A día de hoy no oímos hablar mucho del Purgatorio, y es una pena porque la mayor parte de nosotros tendrá mucha suerte si va allí en lugar de acabar directamente en el Infierno. Y en el caso de que alguno se lamente del hecho de que Dios es malo o moralista porque manda a la gente al Infierno, debería recordar que depende completamente de nosotros, habiendo usado el don del libre albedrío para decir a Dios “No”.
¡Qué (terrible pero maravilloso) don sería si una noche nos despertara la presencia de un familiar o un amigo difunto que nos pide oraciones y sacrificios, y celebrar misas para salir del Purgatorio! Y sobre todo si ese alma sufriente dejara un signo permanente de manera que – a la luz del día y para siempre desde ese momento – pudiéramos saber que esta visita no fue una pesadilla provocada por el vino o por comer algo extraño en la cena.
En la parábola de Jesús del hombre rico y de Lázaro (Lc 16:19-31), el rico epulón desde el Infierno reza al padre Abraham para que envíe “a alguien entre los muertos” para decir a sus hermanos que se arrepientan. Abraham replica: “Si no escuchan a Moisés y los Profetas, tampoco harán caso de uno que resucite de entre los muertos”. La referencia, obviamente, era a la resurrección de Jesús, pero en su gran misericordia, el Señor ha mandado a muchos emisarios de entre los muertos a los vivos, y estos han dejado numerosas pruebas detrás.
Por “pruebas” no me refiero a los testimonios escritos de santos sobre el Purgatorio o el Infierno – de santos Margarita María Alacoque, Gertrudis, Brígida de Suecia, Juan María Vianney, María Faustina, Catalina de Siena, Catalina de Génova y otros, y de videntes como los niños de Fátima o Kibeho, Medjugorje o Garabandal. Las pruebas concretas reales están recogidas en una pequeña habitación fuera de la sacristía de una iglesia de Roma, el Sacro Cuore di Gesù in Prati (llamada también Sacro Cuore del Suffragio). Esta iglesia neogótica, terminada en 1917, está en las orillas del Tíber, a diez minutos de la plaza de San Pedro. Es única porque es la única iglesia de estilo gótico de Roma y porque acoge el Pequeño Museo del Purgatorio.
La misión de la Orden del Sagrado Corazón, fundada en 1854 en Francia, era rezar y ofrecer misas por el descanso de las almas del Purgatorio. Su capilla en Roma, dedicada a Nuestra Señora del Rosario, fue destruida por un incendio el 15 de septiembre de 1897. Después del incendio, el sacerdote al que se había confiado la capilla, padre Victor Jouët, se quedó sin palabras viendo la imagen de un rostro sufriente de la que parecía un alma del Purgatorio en uno de los muros quemados. Pío X le permitió viajar por toda Europa recogiendo reliquias que atestiguaran las visitas de las almas del Purgatorio.
Una reliquia en el museo muestra una sección de madera de un escritorio perteneciente a la venerable madre Isabella Fornari, abadesa del Monasterio de las Clarisas Pobres de San Francisco en Todi. Madre Isabella fue visitada por el abad precedente, el difunto padre Panzini, de la orden de los Benedictinos Olivetanos en Mantua el 1 de noviembre de 1731. Para mostrarle que estaba sufriendo en el Purgatorio, el abad puso la mano izquierda “llameante” en el escritorio, dejando una huella quemada, y grabó una cruz sobre la madera con su índice ardiente. Posó también la mano sobre la manda del hábito de la abadesa, quemando el tejido y llegando hasta el brazo hasta el punto de hacerlo sangrar. La abadesa refirió lo sucedido a su confesor, el sacerdote de la Santa Cruz Isidoro Gazata, quien le pidió que cortara las partes del hábito y donara el pequeño escritorio. Quedó claro que todo tenía origen sobrenatural.
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