Estimados hermanos y hermanas en Cristo: ¡Paz y bien!
La frase “lo que queréis que os hagan los demás, hacédselo también a ellos” (Mt 7,12) es conocida como la regla de oro de la ética de la reciprocidad. Aunque con algunas variaciones ya está presente en casi todas las religiones antiguas, en Jesús adquiere un carácter positivo. No se refiere sólo a evitar el mal sino también a practicar el bien. Cuando meditaba sobre esas palabras, me vinieron a la mente las leyes de los comportamientos estáticos y dinámicos de los cuerpos materiales, del físico Isaac Newton. Se las conoce también como las tres leyes de Newton. Ya sé que puede parecer extraño pero permitanme explicar cómo la física puede iluminar la práctica de esa regla de oro.
La primera ley dice que “todo cuerpo continúa en estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta a menos que sea forzado a cambiar ese estado por otras fuerzas que se le apliquen.” En nuestra vida nos dejamos llevar por la inercia, esperando siempre a que sean otros los que tomen la iniciativa. Como consecuencia, muchas veces dejamos pasar grandes oportunidades para amar y ser amados, perdonar y ser perdonados. Para hacer el bien es necesario dar un primer paso, tomar la iniciativa. Sin ese primer paso la vida no se pone en movimiento, se queda paralizada, estéril.
Ahí entra la segunda ley de Newton: “ El cambio en el movimiento es proporcional a la fuerza motora que se aplica y se produce en línea recta en la dirección en la que se aplica esa fuerza.” Aunque nos gustaría tomar la iniciativa, parece que no siempre lo conseguimos. Es porque necesitamos una fuerza que nos mueva, que nos haga salir de nosotros mismos. En la espiritualidad cristiana esa fuerza es el Espíritu Santo. Él es el que nos coloca en movimiento, en dirección al otro, en un misterio de gratuidad y donación.
Una vez que conseguimos salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo y nos lanzamos a la aventura del encuentro, de la vida que se regala, llegamos a la tercera ley: “Toda acción tiene siempre una reacción opuesta y de igual intensidad.” Es lo que podríamos llamar la ley de reciprocidad: el bien que practicamos lo recibimos de vuelta, lo mismo que el mal que hacemos también se nos devuelve. La reacción del bien escapa a nuestro control porque, ante todo, es gratuidad.
Estos tres momentos nos pueden ayudar a examinarnos a nosotros mismos y ver donde estamos: ¿paralizados por nuestro egoísmo? ¿muertos ante la vida que acontece a nuestro alrededor? ¿en movimiento de donación y entrega, a la búsqueda del bien?
Hagamos que la ley del amor sea la regla de nuestra vida, capaz de abrir las puertas de los corazones vacíos, heridos y llenos de tristeza.
¡Que tengan un buen día!
No hay comentarios:
Publicar un comentario