La prenda de la vida eterna
Un día, mientras barría el corredor del convento, me encontré de repente en éxtasis en Nazaret y oí una voz que me dijo que debía recorrer el pueblo. Yo siempre había anhelado encontrarme con Jesús de Nazaret y ahora tendría la oportunidad. Empecé a recorrer la calle de casa en casa. De una casa salió un hombre que me preguntó:
–¿A quién buscas?
–A Jesús de Nazaret –le contesté, tan preocupada en encontrarlo que ni siquiera me fijé en él.
–Entra –me dijo– y encontrarás a mi madre; ella te dirá dónde lo puedes encontrar –y se fue.
Entré en la casa y vi una mujer sentada. Por su dulce cara reconocí al instante a la Virgen María. Corrí feliz hacia Ella diciéndole que andaba en busca de Jesús.
–Acaba de salir –me dijo.
Me puse muy triste porque creí que Él se me había escondido.
Entonces la Señora me dijo:
–Mi Hijo me dijo que tú vendrías y que yo te enseñara algo.
Entonces ella sacó una prenda de vestir, tan bonita, tan preciosa que me dio miedo hasta mirarla.
–Esta es la prenda de la vida eterna –me explicó–. Esta prenda es de Sor Córdula, quien llegará hoy a tu convento cerca del mediodía.
Nadie sabía nada de la llegada de esta religiosa.
–Tú tienes que orar mucho por ella –añadió Nuestra Señora. Luego me mostró otra prenda aún más hermosa.
–Y esta es para Sor Marcela –siguió diciendo la Virgen–. Ella fue tu compañera cuando viajaste a Bélgica. Mi Hijo me dijo que te dijera que también rezaras mucho por esta religiosa, porque si no, no podrá recibir las gracias con las que Él desea colmarla.
Entonces me mostró una tercera prenda, diciéndome:
–Y ésta es tu prenda de la vida eterna.
Por un momento creí que me moriría ante la belleza de esa prenda.
Entonces Nuestra Madre Santísima con dos dedos levantó un poquito la manga de mi hábito de religiosa y añadió:
–Mi Hijo también me dijo que tendrás que quitarte este hábito para que puedas ponerte esta prenda de la vida eterna.
De repente salí de mi éxtasis y me encontré terriblemente confundida. Al otro día, después de misa, le conté todo a la madre superiora, quien me escuchó con comprensión y cariño; le pregunté llorando cómo y cuándo me quitaría el santo hábito y por qué tendría que salir del convento. Ella no supo contestarme. Entonces oré delante del sagrario, haciéndole a Jesús la misma pregunta que seguía molestándome. Oí su voz:
–Cuando tú tengas que quitarte el hábito religioso, todas las demás religiosas con las que tú vives también se quitarán el suyo.
Esto fue lo que pasó después de la Segunda Guerra Mundial cuando en mi país fueron dispersadas todas las órdenes religiosas.
Al mediodía, como Nuestra Señora me había dicho, sonó el timbre y una nueva religiosa, llamada Córdula, llegó de nuestro convento de Pozsony (Bratislava). Se había escapado de su convento porque entonces el convento de Pozsony y todo el territorio había pasado a Checoslovaquia y ahora ella tenía que empezar su noviciado con nosotras.
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