10. Cántico
de María. Ella recordaba cuanto su espíritu había visto en Dios.
2 de septiembre de 1944.
1Hasta ayer por
la tarde, viernes, no se me ha iluminado la mente para ver. Y he visto
solamente esto. He visto a una María muy joven, una María de como mucho doce
años, cuyo rostro no presenta ya esas redondeces propias de la infancia, sino
que devela los futuros contornos de la mujer en el perfil oval que ya se va
alargando. Por lo que respecta al pelo, ya no es aquel que caía suelto sobre el
cuello con sus ligeros rizos, sino que está recogido en dos gruesas trenzas de
un oro palidísimo ‑ de lo claro que es el pelo, parece como si estuviera
mezclado con plata ‑ que siguiendo los hombros bajan hasta las caderas. El
rostro aparece más pensativo, más maduro, aunque siga siendo el rostro de una
niña, de una hermosa y pura niña que, toda vestida de blanco, cose en una
habitacioncita muy pequeña y también toda blanca, por cuya ventana abierta de
par en par se ve el edificio imponente y central del Templo, y toda la bajada
de las escalinatas de los patios, de los pórticos, y, al otro lado de la
muralla, la ciudad con sus calles y casas y jardines, y, al fondo, la cima
protuberante y verde del Monte de los Olivos.
Cose
y canta en voz baja. No sé si se trata de un canto sacro. Dice:
«Como una
estrella dentro de un agua clara
me resplandece
una luz en el fondo del corazón.
Desde la
infancia, de mí no se separa
y dulcemente me
guía con amor.
En lo más hondo
del corazón hay un canto.
¿De dónde venir
podrá?
¡Oh, hombre, tú
lo ignoras!
De donde
descansa el Santo.
Yo miro mi
estrella clara
y no quiero
cosa que no sea,
aunque fuera la
más dulce y estimada,
esta dulce luz
que es toda mía.
Me trajiste de
los altos Cielos,
Estrella, al
interior de un seno de madre.
Ahora vives en
mí; mas allende los velos
te veo, rostro
glorioso del Padre.
¿Cuándo a tu
sierva darás el honor
de ser humilde
esclava del Salvador?
Manda, del
Cielo mándanos al Mesías.
Acepta, Padre
Santo, la ofrenda de María».
2María calla,
sonríe y suspira, y luego se pone de rodillas en oración. Su carita es toda una
luz. Alta, elevada hacia el azul terso de un bonito cielo estival, parece como
si aspirase toda su luminosidad y la irradiara. O, más exactamente, parece como
si de su interior un escondido Sol irradiase sus luces y encendiera la nieve
apenas rosada de la carne de María y se vertiera, llegando a las cosas y al Sol
que resplandece sobre la tierra, bendiciendo Y prometiendo abundancia de
bienes.
Estando
María a punto de ponerse en pie después de su amorosa oración, permaneciendo en
su rostro una luminosidad de éxtasis, entra la anciana Ana de Fanuel y se
detiene atónita, o, por lo menos, admirada del acto y del aspecto de María.
La
llama: «María», y la Niña
se vuelve con una sonrisa, distinta pero como siempre muy bonita, y saluda dicendo:
«Ana, paz a ti».
3«¿Estabas
orando? ¿No te es suficiente nunca la oración?».
«La
oración me sería suficiente. Pero yo hablo con Dios. Ana, tú no puedes saber
qué cercano a mí le siento; más que cercano, en el corazón. Dios me perdone tal
soberbia. Es que yo no me siento sola. ¿Ves? Allí, en aquella casa de oro y de
nieve, detrás de la doble Cortina, está el Santo de los Santos, y jamás ojo
alguno, aparte del Sumo Sacerdote, puede detenerse en el Propiciatorio, sobre
el que descansa la gloria del Señor. Mas yo no tengo necesidad de mirar con
toda el alma veneradora a ese doble Velo bordado, que palpita con las ondas de
los cantos virginales y de los levitas y que huele a preciosos inciensos, como
para perforar su cohesión y ver así la luz irradiada por el Testimonio. ¡Pero
sí que miro! No temas que no mire con ojo venerador como todo hijo de Israel.
No temas que el orgullo me ciegue haciéndome pensar esto que ahora te digo. Yo
miro, y no hay ningún humilde siervo en el pueblo de Dios que mire más humildemente
la Casa de su
Señor que como yo la miro, convencida como estoy de ser la más pequeña de
todos. Pero, ¿qué es lo que veo? Un velo. ¿Qué pienso al otro lado del Velo? Un
Tabernáculo. ¿Y en él? Mas si miro a mi corazón, he aquí que veo a Dios
resplandecer en su gloria de amor y decirme: "Te amo" y yo le digo:
"Te amo", y me deshago y me rehago con cada uno de los latidos del
corazón en este beso recíproco... Estoy entre vosotras, mis queridas maestras y
compañeras, pero un círculo de fuego me aísla de vosotras. Dentro de ese
círculo, Dios y yo. Y os veo a través del Fuego de Dios y así os amo... mas no
puedo amaros según la carne, como jamás podré amar a nadie según la carne, sino
sólo a Este que me ama, y según el espíritu. 4Conozco mi destino. La Ley secular de Israel quiere
de toda niña una esposa y de toda esposa una madre. Pero yo, no sin obedecer a la Ley, obedezco a la Voz que me dice: "Yo te
quiero par mí", y permaneceré siempre virgen. ¿Cómo podré hacerlo? Esta
dulce, invisible Presencia que está conmigo me ayudará, porque ella desea eso.
Yo no temo. Ya no tengo ni padre ni madre... y sólo el Eterno sabe cómo en ese
dolor se Quemó cuanto yo tenía de humano. Ardió con dolor atroz. Ahora sólo
tengo a Dios. A Él, por tanto, le presto obediencia ciegamente... Lo habría
hecho incluso contra el padre y la madre, porque la Voz me enseña que quien quiere
seguirla debe pasar por encima del padre y de la madre, amorosas patrullas de
ronda en torno a los muros del corazón filial, al que quieren conducir a la alegría
según sus caminos... y no saben que hay otros caminos de infinita alegría. Yo
les habría dejado los vestidos y el manto, con tal de seguir la Voz que me dice: "¡Ven,
dilecta mía, esposa mía!". Les habría dejado todo; y las perlas de las
lágrimas ‑ porque habría llorado por tener que desobedecer ‑, y los rubíes de
mi sangre ‑ que hasta a la muerte habría desafiado por seguir la Voz que llama ‑ les habrían
dicho que hay algo más grande que el amor de un padre y una madre, y más dulce:
la Voz de Dios. Pero
ahora su voluntad me ha dejado libre incluso de este lazo de piedad filial. Ya
de por sí no habría habido lazo. Eran dos justos, y Dios, ciertamente, hablaba
en ellos como me habla a mí. Habrían seguido la justicia y la verdad. Cuando
pienso en ellos, pienso que están en la quietud de la espera entre los
Patriarcas, y acelero con mi sacrificio la venida del Mesías para abrirles las
puertas del Cielo. En la tierra yo me rijo, o sea, es Dios quien rige a su
pobre sierva diciéndole sus preceptos, y yo los cumplo, porque cumplirlos es mi
alegría. Cuando llegue la hora, le diré a mi esposo mi secreto... y él lo
acogerá en su interior».
«Pero,
María... ¿con qué palabras le vas a persuadir? Tendrás en contra el amor de un
hombre, la Ley y
la vida».
«Tendré
conmigo a Dios... Dios abrirá a la luz el corazón de mi esposo... la vida
perderá sus aguijones de sentido para ser pura flor con perfume de caridad. 5La Ley.. Ana, no me llames
blasfema. Yo creo que la Ley
pronto va a sufrir un cambio. Pensarás: "¿quien puede cambiarla, si es
divina?". Sólo quien la puede mutar: Dios. El tiempo está más próximo de
lo que pensáis, yo os lo digo. Leyendo a Daniel, una gran luz que venía del
centro del corazón se me ha iluminado, y la mente ha comprendido el sentido de
las arcanas palabras. Serán abreviadas las setenta semanas por las oraciones de
los justos. ¿Será cambiado el número de los años? No. La profecía no miente;
mas, la medida del tiempo profético no es el curso del Sol, sino el de la Luna, y por ello os digo:
"Cercana está la hora que oirá el vagido del Nacido de una Virgen".
¡Oh, si esta Luz que me ama quisiera decirme ‑ pues muchas cosas me dice ‑
dónde está la mujer feliz que dará a luz el Hijo a Dios y el Mesías a su
pueblo! Caminando descalza recorrería la tierra; ni frío y hielo, ni polvo y
canícula, ni fieras y hambre me serían obstáculo para llegar a Ella y decirle:
"Concédele a tu sierva y a la sierva de los siervos del Cristo vivir bajo
tu techo. Haré girar la rueda del molino y la prensa; como esclava ponme en el
molino; como pastora, a tu rebaño; o para lavar los pañalitos a tu Nacido;
ponme en tus cocinas, en tus hornos... donde tú quieras, pero recíbeme. ¡Que yo
le pueda ver, que pueda oír su voz, recibir su mirada!". Y, si no me
admitiese, yo viviría, mendiga, a su puerta, de limosnas y escarnios, al raso o
bajo el sol intenso, con tal de oír la voz del Mesías niño y el eco de su risa,
y luego verle pasar... y, quizás, un día recibiría de El el óbolo de un pan...
¡Oh, aunque el hambre me desgarrara las entrañas y desfalleciera después de
tanto ayuno, yo no me comería ese pan! Lo tendría como un saquito de perlas
contra mi corazón y lo besaría para sentir el perfume de la mano del Cristo, y
ya no tendría ni hambre ni frío, porque su contacto me proporcionaría éxtasis y
calor, éxtasis y alimento...».
6«¡Tú deberías
ser la Madre
del Cristo, tú que le amas de esa forma! ¿Por eso es por lo que quieres
permanecer virgen?».
«¡Oh,
no! Yo soy miseria y polvo. No oso levantar la mirada hacia la Gloria. Por eso es por
lo que prefiero mirar dentro de mi corazón más que mirar al doble Velo, tras el
cual sé que está la invisible Presencia de Yeohvah. Allí está el Dios terrible
del Sinaí. Aquí, en mí, veo al Padre nuestro, veo un amoroso Rostro que me
sonríe y bendice, porque soy pequeña como un pajarillo que el viento sujeta sin
sentir su peso, y débil como tallito de muguete silvestre que sólo sabe
florecer y perfumar, y no opone más resistencia al viento que la de su
perfumada y pura dulzura. ¡Dios, mi viento de amor! No, no es por eso, sino
porque al Nacido de Dios y de una Virgen, al Santo del Santísimo no le puede
gustar sino lo que en el Cielo ha elegido como Madre y lo que en la tierra le
habla del Padre celestial: la
Pureza. Si la
Ley meditara en esto, si los rabíes, que la han multiplicado
con todas las sutilezas de su enseñanza, volviendo la mente a horizontes más
altos, se sumergieran en lo sobrenatural, dejando de lado lo humano y la
ganancia que pretenden olvidando el Fin supremo, deberían, sobre todo, volver su
enseñanza a la Pureza,
para que el Rey de Israel, cuando venga, la encuentre. Con el olivo del
Pacífico, con las palmas del Triunfador, esparcid azucenas y azucenas y
azucenas... ¡Cuánta Sangre tendrá que derramar para redimirnos el Salvador!
¡Cuánta! De los miles de heridas que Isaías vio en el Hombre de dolores, cae,
cual rocío de un recipiente poroso, una lluvia de Sangre. ¡Que no caiga en el
lugar de la profanación y la blasfemia esta Sangre divina, sino en copas de
fragante pureza que la acojan y recojan, para luego esparcirla sobre los
enfermos del espíritu, sobre los leprosos del alma, sobre los muertos a Dios!
¡Dad azucenas, azucenas dad para enjugar, con la cándida vestidura de los
pétalos puros, los sudores y las lágrimas del Cristo! ¡Dad azucenas, azucenas
dad para el ardor de su fiebre de Mártir! ¡Oh, ¿dónde estará esa Azucena que te
lleva dentro; dónde, la que aplacará la quemazón que padeces; dónde, la que se
pondrá roja con tu Sangre y morirá por el dolor de verte morir; dónde, la que
llorará ante tu Cuerpo desangrado?! ¡Oh, Cristo, Cristo, suspiro mío!...».
María
queda en silencio, llorando y abatida.
7Ana está un
rato en silencio. Luego, con su voz blanca de anciana conmovida, dice: «¿Tienes
algo más que enseñarme, María?».
María
se estremece. Debe haber creído, en su humildad, que su maestra la haya
reprendido y dice: «¡Perdón! Tú eres maestra, yo soy una pobre nada. Es que
esta Voz me sube del corazón. Yo la tengo bien vigilada, para no hablar; pero,
cual río que por el ímpetu de la ola rompe las presas, ahora me ha prendido y
se ha desbordado. No tengas en cuenta mis palabras y mortifica mi presunción.
Las arcanas palabras deberían estar en el arca secreta del corazón al que Dios,
en su bondad, favorece. Lo sé. Pero, tan dulce es esta invisible Presencia, que
me embriaga... ¡Ana, perdona a tu pequeña sierva!».
Ana
la estrecha contra sí, y todo el viejo rostro rugoso tiembla y brilla de
llanto. Las lágrimas se insinúan entre las arrugas como agua por terreno
accidentado e se transforma en un trémulo regatillo. No obstante, la anciana
maestra no suscita risa, sino que, al contrario, su llanto promueve la más alta
veneración.
María
está entre sus brazos, su carita contra el pecho de la anciana maestra, y todo
termina así.
8Dice Jesús:
«María
tenía el recuerdo de Dios. Soñaba con Dios. Creía
soñar. No hacía sino ver de nuevo cuanto su espíritu había visto en el
fulgor del Cielo de Dios, en el instante en que había sido creada para ser
unida a la carne concebida en la tierra. Condividía con Dios, si bien de forma
mucho menor, por exigencia de justicia, una de las propiedades de Dios: la de
recordar, ver y prever, por el atributo de una inteligencia no lesionada por la Culpa, y, por tanto,
poderosa y perfecta.
9El hombre ha
sido creado a imagen y semejanza de Dios. Una de las semejanzas está en la
posibilidad, para el espíritu, de recordar, ver y prever. Esto explica la
facultad de leer el futuro, facultad que viene, muchas veces y directamente,
por voluntad divina, otras por el recuerdo, que se alza, como Sol en una
mañana, iluminando un cierto punto del horizonte de los siglos precedentemente
visto desde el seno de Dios.
Son
misterios demasiado altos como para que podáis comprenderlos plenamente. Eso
sí, reflexionad.
¿Esa
Inteligencia suprema, ese Pensamiento que lo sabe todo, esa Vista que lo ve
todo, que os crea con un movimiento de su voluntad y con el hálito de su amor
infinito, haciéndoos hijos suyos por origen e hijos suyos por destino, podrá
daros algo que sea distinto de Él? Os lo da en proporción infmitesimal, porque
la criatura no podría contener al Creador, mas esa parte es, en su
infinitesimalidad, perfecta y completa.
¡Cuán
grande el tesoro de inteligencia que dio Dios al hombre, a Adán! La culpa lo ha
menoscabado, mas mi Sacrificio lo reintegra y os abre los fulgores de la Inteligencia, sus
ríos, su ciencia. ¡Oh, sublimidad de la mente humana unida por la Gracia a Dios, copartícipe
de la capacidad de Dios de conocer!... De
la mente humana unida por la
Gracia a Dios.
No
hay otro modo; que lo tengan presente los que anhelan conocer secretos
ultrahumanos. Toda cognición que no venga de alma en gracia ‑ y no está en
gracia aquel que se manifiesta contrario a la Ley divina, cuyos preceptos son muy claros ‑ sólo
puede venir de Satanás, y difícilmente corresponde a verdad por lo que se
refiere a cuestiones humanas, y nunca responde a verdad por lo que respecta a lo
sobrehumano, porque el Demonio es padre de la mentira y a quien arrastra
consigo le lleva por el sendero de la mentira. No existe ningún otro método
para conocer la verdad, sino el que viene de Dios. Y Dios habla y dice o hace
recordar, del mismo modo como un padre a un hijo le hace recordar la casa
paterna y dice: "¿Te acuerdas cuando conmigo hacías esto, veías aquello,
oías aquello otro? ¿Te acuerdas cuando yo te despedía con un beso? ¿Te acuerdas
cuando me viste por primera vez, cuando viste el fulgurante sol de mi rostro en
tu alma virgen, instantes antes creada y aún exenta ‑ puesto que acababa de
salir de mí ‑ de la tabes que después te consumiera? ¿Te acuerdas de cuando
comprendiste en un latido de amor lo que es el Amor y cuál es el misterio de
nuestro Ser y Proceder?". Y cuando la capacidad limitada del hombre en
gracia no llega a comprender, entonces el Espíritu de ciencia habla y enseña.
Pero
para poseer al Espíritu es necesaria la Gracia. Y para poseer la Verdad y la Ciencia es necesaria la Gracia. Y para tener
consigo al Padre es necesaria la
Gracia, Tienda en que las tres Personas hacen morada,
Propiciatorio en que reside el Eterno y habla, no desde dentro de la nube, sino
mostrando su Rostro al hijo fiel. Los santos tienen el recuerdo de Dios, de las
palabras oídas en la Mente
creadora y resucitadas por la
Bondad en su corazón para elevarlos como águilas en la
contemplación de la Verdad,
en el conocimiento del Tiempo.
10María era la Llena de Gracia. Toda la Gracia Una y Trina
estaba en Ella. Toda la
Gracia Una y Trina la preparaba como esposa para la boda,
como tálamo para la prole, como divina para su maternidad y para su misión.
Ella es la que cierra el cielo de la profetisas del Antiguo Testamento y abre
el de los "portavoces de Dios" en el Nuevo Testamento.
Verdadera
Arca de la Palabra
de Dios, mirando en su interior eternamente inviolado, descubría, trazadas por
el dedo de Dios sobre su corazón inmaculado, las palabras de ciencia eterna, y
recordaba, como todos los santos, haberlas oído ya al ser generada con su
espíritu inmortal por Dios Padre, creador de todo lo que tiene vida. Y, si no
recordaba todo de su futura misión, era porque en toda perfección humana Dios
deja algunas lagunas, por ley de una divina prudencia que es bondad y mérito
para y hacia la criatura.
María,
segunda Eva, tuvo que conquistarse su parte de mérito de ser la Madre del Cristo; con una
fiel, buena voluntad. Esto quiso también Dios en su Cristo para hacerle
Redentor.
El espíritu de
María estaba en el Cielo. Su parte moral y su carne estaban en la tierra, y
tenían que pisotear tierra y carne para llegar hasta el espíritu y unirlo al
Espíritu en un abrazo fecundo».
11Nota mía. Todo
el día de ayer había estado pensando que vería la noticia de la muerte de los
padres, y, además ‑ por qué, no lo sé ‑, dado por Zacarías. Igualmente pensaba,
a mi manera, cómo trataría Jesús el punto del «recuerdo de Dios por parte de
los santos». Esta mañana, cuando empezó la visión, he dicho: «Eso es, ahora le
dirán que es huérfana». Y ya sentía encogido mi corazón porque... se trataba de
oír y ver la misma tristeza mía de estos días. Sin embargo, no hay nada de
cuanto había pensado ver y oír; pero es que ni una palabra por equivocación.
Esto me consuela porque me dice que verdaderamente no hay nada mío, ni siquiera
una honesta sugestión respecto a un determinado punto. Todo viene realmente de
otra fuente. Mi continuo miedo cesa... hasta la próxima vez, porque este miedo
de ser engañada y de engañar me acompañará siempre.
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