Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz (Libro de la Sabiduría 3, 1-3)
Siempre he pensado que tenía un ejército de almas de niños no nacidos que me apoyaban en mi trabajo, intercediendo por mi ante Dios. Les rezo siempre para obtener las gracias que necesito para llevar a cabo este trabajo de llevar las almas a Cristo y a la curación. Al inicio sentía sólo la presencia de mi hijo, pero dado que han pasado años sé que detrás de este trabajo hay millones de almas – un ejército entero – que interceden y rezan constantemente por la curación y la reconciliación de sus familias.
Muchos de ahora los conozco de nombre. Rezo también ante las clínicas donde sé que han muerto. Ya no hablo de “niños que murieron aquí, sino de “Chris, el bebé de Sally”, o de “Mary, la niña de Tom”. Hay un vínculo personal tanto con el niño como con los padres.
Muchos hablan del status de las almas de los niños abortados. Algunos piensan que no hay posibilidades de que se encuentren en el cielo porque no están bautizados, pero como sucede con los Santos Inocentes, yo creo que el suyo ha sido un Bautismo de sangre y que Nuestros Salvador Misericordioso y Su Madre los abrazan en el momento de su muerte.
El Papa San Juan Pablo II dice, a los que han perdido un niño por el aborto, en la
Evangelium vitae: “Comprenderéis que nada se ha perdido definitivamente y podréis también pedir perdón por vuestro hijo, que ahora vive en el Señor” (n. 99 en el texto original).
Recuerdo la primera vez que escuché estas palabras, “nada se ha perdido definitivamente”. Suscitaron en mi la esperanza de volverme a encontrar un día con mi hijo. Estamos hechos para el cielo, para la vida eterna con el Señor. Nuestro tiempo aquí es limitado, y gracias a Su misericordia podemos reconciliarnos con Él y con nuestros hijos.
Años después, el Vaticano ha cambiado la frase al número 99 de la Evangelium vitae –la que había dado tanto consuelo a las mujeres que lloraban la pérdida de un hijo no bautizado por espontaneo, nacimiento de un niño muerto o aborto. Parece que los teólogos pensaban que Juan Pablo II había ido demasiado lejos declarando que los niños no bautizados vivían en el Señor, lo que implicaba que estaban en el cielo.
Esta frase ha sido sustituida por una que habla de la misericordia de Dios y deja abierta la posibilidad de que los niños no bautizados puedan estar con el Señor: “Al mismo Padre y a su misericordia podéis confiar con esperanza a vuestro hijo”. No es poco esperar en la misericordia del Padre, obviamente, pero el pensamiento de la posibilidad de la separación eterna del propio niño es más de lo que muchas madres pueden soportar.
Gracias a Dios, en 2007 el papa Benedicto XVI aprobó una declaración de la Comisión Teológica Internacional titulada “La esperanza de la salvación para los niños que mueren sin Bautismo”. Aunque la nota n. 98 aprueba el lenguaje revisado de la
Evangelium vitae, la “esperanza de la salvación” presenta numerosas razones, tomadas de la Escritura y de la Tradición, por las cuales es razonable esperar que estos niños vivan “en el Señor”. Más allá del hecho de que la Iglesia reverencia a los Santos Inocentes, los evangelios de Mateo y de Marcos están llenos de pasajes en los que Jesús habla amorosamente de los niños inocentes:
“Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos” (Mt 19, 14; cfr. Lc 18, 15-16); “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí” (Mc 9, 37); “Os aseguro que si no cambiáis o no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 3); “Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 4); “si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar” (Mt 18, 6); “Cuidaos de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque os aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial” (Mt 18, 10).
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