....Echa
encima algunas yerbas secas, y en la llama enciende una rama de acacia que mantiene
en alto a la entrada de la guarida mientras Judas y Juan recogen mantos, sacas
y unos pequeños odres de piel de los que sólo uno está todavía lleno. Luego
apaga la rama contra la roca, carga su saca y se pone el manto, como todos,
atándoselo a la cintura para que no moleste al andar.
Bajan,
sin más palabras, uno detrás de otro, por un sendero inclinadísimo espantando a
los pequeños animales que están comiendo las pocas yerbas que todavía resisten
el sol. El camino es largo e incómodo. Por fin llegan al llano. Tampoco es muy
cómodo aquí el camino, donde piedras y lascas se mueven, traidoras, bajo el
pie, hiriéndolo incluso, porque la tierra, reducida a polvo, las oculta y no se
pueden evitar; aquí donde matorrales quemados, espinosos, arañan y dificultan
el paso enganchándose en los bajos de las túnicas; pero es un camino más
expedito.
Arriba
las estrellas están cada vez más hermosas.
Marchan,
marchan, marchan durante horas. La llanura es cada vez más estéril y triste.
Titileos de lascas brillan en ciertas arrugas del terreno, en concavidades que
hay entre las escabrosídades del suelo. Parecen lascas de brillantes sucios.
Juan se agacha a mirarlas.
«Es
la sal del subsuelo; está saturado de sal. Aflora con las aguas de primavera y
después se seca. Por eso la vida no resiste aquí. El mar Oriental, a través de
profundas venas, esparce su muerte en muchos estadios a la redonda. Sólo donde
manantiales dulces combaten su acción mordiente es posible encontrar plantas...
y también alivio» explica Jesús.
8Siguen caminando
hasta que Jesús se para junto a la roca cóncava en que le vi tentado por
Satanás. «Detengámonos aquí. Sentaos. Dentro de poco cantará el gallo.
Caminamos desde hace seis horas. Debéis tener hambre, sed y cansancio. Tomad.
Comed y bebed sentados aquí en torno a mí, mientras os digo todavía otra cosa
que vosotros transmitiréis a los amigos y al mundo». Jesús ha abierto su saca y
ha sacado de ella pan y queso, lo corta y lo distribuye, y de una pequeña
calabaza echa en una escudilla agua, y también la distribuye.
«¿Tú
no comes, Maestro?».
«No.
Yo os hablo. Oíd. Una vez hubo uno, un hombre, que me preguntó si había sido
tentado alguna vez; que me preguntó si no había pecado nunca; que me preguntó
si, en la tentación, no había cedido nunca; y que se maravilló porque Yo, el
Mesías, había solicitado, para resistir, la ayuda del Padre diciendo:
"Padre, no me dejes caer en la tentación"».
Jesús
habla despacio, con calma, como si estuviera narrando un hecho desconocido para
todos... Judas baja la cabeza como cohibido, pero los otros están tan centrados
en mirar a Jesús que eso les pasa desapercibido.
Jesús
continúa: «Ahora vosotros, mis amigos, podréis saber lo que sólo atisbó aquel
hombre. Después del bautismo ‑ estaba limpio, pero no se está nunca suficientemente
limpio respecto al Altísimo, y la humildad de decir "soy hombre y
pecador" es ya bautismo que hace limpio al corazón ‑ vine aquí. Me había
llamado "el Cordero de Dios" aquel que ‑ santo y profeta ‑ veía la Verdad y veía bajar al
Espíritu sobre el Verbo y ungirle con su crisma de amor, mientras la voz del
Padre llenaba los cielos de su sonido diciendo: "He aquí a mi Hijo muy
amado en quien me he complacido". Tú, Juan, estabas presente cuando el
Bautista repitió las palabras... Después del bautismo, a pesar de estar limpio
por naturaleza y limpio por figura, quise "prepararme". Sí, Judas;
mírame, que mi ojo te diga lo que aún calla la boca. Mírame, Judas. Mira a tu
Maestro, que no se sintió superior al hombre por ser el Mesías y que, antes bien,
sabiendo que era el Hombre, quiso serlo en todo, excepto en condescender al
mal. Eso es. Así».
Ahora
Judas ha levantado la cara y mira a Jesús, que está frente a él. La luz de las
estrellas hace brillar los ojos de Jesús como si fueran dos estrellas fijas en
un pálido rostro.
9«Para
prepararse a ser maestro, hay que haber sido escolar. Yo, como Dios, sabía
todo, con mi inteligencia, incluso, Yo podía comprender las luchas del hombre,
por poder intelectivo e intelectualmente. Pero un día algún pobre amigo mío,
algún pobre hijo mío, habría podido decir y decirme: 'Tú no sabes qué es ser
hombre y tener sentido y pasiones". Habría sido un reproche justo. Vine
aquí, o mejor, allí, a aquel monte, para prepararme... no sólo a la misión...
sino también a la tentación. ¿Veis? Aquí, donde vosotros estáis, Yo fui
tentado. ¿Por quién? ¿Por un mortal? No. Demasiado débil habría sido su poder.
Fui tentado por Satanás directamente.
Estaba
agotado. Hacía cuarenta días que no comía... Pero, mientras había estado
sumergido en la oración, todo se había anulado en la alegría que significa el
hablar con Dios; más que anulado, se había hecho soportable. Lo sentía como una
molestia de la materia, circunscrito a la sola materia... Luego volví al
mundo... a los caminos del mundo... y sentí las necesidades de quien está en el
mundo: tuve hambre, tuve sed, sentí el frío punzante de la noche desértica,
sentí el cuerpo agotado por la falta de descanso y de lecho y por el largo
camino recorrido en condiciones de debilidad tal, que me impedían continuar...
Porque
Yo también tengo una carne, amigos, una verdadera
carne, sujeta a las mismas debilidades que tiene toda carne, y con la carne
tengo un corazón. Sí. Del hombre he tomado la primera y la segunda de las tres
partes que le constituyen. He tomado la materia con sus exigencias y lo moral
con sus pasiones. Y, si por voluntad propia he doblegado en el momento de su
nacimiento todas las pasiones no buenas, he dejado que crecieran poderosas como
cedros seculares las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las
amistades, del trabajo, de todo lo que es óptimo y santo. Aquí sentí nostalgia
de mi Madre lejana, aquí sentí necesidad de que Ella prodigara sus cuidados a mi fragilidad humana, aquí sentí
renovarse el dolor de haberme separado de la Única que me amaba perfectamente,
aquí presentí el dolor que me está reservado y el dolor de su dolor; pobre
Mamá, se le agotarán las lágrimas de tantas como deberá esparcir por su Hijo y
por obra de los hombres. Aquí sentí el cansancio del héroe y del asceta que en
una hora de premonición se hace conocedor de la inutilidad de su esfuerzo...
Lloré... La tristeza... reclamo mágico para Satanás. No es pecado estar tristes
si la hora es penosa, es pecado ceder más allá de la tristeza y caer en inercia
o desesperación. Y Satanás en seguida acude cuando ve a uno caído en languidez
de espíritu.
Vino.
Bajo apariencia de benigno viandante. Toma siempre formas benignas... Yo tenía
hambre... y tenía mis treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda. En primer
lugar me dijo: "Di a estas piedras que se conviertan en pan". Pero
antes... sí... antes me había hablado de la mujer.. ¡Oh, él sabe hablar de
ella, la conoce a fondo! La corrompió primero, para hacerla su aliada de
corrupción. No soy sólo el Hijo de Dios, soy Jesús, el obrero de Nazaret. A
aquel hombre que me hablaba, preguntándome si conocía tentación, y casi me
acusaba de ser injustamente beato por no haber pecado, le dije: "El acto
se aplaca en la satisfacción. La tentación rechazada no cae, sino que se hace
más fuerte, y a ello concurre Satanás azuzándola". Rechacé la tentación
tanto del hambre de la mujer como del hambre del pan. Y debéis saber que
Satanás me presentaba la primera ‑ y no estaba equivocado, humanamente hablando
‑ como la mejor aliada para afirmarse en el mundo.
La Tentación ‑ no vencida
por mi respuesta: "no sólo de sentido vive el hombre" ‑ me habló
entonces de mi misión. Quería seducir al Mesías después de haber tentado al
Joven, y me incitó a aniquilar a los indignos ministros del Templo con un
milagro... No se rebaja el milagro, llama del cielo, a hacer de él un círculo
de mimbre con que coronarse... No se tienta a Dios pidiendo milagros para fines
humanos. Esto quería Satanás. El motivo presentado era el pretexto, la verdad
era: "Gloríate de ser el Mesías"; para llevarme a la otra
concupiscencia, la del orgullo.
No
vencido por mi "no tentarás al Señor tu Dios", me insidió con la
tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh, el oro! Gran cosa el pan y mayor
aún la mujer, para quien anhela el alimento o el placer; grandísima cosa es
para el hombre la aclamación de las multitudes... Por estas tres cosas,
¡cuántos delitos se cometen! ¡Ah!, pero el oro... el oro... llave que abre,
círculo que suelda, es el alfa y el omega de noventa y nueve de cada cien de
las acciones humanas. Por el pan y la mujer, el hombre se hace ladrón; por el
poder, homicida incluso; pero por el oro se hace idólatra. Satanás, el rey del
oro, me ofreció su oro a condición de que le adorase... Le traspasé con las
palabras eternas: "Adorarás sólo al Señor tu Dios".
Aquí,
aquí sucedió esto».
10Jesús se ha
puesto en pie. En el marco de la naturaleza llana que le circunda y de la luz
ligeramente fosforescente que llueve de las estrellas, parece más alto que de
costumbre. También los discípulos se levantan. Jesús sigue hablando, mirando
fija e intensamente a Judas.
«Entonces
vinieron los ángeles del Señor.. El Hombre había vencido la triple batalla. El
hombre sabía qué quería decir ser hombre, y había vencido; estaba exhausto, la
lucha había sido más agotadora que el largo ayuno... Mas el espíritu descollaba
en gran medida... Yo creo que ante este completarme como criatura dotada de
cognición se estremecieron los Cielos. Yo creo que desde ese momento vino a mí
el poder de milagros. Había sido Dios. Yo me había hecho el Hombre. Ahora,
venciendo al animal que estaba unido a la naturaleza del hombre, he aquí que Yo
era el Hombre‑Dios, lo soy. Como Dios todo lo puedo, como Hombre todo lo
conozco. Haced también vosotros como Yo si queréis hacer lo que Yo hago, y
hacedlo en memoria mía.
Aquel
hombre se maravillaba de que hubiera solicitado la ayuda del Padre, y de que le
hubiera rogado que no me dejara caer en tentación, es decir, que no me dejara a
merced de la Tentación
más allá de mis fuerzas. Creo que aquel hombre, ahora que sabe, ya no se
asombrará. Actuad también vosotros así, en memoria mía y para vencer como Yo, y
no dudéis nunca viéndome fuerte en todas las tentaciones de la vida, victorioso
en las batallas de los cinco sentidos, del sentido y del sentimiento, sobre mi
naturaleza de verdadero Hombre (la que tengo además de mi naturaleza de Dios).
Recordad todo esto.
11Os había
prometido llevaros a donde hubierais podido conocer al Maestro... desde el alba
de su día (un alba pura como esta que está naciendo) hasta el mediodía de su
vida, aquél del cual me alejé para ir hacia mi humana tarde... Le dije a uno de
vosotros: "Yo también dije me he preparado"; ahora veis que era
verdad.
Os
doy las gracias por haberme hecho compañía en este retorno al lugar natal y al
lugar penitencial. Los primeros contactos con el mundo me habían nauseado y
desilusionado; es demasiado feo. Ahora mi alma está nutrida de la médula del
león: de la fusión con el Padre en la oración y en la soledad. Puedo volver al
mundo para coger de nuevo mi cruz, mi primera cruz de Redentor, la del contacto
con el mundo, con el mundo en el que demasiado pocas son las almas cuyo nombre
es María, cuyo nombre es Juan...
Ahora
escuchad; tú especialmente, Juan. Volvemos adonde mi Madre y los amigos. Os
ruego que no le habléis a mi Madre de la dureza que han opuesto al amor de su
Hijo; sufriría demasiado. Sufrirá mucho, mucho, mucho... por esta crueldad del
hombre... mas no le presentemos ya desde ahora el cáliz: ¡será muy amargo,
cuando le sea dado!; tan amargo que, como un tóxico, le bajará serpenteando a
las entrañas santas y a las venas y se las morderá y le helará el corazón.
¡Oh!, ¡no digáis a mi Madre que Belén y Hebrón me rechazaron como a un perro!
¡Tened piedad de Ella! Tú, Simón, eres anciano y bueno, eres un espíritu de
reflexión y sé que no hablarás. Tú, Judas, eres judío, y no hablarás por
orgullo regional. Mas, tú, Juan, tú, galileo y joven, no caigas en el pecado de
orgullo, de crítica, de crueldad. Calla. Más tarde... más tarde a los demás les
dirás cuanto ahora te ruego que calles. También a los demás. Hay ya mucho que
decir de las cosas del Cristo. ¿Por qué añadir lo que es de Satanás contra el
Cristo? Amigos, ¿me prometéis todo esto?».
«¡Oh!
¡Maestro! ¡Claro que te lo prometemos, estáte seguro!».
«Gracias.
Vamos hasta aquel pequeño oasis acariciado por el camino que lleva al río. Allí
hay un manantial, una cisterna llena de frescas aguas, sombra y verdura.
Podremos encontrar alimento y descanso hasta el anochecer. A la luz de las
estrellas nos llegaremos hasta el río, hasta el vado, y esperaremos a José o
nos uniremos a él en el caso de que ya haya vuelto. Vamos».
Y
se ponen en camino, mientras el primer arrebol en el límite del Oriente dice
que un nuevo día nace.
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