Cruz está mi oración al Padre unida al anonadamiento de mi voluntad, aniquilamiento total.
Está
el ofrecimiento total de Mí mismo con un acto de infinito amor y de infinito sufrimiento; está la inmolación de Mí
mismo por las almas.
El sacerdote que se une, y que Yo quiero unido a Mí en este sufrimiento, participa más que nunca en mi Sacerdocio. Nunca es tan
sacerdote como cuando hace esto Conmigo.
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