SAN JOSE,
UNA HISTORIA DE AMOR
El nombre «José, de origen hebreo, significa al mismo tiempo dos cosas:
«Dios proveerá, Dios se encargará, Dios está pendiente».
Y también «el que quita la vergüenza, la humillación».
La verdadera historia de José de Nazareth empieza con un amor.
Se enamora de una chica maravillosa, la más bonita del pueblo y de sus alrededores
-la más bonita del mundo, diremos nosotros-.
¿Qué hará para enamorarla, para que ponga alguna vez en él sus ojos?
Sabe muy bien José que no se la merece,
pero la quiere con un amor que no parece suyo,
es como un fuego del cielo que ha prendido en él.
La chica es muy joven todavía, y tiene un nombre precioso: María.
Dicen que es nombre de origen egipcio, y significa «amada».
Qué bien lo escogieron sus padres Joaquín y Ana.
Y José no está dispuesto a que nadie se la quite.
Luchará por ella, esperará lo que sea necesario.
María empezó mirar a José, que todas las tardes se hacía el encontradizo.
Y empezó a encariñarse con él, que era tan buena persona y de tan buen tipo.
Y empezó a enamorarse de José con un amor creciente.
Era como un regalo del cielo.
Sí: José era un regalo del cielo para María;
y sobre todo María era un regalo del cielo para José.
Cuando José supo el amor de María -lo leyó en sus ojos-,
no podía contener la emoción y la alegría.
No se cansaba de dar gracias a Dios. Se sentía el más afortunado de los hombres.
Pero resulta que María se tuvo que ausentar.
Un viaje que no acababa de entender,
porque tampoco ella dio muchas explicaciones.
Que tenía que visitar a una pariente anciana
que estaba esperando un hijo.
La ausencia fue dura y larga para José:
noventa días y noventa noches pensando en ella.
Y por fin vuelve su guapísima novia, pero embarazada.
Se puede entender que se le viniera el cielo encima.
Sintió como un cuchillo que le desgarraba el corazón.
Dios le pedía que sacrificara lo que más quería: su amor.
José era un hombre «justo», según cuenta Mateo.
Como lo fue Abraham, y los padres del Bautista.
Es decir: Un hombre que respeta profundamente a Dios.
Si Dios había decidido contar con ella, ¿quién era él para entrometerse?
Tenía tantos «reparos» a meterse por medio en los planes de Dios.
Así que decidió retirarse discretamente, para no ponerla en evidencia.
José no podía imaginarse que también Dios había decidido contar con él.
Pues sí: era descendiente del rey David, pero venido a menos.
No tenía nada que ofrecer más que sus gastadas manos de carpintero
y un pequeño taller.
No sabía que Dios suele elegir lo pequeño, lo sencillo, lo bueno, lo que no cuenta.
No había pensado que su enorme corazón, su bondad y su nobleza le hacían falta a Dios.
Le pareció que estaba soñando cuando Dios le hizo saber
que le necesitaba más que nunca para que cuidase de María
y del niño que el Espíritu había engendrado en sus entrañas.
¡Vaya cosas que se le ocurren a Dios! Irse a vivir a casa de un trabajador.
Él le pondría nombre, y tendría que enseñarle todo: a decir “abbá”, a rezar,
a trabajar, a leer la Escritura, acompañarle a la sinagoga...
Y estar pendiente de todo lo que pudiese necesitar su María.
No tenía que tener ningún «reparo» en llevarse a casa
a las dos mejores criaturas que han pisado la tierra.
No había tenido mal ojo, no, pues se había enamorado
de la bendita entre todas las mujeres, de la mujer «favorita» de Dios.
Por eso es grande José. ¡Es un Santo!
Porque sabe mucho de amor limpio: él sí que es el patrón de los enamorados.
También sabe mucho de vocación: Si Dios cambia nuestros planes
es para hacer con nosotros obras grandes,
es para ayudarnos a que nuestra vida merezca la pena.
Y, teniendo en cuenta su nombre, es el mejor patrón para los padres,
especialmente para los padres que lo pasan mal.
«Dios se encarga, Dios se ocupa, está pendiente».
Y todos los padres, como el bueno de José,
procurarán a su vez ocuparse de que sus hijos lleguen a ser grandes,
buenas personas pendientes de pasar por esta vida haciendo el bien,
y que, respondiendo a la llamada de Dios,
formen una gran familia de hermanos
Que San José y Santa María nos ayuden a fiarnos de Dios y a darle nuestro SÍ.
Enrique Martínez, cmf a partir de un texto de Pedro M. Iraolagoitia, sj
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