VOLUMEN TERCERO
160. Encuentro con Gamaliel en
el camino de Neftalí a Yiscala.
10 de Mayo de 1945.
1«¡Maestro! ¡Maestro! ¿Sabes quién nos
precede? ¡El rabí Gamaliel! Está sentado con sus servidores en la sombra del
bosque, protegido del viento. Es una caravana. Están asando un cordero. ¿Y
ahora qué hacemos?».
«Pues lo que
queríamos hacer, amigos. Nosotros vamos por nuestro camino...».
«Pero Gamaliel
es del Templo».
«Gamaliel no es
malo. No tengáis miedo. Voy Yo adelante».
«¡Voy también
yo!» dicen al unísono los dos primos, todos los galileos y Simón. Sólo el
Iscariote y un poco menos Tomás muestran pocas ganas de continuar el camino,
pero siguen a los otros.
Unos metros
todavía por un camino montañoso encajado entre las paredes boscosas del
monte... Luego el camino gira y llega a una especie de pequeña meseta, a la que
atraviesa, ensanchándose, para luego volver a estrecharse y a hacerse tortuoso
bajo un techo de ramas entrelazadas. En el claro soleado del bosque, amparados
por la sombra de las primeras hojas de los árboles, hay, bajo una rica tienda,
un nutrido número de personas, y otros que, en un ángulo, están girando el
cordero que tienen puesto sobre la llama.
¿Qué decir!
¡Gamaliel se cuida bien! Para un solo hombre que viaja ‑ es decir, él ‑ ha
movilizado un regimiento de servidores con no sé cuánto equipaje. Ahora está
allí, sentado, en el centro de su tienda: un telón extendido apoyado en cuatro
palos dorados, una especie de baldaquino, bajo el cual hay unos asientos bajos
cubiertos de cojines, y una mesa, que es una superficie montada sobre
caballetes taraceados, aparejada con un finísimo mantel sobre el que los
servidores disponen una valiosa vajilla. Gamaliel parece un ídolo: con las
manos abiertas sobre las rodillas, rígido, hierático, parece una estatua. En
torno a él, los servidores se mueven y giran de un lado para otro como
mariposas. Él está en otras cosas, está pensando: los párpados semicierran sus
ojos severos; cuando los abre, dos oscurísimos ojos profundos y llenos de
pensamiento se muestran en toda su severa belleza, a ambos lados de una nariz
larga y fina, bajo una frente un poco calva de viejo, alta, signada por tres
arrugas paralelas, con una gruesa vena azulada que dibuja casi una V en el
centro de la sien derecha.
2Los sirvientes se vuelven por el rumor de
los pasos de los que llegan; también Gamaliel, el cual, al ver a Jesús, que
viene el primero, hace un gesto de sorpresa y se pone en pie. Se acerca al
límite de la tienda, pero no lo sobrepasa. Desde allí, con los brazos recogidos
sobre el pecho, se inclina con gran reverencia. Jesús responde de la misma
forma.
«¿Estás aquí,
Rabí?» dice Gamaliel.
«Aquí estoy,
rabí» responde Jesús.
«¿Se te puede
preguntar a dónde te diriges?».
«Con gusto te
respondo: vengo de Neftalí y voy a Yiscala».
«¿A pie? Largo
y penoso es el camino por estos montes. Te vas a cansar demasiado».
«Créeme, si me
aceptan y prestan oído a mis palabras, todo cansancio cesa».
«Concédeme
entonces, por una vez, que sea yo quien te proporcione descanso. El cordero ya
está preparado. Habríamos dejado los restos a las aves, porque no acostumbro a
llevármelos conmigo, así que no me supone ninguna dificultad invitaros a ti y a
los tuyos. Soy amigo tuyo, Jesús. No te considero inferior a mí; antes al
contrario, mayor».
«Lo creo.
Acepto».
Gamaliel habla
con un sirviente, que parece el primero en autoridad. Éste transmite la orden:
prolongan la tienda y descargan de los muchos mulos que hay otros asientos para
los discípulos de Jesús y otros objetos del servicio de mesa.
Traen las copas
para la purificación de los dedos. Jesús, con la máxima majestuosidad, procede
al rito mientras los apóstoles ‑ observados con el rabillo del ojo, agudamente,
por Gamaliel ‑ lo hacen más mal que bien, excepto Simón, Judas de Keriot,
Bartolomé y Mateo, más habituados a los refinamientos judaicos.
Jesús se ha
puesto junto a Gamaliel, que está solo en uno de los lados de la mesa. Frente a
Jesús, Simón Zelote. Después de la oración de ofrecimiento, recitada por
Gamaliel con lentitud solemne, los sirvientes trinchan el cordero y lo
distribuyen a los invitados, y llenan de vino las copas, o de agua de miel para
quien lo prefiere.
3«El azar nos ha reunido, Maestro. No me
podía imaginar que te iba a encontrar, y menos aún dirigido a Yiscala».
«Me dirijo a
todo el mundo».
«Sí. Eres el
Profeta infatigable. Juan es el estable; Tú, el peregrino».
«Ello facilita
a las almas el encontrarme».
«No diría yo lo
mismo, porque si te mueves pierden tu pista».
«La pierden los
enemigos, pero quienes desean acercarse a mí, porque aman la Palabra de Dios, me
encuentran. No todos pueden venir al Maestro; por lo cual, el Maestro, deseoso
de todos, va a ellos, haciendo así el bien a los buenos y evitando las conjuras
de quienes le odian».
«¿Lo dices por
mí? No te odio».
«No lo digo por
ti. Pero, siendo justo y sincero como eres, podrás corroborar lo que acabo de
decir».
«Sí, así es. De
todas formas... es que nosotros los viejos te comprendemos mal».
«Sí. El viejo
Israel me comprende mal. Por desgracia para él... y por propia voluntad».
«¡Nooo!».
«Sí, rabí; no
aplica su voluntad a entender al Maestro. Y quien se limita a eso todavía hace
un mal relativo. Pero es que otros aplican su voluntad a entender mal y a alterar
mi palabra para dañar a Dios».
«¿A Dios? ¿Él
está por encima de las insidias humanas».
«Sí, pero toda
alma que se desvía, o que es desviada ‑ y desviar es alterar mi palabra y mi
obra a sí mismo o a los demás ‑ es un daño hecho a Dios en esa alma que se
pierde: toda alma que se pierde es una herida infligida a Dios».
4Gamaliel baja la cabeza y piensa con los
ojos cerrados. Luego se aprieta la frente entre sus largos y delgados dedos con
un movimiento involuntario de aflicción. Jesús le escudriña con su mirada.
Gamaliel levanta la cabeza, abre los ojos,
mira a Jesús y dice: «Pero Tú sabes que no soy uno de ellos».
«Lo sé, pero
eres uno de los primeros».
«Sí, eso es
verdad. Pero no es que no me aplique a entenderte. Lo que pasa es que tu
palabra se detiene en mi mente y no va más abajo. La mente la admira, cual
palabra de hombre docto, pero el espíritu...».
«Pero el
espíritu no puede recibirla, Gamaliel, porque tiene demasiados estorbos; que
además son cosas ya inservibles. Viniendo de Neftalí, hace poco he pasado por
un monte que sobresale de la cadena montañosa. He querido pasar por ese lugar
para contemplar la belleza de los dos lagos de Genesaret y Merón desde lo alto,
como los ven las águilas y los ángeles del Señor, para decir una vez más:
"Gracias, Creador, por la belleza que nos concedes". Pues bien,
mientras que toda la cadena es un fértil florecer, macollar, poblarse de hojas
los prados, pomares, campos y bosques, mientras los laureles desprenden su
aroma junto a los olivos, preparando ya la nieve de las mil flores, y el
robusto roble parece hacerse más bueno porque se viste de las coronas de las
clemátides y madreselvas... allí no, allí no hay floración ni fertilidad, ni de
hombre ni de la naturaleza: todo esfuerzo del viento, todo esfuerzo de los
hombres se malogra allí, porque las ruinas cielópeas de la antigua Hatzor
ocupan todo, y entre esas voluminosas piedras no puede sino crecer la ortiga y
el espino y anidar la serpiente. Gamaliel...».
«Comprendo.
También nosotros somos escombros... Comprendo la parábola, Jesús. Pero... no
puedo... no puedo cambiar de línea de actuación: las piedras están demasiado
hincadas».
«Alguien en
quien crees te dijo:* "Las piedras se estremecerán cuando pronuncie mis
últimas palabras". Pero, ¿por qué esperar a las últimas palabras del
Mesías? ¿No tendrás remordimientos por no haberme querido seguir antes? ¡Oh,
las últimas!... Tristes palabras, si se trata de un amigo que muere y que hemos
ido a escuchar demasiado tarde. Y mis
palabras son más que las de un amigo».
«Tienes razón,
pero no puedo. Espero ese signo para creer».
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* Alguien en
quien crees te dijo…: en 41.9 y 114.8/9.
«No basta un
rayo para remover un campo yermado; no lo recibe la tierra, sino sólo las
piedras que la cubren. Trabaja al menos en removerlas, Gamaliel; si no, si
continúan así, en lo profundo de ti, el signo no te llevará a creer».
Gamaliel calla,
absorto. 5La comida termina.
Jesús se
levanta y dice: «Te doy gracias, Dios mío, por esta comida y por haber podido
hablar al sabio. Y gracias a ti, Gamaliel».
«Maestro, no te
vayas así. Temo que estés enfadado conmigo».
«¡Oh!, ¡no!
Debes creerme».
«Entonces, no
vayas. Yo me estoy dirigiendo a la tumba de Hillel. ¿Desdeñarías venir conmigo?
Nos llevará poco tiempo porque tengo mulos y asnos para todos. Simplemente les
quitamos los bastos. Los llevarán los sirvientes. Así te será más corto el
camino en el trecho más duro».
«No sólo no
desdeño ir contigo, sino que me siento honrado de ello y de ir a visitar la
tumba de Hil.lel. Vamos pues».
Gamaliel da
unas órdenes y, mientras todos se ponen a trabajar para desmontar el comedor
provisional, Jesús y el rabí montan a caballo de una mula, y, al lado el uno
del otro, avanzan por el camino escarpado, silencioso, en que suenan fuerte las
pezuñas herradas.
Gamaliel guarda
silencio: sólo dos veces le pregunta a Jesús si va cómodo en la silla. Jesús
responde y calla luego, absorto en su pensamiento, hasta el punto de que no ve
que Gamaliel, sujetando un poco a su mula, le deja pasar adelante ‑ la largura
de un cuello ‑ para estudiar todos sus movimientos. Los ojos del anciano rabí
están tan atentos y fijos, que parecen los de un halcón al acecho de la presa.
Pero Jesús no se da cuenta; va sereno, acompañando el paso ondulado de la
cabalgadura; piensa; y, no obstante, advierte todos los detalles de lo que le
rodea. Alarga una mano para coger un péndulo racimo de codeso de oro; sonríe a
dos pajarillos que se están haciendo el nido en un tupido enebro; detiene la
mula para escuchar a una curruca; hace un gesto de asentimiento, como
bendiciendo, al grito impaciente con que una tórtola salvaje insta a su
compañero al trabajo.
«Quieres mucho
a las plantas y a los animales, ¿no?».
«Sí, mucho; es
mi libro vivo. El hombre tiene siempre ante sus ojos los cimientos de la fe. El
Génesis vive en la naturaleza. Y quien sabe ver sabe también creer. ¿Puede,
acaso, esta flor de tan delicado perfume y delicada materia de sus colgantes
corolas, y tan en contraste con este espinado enebro y con aquella aulaga de
punzantes hojas, haberse hecho sola? Y, mira allí, ¿puede, acaso, haberse hecho
así, solo, aquel petirrojo, con esa pincelada de sangre seca en su blando
cuello? ¿Y aquellas dos tórtolas?: ¿cómo van a haber podido pintarse ese collar
de ónix sobre el velo de las plumas grises? ¿Y allí, esas dos mariposas?: una,
negra con su dibujo de grandes ojos de oro y rubí; blanca con rayas azules la
otra: ¿dónde habrán encontrado las gemas y cintas para sus alas? ¿Y este
riachuelo?: es agua, sí, pero ¿de dónde proviene?, ¿cuál es la fuente primera
del agua‑elemento? ¡Ah, mirar quiere decir creer, si se sabe ver!».
«Mirar quiere
decir creer. Miramos demasiado poco al Génesis vivo que tenemos ante nuestros
ojos».
«Demasiada
ciencia, Gamaliel, y demasiado poco amor, y demasiada poca humildad».
Gamaliel
suspira y menea la cabeza.
6«Bien, he llegado, Jesús. Allí está
enterrado Hil.lel. Dejemos aquí las cabalgaduras y acerquémonos allí abajo. Un
sirviente se hará cargo de las mulas».
Se apean. Atan
a un tronco las bestias. Se encaminan hacia un pequeño sepulcro que se destaca
en la ladera del monte al lado de un vasto edificio completamente cerrado.
«Aquí vengo a
meditar, como preparación a las fiestas de Israel» dice Gamaliel señalando la
casa.
«La Sabiduría te dé todas
sus luces».
«Y aquí ‑ y
señala al sepulcro ‑ para prepararme a la muerte: era un justo».
«Era un justo.
Oro con gusto ante sus cenizas. Pero, Gamaliel, no sólo a morir debe enseñarte
Hil.lel. Te debe enseñar a vivir».
«¿Cómo,
Maestro?».
«"El
hombre es grande cuando se humilla": era su lema preferido...».
«¿Cómo lo
sabes, si no le has conocido?».
«Le he
conocido... Y, además, aunque no hubiera conocido personalmente a Hil.lel el
rabí, su pensamiento lo hubiera conocido como de hecho lo conozco, porque nada
ignoro del pensamiento humano».
Gamaliel
inclina la cabeza y susurra: «Sólo Dios puede decir esto».
«Dios y su
Verbo. Porque el Verbo conoce al Pensamiento y el Pensamiento conoce al Verbo,
y le ama, comunicándose a Él con sus tesoros para hacerle partícipe de sí. El Amor
estrecha los lazos y hace de Ellos una sola Perfección. Es la Tríada que se ama y que
divinamente se forma, se genera, procede y completa. Todo pensamiento santo ha
nacido en la Mente
perfecta y se refleja en la mente del justo. ¿Puede, entonces, el Verbo ignorar
los pensamientos de los justos, que son los pensamientos del Pensamiento?».
Oran largamente
ante el sepulcro cerrado. Se llegan a ellos los discípulos y luego los
sirvientes: los primeros, a caballo; los otros, bajo el peso de los equipajes.
Pero se detienen en los lindes del prado que precede al sepulcro. La oración
termina.
«Adiós,
Gamaliel. Sube como Hil.lel».
«¿Qué quieres
decir?».
«Sube. Él te
precede porque ha sabido creer más humildemente que tú. A ti la paz».
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