300. Con escribas y fariseos en casa del resucitado
de Naím.
12 de octubre de 1945.
1Hay gran ambiente festivo en la
ciudad de Naím: recibe a Jesús por primera vez después del milagro
del joven Daniel resucitado de la muerte.
Precedido y
seguido por un buen número de personas, Jesús atraviesa la ciudad
bendiciendo. Además de los de Naím, hay personas de otros lugares,
que vienen de Cafarnaúm, adonde habían ido a buscarle y de donde
los habían mandado a Caná, y de esta ciudad a Naím. Tengo la
impresión de que, ahora que tiene muchos discípulos, Jesús ha
creado una red de informaciones, de forma que los peregrinos que
le
buscan le puedan encontrar a pesar de su continuo cambio de lugar,
que, de todas maneras, es de pocas millas al día, tanto cuanto
consienten la época del año y la brevedad de los días. Entre estas
personas que han venido de otros lugares buscándole, no faltan
fariseos y escribas, aparentemente respetuosos...
2Jesús
se hospeda en casa del joven resucitado, en la que han concurrido
también las personas importantes de la ciudad; y la madre de Daniel,
al ver a los escribas y fariseos siete como los pecados
capitales , toda humilde, los invita, disculpándose de no
poder ofrecerles una morada más digna.
«Está el Maestro, está el
Maestro, mujer. Ello daría valor incluso a una cueva. Tu casa es
mucho más que una cueva. Así que entramos y decimos: "Paz a ti
y a tu casa"».
Efectivamente, la mujer, a pesar
de que ciertamente no es rica, ha hecho lo posible y lo imposible
para dar honor a Jesús. No hay duda de que han entrado en liza todos
los bienes de Naím, puestos conjuntamente en movimiento para
embellecer la casa y aderezar las mesas. Las respectivas propietarias
ojean, desde todos los puntos posibles, a la comitiva que pasa por el
pasillo de entrada, y que se dirige a dos habitaciones situadas una
frente a la otra, donde la dueña de la casa ha preparado las mesas.
Quizás han pedido sólo esto por el préstamo de vajillas, manteles,
asientos, y por su ayuda en la cocina; esto sólo: ver de cerca al
Maestro y respirar donde Él respira. Y ahora se asoman acá o allá,
rojas, llenas de harina o de ceniza, o goteándoles las manos, según
su tarea culinaria; ojean, reciben su pedacito de mirada divina, su
porcioncita de voz divina, beben la dulce bendición con el oído y
la dulce figura con la mirada, y vuelven, todavía más rojas,
felices, a la lumbre, a la amasadera o al fregadero.
Felices ellas. Felicísima la
que, con la dueña de la casa, ofrece las jofainas de las abluciones
a los invitados importantes. Es una jovencita obscura de ojos y
cabellos, pero de tez tenuemente sonrosada; más rosa cuando la dueña
de la casa explica a Jesús que es la prometida de su hijo y que
pronto se celebrarán la bodas. «Hemos esperado a que vinieras para
celebrarlas, para que toda la casa quedara por ti santificada. Ahora
bendícela, para que sea una buena esposa en esta casa».
Jesús la mira, y, dado que ella
se inclina, le impone las manos diciendo: «Florezcan en ti las
virtudes de Sara, Rebeca y Raquel; de ti nazcan verdaderos hijos de
Dios, para su gloria y para alegría de esta morada».
Ya Jesús y
las personas importantes se han purificado y entran en la sala del
banquete con el
joven,
dueño de la casa, mientras los apóstoles, con otros hombres de Naím
menos influyentes, entran en la habitación de enfrente. El banquete
empieza.
3Comprendo, por lo que hablan,
que, antes de que empezase la visión, Jesús habla predicado y
curado en Naím. Pero los fariseos y escribas poco se detienen en
esto. En cambio llenan de preguntas a los de Naím para saber
detalles sobre la enfermedad de que había muerto Daniel, sobre las
horas que habían transcurrido entre la muerte y la resurrección, y
sobre si había sido embalsamado completamente o no, etc. etc.
Jesús se abstrae de todas estas
indagaciones hablando con el resucitado, que está magníficamente y
come con un apetito formidable. Pero un fariseo llama a Jesús para
preguntarle si había sabido antes de la enfermedad de Daniel.
«Venía de Endor por pura
coincidencia, porque había querido complacer a Judas de Keriot, como
también había complacido a Juan de Zebedeo. Ni siquiera sabía que
había de pasar por Naím cuando empecé el camino para el
peregrinaje pascual» responde Jesús.
«¡Ah, no habías ido
premeditadamente a Endor?» pregunta asombrado un escriba.
«No. No tenía, entonces, ni la
más mínima intención de ir a Endor».
«¿Y entonces cómo es que
fuiste?».
«Lo acabo de decir: porque
Judas de Simón quería ir».
«¿Y por qué este capricho?».
«Para ver la gruta de la maga».
«Quizás es que Tú habías
hablado de eso...».
«¡Jamás! No tenía motivo
para hablar de eso».
«Lo que quiero decir es que...
quizás habías explicado con ese episodio otros sortilegios, para
iniciar a tus discípulos en...».
«¿En qué? Para iniciar en la
santidad no se necesitan peregrinajes. Una celda o una landa
desierta, un pico de montaña o una casa solitaria van bien
igualmente. Basta, en quien enseña, autoridad y santidad, y, en
quien escucha, voluntad de santificarse. Yo enseño esto y no otras
cosas».
«Pero los milagros que ahora
hacen ellos, los discípulos, qué son sino prodigios y...».
«Y voluntad de Dios. Sólo eso.
Y cuanto más santos vayan siendo más harán. Con la oración, con
el sacrificio y con su obediencia a Dios. No con otras cosas».
«¿Estás seguro de eso?»
pregunta un escriba, con la mano en el mentón y mirando de reojo, y
de abajo arriba, a Jesús, con tono discretamente irónico y no sin
un sentido de conmiseración.
«Son las armas y las doctrinas
que les he dado. Si luego alguno de ellos, y son muchos, se corrompe
con innobles prácticas, por soberbia o por otra cosa, el consejo no
habrá provenido de mí. Puedo orar para tratar de redimir al
culpable. Puedo imponerme duras penitencias expiatorias para obtener
que Dios le ayude especialmente con luces de su sabiduría para que
vea el error. Puedo arrojarme a sus pies para suplicarle que abandone
el pecado, con todo mi amor de Hermano, Maestro y Amigo. Y no
pensaría que me estaría rebajando al hacer eso, porque el precio de
un alma es tal, que merece la pena sufrir cualquier humillación para
ganarla. Pero no puedo hacer más. Si, a pesar de eso, continúa el
pecado, llanto y sangre rezumarán de los ojos y el corazón del
traicionado e incomprendido Maestro y Amigo». ¡Qué dulzura y qué
tristeza en la voz y en la expresión de Jesús!
Los escribas y fariseos se miran
entre sí. Es todo un juego de miradas. Pero no hacen ningún
comentario al respecto.
4En cambio, eso sí, hacen
preguntas al joven Daniel: ¿se acuerda de qué es la muerte?; ¿qué
sintió al volver a la vida?; ¿qué vio en el espacio entre la
muerte y la vida?
«Yo sé que estaba enfermo y
que sufrí la agonía. ¡Oh, qué cosa más tremenda! ¡No me hagáis
recordarlo!... Y, no obstante, llegará el día en que tendré que
volverla a sufrir. ¡Oh, Maestro!...». Le mira aterrorizado, y
empalidece ante el pensamiento de que tendrá que morir otra vez.
Jesús le consuela dulcemente
diciendo: «La muerte es de por sí expiación. Tú, muriendo dos
veces, quedarás purificado de toda mancha y gozarás en seguida del
Cielo. Pero que este pensamiento te haga vivir una vida santa, de
forma que sólo haya en ti involuntarias y veniales culpas».
Mas los fariseos vuelven al
ataque: «¿Pero qué experimentaste al volver a la vida?».
«Nada. Me he encontré vivo y
sano como si me hubiera despertado de un largo sueño pesado».
«¿Pero te acordabas de haber
muerto?».
«Me acordaba de que había
estado muy mal, hasta la agonía, y nada más».
«¿Y qué recuerdas del otro
mundo?».
«Nada. No hay nada. Un agujero
negro, un espacio vacío en mi vida... Nada».
«¿Entonces para ti no hay
Limbo, ni Purgatorio ni Infierno?».
«¿Quién ha dicho que no
existen? Claro que existen. Pero yo no los recuerdo».
«Pero estás seguro de haber
estado muerto?».
Reaccionan todos los que hay de
Naím: «¡Que si estaba muerto? ¡Qué más queréis? Cuando le
pusimos en la lechiga estaba casi empezando a oler. ¡Y, además!...
con todos esos bálsamos y vendas habría muerto hasta un coloso».
«¿Pero tú no te acuerdas de
haber muerto?».
«Os he dicho que no». El joven
se impacienta y añade: «¿Pero qué es lo que queréis establecer
con estas lúgubres argumentaciones?: ¿que un entero pueblo
aparentaba que me tenía muerto a mí, incluida mi madre, incluida mi
mujer, que estaba en la cama muriendo de dolor, incluido yo, atado y
embalsamado, y que no era verdad? ¿Qué estáis diciendo?: ¿que en
Naím éramos todos niños o imbéciles con ganas de bromas? Mi madre
se puso blanca en pocas horas, mi mujer tuvo que ser asistida porque
el dolor y la subsiguiente alegría la habían como enloquecido. ¿Y
vosotros dudáis? ¿Y por qué lo íbamos a haber hecho?».
«¿Por qué? ¡Es verdad! ¿Por
qué lo íbamos a haber hecho?» dicen los de Naím.
5Jesús no habla. Se entretiene
con el mantel como si estuviera ausente. Los fariseos no saben qué
decir... Pero Jesús, al improviso, cuando la conversación y el
asunto parecían concluidos, abre su boca y dice: «El porqué es el
siguiente. Ellos (y señala a los fariseos y escribas) quieren
establecer que tu resurrección no fue sino una artimaña bien
montada para aumentar mi estima ante las multitudes: Yo, el que la
ideó; vosotros, cómplices para traicionar a Dios y al prójimo. No.
Yo dejo las fullerías a los innobles. No necesito hechicerías ni
estratagemas, ni artimañas o complicidades, para ser lo que soy.
¿Por qué queréis negar a Dios el poder de devolver el alma a una
carne? Si Él la da cuando la carne se forma, y crea una a una las
almas, ¿no podrá restablecerla cuando, volviendo a la carne por la
oración de su Mesías, puede ser incentivo para que multitud de
gente se acerque a la Verdad? ¿Podéis negar a Dios el poder del
milagro? ¿Por qué lo queréis negar?».
«¿Eres Tú Dios?».
«Yo soy quien soy. Mis milagros
y mi doctrina dicen quién soy».
«¿Y entonces por qué éste no
recuerda, mientras que los espíritus invocados saben decir lo que es
el más allá?».
«Porque esta alma, ya
santificada por la penitencia de una primera muerte, habla la verdad;
mientras que lo que sale de los labios de los nigromantes no es
verdad».
«Pero Samuel…».
«Pero Samuel
fue,
por mandato de Dios* y no de la maga, a llevar al desleal para con la
Ley el veredicto del Señor cuyas
disposiciones no se hacen objeto de burla».
6«¿Y entonces, por qué tus
discípulos lo hacen?».
La voz arrogante de un fariseo,
que ha alzado el tono porque se ha sentido tocado en la herida, llama
la atención de los apóstoles, que están en la habitación de
enfrente, separados por un pasillo de poco más de un metro de ancho
y sin separación de puertas o cortinas gruesas. Sintiendo que es
algo que los atañe, se levantan y van al pasillo sin hacer ruido, y
se poner a escuchar.
«¿En qué lo hacen? Explícate.
Si tu acusación es verdadera, les advertiré que no vuelvan a obrar
contra la Ley».
«Yo sé en qué, y como yo
muchos otros. Pero descúbrelo Tú por ti mismo, Tú, que resucitas a
los muertos y te dices más que profeta. Nosotros, puedes estar
seguro, no te lo vamos a decir. Además, tienes ojos para ver también
muchas otras cosas cometidas por tus discípulos, hechas cuando no se
debe o no hechas cuando se deben hacer. Y Tú no le das importancia a
esto».
«¿Queréis indicarme algunas
de estas cosas?».
«¿Por qué tus discípulos
violan las tradiciones de los antepasados? Hoy los hemos observado.
¡Hoy otra vez! ¡No hace más de una hora! ¡Han entrado en su sala
para comer y antes no se han purificado las manos!» (Si los fariseos
hubieran dicho: «y antes han degollado a unos cuantos de la ciudad»
no habrían expresado un tono tan profundamente lleno de horror).
7«Sí,
los habéis observado. Hay muchas cosas que ver. Cosas hermosas y
buenas, cosas que mueven a bendecir al Señor por habernos dado la
vida para que pudiéramos verlas, y por haberlas creado o consentido.
Ésas no las veis. Y, como vosotros, otros muchos. Y la verdad es que
perdéis el tiempo y la paz yendo detrás de las cosas no buenas.
____________________
*
Samuel fue, por mandato de Dios...
: en 1
Samuel 28, 3 19.
Parecéis chacales, o mejor,
hienas que corren tras la estela de una pestilencia y no se cuidan de
la afluencia de perfumes que vienen en el viento desde jardines
llenos de aromas. A las hienas no les gustan las azucenas ni las
rosas, jazmines ni alcanfores, cinamomos ni claveles. Para ellas
significan olores desagradables. Pero el hedor de un cuerpo en
putrefacción en el fondo de un barranco, o en un camino, sepultado
bajo los espinos a que le ha arrojado un asesino, o lanzado a una
playa desierta por la tempestad, hinchado, cárdeno, agrietado,
horrendo, ¡ah, ese hedor es perfume agradable para las hienas!
Olisquean el viento vespertino, que condensa y transporta consigo
todos los olores que el sol destila de las cosas que ha calentado,
para sentir este vago, sugestivo olor; y, una vez descubierto, una
vez captada su dirección, empiezan a correr, con el hocico alzado,
los dientes descubiertos por la vibración semejante a una
risa histérica de las mandíbulas, para ir al lugar de la
podredumbre. Y, ya sea cadáver de hombre o de cuadrúpedo, o de
culebra quebrantada por el campesino o garduña muerta a manos del
ama de casa, o aunque fuera una simple rata... les gusta, sí, les
gusta, les gusta. Y en ese hedor en fermentación hunden sus patas,
comen, se relamen...
¿Que hay hombres que día tras
día se santifican? ¡Eso no les interesa! Pero basta con que uno
sólo haga algún mal, basta con que algunos descuiden no ya un
precepto divino sino una práctica humana llamadla tradición,
precepto o como queráis... al fin y al cabo una cosa humana ,
basta eso para ir allí y acusar; aunque se trate solamente de una
sospecha... cuando menos para darse la satisfacción de ver que la
sospecha era una realidad.
8Pues bien, responded ahora
vosotros, vosotros que habéis venido aquí no por amor, sino con
maligna intención, responded: ¿Por qué violáis el precepto de
Dios por una tradición vuestra? ¡No me diréis ahora que una
tradición es más que un mandamiento! Pues bien, Dios dijo: "Honra
a tu padre y a tu madre", y también: "Quien maldijere a su
padre o a su madre será reo de muerte". Pero vosotros decís:
"Aquel que dijere a su padre y a su madre: 'Lo que debías
recibir de mí es korbán' no está obligado a usarlo para su padre o
para su madre". Por tanto, con vuestra tradición, habéis
anulado el precepto de Dios.
¡Hipócritas! Bien profetizó
de vosotros Isaías diciendo: "Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí; en vano me honran, pues,
enseñando doctrinas y preceptos de hombre".
Estáis atentos a las
tradiciones de los hombres, al lavado de ánforas y copas, de platos
y manos, y otras cosas semejantes; pero, eso sí, descuidáis los
preceptos de Dios. Os escandalizáis porque uno no se lave las manos;
pero, eso sí, justificáis la ingratitud y la avaricia de un hijo
ofreciéndole la escapatoria de la ofrenda sacrificial para no dar un
pan a quien le engendró y ahora necesita ayuda y él tiene la
obligación de honrarle porque es padre suyo. Alteráis y violáis la
palabra de Dios por obedecer a palabras vuestras, elevadas por
vosotros a precepto. Así, os proclamáis más justos que Dios. Os
arrogáis el derecho de legisladores, siendo así que sólo Dios es
Legislador en su pueblo. Vosotros...».
Y seguiría; pero el grupo
enemigo abandona la sala bajo la granizada de acusaciones, chocándose
con los apóstoles y con todas las otras personas que estaban en la
casa, invitados o gente venida a ayudar a la dueña de la casa, los
cuales, atraídos por el tañido de la voz de Jesús, se habían
agrupado en el pasillo.
9Jesús, que se había puesto de
pie, se sienta de nuevo, e indica a todos los presentes que entren
adonde está Él. Les dice: «Escuchad todos y comprended esta
verdad. No hay nada fuera del hombre que entrando en él le pueda
contaminar. Lo que sale del hombre es lo que contamina. Quien tenga
oídos para oír que oiga, y use la razón para comprender y la
voluntad para obrar. Y ahora salgamos. Vosotros de Naím perseverad
en el bien y esté siempre con vosotros mi paz».
Se levanta, saluda en particular
a los dueños de la casa, y se encamina por el pasillo.
Pero ve a las mujeres amigas,
que, recogidas en un ángulo, le miran embelesadas, y se dirige a
ellas para decirles: «Paz a vosotras también. Que el Cielo os pague
el haberme socorrido con un amor que no me ha permitido echar de
menos la mesa materna. He sentido vuestro amor de madres en cada miga
de pan, en cada una de las viandas guisadas o asadas, en el dulce de
miel, en el vino fresco y aromático. Amadme siempre así, buenas
mujeres de Naím. Y la próxima vez no trabajéis tanto para mí. Es
suficiente un pan y un puñado de aceitunas condimentadas con vuestra
sonrisa materna y vuestra mirada honesta y buena. Sed felices en
vuestras casas, porque tenéis el agradecimiento del Perseguido, que
se pone en camino consolado por vuestro amor».
Las mujeres, todas, felices a
pesar de estar llorando, se han arrodillado; y Él, al pasar, roza
apenas, una a una, sus cabellos blancos o negros, como para
bendecirlas. Luego sale y reanuda su camino...
Las primeras
sombras de la noche descienden y celan la palidez de Jesús,
entristecido por demasiadas
cosas.
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