VOLUMEN SEGUNDO
79. Volviendo donde los pastores. Las joyas de
Aglae y una parábola sobre su
conversión.
15 de enero de 1945.
1Jesús va
caminando entre sus discípulos por una vereda que sigue el curso del torrente.
Bueno, digo "sigue el curso del torrente" por decirlo de alguna
forma. En realidad, el torrente está abajo, mientras que la vereda (una vereda
serpenteada, como es fácil encontrar en lugares montañosos) va por arriba,
cortando la pendiente.
Juan
está rojo como la púrpura, cargado como un mozo de cuerda, con una saca grande
bien llena. Judas, por su parte, porta la de Jesús junto con la suya. Simón
lleva sólo la suya y los mantos. Jesús viste de nuevo su túnica ‑ la madre de
Judas debe haber encargado que se la lavaran porque no tiene arrugas ‑ y calza
sus sandalias.
«¡Cuánta
fruta! ¡Bonitos los viñedos de aquellas colinas!» dice Juan, que no pierde su
buen humor por el calor y la fatiga. «Maestro, ¿es éste el río en cuyas
márgenes cogieron los padres los racimos milagrosos?».
«No,
es el otro, y más al Sur. Pero toda la región era lugar bendecido por frutos
opimos».
«Ahora
ya no lo es tanto, aunque todavía sea hermosa».
«Demasiadas
guerras han devastado el suelo. Aquí se hizo Israel... pero, para hacerse, tuvo
que fecundarse con su sangre y con la de los enemigos».
«¿Dónde
vamos a encontrar a los pastores?».
«A
cinco millas de Hebrón, en las orillas del río que decías».
«Al
otro lado de aquel collado, entonces».
«Al
otro lado».
«Hace
mucho calor. El verano... ¿A dónde vamos después, Maestro?».
«A
un lugar aún más caliente. Pero os ruego que vengáis. Viajaremos de noche. Las
estrellas son tan claras, que no hay oscuridad. Os quiero mostrar un lugar...».
«¿Una
ciudad?».
«No...
Un lugar... que os hará comprender al Maestro... quizás mejor que sus
palabras».
2«Hemos perdido algunos días con ese estúpido
contratiempo. Ha echado todo a perder... y mi madre, que tanto había hecho, se
ha quedado desilusionada. Además, no sé por qué Tú has querido retirarte hasta
la purificación».
«Judas,
¿por qué llamas estúpido a un hecho que ha significado gracia para un verdadero
fiel? ¿No desearías una muerte similar para ti? Había esperado durante toda la
vida al Mesías, había ido, siendo ya anciano, por caminos incómodos, a adorarle
cuando le dijeron: "Ha venido"; había guardado en el corazón durante
treinta años la palabra de mi Madre. El amor y la fe le han cubierto con su
fuego en la última hora que Dios le reservaba. Se le ha quebrantado el corazón
en la alegría, reducido a cenizas, como grato holocausto, por el fuego de Dios.
¿Qué suerte mejor que ésta? ¿Ha echado a perder la fiesta que habías preparado?
Ve en esto una respuesta de Dios. No se mezcle lo que es del hombre con lo que
es de Dios... Tu madre todavía me verá. Ese anciano ya no me habría vuelto a
ver. Toda Keriot puede venir al Cristo, el anciano ya no tenía fuerzas para
hacerlo. Me he sentido feliz de recibir en mi corazón al viejo padre moribundo
y de recomendarle el espíritu. Y, por lo demás... ¿Por qué escandalizar
mostrando desprecio hacia la Ley?
Para decir "seguidme", hace falta caminar. Para conducir por un
camino santo, hay que recorrer el mismo camino. ¿Cómo habría podido, o cómo
podría, decir "sed fieles", si Yo fuera infiel?».
«Creo
que este error es la causa de nuestra decadencia. Los rabíes y los fariseos
abaten al pueblo cargándole los preceptos, y luego... luego hacen come aquel
que ha profanado la casa de Juan transformándola en un lugar de vicio» observa
Simón.
«Es
uno de Herodes...» rebate Judas Iscariote.
«Sí,
Judas. Pero las mismas culpas están presentes en las castas que se dicen ‑
ellas mismas se lo dicen ‑ santas. ¿Qué opinas Tú de esto, Maestro?» dice
Simón.
«Opino
que sólo en el caso de que haya un puñado de verdadera levadura y de verdadero
incienso en Israel se formará el pan y se perfumará el altar».
«¿Qué
quieres decir?».
«Quiero
decir que si alguien viene a la
Verdad con corazón recto, la Verdad se esparcirá como
levadura en la masa de la harina y como incienso por todo Israel».
«¿Qué
te dijo aquella mujer?» pregunta Judas.
Jesús
no responde. Se vuelve hacia Juan: «Pesa mucho y casi no puedes; dame tu
carga».
«No,
Jesús. Estoy acostumbrado a los pesos, y, además... me lo aligera el
pensamiento de la alegría que le dará a Isaac».
3Ya están al
otro lado del collado. A la sombra del bosque, en la otra vertiente, están las
ovejas de Elías; los pastores, sentados a la sombra, las vigilan. Ven a Jesús y
se echan a correr hacia Él.
«Paz
a vosotros. ¿Aquí estáis?».
«Estábamos
preocupados por ti... y por el retardo... dudando si ir hacia ti u obedecer..
hemos decidido venir hasta aquí... para obedecerte a ti y al mismo tiempo a
nuestro amor. Pero deberías haber llegado hace muchos días».
«Hemos
tenido que detenernos...».
«Pero...
¿nada malo?».
«No,
nada, amigo. Sólo la muerte de un fiel en mi pecho».
«¿Qué
querías que sucediera, pastor? Cuando las cosas están bien preparadas... Claro,
hay que saber prepararlas, y preparar a los corazones para recibirlas. Mi
ciudad ha rendido al Cristo toda suerte de honores. ¿No es verdad, Maestro?».
«Es
verdad. Isaac, al regreso hemos pasado por casa de Sara. La ciudad de Yuttá,
sin ninguna otra preparación aparte de la de su simple bondad y de la verdad de
las palabras de Isaac, ha sabido entender la esencia de mi doctrina y amar con
amor práctico, desinteresado y santo. Te manda ropa y comida, Isaac; y a los
óbolos que se quedaron encima de tu yacija todos han querido añadir algo para
ti, que vuelves al mundo y careces de todo. Ten. Yo no llevo nunca dinero; éste
lo he cogido porque está purificado por la caridad».
«No,
Maestro, tenlo Tú. Yo... estoy acostumbrado a vivir sin él».
«Ahora
tendrás que ir por los pueblos a los que te voy a enviar, y te hará falta. El
obrero tiene derecho al salario, aunque sea un obrero de alma... porque todavía
hay un cuerpo que nutrir, como el asno que ayuda a su amo. No es mucho, pero
sabrás desenvolverte... Juan en esa saca tiene ropa y sandalias. Joaquín ha
cogido de lo suyo; será grande... ¡pero hay mucho amor en ese regalo!».
Isaac
toma la saca y se retira a vestirse detrás de una mata. Estaba todavía descalzo
y llevaba su extravagante toga hecha con una manta.
4«Maestro ‑ dice
Elías ‑ esa mujer esa mujer que está en
la casa de Juan... tres días después de tu partida, mientras pastoreábamos las
ovejas en los prados de Hebrón ‑ que son de todos y no nos podían echar ‑, nos
mandó a una criada con esta bolsa, diciendo que quería hablarnos... No sé si he
hecho bien... pero por primera vez devolví la bolsa y dije: "No tengo nada
que escuchar"... Después, ella me envió este mensaje: "Ven en nombre
de Jesús", y fui... Esperó a que no estuviera su... en definitiva, el
hombre que la tiene... ¡Cuántas cosas quiso..., o mejor, quería saber! Yo, sin
embargo... dije poco... por prudencia... Es una meretriz. Temía que fuera una
trampa para ti. Me preguntó quién eres, dónde estás, qué haces, si eras una
persona importante... Yo le dije: "Es Jesús de Nazaret, está por todas
partes porque es un maestro y va enseñando por Palestina". Le dije que
eres un hombre pobre, sencillo, un obrero a quien la Sabiduría le ha hecho
sabio... Nada más».
«Has
hecho bien» dice Jesús, y, contemporáneamente, Judas exclama: «¡Has hecho mal!
¿Por qué no dijiste que es el Mesías, que es el Rey del mundo? ¡Aplastar la
soberbia romana bajo el fulgor de Dios!».
«No
me habría entendido... Y, además, ¿estaba seguro de si era sincera? Tú mismo
dijiste lo que era ella, cuando la viste. ¿Podía ofrecer las cosas santas ‑
todo lo que es Jesús es santo ‑ a su boca? ¿Podía poner en peligro a Jesús
dando demasiadas noticias? ¡Lejos de mí acarrearle un mal, aunque todos lo
hicieran!».
«Vamos
nosotros, Juan, a decirle quién es el Maestro, a explicarle la verdad santa».
«Yo
no, a menos que Jesús me lo ordene».
«¿Tienes
miedo? ¿Qué puede hacerte? ¿Sientes asco? ¡El Maestro no lo ha sentido! ».
«Ni
miedo ni asco. Tengo piedad de ella. Pero pienso que si Jesús hubiera querido
hubiera podido detenerse a instruirla. No lo hizo... no es necesario que lo
hagamos nosotros».
«Entonces
no había signos de conversión... Ahora... 5A ver, Elías, la bolsa».
Y Judas vuelca en un extremo del manto ‑ puesto que se ha sentado en la hierba ‑
el contenido de la bolsa. Anillos, brazaletes, pulseras, un collar... ruedan:
amarillo oro sobre el amarillo opaco de la vestidura de Judas. «¡Todas
joyas!... ¿Qué hacemos con esto?».
«Se
pueden vender» dice Simón.
«Son
siempre pejigueras» objeta Judas mostrando, no obstante, admiración por las
joyas.
«Se
lo he dicho yo también, al cogerlas. También le he dicho que su señor la
pegaría. Me ha respondido: "No es suyo, es mío, y hago con ello lo que
quiero. Sé que es oro de pecado... pero se transformará en oro bueno si se usa
para quien es pobre y santo. Para que se acuerde de mí" y lloraba».
«Ve,
Maestro».
«No».
«Manda
a Simón».
«No».
«Entonces
voy yo».
«No».
Los
noes de Jesús son secos e imperiosos.
«¿He
hecho mal, Maestro, al hablar con ella, al tomar ese oro?» pregunta Elías, que
ve a Jesús serio.
«No
has hecho mal, pero ya no hay nada más que hacer».
6«Pero quizás
esa mujer quiere redimirse y tiene necesidad de ser instruida...» objeta una
vez más Judas.
«Hay
en ella ya muchas chispas capaces de suscitar el incendio en que puede quemarse
su vicio para quedar el alma virginizada de nuevo por el arrepentimiento. Hace
poco os he hablado de levadura que esparciéndose entre la harina convierte a
ésta en santo pan. Escuchad una breve parábola. Esa mujer es harina, una harina
en la cual el Maligno ha mezclado sus polvos de infierno; Yo soy la levadura, o
sea, mi palabra es la levadura. Pero, ¿puede hacerse el pan, aún en el caso de
que la levadura sea buena, si en la harina hay mucho cascabillo, o si mezclado hay
piedras y arena y ceniza? No puede hacerse. Hace falta quitar de la harina, con
paciencia, las cascarillas, la ceniza, las piedras y la arena. La Misericordia pasa y
ofrece la criba... La primera: hecha con breves verdades fundamentales,
necesarias para ser comprendidas por uno que está en la red de la completa
ignorancia, del vicio, del paganismo. Si el alma lo acoge, comienza la primera
purificación. La segunda es la criba del alma en sí, que confronta su ser con
el Ser que se ha revelado, y se horroriza. Y comienza su obra. Por medio de una operación cada vez más minuciosa, después
de las piedras, de la arena y de la ceniza, llega incluso a quitar lo que ya es
harina pero con granitos todavía grandes, demasiado grandes para producir un
óptimo pan. Cuando ya está completamente dispuesta, vuelve a pasar la Misericordia y se
introduce en esa harina preparada ‑ también ésta es una preparación, Judas ‑ y
la hace fermentar y la hace pan. Pero es una operación larga y de
"voluntad" del alma. Esa mujer... esa mujer tiene ya en sí esa mínima
cosa que era justo darle y que le puede servir para llevar a cabo su trabajo.
Dejemos que lo lleve a cabo, si quiere hacerlo, sin disturbarla. Todo disturba
a un alma que se está labrando: la curiosidad, el celo imprudente, las
intransigencias y la excesiva compasión».
7«¿Entonces, no
vamos?».
«No.
Y, para que a ninguno de vosotros le venga la tentación, nos vamos en seguida.
Hay sombra en el bosque. Nos detendremos en las faldas del Valle del Terebinto
y allí nos separaremos. Elías volverá a sus pastos con Leví. José vendrá
conmigo hasta el vado de Jericó. Luego... nos volveremos a reunir. Tú, Isaac,
continúa lo que hiciste en Yuttá, yendo desde aquí, por Arimatea y Lida, hasta
llegar a Doco. Allí nos volveremos a ver. Judea debe ser preparada, y tú sabes
cómo hacerlo; como has hecho en Yuttá».
«¿Y
nosotros?».
«¿Vosotros?
He dicho que vendréis para ver mi preparación. Yo también me he preparado para
la misión».
«¿Yendo
a un rabí?».
«No».
«¿Con Juan?».
«De él tomé
sólo el bautismo».
«¿Entonces?».
«Belén ha hablado con las piedras y los
corazones. También en ese lugar, donde te llevo, Judas, las piedras y un
corazón, el mío, hablarán y te responderán».
8Elías ‑ que ha
traído leche y pan oscuro ‑ dice: «He tratado, mientras esperaba, y conmigo
también Isaac, de persuadir a los de Hebrón... Pero... sólo creen en Juan, no juran más que por
Juan, no quieren más que a Juan; es su "santo" y sólo le quieren a
él».
«Pecado
común a muchos pueblos y a muchos creyentes actuales y futuros: miran al obrero
y no al patrón que ha enviado al obrero; se dirigen al obrero, sin ni siquiera
decirle: "Dile a tu patrón esto". Se olvidan de que el obrero existe
porque existe el patrón y de que es el patrón el que instruye al obrero y le
habilita para su trabajo. Olvidan que el obrero puede interceder, pero uno sólo
puede conceder: el patrón; en este caso Dios, y su Verbo con Él. No importa. El
Verbo siente dolor por ello, pero no rencor. Vamos».
La
visión termina.
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