3. En la fiesta
de los Tabernáculos. Joaquín y Ana
poseían la Sabiduría.
23 de agosto de 1944.
1Antes de proseguir
hago una observación.
La
casa no me ha parecido la de Nazaret,
bien conocida. Al menos la habitación es muy distinta. Con respecto al huerto‑jardín,
debo decir que es también más amplio; además, se ven los campos, no muchos,
pero... los hay. Después, ya casada María, sólo está el huerto (amplio, eso sí,
pero sólo huerto). Y esta habitación que he visto no la he observado nunca en
las otras visiones. No sé si pensar que por motivos pecuniarios los padres de
María se hubieran deshecho de parte de su patrimonio, o si María, dejado el
Templo, pasó a otra casa, que quizás le había dado José. No recuerdo si en las
pasadas visiones y lecciones recibí alguna vez alusión segura a que la casa de
Nazaret fuera la casa natal.
Mi
cabeza está muy cansada. Además, sobre todo por lo que respecta a los dictados,
olvido en seguida las palabras, aunque, eso sí, me quedan grabadas las
prescripciones que contienen, y, en el alma, la luz. Pero los detalles se
borran inmediatamente. Si al cabo de
una hora tuviera que repetir lo que he oído, aparte de una o dos frases de
especial importancia, no sabría nada más. Las visiones, por el contrario, me
quedan vivas en la mente, porque las he tenido que observar por mí misma. Los dictados los recibo.
Aquéllas, por el contrario, tengo que percibirlas; permanecen, por tanto, vivas
en el pensamiento, que ha tenido que trabajar para advertir sus distintas
fases.
Esperaba
un dictado sobre la visión de ayer, pero no lo ha habido.
2Empiezo a ver y
escribo.
Fuera
de los muros de Jerusalén, en las colinas, entre los olivos, hay gran multitud
de gente. Parece un enorme mercado, pero no hay ni casetas ni puestos de venta
ni voces de charlatanes y vendedores ni juegos. Hay muchas tiendas hechas de
lana basta, sin duda impermeables, extendidas sobre estacas hincadas en el suelo.
Atados a las estacas hay ramos verdes, como decoración y como medio para dar
frescor. Otras, sin embargo, están hechas sólo de ramos hincados en el suelo y
atados así ^ ; éstas crean como
pequeñas galerías verdes. Bajo todas ellas, gente de las más distintas edades y
condiciones y un rumor de conversación tranquilo e íntimo en que sólo desentona
algún chillido de niño.
Cae
la tarde y ya las luces de las lamparitas de aceite resplandecen acá y allá por
el extraño campamento. En torno a estas luces, algunas familias, sentadas en el
suelo, están cenando; las madres tienen en su regazo a los más pequeños, muchos
de los cuales, cansados, se han quedado dormidos teniendo todavía el trozo de
pan en sus deditos rosados, cayendo su cabecita sobre el pecho materno, como
los polluelos bajo las alas de la gallina. Las madres terminan de comer como
pueden, con una sola mano libre, sujetando con la otra a su hijito contra su
corazón. Otras familias, por el contrario, no están todavía cenando. Conversan
en la semioscuridad del crepúsculo esperando a que la comida esté hecha. Se ven
lumbres encendidas, desperdigadas; en torno a ellas trajinan las mujeres.
Alguna nana muy lenta, yo diría casi quejumbrosa, mece a algún niño que halla
dificultad para dormirse.
Encima,
un hermoso cielo sereno, azul cada vez más oscuro hasta semejar a un enorme
toldo de terciopelo suave de un color negro-azul; un cielo en el que, muy
lentamente, invisibles artífices y decoradores estuvieran fijando gemas y
lamparitas, ya aisladas, ya formando caprichosas líneas geométricas, entre las
que destacan la Osa Mayor
y Menor, que tienen forma de carro con la lanza apoyada en el suelo una vez
liberados del yugo los bueyes. La estrella Polar ríe con todos sus
resplandores.
Me
doy cuenta de que es el mes de octubre porque una gruesa voz de hombre lo dice:
«¡Este octubre es extraordinario como ha habido pocos!». *
3Aparece en la
escena Ana. Viene de una de las hogueras con algunas cosas en las manos y
colocadas sobre el pan, que es ancho y plano, como una torta de las nuestras, y
que hace de bandeja. Trae pegado a las faldas a Alfeo, que va parla que te
parla con su vocecita aguda. Joaquín está a la entrada de su pequeña tienda
(toda de ramajes). Habla con un hombre de unos treinta años, al que saluda Alfeo
desde lejos con un gritito diciendo: «Papá». Cuando Joaquín ve venir a Ana se
da prisa en encender la lámpara.
Ana pasa con su majestuoso caminar regio entre las filas de tiendas; regio
y humilde. No es altera con ninguno. Levanta a un niñito, hijo de una pobre,
muy pobre, mujer, el cual ha tropezado en su traviesa carrera y ha ido a caer
justo a sus pies. Dado que el niñito se ha ensuciado de tierra la carita y está
llorando, ella le limpia y le consuela y, habiendo acudido la madre
disculpándose, se lo restituye diciendo: «¡Oh, no es nada! Me alegro de que no se
haya hecho daño. Es un niño muy majo. ¿Qué edad tiene?».
«Tres
años. Es el penúltimo. Dentro de poco voy a tener otro. Tengo seis níños. Ahora
querria una niña... Para una mamá es mucho una niña...».
«¡Grande
ha sido el consuelo que has recibido del Altísimo, mujer!». ‑ Ana suspira ‑.
La
otra mujer dice: «Sí. Soy pobre, pero los hijos son nuestra alegría, y ya los
más grandecitos ayudan a trabajar. Y tú, señora, ‑ todos los signos son de que
Ana es de condición más elevada, y la mujer lo ha visto ‑ ¿cuántos niños
tienes?».
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* octubre es un mes de nuestro
calendario, que regula los meses con referencia al año solar. Pero
frecuentemente MV reseña los nombres del calendario hebreo, regulado con
referencia al año lunar, que empieza en primavera. La correspondencia de los
meses hebreos con los nuestros es aproximada: 1. Nisán (abril); 2. Ziv
(mayo); 3. Siván (junio); 4. Tammuz (julio); 5. Ab (agosto); 6. Elul (septiembre);
7. Tisrí (octubre); 8. Etanim (noviembre); 9. Kisléu (diciembre); 10. Tébet (enero); 11. Sabat (febrero); 12. Adar
(marzo), que se dobla en los años embolismales.
«Ninguno».
«¿Ninguno!
¿No es tuyo éste?».
«No.
De una vecina muy buena. Es mi consuelo...».
«Se
te han muerto, o...».
«No
los he tenido nunca».
«¡Oh!».
La mujer pobre la mira con piedad.
Ana
la saluda con un gran suspiro y se dirige a su tienda.
«Te
he hecho esperar, Joaquín. Me ha entretenido una mujer pobre, madre de seis
hijos varones, ¡fijate! Y dentro de poco va a tener otro hijo».
Joaquín
suspira.
El
padre de Alfeo llama a su hijo, pero éste responde: «Yo me quedo con Ana. Así
la ayudo». Todos se echan a reír.
«Déjale.
No molesta. Todavía no le obliga la Ley. Aquí o allí... no es más que un pajarito que
come» dice Ana, y se sienta con el niño en el regazo; le da un pedazo de torta
y ‑ creo ‑ pescado asado. Veo que hace algo antes de dárselo. Quizás le ha
quitado la espina. Antes ha servido a su marido. La última que come es ella.
4La noche está cada
vez más poblada de estrellas y las luces son cada vez más numerosas en el
campamento. Luego muchas luces se van poco a poco apagando: son los primeros
que han cenado, que ahora se echan a dormir. Va disminuyendo también lentamente
el rumor de la gente. No se oyen ya voces de niños. Sólo resuena la vocecita de
algún lactante buscando la leche de su mamá. La noche exhala su brisa sobre las
cosas y las personas, y borra penas y recuerdos, esperanzas y rencores. Bueno,
quizás estos dos sobrevivan, aun cuando hayan quedado atenuados, durante el
sueño, en los sueños.
Ana
está meciendo a Alfeo, que empieza a dormirse en sus brazos. Entonces cuenta a
su marido el sueño que ha tenido: «Esta noche he soñado que el próximo año voy
a venir a la Ciudad Santa
para dos fiestas en vez de para una sola. Una será el ofrecimiento de mi hijo
al Templo... ¡Oh! ¡Joaquín!…».
«Espéralo,
espéralo, Ana. ¿No has oído alguna palabra? ¿El Señor no te ha susurrado al
corazón nada?».
«Nada.
Un sueño sólo...».
«Mañana
es el último día de oración. Ya se han efectuado todas las ofrendas. No
obstante, las renovaremos solemnemente mañana. Persuadiremos a Dios con nuestro
fiel amor. Yo sigo pensando que te sucederá como a Ana de Elcana».
«Dios
lo quiera... ¡Si hubiera, ahora mismo, alguien que me dijera: "Vete en
paz. El Dios de Israel te ha concedido la gracia que pides"!...».
«Si
ha de venir la gracia, tu niño te lo dirá revirándose por primera vez en tu
seno. Será voz de inocente y, por tanto, voz de Dios».
Ahora
el campamento calla en la obscuridad de la noche. Ana lleva a Alfeo a la tienda
contigua y le pone sobre la yacija de heno junto a sus hermanitos, que ya están
dormidos. Luego se echa al lado de Joaquín. Su lamparita también se apaga ‑ una
de las últimas estrellitas de la tierra ‑. Quedan, más hermosas, las estrellas
del firmamento, velando a todos los durmientes.
5Dice Jesús:
«Los
justos son siempre sabios, porque, siendo como son amigos de Dios, viven en su
compañía y reciben instrucción de Él, de Él que es Infínita Sabiduría.
Mis
abuelos eran justos; poseían, por tanto, la sabiduría. Podían decir con verdad cuanto dice la Escritura cantando las
alabanzas de la Sabiduría
en el libro que lleva su nombre: "Yo la he amado y buscado desde mi
juventud y procuré tomarla por esposa".
Ana
de Aarón era la mujer fuerte de que habla el Antepasado nuestro. Y Joaquín, de
la estirpe del rey David, no había buscado tanto belleza y riqueza cuanto
virtud. Ana poseía una gran virtud.
Toda las virtudes unidas como ramo fragante de flores para ser una única, bellísima
cosa, que era la Virtud, una virtud real, digna de estar
delante del trono de Dios.
Joaquín,
por tanto, había tomado por esposa dos veces a la sabiduria "amándola más
que a cualquier otra mujer": la sabiduría de Dios contenida dentro del
corazón de la mujer justa. Ana de Aarón no había tratado sino de unir su vida a
la de un hombre recto, con la seguridad de que en la rectitud se halla la
alegría de las familias. 6Y, para ser el emblema de la "mujer
fuerte", no le faltaba sino la corona de los hijos, gloria de la mujer
casada, justificación del vínculo matrimonial, de que habla Salomón; como
también a su felicidad sólo le faltaban estos hijos, flores del árbol que se ha
hecho uno con el árbol cercano obteniendo copiosidad de nuevos frutos en los que
las dos bondades se funden en una, pues de su esposo nunca había recibido
ningún motivo de infelicidad.
7Ella, ya tendente a
la vejez,. mujer de Joaquín desde hacía varios lustros, seguía siendo para éste
"la esposa de su juventud, su alegría, la cierva amadísima, la gacela
donosa'', cuyas caricias tenían siempre el fresco encanto de la primera noche
nupcial y cautivaban dulcemente su amor, manteniéndolo fresco como flor que el
rocío asperja y ardiente como fuego que siempre una mano alimenta. Por tanto, dentro
de su aflicción, propia de quien no tiene hijos, recíprocamente se decían
"palabras de consuelo en las preocupaciones y fatigas".
8Y la Sabiduría eterna,
llegada la hora, después de haberlos instruido en la vida, los iluminó con los
sueños de la noche, lucero de la mañana del poema de gloria que había de llegar
a ellos, María Stma., la Madre
mía. Si su humildad no pensó en esto, su corazón sí se estremeció esperanzado
ante el primer tañido de la promesa de Dios. Ya de hecho hay certeza en las
palabras de Joaquín: "Espéralo, espéralo... Persuadiremos a Dios con
nuestro fiel amor". Soñaban un hijo, tuvieron a la Madre de Dios.
9Las palabras del
libro de la Sabiduría
parecen escritas para ellos: "Por ella adquiriré gloria ante el pueblo...
por ella obtendré la inmortalidad y dejaré eterna memoria de mí a aquellos que
vendrán después de mí". Pero, para obtener todo esto, tuvieron que hacerse
reyes de una virtud veraz y duradera no lesionada por suceso alguno. Virtud de
fe. Virtud de caridad. Virtud de esperanza. Virtud de castidad. ¡Oh, la
castidad de los esposos! Ellos la vivieron ‑ pues no hace falta ser vírgenes
para ser castos ‑. Los tálamos castos tienen por custodios a los ángeles, y de
tales tálamos provienen hijos buenos que de la virtud de sus padres hacen norma
para su vida.
10Mas ahora ¿dónde
están? Ahora no se desean hijos, pero no se desea tampoco la castidad. Por lo
cual Yo digo que se profana el amor y se profana el tálamo».
4. Ana, con una canción, anuncia que es madre. En su seno está el alma inmaculada de María.
24 de agosto de 1944.
1Veo de nuevo la
casa de Joaquín y Ana. Nada ha cambiado en su interior, si se exceptúan las
muchas ramas florecidas, colocadas aquí y allá en jarrones (sin duda provienen
de la podadura de los árboles del huerto, que están todos en flor: una nube que
varía del blanco nieve al rojo típico de ciertos corales).
También
es distinto el trabajo que está realizando Ana. En un telar más pequeño, teje
lindas telas de lino, y canta ritmando el movimiento del pie con la voz. Canta
y sonríe... ¿A quién? A sí misma, a algo que ve en su interior.
El
canto, lento pero alegre ‑ que he escrito aparte para seguirle, porque le
repite una y otra vez, como gozándose en él, y cada vez con más fuerza y
seguridad, como la persona que ha descubierto un ritmo en su corazón y primero
lo susurra calladamente, y luego, segura, va más expedita y alta de tono ‑ dice
(y le transcribo porque, dentro de su sencillez, es muy dulce):
«¡Gloria
al Señor omnipotente que ha amado a los hijos de David! ¡Gloria al Señor!
Su
suprema gracia desde el Cielo me ha visitado.
El
árbol viejo ha echado nueva rama y yo soy bienaventurada.
Por la Fiesta de las Luces echó
semilla la esperanza;
ahora
de Nisán la fragancia la ve germinar.
Como
el almendro, se cubre de flores mi carne en primavera.
Su
fruto, cercano ya el ocaso, ella siente llevar.
En la
rama hay una rosa, hay uno de los más dulces pomos.
Una
estrella reluciente, un párvulo inocente.
La
alegría de la casa, del esposo y de la esposa.
Loor
a Dios, a mi Señor, que piedad tuvo de mí.
Me lo
dijo su luz: "Una estrella te llegará".
¡Gloria, gloria!
Tuyo será este fruto del árbol,
primero
y extremo, santo y puro como don del Señor.
Tuyo
será. ¡Que por él venga alegría y paz a la tierra!
¡Vuela,
lanzadera! Aprieta el hilo para la tela del recién nacido.
¡El
nace! Laudatorio a Dios vaya el canto de mi corazón».
2Entra Joaquín en el momento en que ella iba a repetir
por cuarta vez su canto. «¿Estás contenta, Ana? Pareces un ave en primavera.
¿Qué canción es ésta? A nadie se la he oído nunca. ¿De dónde nos viene?».
«De mí corazón, Joaquín». Ana se ha levantado y ahora se dirige
hacia su esposo, toda sonriente. Parece más joven y más guapa.
«No
sabía que fueras poetisa» dice su marido mirándola con visible admiración. No
parecen dos esposos ya mayores. En su mirada hay una ternura de jóvenes
cónyuges. «He venido desde la otra parte del huerto oyéndote cantar. Hacía
años que no oía tu voz de tórtola enamorada. ¿Quieres repetirme esa canción?».
«Te
la repetiría aunque no lo pidieras. Los hijos de Israel han encomendado siempre
al canto los gritos más auténticos de sus esperanzas, alegrías y dolores. Yo he
encomendado al canto la solicitud de anunciarme y de anunciarte una gran
alegría. Sí, también a mí, porque es cosa tan grande que, a pesar de que yo ya
esté segura de ella, me parece aún no verdadera...». Y empieza a entonar de
nuevo la canción. Pero cuando llega al punto: «En la rama hay una rosa, hay uno
de los más dulces pomos, una estrella...», su bien entonada voz de contralto
primero se oye trémula y luego se rompe; se echa a llorar de alegría, mira a
Joaquín y, levantando los brazos, grita: «¡Soy madre, amado mío!», y se refugia
en su corazón, entre los brazos que él ha tendido para volver a cerrarlos en
torno a ella, su esposa dichosa. Es el más casto y feliz abrazo que he visto
desde que estoy en este mundo. Casto y ardiente, dentro de su castidad.
Y la
delicada reprensión entre los cabellos blanco‑negros de Ana: «¿Y no me lo
decías?».
«Porque
quería estar segura. Siendo vieja como soy... verme madre... No podía creer que
fuera verdad... y no quería darte la más amarga de las desilusiones. Desde
finales de diciembre siento renovarse mis entrañas profundas y echar, como
digo, una nueva rama. Mas ahora en esa rama el fruto es seguro... ¿Ves? Esa
tela ya es para el que ha de venir».
«¿No
es el lino que compraste en Jerusalén en octubre?».
«Sí. Lo he hilado durante la espera... y con
esperanza. 3Tenía esperanza por lo que sucedió el último día
mientras oraba en el Templo ‑ lo más que puede una mujer en la Casa de Dios ‑ ya de noche.
¿Te acuerdas que decía: "Un poco más, todavía un poco más"? ¡No sabía
separarme de allí sin haber recibido gracia! Pues bien, descendiendo ya las
sombras, desde el interior del lugar sagrado al que yo miraba con arrobo para
arrancarle al Dios presente su asentimiento, vi surgir una luz. Era una chispa
de luz bellísima. Cándida como la luna pero que tenía en sí todas las luces de
todas las perlas y gemas que hay en la tierra. Parecía como si una de las
estrellas preciosas del Velo ‑ las que están colocadas bajo los pies de los
querubines ‑, se separase y adquiriese esplendor de luz sobrenatural... Parecía
como si desde el otro lado del Velo sagrado, desde la Gloria misma, hubiera
salido un fuego y viniera veloz hacia mí, y que al cortar el aire cantara con
voz celeste diciendo: "Recibe lo que has pedido". Por eso canto:
"Una estrella te llegará". ¿Y qué hijo será éste, nuestro, que se
manifiesta como luz de estrella en el Templo y que dice "existo" en la Fiesta de las Luces? ¿Será
que has acertado al pensar en mí como una nueva Ana de Elcana? 4
¿Cómo la llamaremos a esta criatura nuestra que, dulce como canción de aguas,
siento que me habla en el seno con su corazoncito, latiendo, latiendo, como el
de una tortolita entre los huecos de las manos?».
«Si
es varón, le llamaremos Samuel; si es niña, Estrella, la palabra que ha
detenido tu canto para darme esta alegría de saber que soy padre, la forma que
ha tomado para manifestarse entre las sagradas sombras del Templo».
«Estrella.
Nuestra Estrella, porque... no lo sé, pero creo que es una niña. Pienso que
unas caricias tan delicadas no pueden provenir sino de una dulcísima hija.
Porque no la llevo yo, no me produce dolor; es ella la que me lleva por un
sendero azul y florido, como si ángeles santos me sostuvieran y la tierra
estuviera ya lejana... Siempre he oído decir a las mujeres que el concebir y el
llevar al hijo en el seno supone dolor, pero yo no lo siento. Me siento fuerte,
joven, fresca; más que cuando te entregué mi virginidad en la lejana juventud.
Hija de Dios ‑ porque es más de Dios que nuestra, siendo así que nacerá de un
tronco aridecido ‑ que no da dolor a su madre; sólo le trae paz y bendición:
los frutos de Dios, su verdadero Padre».
«Entonces
la llamaremos María. Estrella de nuestro mar, perla, felicidad, el nombre de la
primera gran mujer de Israel. Pero no pecará nunca contra el Señor, que será el
único al que dará su canto, porque ha sido ofrecida a El como hostia antes de
nacer».
«Está
ofrecida a Él, sí. Sea niño o niña nuestra criatura, se la daremos al Señor,
después de tres años de júbilo con ella. Nosotros seremos también hostias, con
ella, para la gloria de Dios».
No
veo ni oigo nada más.
5Dice Jesús:
«La Sabiduría, tras haberlos iluminado con los sueños
de la noche, descendió; Ella, que es "emanación de la potencia de Dios,
genuino efluvio de la gloria del Omnipotente" y se hizo Palabra para la
estéril. Quien ya veía cercano su tiempo de redimir, Yo, el Cristo, nieto de Ana,
casi cincuenta años después, mediante la Palabra, obraría milagros en las estériles Y en
las enfermas, en las obsesas, en las desoladas; los obraría en todas las
miserias de la tierra.
Pero,
entretanto, por la alegría de tener una Madre, he aquí que susurro una arcana
palabra en las sombras del Templo que contenía las esperanzas de Israel, del
Templo que ya estaba en la frontera de su vida. En efecto, un nuevo y verdadero
Templo, no ya portador de esperanzas para
un pueblo, sino certeza de Paraíso para el pueblo de toda la tierra, y por los
siglos de los siglos hasta el fin del mundo, estaba para descender sobre la
tierra. Esta Palabra obra el milagro de hacer fecundo lo que era infecundo, y
de darme una Madre, la cual no tuvo sólo óptimo natural, como era de esperarse
naciendo de dos santos, y no tuvo sólo un alma buena, como muchos también la
tienen, y continuo crecimiento de esta bondad por su buena voluntad, ni sólo un
cuerpo inmaculado... Tuvo ‑ caso único entre las criaturas ‑ inmaculado el
espíritu.
6Tú has visto la
generación continua de las almas por Dios. Piensa ahora cuál debió ser la
belleza de esta alma que el Padre había soñado antes de que el tiempo fuera, de
esta alma que constituía las delicias de la Trinidad, Trinidad que ardientemente deseaba
adornarla con sus dones para donársela a sí misma. ¡Oh, Todo Santa que Dios
creó para sí, y luego para salud de los hombres! Portadora del Salvador, tú
fuiste la primera salvación; vivo Paraíso, con tu sonrisa comenzaste a
santificar la tierra.
¡Oh,
el alma creada para ser alma de la
Madre de Dios!... Cuando, de un más vivo latido del trino
Amor, surgió esta chispa vital, se regocijaron los ángeles, pues luz más viva
nunca había visto el Paraíso. Como pétalo de empírea rosa, pétalo inmaterial y
preciado, gema y llama, aliento de Dios que descendía a animar a una carne de
forma muy distinta que a las otras, con un fuego tan vivo que la Culpa no pudo contaminarla,
traspasó los espacios y se cerró en un seno santo.
La
tierra tenía su Flor y aún no lo sabía. La verdadera, única Flor que florece
eterna: azucena y rosa, violeta y jazmín, helianto y ciclamino sintetizados, y
con ellas todas las flores de la tierra fusionadas en una Flor sola, María, en
la cual toda virtud y gracia se unen.
En
abril, la tierra de Palestina parecía un enorme jardín. Fragancias y colores
deleitaban el corazón de los hombres. Sin embargo, aún ignorábase la más bella
Rosa. Ya florecía para Dios en el secreto del claustro materno, porque mi Madre amó desde que fue concebida, mas
sólo cuando la vid da su sangre para hacer vino, y el olor de los mostos, dulce
y penetrante, llena las eras y el olfato, Ella sonreiría, primero a Dios y
luego al mundo, diciendo con su superinocente sonrisa: "Mirad: la Vid que os va a dar el Racimo
para ser prensado y ser Medicina eterna para vuestro mal está entre
vosotros".
He dicho que María amó desde que fue concebida. ¿Qué
es lo que da al espíritu luz y conocimiento? La Gracia. ¿Qué es lo que
quita la Gracia?
El pecado original y el pecado mortal. María, la Sin Mancha, nunca se
vio privada del recuerdo de Dios, de su cercanía, de su amor, de su luz, de su
sabiduría. Ella pudo por ello comprender y amar cuando no era más que una carne
que se condensaba en torno a una alma inmaculada que continuaba amando.
7Más adelante te daré a contemplar mentalmente la
profundidad de las virginidades en María. Te producirá un vértigo celeste semejante
a cuando te di a considerar nuestra eternidad. Entretanto, piensa cómo el hecho
de llevar en las entrañas a una criatura exenta de la Mancha que priva de Dios le
da a la madre ‑ que, no obstante, la concibió en modo natural, humano ‑ una
inteligencia superior, y la hace profeta, la profetisa de su hija, a la que
llama "Hija de Dios". Y piensa lo que habría sido si de los Primeros
Padres inocentes hubieran nacido hijos inocentes, como Dios quería.
Éste, ¡oh, hombres que decís que vais hacia el
"superhombre" y que de hecho con vuestros vicios estáis yendo únicamente hacia el super‑demonio!, éste habría sido el medio que conduciría al
"superhombre": saber estar libres de toda contaminación de Satanás,
para dejarle a Dios la administración de la vida, del conocimiento, del bien;
no deseando más de cuanto Dios os hubiera dado, que era poco menos que
infinito, para poder engendrar, en una continua evolución hacia lo perfecto,
hijos que fueran hombres en el cuerpo y, en el espíritu, hijos de la Inteligencia, es
decir, triunfadores, es decir, fuertes, es decir, gigantes contra Satanás, que habría mordido el polvo muchos miles
de siglos antes de la hora en que lo haga, y con él todo su mal».
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