14 de Junio de 1978
EL CONOCIMIENTO EN DIOS DE TUS SUFRIMIENTOS ES MOTIVO DE INCONTENIBLE GOZO
Hijo mío escribe, soy tu Mamá terrena.
Han pasado ya no pocos años desde mi tránsito terreno. Muchas veces he querido hablarte y tú has nutrido también este mismo deseo, pero los numerosísimos acontecimientos de tu vida siempre me han detenido para realizar nuestro coloquio; mi actitud de respeto y de espera no han cambiado con mi paso del tiempo a la eternidad.
Octavio, hijo mío, ninguna mamá quisiera saber que su hijo sufre, digo ninguna mamá que vive en la tierra, pero aquí las cosas se ven desde una perspectiva bien diferente de la que se ve en la tierra; desde aquí veo nítidamente los efectos de tus sufrimientos, aquí veo el "antes" y el "después" de tus sufrimientos, desde aquí puedo evaluar los efectos que tus sufrimientos te producen en virtud de los méritos infinitos de Su Encarnación, Pasión y Muerte, y esto, hijo mío, este conocimiento no sólo anula la pena sino que infunde un incontenible gozo. Mira, hijo mío, en la tierra el conocimiento de tus sufrimientos era para mi motivo también de sufrimiento, pero acá me es motivo de un incontenible gozo.
Todo esto te confirma lo que te dijo I. en su mensaje, por esto yo también te digo, como te han dicho tantos otros: ánimo; es cierto que debes estar aún sobre la tierra durante unos años y es cierto que tu camino en el exilio terreno está sembrado de sufrimientos cada vez mayores y crecientes, pero ¿qué es todo esto frente a la eternidad que te espera? ¿Qué es, hijo mío, todo esto frente al puesto que desde siempre te ha sido preparado y te está reservado? ¡Mucho menos, hijo mío, que un fugacísimo instante!
La mamá que tiene un hijo atleta y que con certeza sabe que su hijo llegará vencedor a la meta no puede dejar de deleitarse anticipadamente en esa victoria. Hijo, tú también eres un atleta y yo sé con certeza que obtendrás la palma de la victoria, sé también que tu recorrido será muy áspero y duro, pero será coronado con la victoria.
Hijo, es superfluo decirte, lo que ya sabes: todo el Paraíso os mira; porque lo que Dios quiere y ama, también nosotros lo queremos y lo amamos. - Mamá, ¿estáis todos en el Paraíso? - Sí, hijo, estamos todos, no temas. - Esto me basta y me da gozo.
Te bendigo, hijo, y por ti y por la gran familia, digo grande porque un día así lo será, pido junto con los bienaventurados Comprensores, que Él os bendiga, ahora y siempre.
Tu Mamá
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