181 Hoy limpiaba la habitación de una de las hermanas. A pesar de que trataba de limpiarla con
máximo esmero, ella me seguía diciendo durante todo el tiempo: Aquí hay polvo,
allí una manchita en el suelo. A cada
señal suya yo pasaba y repasaba lo mismo, hasta diez veces (91), para tenerla
contenta. No es el trabajo que cansa
sino la habladuría y las exigencias desmedidas.
No la satisfizo mi martirio de un día entero, sino que fue a la Maestra
para quejarse. Le digo, Madre, ¡qué
hermana tan desatenta!, no sabe apresurase.
Al día siguiente fui a hacer el mismo trabajo sin una palabra de
explicación. Cuando volvió a molestarme,
pensé: Jesús, es posible ser un mártir silencioso; las fuerzas disminuyen no
por el trabajo, sino por este martirio.
182
Comprendí que algunas
personas tienen un don especial de atormentar a los demás. Los
ejercitan a más no poder. Pobre
aquella alma que cae bajo su mano. No
cuenta nada, las mejores cosas son juzgadas al revés.
+ Vigila de la Noche Buena
Hoy me uní estrechamente a la Santísima Virgen, viví sus momentos
íntimos. Por la noche, antes de partir
“oplatek”*, entré en la capilla, para intercambiarlo espiritualmente con las
personas queridas y pedí a la Virgen las gracias para ellas. Mi espíritu estaba sumergido completamente en
Dios. Durante la Santa Misa de
Medianoche vi al Niño Jesús en la Hostia; mi Espíritu se sumergió en Él. Aunque era un Niñito, su Majestad penetró mi
alma. Me impresionó profundamente este misterio,
este gran humillarse de Dios, este inconcebible anonadamiento Suyo. Durante toda la fiesta de la Navidad lo tuve
vivo en el alma. Oh, nosotros nunca
comprenderemos este gran humillarse de Dios; cuanto más lo medito [aquí la
frase ha quedado interrumpida].
_____________________________________________________________________
* En Polonia antes de empezar la cena de la
Nochebuena, todos los miembros de la familia y otras personas reunidas en torno
a la mesa navideña, parten “oplatek” (leer – opuatek, que es un trozo de la
hostia no consagrada) y se dan augurios para todo el año. Es una tradición muy antigua y muy difundida.
183
Una mañana, después de la
Santa Comunión, oí esta voz: Deseo que Me acompañes cuando voy a los
enfermos. Contesté que estaba de
acuerdo, pero un momento después reflexioné:
¿Cómo voy a hacerlo? Dado que las hermanas del segundo coro [101] no
acompañan al Santísimo Sacramento, siempre van las Hermanas Directoras. (92)
Pensé que Jesús lo solucionaría.
Pocos minutos después, la Madre Rafaela mandó llamarme y me dijo: Hermana, usted va a acompañar al Señor Jesús,
cuando el sacerdote visite a los enfermos.
Y durante todo el tiempo de la probación, siempre iba con luz,
acompañando a Jesús y como un oficial de Jesús procuraba siempre ceñirme con un
pequeño cinturón de hierro [102], porque no estaría bien acompañar al Rey
vestida como de costumbre. Esa
mortificación la ofrecía por los enfermos.
184
+ La Hora Santa. Durante esta hora procuraba meditar la Pasión
del Señor. No obstante mi alma fue
inundada de gozo y de repente vi al pequeño Niño Jesús. Y Su Majestad me penetró y dije: Jesús, Tú eres tan pequeño, pero yo sé que Tú
eres mi Creador y Señor. Y Jesús me
contestó: Lo soy y trato contigo como un niño para enseñarte la humildad y la
sencillez.
Todos los sufrimientos y las dificultades las ofrecía a Jesús como
una ofrenda floral para el día de nuestros desposorios perpetuos. Nada me resultaba difícil al recordar que lo
hacía por mi Esposo, como una prueba de mi amor hacia Él.
185 Mi silencio para
Jesús. Procuraba mantener un gran
silencio por Jesús. En medio del mayor
ruido, Jesús siempre encontraba silencio en mi corazón, aunque a veces eso me
costó mucho. Pero por Jesús, ¿qué puede
resultar grande por Aquel a quien amo con toda la fuerza de mi alma?
186
+ Hoy, Jesús me dijo: Deseo
que conozcas más profundamente el amor que arde en Mi Corazón por las almas y
tu comprenderás esto cuando medites Mi Pasión.
Apela a Mi misericordia para los pecadores, deseo su (93)
salvación. Cuando reces esta oración con
corazón contrito y con fe por algún pecador, le concederé la gracia de la
conversión. Esta oración es la
siguiente:
187
Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente
de Misericordia para nosotros, en Ti confío.
188
En los últimos días de
carnaval, mientras celebraba la Hora Santa, vi al Señor Jesús sufriendo la
flagelación. ¡Oh, que suplicio
inimaginable! ¡Cuán terriblemente sufrió
Jesús durante la flagelación! Oh pobres
pecadores, ¿cómo se encontrarán el día del juicio, con este Jesús a quien ahora
están torturando tanto? Su Sangre fluyó
sobre el suelo y en algunos puntos la carne empezó a separarse. Y vi en la espalda algunos de sus huesos
descarnados… Jesús emitía un gemido silencioso y un suspiro.
189 En cierta ocasión Jesús me
dio a conocer lo mucho que le agrada el alma que observa fielmente la
regla. El alma obtiene mayor recompensa
por ser fiel a la regla que por las penitencias y por grandes
mortificaciones. Pero si éstas son
emprendidas fuera de la regla, aunque también reciben la recompensa, pero no
superior a la de la regla.
190
Durante una adoración el
Señor me pidió que me ofreciera a Él como victima por un sufrimiento que
serviría de reparación en la causa de Dios y no solamente en general por los
pecados del mundo, sino en particular por las faltas cometidas en esta casa. Dije en seguida que sí, que estaba
dispuesta. No obstante, Jesús me dio a
conocer lo que debía sufrir y en un solo momento se presentó y pasó delante de
los ojos de mi alma todo el martirio.
Primero, mis intenciones no serian reconocidas, varias sospechas y
desconfianzas, toda clase de humillaciones y contrariedades, no las enumero
todas. (94) Delante de los ojos de mi alma todo se
presentó como una tempestad sombría, de la que un momento después iban a
soltarse rayos, que estaban esperando solamente mi consentimiento. Mi alma quedó espantada durante un
momento. De repente sonó la campanilla
para el almuerzo. Salí de la capilla
temblorosa e indecisa. Sin embargo aquel
sacrificio estaba continuamente delante de mí, porque ni había decidido
aceptarlo ni tampoco había dicho no al Señor.
Quería someterme a Su voluntad.
Si Jesús Mismo me la asignaba, estaba preparada. Pero Jesús me dio a conocer que era yo quien
debía aceptar voluntariamente y con pleno conocimiento, porque si no, no
tendría ningún significado. Todo su
valor consistía en mi acto voluntario frente a Él, pero al mismo tiempo el
Señor me dio a conocer que eso estaba en mi poder. Lo podía hacer, pero [podía] también no
hacerlo. En aquel momento contesté:
Jesús, acepto todo, cualquier cosa que quieras mandarme; confío en Tu
bondad. En un instante sentí que con
este acto rendí un gran honor a Dios.
Pero me armé de paciencia. Al
salir de la capilla, me enfrenté en seguida con la realidad. No quiero describirlo con detalles, pero hubo
tanto cuanto pude soportar, no hubiera podido soportar ni una gota más.
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