151
+ Una vez, estaba en la
cocina con la Hermana N. [82] y ella se enfadó un poco conmigo y como
penitencia me ordenó sentarme en la mesa, mientras ella se puso a trabajar
mucho, a arreglar, a fregar, y yo estaba sentada sobre la mesa. Otras hermanas venían y se sorprendían de que
estaba sentada en la mesa, cada una dijo lo que quiso. Una, que yo era holgazana, otra que era
extravagante. En aquel entonces, yo era
postulante. Otras decían ¿Qué clase de hermana será ésta? Pero, yo no podía bajar, porque aquella
hermana me ordenó, bajo obediencia [83], quedarme sentada hasta que me
permitiera bajar. De verdad, solamente
Dios sabe cuántos actos de mortificación hice entonces.
Pensaba que iba a quemarme por la vergüenza. Dios Mismo lo permitía a veces para mi
formación interior, pero el Señor me recompensó por aquella humillación con un
gran consuelo. Durante la bendición lo
vi bajo un aspecto de gran belleza.
Jesús me miró amablemente y dijo:
Hija Mía, no tengas miedo de los
sufrimientos. Yo estoy contigo.
152
Una noche estaba yo de
guardia [84] y sufría tanto en el alma por esta imagen que debía pintar, que ya
no sabía qué hacer. Los continuos
intentos de hacerme creer que era una ilusión y por otro lado, un sacerdote me
dijo que quizás a través de esta imagen, Dios quisiera ser adorado, por eso se
debía procurar pintarla. Pero mi alma
estaba muy cansada. Al entrar en la
pequeña capilla, acerqué mi cabeza al tabernáculo y llamé (73), y dije: Jesús, mira que grandes dificultades tengo
por esta imagen, y oí una voz que salía del tabernáculo: Hija
Mía, tus sufrimientos ya no durarán mucho tiempo.
153 Un día vi dos caminos: un camino ancho, cubierto de arena y flores,
lleno de alegría y de música y de otras diversiones. La gente iba por este camino bailando y
divirtiéndose, llegaba al final sin advertir que ya era el final. Pero al final del camino había un espantoso
precipicio, es decir el abismo infernal.
Aquellas almas caían ciegamente en ese abismo; a medida que llegaban,
caían. Y eran tan numerosas que fue
imposible contarlas. Y vi también otro
camino, o más bien un sendero, porque era estrecho y cubierto de espinas y de
piedras, y las personas que por él caminaban [tenían] lágrimas en los ojos y
sufrían distintos dolores. Algunas caían
sobre las piedras, pero en seguida se levantaban y seguían andando. Y al final del camino había un esplendido
jardín, lleno de todo tipo de felicidad y allí entraban todas aquellas almas. En seguida, desde el primer momento olvidaban
sus sufrimientos.
154
Cuando era la adoración de
las Hermanas de la Familia de María [85], al anochecer, con una de las hermanas
fui a esa adoración. Cuando entre en la
capilla, la presencia de Dios envolvió mi alma en seguida. Oraba así como en ciertos momentos, sin decir
una palabra. De repente vi. Al Señor que
me dijo: Has de saber que si descuidas la cuestión de pintar esta imagen y de
toda la obra de la misericordia, en el día del juicio responderás de un gran
numero de almas. Después de estas
palabras del Señor cierto temblor y un temor entraron en mi alma. No lograba tranquilizarme sola. Me sonaban estas palabras: Sí, el día del juicio divino deberé responder
no solamente de mi misma, sino también de otras almas. Estas palabras se grabaron profundamente en
mi corazón. Cuando volví a casa, entré
en el pequeño Jesús [86], caí de cara al suelo delante del Santísimo Sacramento
y dije al Señor: Haré todo lo que esté
en mi poder, pero te ruego, quédate siempre conmigo y dame fortaleza para
cumplir Tu santa voluntad, porque Tú puedes todo, y yo no puedo nada por mí
misma.
155 (74) + Desde hace algún
tiempo me sucede sentir en el alma cuando alguien reza por mi, lo siento
inmediatamente en el alma; y en cambio cuando algún alma me pide la oración,
aunque no me lo diga, yo lo siento igualmente en el alma. Lo siento como una inquietud, como si alguien
me llamara; cuando rezo, obtengo la paz.
156
Una vez deseaba mucho
acercarme a la Santa Comunión, pero tenia cierta duda y no me acerqué. Sufrí terriblemente a causa de ello. Me parecía que el corazón se me reventaría
del dolor. Cuando me dediqué a mis
tareas, con el corazón lleno de amargura, de repente Jesús, se puso a mi lado y
me dijo: Hija Mía, no dejes la Santa Comunión, a no ser que sepas bien de haber
caído gravemente, fuera de esto no te detengan ningunas dudas en unirte a Mi en
Mi misterio de amor. Tus pequeños
defectos desaparecerán en Mi amor como una pajita arrojada a un gran
fuego. Debes saber que Me entristeces
mucho, cuando no Me recibes en la Santa Comunión.
15 7 + Por la noche, al entrar
en la pequeña capilla, oí en el alma estas palabras: Hija
Mía, considera estas palabras: y sumido en la angustia, oraba más tiempo. Cuando empecé a reflexionar más profundamente
sobre ellas, mucha luz me iluminó que de tal fatigosa oración depende a veces
nuestra salvación.
158
+ Cuando fui a Kiekrz [87],
para sustituir algún tiempo a una de las hermanas [88], una tarde atravesé la
huerta y me detuve a la orilla del lago, y durante un largo momento me quedé
pensando en aquel elemento de la naturaleza.
De repente vi a mi lado al Señor Jesús que me dijo amablemente: Lo he
creado todo para ti, esposa Mía, y has de saber que todas las bellezas son nada
en comparación con lo que te he preparado en la eternidad. Mi alma fue inundada de un consuelo tan
grande que me quedé allí hasta la noche y me pareció que estuve un breve
instante. Aquel día lo tenía libre,
destinado al retiro espiritual de un día [89], (75) pues tenía plena libertad para
dedicarme a la oración. Oh, que infinitamente
bueno es Dios, nos persigue con Su bondad.
Con mucha frecuencia el Señor me concede las mayores gracias cuando yo
no las espero en absoluto.
159 + Oh, Hostia Santa, Tú
estás encerrada para mi en un cáliz de oro,
para que en la grande selva del exilio
yo camine pura, inmaculada, intacta,
y que lo haga el poder de Tu amor.
Oh, Hostia Santa, habita en mi alma,
Purísimo Amor de mi corazón;
Que Tu luz disipe las tinieblas;
Tú no niegas la gracia a un corazón humilde.
Oh, Hostia Santa, Delicia del Paraíso,
Aunque ocultas Tu belleza
y Te presentas a mí en una miga de pan
la fuerte fe desgarra este velo.
160 + El día de la cruzada [90]
– que es el quinto día de cada mes, cayó en el primer viernes. Hoy es mi día para estar de guardia delante
de Jesús. En este día mío, mi tarea es
compensar al Señor por todos los insultos y faltas de respeto, rogar para que
en este día no se cometa ningún sacrilegio.
En aquel día mi espíritu estaba inflamado de un amor singular hacia la
Eucaristía. Me parecía que estaba transformada
en el ardor. Cuando, para tomar la Santa
Comunión, me acerqué al sacerdote que me daba a Jesús, otra Hostia se pego a la
manga y yo no sabía cuál tomar. Cuando
estaba deliberando así un momento, el sacerdote impaciente, hizo una señal con
la mano para que la tomara. Cuando tomé
la Hostia que me entregaba, la otra me cayó en las manos. El sacerdote fue al final del comulgatorio
para distribuir la Santa Comunión y yo tuve al Señor Jesús en las manos durante
todo ese tiempo. Cuando el sacerdote se
acercó otra vez, le di la Hostia para que la pusiera en el cáliz, porque en el
primer momento, al haber recibido a Jesús, no pude decir que la otra había
caído solo después de haberla pasado.
Cuando tenía la Hostia (76) en las manos, sentí tanta fortaleza del amor
que durante el día entero no pude comer nada, ni recobrar el conocimiento. De la Hostia oí estas palabras: Deseaba
descansar en tus manos, no solamente en tu corazón, y de repente en aquel
momento vi al Niño Jesús. Pero al
acercarse el sacerdote, otra vez vi la Hostia.
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