Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam.
Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo.
3 de enero de 1946.
1Jesús
entra en la verde quietud del Huerto de los Olivos.
Margziam sigue a su lado, y
sonríe al pensar en la afanosa carrera que va a pegarse Pedro para
alcanzarlos. Dice: «¡Maestro, quién sabe lo que dirá! Y, si
hubieras seguido hasta Betania sin pararte aquí, se sentiría
verdaderamente desconsolado».
También sonríe Jesús, mirando
al jovencito, y responde: «Sí. Me va a sepultar a lamentos. De
todas formas, le servirá para otra vez. Así estará más atento. Yo
hablaba y él se distraía charlando con unos o con otros...».
«Es que le preguntaban, Señor»
dice Margziam para disculpar, sin reírse ya.
«Se hace un
gesto delicado de que se responderá después, cuando calle la
Palabra del Señor. 2Acuérdate
de esto para tu vida futura. Para cuando seas sacerdote. Exige el
máximo respeto en las horas y lugares de instrucción».
«Pero entonces será el pobre
Margziam, Señor, el que hable...».
«No importa. Es Dios el que
habla por los labios de sus siervos en las horas de su ministerio, y
como tal debe ser escuchado con silencio y respeto».
Margziam hace una leve mueca
significativa, como comentario de un razonamiento suyo interior.
Jesús, que le observa, dice:
«¿No estás convencido? ¿Por qué esa expresión? Habla, hijo, sin
temor».
«Señor mío, me preguntaba si
Dios está también en los labios y en el corazón de sus sacerdotes
de ahora... y... con terror me decía si serían iguales los
futuros... Y concluía diciendo que... muchos sacerdotes hacen quedar
mal al Señor... He pecado, sin duda... Pero son tan malos y
antipáticos, tan secos... que...».
«No juzgues. Pero recuerda esta
impresión de disgusto. Tenla presente en el futuro. Y, con todas tus
fuerzas, preocúpate de no ser como estos que te desagradan; y que
tampoco lo sean los que dependan de ti. Haz servir para el bien
incluso el mal que ves. Toda acción y toda cognición deben ser
transformadas en bien pasando por un juicio y una voluntad rectos».
«¡Señor, antes de entrar en
la casa, que ya se ve, respóndeme a otra cosa! Tú no niegas que el
actual sacerdocio sea defectuoso. Me dices a mí que no juzgue. Pero
Tú juzgas. Y puedes hacerlo. Y juzgas con justicia. Escucha, Señor,
mi pensamiento. Cuando los actuales sacerdotes hablan de Dios y de la
religión siendo la mayoría de ellos como son, y me refiero
ahora a los peores , ¿deben ser escuchados como verdad?».
«Siempre,
hijo mío. Por respeto a su misión. Cuando realizan actos de su
ministerio, no son el hombre Anás, el hombre Sadoq... Son "el
sacerdote".
Separa
siempre del ministerio la pobre humanidad».
«Pero si realizan mal también
su ministerio...».
«Dios
suplirá. 3¡Y,
además!... ¡Escúchame, Margziam! No hay ningún hombre
completamente bueno ni completamente malo. Y ninguno es tan
completamente bueno que tenga derecho a juzgar a los hermanos como
completamente malos. Tenemos que tener presentes nuestros defectos,
contrastar con ellos las buenas cualidades de los que queremos
juzgar. Entonces tendríamos una medida justa de juicio caritativo.
Yo todavía no he encontrado un hombre completamente malo».
«¿Ni siquiera Doras, Señor?».
«Ni siquiera él, porque es
marido honesto y padre amoroso».
«¿Ni siquiera el padre de
Doras?».
«También él era marido
honesto y padre amoroso».
«¡Pero nada más que eso,
¿eh?!».
«Sólo eso. Pero en eso no era
malo. Por tanto, no era completamente malo».
«¿Y tampoco Judas es malo?».
«No».
«Pero no es bueno».
«No es totalmente bueno, como
no es totalmente malo. ¿No estás convencido de lo que digo?».
«Estoy convencido de que Tú
eres totalmente bueno, y que estás absolutamente exento de maldad.
Tanto, que no encuentras nunca una acusación para ninguno. Esto sí».
«¡Oh, hijo
mío! ¡Si pronunciara la primera sílaba de una palabra de
acusación, todos vosotros arremeteríais como fieras contra el
acusado!... Yo, actuando así, evito que os manchéis con pecado de
juicio. Entiéndeme, Margziam. No es que Yo no vea el mal donde lo
hay. No es que no vea la mezcla de mal y bien que hay en algunos. No
es que no comprenda cuándo un alma sube o baja del nivel en que la
puse. No es nada de esto, hijo mío. Es prudencia, para evitar las
anticaridades entre vosotros. Y actuaré siempre así. También
en los siglos venideros, cuando tenga que pronunciarme sobre una
criatura.
¿No sabes, hijo, que a veces vale más una palabra de alabanza, de
ánimo, que mil reprensiones? ¿No sabes que de cien casos pésimos,
señalados como relativamente buenos, al menos la mitad vienen a ser
realmente buenos al no faltarles, después de mi benévola palabra,
la ayuda de los buenos, que, en caso distinto, huirían del individuo
señalado como pésimo? Hay
que sostener a las almas, no hundirlas. Pero
si Yo no soy el primero en sostener, en celar las partes feas, en
solicitar para ellas vuestra benevolencia y ayuda, jamás os
entregaríais a ellas con activa misericordia. Recuérdalo,
Margziam...».
«Sí, Señor... (un fuerte
suspiro). Lo recordaré... (otro fuerte suspiro)... Pero es muy
difícil ante ciertas evidencias...».
4Jesús
le mira fijamente. Pero del jovencito no ve sino la parte alta de la
frente porque baja mucho la cara.
«Margziam, levanta la cara.
Mírame. Y respóndeme. ¿Qué evidencia es esa que es difícil pasar
por alto?».
Margziam se azara... Se pone
rojo bajo el color morenito de la piel... Responde: «Pues... son
muchas, Señor...».
Jesús insta: «¿Por qué has
nombrado a Judas? Porque es una "evidencia". Quizás la que
te es más difícil superar... ¿Qué te ha hecho Judas? ¿En qué te
ha escandalizado?» y Jesús pone las manos encima de los hombros del
muchacho, que ahora está tan colorado que es todo púrpura obscura.
Margziam le mira, con los ojos
brillantes... luego se suelta y se marcha gritando: «¡Judas es un
profanador!... Pero no puedo hablar... ¡Respétame, Señor!...» y
se introduce en el bosque, llorando, en vano llamado por Jesús, que
pone un gesto de desconsolado dolor.
5Su
voz, de todas formas, ha llamado la atención de los que están en la
casa del Getsemaní. Y a la puerta de la cocina se asoma Jonás,
luego la Madre de Jesús, detrás las discípulas: María de Cleofás,
María Salomé y Porfiria. Ven a Jesús y se echan a andar hacia Él.
«¡La paz a todos vosotros!
¡Aquí me tienes, Mamá!».
«¿Sólo? ¿Por qué?».
«Me he adelantado. He dejado a
los demás en el Templo... Pero estaba con Margziam...».
«¿Y dónde está ahora mi
hijo, que no le veo?» pregunta Porfiria un poco inquieta.
«Ha subido allá arriba... Pero
ahora vendrá. ¿Tenéis comida para todos? Dentro de poco vendrán
los demás».
«No, Señor. Habías dicho que
ibas a Betania...».
«Sí, claro... Pero he pensado
que convenía hacer esto. Id sin demora por todo lo necesario, y
volved sin demora. Yo me quedo con mi Madre».
Las discípulas obedecen sin
replicar.
6Se
quedan solos Jesús y María, y pasean lentamente bajo los
enmarañados ramajes de los árboles, a través de cuyas copas se
filtran agujas solares que ponen circulitos de oro en la hierbecilla
verde y florida.
«Después de comer iré a
Betania con Simón».
«¿Simón de Jonás?».
«No. Con Simón Zelote. Y
llevaré conmigo a Margziam...». Jesús calla pensativo.
María le observa. Luego
pregunta: «¿Te causa sinsabores Margziam?».
«¡No, Mamá, todo lo
contrario! ¿Por qué piensas eso?».
«¿Por qué estás
pensativo?... ¿Por qué le llamabas con autoridad? ¿Por qué te ha
dejado? ¿Por qué se ha separado de ti como vergonzoso? ¡No ha
venido siquiera a saludar a su madre ni a mí!».
«El niño ha huido por una
pregunta que le he hecho».
«¡Oh!...» el estupor de María
es profundísimo. Guarda silencio por un momento y luego susurra,
como hablando para sí: «Los dos en el Paraíso* Terrenal huyeron,
después del pecado, al oír la voz de Dios... Pero, Hijo mío, hay
que tener compasión del niño. Empieza a ser hombre... y quizás...
Hijo mío, Satanás muerde a todos los hombres...». Es una María
toda compasiva y suplicante...
Jesús la mira y le dice: «¡Cuán
madre eres! ¡Cuánto eres "la Madre"! Mas no pienses que
el niño ha pecado. Debes pensar que sufre por la quemadura de una
revelación. Es muy puro. Es muy bueno... Le llevaré conmigo, hoy.
Para que comprenda, sin palabras, que le comprendo. Cualquier palabra
sobraría... y no encontraría ninguna para disculpar al profanador
de un inocente». Es un Jesús severo en estas últimas palabras.
«¡Hijo! ¡En esto estamos? No
te pido nombres. Pero si uno de entre nosotros ha sido capaz de
turbar al niño, sólo puede haber sido uno... ¡Hay que ver qué
diablo!».
7«Vamos
a buscar a Margziam, Mamá. Ante ti no huirá».
Van y le descubren detrás de
una mata de espino albar.
«¿Estabas cogiendo flores para
mí, hijo mío?» pregunta María mientras se acerca a él y le
abraza...
«No. Pero te echaba de menos»
dice Margziam con lágrimas en la cara todavía.
«Y yo he venido. ¡Ánimo, sin
demora! ¡Que hoy tienes que ir con mi Jesús a Betania! Y debes
estar arreglado como conviene».
_____________________
* Los
dos en el Paraíso...
es cita de Génesis
3, 8.
La cara de Margziam, ya olvidado
de su turbación de antes, se ilumina, y dice: «¿Yo solo con Él?».
«Y con Simón Zelote».
Margziam, muy niño todavía, da
un salto de alegría, sale inmediatamente de su escondite y va a caer
en el pecho de Jesús... Está confuso.
Pero Jesús sonríe y le instiga
diciendo: «Corre a ver si ha venido tu padre». Margziam se echa a
correr, y Jesús observa: «Es un niño todavía, a pesar de ser ya
juicioso de pensamiento. Turbar su corazón es un gran delito. Pero
pondré una solución» y mientras tanto camina con María hacia la
casa.
Pero antes de llegar ya ven a
Margziam galopando tras ellos. «Maestro... Madre... Hay personas...
personas de las que estaban en el Templo... Los prosélitos... Hay
una mujer... Una mujer que quiere verte, Madre... Dice que te conoció
en Belén... Se llama Noemí».
«¡Conocí a muchas entonces!
Pero vamos...».
8Llegan
a la pequeña explanada donde está la casa. Un grupo de personas
espera. En cuanto ven a Jesús se postran. Pero, en seguida, una
mujer se levanta y corre a arrojarse a los pies de María mientras la
saluda con su nombre.
«¿Quién eres? No me acuerdo
de quién eres. Levántate».
La mujer se alza, pero, cuando
está para hablar, llegan, jadeantes, los apóstoles.
«¡Pero Señor! ¿Por qué?
Hemos corrido como locos por Jerusalén. Pensábamos que habías ido
a casa de Juana o de Analía... ¿Por qué no has esperado?»
preguntan, e informan, confusamente.
«Ahora estamos juntos. Es
inútil explicar el porqué. Dejad que esta mujer hable tranquila».
Todos se apiñan para escuchar.
«Tú no te acuerdas de mí,
María de Belén. Pero yo recuerdo desde hace treinta y un años tu
nombre y tu rostro como nombre y rostro de piedad. Había venido yo
también de lejos, de Perge, por el Edicto. Estaba embarazada. Pero
esperaba regresar a tiempo. Mi marido enfermó por el camino, y en
Belén se debilitó hasta el extremo de que murió. Yo había dado a
luz veinte días antes de que muriera. Mis gritos perforaron el cielo
y me secaron la leche y la hicieron veneno. Me cubrí de pústulas, y
de pústulas se cubrió mi hijo... Nos arrojaron a una gruta a
morir... Pues bien... tú, sólo tú, viniste, cautelosa, cada poco
tiempo durante toda la luna, a traerme comida y a curar mis llagas, y
llorabas conmigo y dabas leche a mi criatura, que si vive es sólo
por ti... Corriste el riesgo de que te lapidaran, porque me llamaban
"la leprosa"... ¡Oh, mi estrella delicada! Esto no lo he
olvidado. Una vez curada, me marché. En Éfeso tuve noticias de la
matanza. ¡Te busqué mucho! ¡Mucho! ¡Mucho! No podía pensar que
te hubieran matado con tu Hijo en aquella noche tremenda. Pero jamás
te encontré. El verano pasado, uno de Éfeso oyó a tu Hijo, supo
quién era, le siguió durante un tiempo, fue, acompañado de otros,
a los Tabernáculos... Y, cuando volvió, contó. He venido para
verte, ¡oh Santa!, antes de morir. Para bendecirte tantas veces
cuantas fueron las gotas de leche que diste a mi Juan, en detrimento
incluso de tu Hijo bendito...». La mujer llora, en una posición
reverencial, un poco inclinada, agarrando con sus manos los brazos de
María...
«La leche no se niega nunca,
hermana. Y...».
«¡Oh, no! ¡No hermana tuya!
Tú, Madre del Salvador. Yo era una pobre mujer sola, lejos de su
casa, viuda, con un hijo de pecho y con el pecho agotado como
torrente en verano... Sin ti me habría muerto. Me diste todo, y, si
pude volver donde mis hermanos, mercaderes de Éféso, fue por ti».
«Éramos dos
madres, dos pobres madres, con dos hijos, por el mundo. Tú tenías
el dolor de haberte quedado viuda, yo el de tener que ser traspasada
en mi Hijo, como decía en el Templo el anciano Simeón. No hice otra
cosa sino cumplir con mi deber de hermana dándote lo que tú ya no
tenías. 9¿Y
tu hijo vive?».
«Está ahí. Tu Hijo santo me
le ha curado esta mañana. ¡Bendito sea!» y la mujer se postra ante
el Salvador gritando: «Ven, Juan, a dar gracias al Señor».
Se aproxima, dejando a sus
compañeros, un hombre de la edad de Jesús, fuerte, de rostro no
hermoso pero leal; de hermoso tiene la expresión de sus ojos
profundos.
«La paz a ti, hermano de Belén.
¿De qué te he curado?».
«De la ceguera, Señor. Un ojo
perdido, el otro próximo a perderse. Era arquisinagogo, pero ya no
podía leer los sagrados rollos».
«Ahora los leerás con mayor
fe».
«No, Señor. Ahora te leeré a
ti. Quiero quedarme como discípulo. Y sin pretender derechos por las
gotas de leche extraídas del pecho en que Tú te nutrías. Nada son
los días de una luna para crear un vínculo; todo, la piedad de tu
Madre entonces y la tuya de esta mañana».
Jesús se vuelve hacia la mujer:
«¿Y tú que opinas?».
«Que mi hijo te pertenece
doblemente. Acéptale, Señor. Y se cumplirá el sueño de la pobre
Noemí».
«De acuerdo. Serás de Cristo.
A vosotros: recibid a este compañero en nombre del Señor» dice
volviéndose a los apóstoles.
Los prosélitos están exaltados
de emoción. Los hombres querrían quedarse también inmediatamente.
Todos. Pero Jesús dice con firmeza: «No. Vosotros seguid siendo lo
que sois. Volved a vuestras casas, conservad la fe y esperad la hora
de la llamada. El Señor esté siempre con vosotros. Podéis
marcharos».
«¿Podremos encontrarte todavía
aquí?» preguntan.
«No. Como un pájaro que vuela
de rama en rama me moveré continuamente. No me encontraréis aquí.
No tengo ni itinerario ni morada. Pero, si es justo, nos veremos y me
escucharéis. Marchaos. Que se quede la mujer con el nuevo
discípulo».
Y entra en casa, seguido por las
mujeres y los apóstoles, que comentan con emoción el episodio
ignorado hasta ese momento y la caridad profunda de María.
10Y
Jesús, con paso raudo, va hacia Betania; a un lado y otro de Él,
Simón Zelote y Margziam. Felices de ser ellos dos los preferidos
para esta visita.
Margziam, ya completamente
tranquilo, hace mil preguntas sobre la mujer que ha venido de Éfeso,
pregunta si Jesús sabía ese hecho, etc.
«No lo sabía. El tesoro de
bondades de mi Madre es infinito, y lo hace con un silencio tan
delicado, que, la mayor parte de las veces, sus buenas acciones
quedan secretas».
«Pero es un episodio muy
bonito, ¿eh?» dice el Zelote.
«Sí. Tanto que quiero
contárselo a Juan de Endor. Maestro, ¿crees que vamos a encontrar
sus cartas en Betania?».
«Estoy casi seguro».
«Debería estar también la
mujer curada de la lepra» observa el Zelote.
«Sí. Ha observado con
fidelidad los preceptos. Pero ya debe haberse cumplido el tiempo de
la purificación».
11Betania
aparece en su llanura elevada. Pasan por delante de la casa en que en
otros tiempos había pavos reales, flamencos y grullas. Ahora está
abandonada y cerrada. Simón lo observa.
Pero su observación se ve
interrumpida por el jovial saludo de Maximino que improvisamente sale
por la cancilla. «¡Maestro santo! ¡Qué felicidad en medio de
tanto dolor!».
«Paz a ti. ¿Por qué, dolor?».
«Porque Lázaro tiene dolores
lancinantes a causa de sus piernas ulceradas. Y no sabemos qué hacer
para aliviar ese dolor. Pero viéndote a tí estará mejor, al menos
de espíritu».
Entran en el jardín, y,
mientras Maximino se adelanta veloz, ellos siguen a paso lento hacia
la casa.
Corre afuera María de Magdala
con su grito adorador: «¡Rabbuní!». La sigue, más sosegada,
Marta. Ambas están pálidas como quien ha sufrido y velado.
«Levantaos. Vamos
inmediatamente donde Lázaro».
«¡Maestro, Maestro que todo lo
puedes, cúrame a mi hermano!» suplica Marta.
«¡Sí, Maestro bueno! ¡Sufre
por encima de sus fuerzas! Se está consumiendo. Gime. Y, claro,
morirá si sigue así. ¡Ten piedad de él, Señor!» insta María.
«Tengo toda la piedad. Pero no
es para él hora de milagro. Debe ser fuerte, y vosotras con él.
Ayudadle a hacer la voluntad del Señor».
«¿¡Quieres decir que deberá
morir?!» pregunta, gimiendo, Marta en lágrimas.
Y María,
nadando sus ojos en el llanto y la pasión en la voz, la dúplice
pasión por Jesús y por su hermano: «¡Oh, Maestro, pero de esta
forma me impides seguirte y servirte, e impides a mi hermano gozar de
mi resurrección. ¿Es que no quieres en casa de Lázaro el júbilo
por una resurrección?».
Jesús la
mira con una sonrisa buena y perspicaz, y dice: «¿Por una? ¿Sólo
una? ¡Pero entonces me creéis muy poca cosa, si creéis que puedo
una cosa sola! Sed buenas y fuertes. Vamos. Y no lloréis de esa
forma. Le abatiríais con dolorosas conjeturas». Y, Él el primero,
se encamina hacia donde está Lázaro, 12el
cual, sin duda para que sea más fácil asistirle, ha sido acomodado
en una sala que está junto a la biblioteca, en frente de la sala
mayor, dedicada a convites. Maximino señala la puerta, pero deja a
Jesús que entre solo.
«¡Paz a ti, Lázaro, amigo
mío!».
«¡Oh, Maestro santo! La paz a
ti. Para mí, en mis miembros, la paz ya no existe. Y siento abatido
mi espíritu. ¡Sufro mucho, Señor! Pronuncia para mí la amada
orden: "Lázaro, sal afuera", y me pondré en pie, curado,
para servirte...».
«Te daré esa orden, Lázaro.
Pero no ahora» responde Jesús abrazándole.
Lázaro está muy delgado,
amarillento, visiblemente muy enfermo y muy debilitado, y tiene
hundidos los ojos. Llora como un niño al enseñar sus piernas
hinchadas, azuladas, con llagas que yo diría varicosas, abiertas en
varios puntos. Quizás espera que Jesús, al mostrarle ese destrozo,
se conmueva y haga un milagro. Pero Jesús se limita a colocar de
nuevo, con delicadeza, sobre las llagas, las vendas untadas de
bálsamo.
«¿Has venido para quedarte?»
pregunta Lázaro, no sin desilusión.
«No. Pero vendré a menudo».
«¿Cómo? ¿Tampoco vas a
celebrar este año la Pascua conmigo? He dicho que me trajeran aquí
por ese motivo. Me habías prometido, cuando los Tabernáculos, que
ibas a estar mucho conmigo, después de las Encenias...».
«Y estaré. Pero no ahora. ¿Te
molesto si me siento aquí en la orilla de tu cama?».
«¡No, no! Todo lo contrario.
La frescura de tu mano parece como si mitigara el ardor de mi fiebre
¿Por qué no te quedas, Señor?».
«Porque como a ti te atormentan
las llagas, a mí los enemigos. A pesar de que Betania esté
considerada dentro de los límites para la Cena, y para todos; para
mí, celebrar aquí la Pascua se consideraría pecado. De lo que Yo
hago, para el Sanedrín y los fariseos, todo son camellos y
vigas...».
«¡Ah! ¡Los fariseos! ¡Es
verdad! Pero entonces en una casa mía... ¡Esto al menos!».
«Eso sí. Pero lo diré en el
último momento. Por prudencia».
«¡Ah, sí,
no te fíes! 13Te
ha ido bien con Juan, ¡eh!, ¿sabes? Ayer ha venido Tolmái con
otros y me ha traído cartas para ti. Las tienen mis hermanas. ¿Pero
dónde se han quedado Marta y María? ¿No se preocupan de recibirte
con honor?». Lázaro está inquieto, como muchos enfermos.
«Tranquilo. Están afuera, con
Simón y Margziam. He venido con ellos. Y no necesito nada. Ahora los
llamo». Y así es; llama a los que prudentemente se habían quedado
afuera.
Marta sale y vuelve con dos
rollos y se los entrega a Jesús. María, entre tanto, refiere que el
siervo de Nicodemo ha dicho que precede a su señor, que viene con
José de Arimatea. Y, contemporáneamente, Lázaro se acuerda de una
mujer («que ha llegado ayer en nombre tuyo» dice).
«¡Ah! ¡Sí! ¿Sabes quién
es?».
«Nos lo ha dicho. Es hija de un
rico de Jericó que hace años fue a Siria, de joven. La llamó
Anastásica*, en recuerdo de la flor del desierto. Pero no ha querido
revelar el nombre de su marido» explica Marta.
«No es necesario. La ha
repudiado. Por tanto, ella es únicamente "la discípula".
¿Dónde está?».
«Duerme. Está cansada. Ha
vivido muy mal estos días y estas noches. Si quieres la llamo».
«No. Deja que duerma. Me
ocuparé mañana».
14Lázaro
mira admirado a Margziam, el cual está en ascuas; y es que quisiera
saber lo que dicen los rollos. Jesús lo comprende y los abre. Lázaro
dice: «¿Cómo? ¿Él lo sabe?».
«Sí. Él y los otros, excepto
Natanael, Felipe, Tomás y Judas...».
«¡Has hecho bien en no
revelárselo a él!» interviene brúscamente Lázaro. «Tengo muchas
sospechas...».
«No soy
imprudente, amigo» le interrumpe Jesús. Lee los rollos y luego
refiere las noticias principales, o sea, que los dos se han
aclimatado, que la escuela prospera y que, si no fuera por el
declinar de Juan, todo iría bien. 15Pero
no puede decir nada mas porque se anuncia la llegada de Nicodemo y
José.
«¡Dios te salve, Maestro, esta
mañana y siempre!».
«Gracias, José. ¿Y tú,
Nicodemo, no estabas?».
«No. Pero, sabido que habías
llegado, he pensado en venir a casa de Lázaro, casi seguro de que te
encontraría. Y José se ha unido a mí».
Hablan alrededor de la cama de
Lázaro de los hechos de la mañana. Y él se interesa tanto, que
parece aliviado de su sufrimiento.
«¡Y Gamaliel, Señor? ¿Oíste?»
dice José de Arimatea.
«Oí».
Nicodemo
dice: «Yo, sin embargo, digo: ¡Y Judas de Keriot, Señor? Después
de tu partida, me le encontré vociferando como un demonio en medio
de un grupo de alumnos de los rabíes. Te acusaba y defendía al
mismo tiempo.
Estoy
seguro
_______________________
* Anastásica
(más correctamente Anastática) es la Rosa
de Jericó que
encontramos en 360.13/14. Los dos nombres, pertenecientes a la misma
persona, son de una planta denominada flor
del desierto.
de que estaba convencido de
actuar bien. Ellos querían encontrarte culpas, ciertamente
estimulados por sus maestros. Él rebatía las acusaciones con pasión
enardecida. Decía: «Sólo una culpa tiene mi Maestro: hacer
resaltar demasiado poco su poder. Deja pasar el momento oportuno.
Cansa a los buenos con su excesiva mansedumbre. ¡Rey es, debe actuar
como rey! Vosotros le tratáis como a un siervo, porque es manso. Y
Él, por ser sólo manso, se destruye. Para vosotros, que sois viles
y crueles, no hay otra casa aparte del azote de un poder absoluto y
violento. ¡Ah, si pudiera hacer de Él un violento Saúl!"».
Jesús menea la cabeza sin decir
nada.
«De todas formas, a su manera,
te ama» observa Nicodemo.
«¡Qué hombre más
desconcertante! » exclama Lázaro.
«Sí. Bien has dicho. Yo no le
entiendo, y hace dos años que estoy con él» confirma el Zelote.
María de Magdala se alza, con
majestuosidad de reina, y con su espléndida voz proclama: «Yo le he
entendido más que todos: es el oprobio al lado la Perfección. Y no
hay nada más que decir», y sale para alguna incumbencia, llevándose
consigo a Margziam.
«Quizás María tiene razón»
dice Lázaro.
«También lo creo yo» dice
José.
16«¿Y
Tú, Maestro, qué dices?».
«Digo que
Judas es "el hombre". Como lo es Gamaliel. El hombre
limitado junto a Dios infinito. El hombre está tan restringido en su
pensamiento, mientras no le airea sobrenaturalmente, que puede acoger
una sola idea, incrustarla dentro de sí, o incrustarse en ella, y
quedarse así. Incluso contra la evidencia. Terco. Obstinado. Incluso
por fidelidad hacia la cosa que más le ha impresionado. En el fondo,
Gamaliel tiene una fe, como pocos en Israel, en el Mesías que
vislumbró y reconoció en un niño. Y es fiel a las palabras de
aquel niño... Y lo mismo Judas. Saturado de la idea mesiánica como
la mayor parte de Israel la cultiva, confirmado en ella por mi
primera manifestación a él, ve, quiere ver, en el Cristo el rey. El
rey temporal y poderoso... Y es fiel a este concepto suyo. ¡Cuántos,
incluso en el futuro, se malograrán por una concepción de fe
equivocada, terca contra toda razón! ¿Pero qué creéis, que es
fácil seguir la verdad y la justicia en todas las cosas? ¿Qué
creéis, que es fácil salvarse sólo porque se sea un Gamaliel y un
Judas apóstol? No. En verdad, en verdad os digo que es más fácil
que se salve un niño, un fiel común, que uno elevado a especial
cargo y a especial misión. Generalmente entra, en los llamados a
extraordinaria suerte, la soberbia de su vocación, y esta soberbia
abre las puertas a Satanás, expulsando a Dios. Las caídas de las
estrellas son más fáciles que las de las piedras. El Maldito trata
de apagar los astros y se insinúa, se insinúa tortuoso para hacer
de palanca contra los elegidos y poder volcarlos. Si miles de hombres
caen en los errores comunes, su caída no arrastra nada más que a
ellos mismos. Pero si cae uno de los elegidos para una extraordinaria
suerte, y viene a ser instrumento de Satanás en vez de serlo de
Dios, su voz en vez de "mi"
voz, su discípulo en vez de "mi"
discípulo, entonces la ruina es mucho mayor y puede dar origen
incluso a profundas herejías que dañan a un numero sin número de
espíritus. El bien que Yo doy a una persona producirá mucho bien si
cae en un terreno humilde y que sabe permanecer humilde; pero, si cae
en un terreno soberbio o que se hace soberbio por el don recibido,
entonces de bien se transforma en mal. A Gamaliel le fue concedida
una de las primeras epifanías del Cristo. Debía ser su precoz
llamada a Cristo; sin embargo, es la razón de su sordera a mi voz
que le llama. A Judas le ha sido concedido ser apóstol: uno de los
doce apóstoles entre los millares de hombres de Israel. Debía ser
esto su santificación. Pero, ¿qué será?... Amigos míos, el
hombre es el eterno Adán... Adán tenía todo. Todo menos una cosa.
Quiso ésa. ¡Y si el hombre se queda en Adán! ¡Ah, pero muy a
menudo se transforma en Lucifer! Tiene todo menos la divinidad*.
Quiere la divinidad. Quiere lo sobrenatural para causar asombro, para
ser aclamado, temido, conocido, celebrado... Y, para conseguir algo
de eso que sólo Dios puede gratuitamente dar, se agarra fuertemente
a Satanás, que es el Simio de Dios y da sucedáneos de dones
sobrenaturales. ¡Qué horrenda suerte la de estos que se han
transformado en demonios! 17Os
dejo, amigos. Me retiro bastante. Tengo necesidad de recogerme en
Dios...».
Jesús, muy turbado, sale... Los
que se quedan (Lázaro, José, Nicodemo y el Zelote) se miran.
«¿Has visto cómo se ha
turbado?» pregunta en voz baja José a Lázaro.
«Sí, lo he visto. Parecía
como si estuviera viendo un espectáculo horrendo».
«¿Qué tendrá en el corazón?»
pregunta Nicodemo.
«Sólo Él y el Eterno lo
saben» responde José.
«¿Tú no sabes nada, Simón?».
«No. Lo cierto es que hace
meses que está muy angustiado».
«¡Dios le proteja! Pero lo
cierto es que el odio aumenta».
«Sí, José. El odio aumenta...
Creo que pronto el Odio va a vencer al Amor».
«¡No digas eso, Simón! ¡Si
debe suceder así, no volveré a pedir la curación! Mejor morir que
asistir al más horrendo de los errores».
«De los sacrilegios, debes
decir, Lázaro...».
«Y... Israel es capaz de esto.
Está maduro para repetir el gesto de Lucifer declarando la guerra al
Señor bendito» suspira Nicodemo.
Un silencio penoso se forma,
cual mordaza que estrangula todas las gargantas... Declina la tarde
en la habitación en que cuatro hombres honestos piensan en los
futuros delincuentes.
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* Tiene
todo menos la divinidad. MV,
en una copia mecanografiada, lo explica de la siguiente manera: La
Gracia diviniza al hombre, pero el hombre no es Dios. Viene a ser
semejante a Dios por participación, no por una naturaleza igual.
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