20 de julio de 1976
SI PUDIERAIS VER
Don O., soy Z
Cuántas cosas quisiera decir! Después de nuestro último encuentro ante Él, en la Parroquia de C., pocos días de estancia en el
hospital, luego, súbitamente, el Paraíso.
No he conocido la terrible espera del Purgatorio. Ahora soy feliz para siempre; estoy eternamente agradecida a Dios por el don de la
vida, por esas tribulaciones que acompañaron mi existencia, medida de mi amor por Él.
Don O., soy una de las almas que aquí piden por usted, y son tantas.
¡Animo!
Para usted aún militante en la tierra, cuando el sufrimiento acosa, el tiempo parece lento, tan lento como si se hubiera detenido.
Aquí,
en cambio, fuera del tiempo, vemos cómo el tiempo transcurre veloz poniendo rápidamente fin a todas las cosas.
Si vosotros pudierais ver lo que nosotros vemos, ciertamente que los ateos ya no existirían, pero en ese caso cesaría la prueba de la fe,
volviendo estériles todas vuestras acciones.
Dios, infinitamente Sabio, ha hecho bien todas las cosas, y todas las dispone y dirige al fin propio.
Se necesita dar
Don O., usted que fue mi confesor ocupa un lugar especial en mi espíritu. Conozco los dones de Gracia con los que Jesús lo ha
enriquecido.
Pero me permito decirle que se necesita ser muy sensible en intuir que los susodichos dones son ante todo ad majorem Dei gloriam9
;
en segundo lugar que, como el sacerdote no se pertenece a sí mismo, sino a la Iglesia, así también los dones que Él otorga no son ad
personam ma propter comunitatem10
.
Por lo tanto, Don O., cuando se requiere el uso de estos dones para la gloria de Dios y el bien de las almas, se necesita dar, dar hasta
el aniquilamiento.
El Padre ha dado a Cristo, Su Hijo Unigénito, por la humanidad y Jesús se consumará a sí mismo en holocausto por la gloria del
Padre y la salvación de las almas.
Don O., todo lo que usted ha tenido como hombre y como sacerdote lo debe ofrecer, según el luminoso ejemplo del divino Maestro,
en holocausto para la Gloria de Dios y para la salvación de muchas almas.
Usted, Don O., pide almas diariamente. Esta sed ardiente e inextinguible viene de Jesús.
Es de Él el modo, verdaderamente prodigioso, para salvar almas.
¿Qué cosa queda para usted?
Queda una cosa: la correspondencia a todo lo que se le pide. Es la clave de la santificación y del enriquecimiento de su espíritu.
Adelante, y hasta pronto en que nos escuchemos nuevamente.
49 A la Mayor Gloria de Dios
50 No son para la persona sino para la comunidad.
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