Ya sé que la afirmación puede no tener mucho fundamento, pero a veces uno tiene la impresión de estar tocando el mismo corazón del Evangelio, de que determinadas palabras pudieron ser pronunciadas totalmente tal como nos han llegado por Jesús mismo, y que en ellas no hay mano de evangelista ni de comunidad que valga. El Evangelio que hoy se nos ofrece me produce esa sensación. No es difícil intuir tras su lenguaje tan fresco, sus ejemplos tan claros y la gigantesca confianza que destilan al mismo Maestro dirigiéndose con una dulzura infinita a los discípulos: “Que no; que no; que no os preocupéis… Que el Padre no va a dejaros nunca de la mano; que no; que no…”.
Pero esa dulzura que llamo ‘infinita’ no es edulcorada ni meliflua; va acompañada de exhortaciones muy serias que no permiten instalación alguna en la mediocridad: “¡No podéis servir a Dios y al dinero!”; “buscad primero el reino de Dios y su justicia, todo lo demás se os dará por añadidura”.
Los analistas de la sociedad insisten en que la incertidumbre es uno de los rasgos fundamentales de la vida de quienes vivimos hoy en el Norte del mundo. Como tantas otras cosas, aunque millones de hermanos nuestros lleven generaciones viviendo en ella, es ahora cuando la hemos convertido en tema de preocupación. Pero algo no corre: ¿no éramos los que habíamos llegado a la luna?, ¿los de los grandes progresos técnicos y médicos?, ¿los que habían traído “la libertad y la democracia” liquidando el monstruo del comunismo?... Estamos en tiempo de preguntas y aunque nos asusten eso es bueno, sobre todo si desenmascara falsedades que hemos consentido a nuestro alrededor. ¿Qué ‘luna’, para quién?, ¿qué ‘libertad’, qué ‘progreso’?
No dejemos de buscar el bien de todos, el desarrollo, el aprovechamiento de los talentos que el Espíritu ha repartido. Impulsemos la ciencia, la investigación, sobre todo cuando pueden servir al bien y a la fraternidad para la que Dios nos ha creado. Pero repitámonos sin cesar -como una especie de canon o mantra que nunca se acaba- las palabras que el Señor nos dirige en el día de hoy. ¡Que su bendita providencia nos siga acompañando!
Vuestro hermano,
Pedro.
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