Amanecía Madrid en tinieblas. Una espesa capa de niebla invadía la ciudad, apenas pudiéndose distinguir los edificios de las casas aledañas. Madrid Río, donde generalmente suele haber personas corriendo, montando en bicicleta o patinete, paseando… el pasado domingo vio como dos grupos de salvajes se agredieron mutuamente provocando no sólo daños en el mobiliario urbano sino también heridos y un fallecido. Un ultra del Deportivo de la Coruña falleció tras ser apalizado y arrojado al río, como una ancestral reminiscencia de aquellas turbas de maleantes que, siglos ha, se citaban en el Manzanares para pegarse tiros o luchar con espada. Fue un ultra del Deportivo, podía haber sido uno del Atlético. Lo mismo da, fue un salvaje y no un santo. Es políticamente incorrecto decirlo, pero una persona que se recorre 700 kilómetros para pegarse con otras personas no es, desde luego, alguien de paz. Máxime cuando tenía antecedentes penales. Descanse en paz, sí, pero sobre todo espero que se haya podido reconciliar con Dios antes de su fallecimiento (estuvo un tiempo inconsciente, quién sabe si quizá pudo arrepentirse cuando fue Dios en su busca). Voy a escribir algo polémico, por lo cual aprovecho para abrir paraguas ante los probables improperios.
Hoy muchos se están preguntando como es posible que una persona de 43 años, con hijos, se desplace un domingo a pegarse con otras personas. Muchos se preguntan porqué hay gente que queda, antes o después de un partido, para pegarse. Yo creo que hay una clave que explica todo esto, aunque se ha hablado aún poco, o nada, de ella. Se trata de la naturaleza humana que está herida por el pecado. El hombre, es cierto, lleva la violencia en sus genes desde tiempos ancestrales. Durante la Prehistoria nuestros antepasados debieron sobrevivir en un ambiente hostil, donde apenas podían defenderse de sus enemigos (los animales salvajes de la época) mediante la lucha física. Eran unos tiempos donde había un marcado carácter tribal, con un jefe que en ocasiones mandaba ejercer la violencia para defender a su clan frente a los peligros naturales.
Con el tiempo, durante la Historia, se había conseguido domesticar a muchos animales. En cuanto a los salvajes, el cerebro humano había evolucionado de tal modo que se podía cazar y defender a la tribu sin efectuar tanta violencia como en el pasado. Sin embargo, en algún momento dado, motivado por ese pecado original, el hombre comenzó a utilizar la violencia contra su hermano (Caín y Abel) llegando al asesinato de sus semejantes. Desde entonces y hasta nuestros días tenemos todo lo que la Historia nos ha enseñado: guerras, asesinatos, peleas, en fin, entre semejantes muchas veces motivadas por el ansía de poder que ha caracterizado a algunos personajes y grupos históricos muy ambiciosos a los que poco importaba eliminar totalmente al enemigo para conseguir su (temporal) gloria.
Como digo, lo que ayer ocurrió a orillas del Manzanares no fue culpa del fútbol. Simeone, entrenador del Atlético de Madrid, dijo una cosa que, aunque se quedó en lo superficial, arroja algo de luz sobre lo sucedido. Según él la culpa es de la sociedad. Evidentemente se quedó en la superficie, pero tiene algo de verdad. Cuando una sociedad como la española, antes profundamente arraigada en valores católicos, se aleja del mensaje y la Verdad que Jesucristo nos enseñó termina cayendo en el mal. El mal, encarnado en Satanás, es también la ausencia de un bien. El mal no es una entelequia ni tampoco una categoría filosófica. Es algo que puede llegar a ser tangible, pues cuando falta el bien es cuando el mal arrasa como hicieron los Hunos, que no volvía a crecer la hierba. Una sociedad que relativiza el bien y el mal diciendo “es tu forma de pensar” al escucharte decir que algo es pecado no es otra cosa que una sociedad enferma. Cuando en una sociedad como la española se está cometiendo el peor genocidio de la historia, el aborto, sin que casi nadie haga por evitarlo no nos puede extrañar que pasen cosas como lo del domingo a orillas del Manzanares. Alguien podrá decirme ¿Y qué tendrá que ver? pero, en realidad, tiene mucho que ver. El derecho más sagrado que tiene el ser humano es, sin ninguna duda, el derecho a la vida. No hablo sólo de lo que enseña la Iglesia, que también, sino de aquellos derechos que están inscritos en una ley natural que la Iglesia ha acogido como suyos, porque esa ley natural es la ley de Dios. Vivimos en una sociedad donde, como diría Heráclito “Aunque el Logos es común, la mayoría vive como si poseyese su propia inteligencia” es decir, hay una ley natural universal, pero cada uno se ha creado su propia ley lo cual, unido al relativismo imperante, lleva a que se defienda el aborto y, en consecuencia, toda forma de violencia.
Una sociedad que permite el aborto es, al fin y al cabo, una sociedad violenta. Pero no sólo eso. Hay toda una tolerancia de la violencia en la sociedad española que se puede ver en cosas como la tolerancia ante situaciones como el acoso escolar, el racismo y la xenofobia o la, afortunadamente cada vez más combatida, violencia doméstica. Se trata de una sociedad donde el pecado lleva a los poderosos a robar dinero que nos pertenece a todos los españoles. Una sociedad violenta donde aún cuando hay una pelea la gente se arremolina en torno a los que se pegan en vez de intentar separarlos. Es, en definitiva, esa España cainita donde dos se pegan mientras un tercero observa. Por ello digo que lo ocurrido el domingo tiene un significado mucho más profundo que el de una mera pelea entre ultras de dos equipos de fútbol.
La crisis en España no es sólo económica. De hecho me atrevo a decir que la cuestión económica es el menor de nuestros problemas. La mayor crisis es haber dejado de lado el Evangelio. Esa es la peor crisis que tenemos en España ahora mismo. Hagamos un breve viaje por el pasado. Mientras España se rigió por los valores católicos llegamos a ser un gran Imperio de Ultramar. Fue con la llegada de constituciones de corte liberal, auspiciadas por la masonería, cuando se empezaron a perder colonias y aparecieron movimientos en algunas regiones españolas que dieron origen al separatismo. No quiero decir con esto que en la España de Felipe II, tan católica aquella nación, todo fuera un remanso de paz y amor. Evidentemente no. También había violencia absurda dentro de nuestras fronteras. Como digo, se trata de una cuestión que atañe a lo más profundo del ser humano y causada por el pecado, que hirió nuestra naturaleza.
Esta España de hoy en día, sin embargo, tan alejada de la verdad del Evangelio, es un país donde reinan la corrupción, la violencia, el hedonismo. Observemos a la luz del Evangelio el verdadero estado de la Nación, de nuestros compatriotas, y veremos que el problema no fue, exclusivamente, que el domingo se citasen dos bandas de delincuentes a matarse mutuamente. El problema es de otro tipo. El problema es, como decía Chesterton, que cuando se deja de creer en Dios se pasa a creer en otras cosas. Se pasa a creer en ideologías que atentan contra la dignidad humana (me da igual rojo, pardo o azul), se pasa a buscar la aniquilación del enemigo a cualquier precio por puro “placer”. Alguna vez escuché hablar sobre los afectos desordenados. Es una cuestión a la que me gusta unir lo que estudié sobre el alma racional de Platón. Decía el filósofo griego que en el hombre hay tres “almas”: racional, irascible y concupiscible. El alma racional sería, haciendo un poco de filosofía cristiana, el alma que Dios nos ha dado, aquello que nos hace seres racionales, dirigidos al bien. El alma irascible son los afectos de la voluntad y el valor, pero que mal dirigidos pueden llevar a la violencia. El alma concupiscible está relacionada con lo sensible, placeres y apetitos sensibles, que mal dirigidos pueden llevar, por ejemplo, a aberraciones de tipo sexual. Explicaba Platón que el alma racional es el auriga que debe sujetar, con fortaleza, la brida para que concupiscible e irascible no hagan volcar el carro con su ímpetu. Cuando en un país como España hemos dejado de lado el alma racional, dejándonos llevar como un barco de vela por el mar del relativismo, ocurren cosas como las del domingo.
Es el abandono del alma racional lo que lleva al ser humano al uso de la violencia. Un uso inútil, exacerbado e irracional de la violencia. En la Prehistoria pudo estar justificada esa violencia cuando venía un Dientes de Sable y el hombre debía defender a su clan. Pero esa violencia no está justificada en nuestros días. Hago esta analogía porque los grupos de delincuentes que, bajo el amparo de algunos presidentes de fútbol, se reunieron a pegarse funcionaron, de alguna forma, bajo ese sistema de clan. Pero ya no vivimos en la Prehistoria. Vivimos en el siglo XXI. Es totalmente absurdo pegarse con otro grupo de personas por rivalidades políticas, futbolísticas, religiosas, étnicas…. sin embargo el ser humano sigue haciéndolo. Y, mientras tanto, Jesucristo nos grita desde el Sagrario “Venid como hijos de Dios a mí, convertíos para heredar el Reino“. Si, porque pese a las rivalidades (artificiales) humanas, somos hijos de Dios y estamos llamados a heredar un Reino. Pero para eso hacen falta varias cosas. Entre ellas convertirse y arrepentirse de los pecados. Pero también ver a los otros como hermanos y no como enemigos. También hace falta otra cosa importante, respetar la Ley Natural, especialmente a los Derechos de los más débiles: los niños en el vientre de sus madres. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando dos grupos de descerebrados se matan a orillas de un río pero permanecemos en el más cruel de los silencios cuando cada año mueren tantísimos niños a los que no se les ha dado ni la oportunidad de nacer. Si, somos muchos los que nos rebelamos contra el aborto, es cierto. Pero por desgracia hay un general pecado de omisión por parte de los españoles. El otro día en la manifestación contra el aborto que se celebró en Madrid seriamos un millón de personas… en un país con 47 millones de españoles.
En definitiva, el problema, como digo, no es que haya habido un muerto en una pelea entre delincuentes. El problema es que vivimos en una sociedad profundamente enferma. Sufre España una enfermedad para la que sólo existe una medicina: Conviértete y cree en el Evangelio. Cuando no se cree en Dios uno comete el error de pensar que no tendrá que pedir cuentas a nadie. Sin embargo, no es así. Por eso es preciso que la humanidad, y en nuestro caso los españoles, nos convirtamos y pasemos a vivir bajo la Ley de Dios, que es bondad, abandonando todo aquello que pertenece al príncipe de las tinieblas, entre las que se encuentra la violencia.
Quiero finalizar diciendo que quizá habría que recuperar viejas soluciones visigodas. En época de los godos, para combatir el paganismo y otras cosas, se impuso que los domingos todos los habitantes de Hispania debían acudir a misa y tan sólo estaban permitidas en dicho día las actividades relacionadas con la Iglesia o aquellas de carácter benéfico. Quizá habría que hacer lo mismo hoy en día. Las doce de la mañana de un domingo es la hora de ir a misa, no a un campo de fútbol.
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