Jueves
primera semana Cuaresma. Forjemos nuestra alma a través de la
oración, sacrificio y purificación interior.
Autor:
P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La insistencia con la que
Nuestro Señor pide que nos acerquemos a la oración para que se nos
dé; que nosotros lleguemos a Él para encontrarlo, es una
insistencia que requiere del corazón humano, una grandísima
fortaleza interior, una gran tenacidad. Esa tenacidad para que
pidamos y se nos dé, se ve muchas veces probada por las
circunstancias, por las situaciones en las que nos
encontramos.
Jesús habla de que pidan y se les dará, pero no
nos dice si será pronto o tarde, cuando se nos dará. No nos dice si
vamos a encontrar al primer momento en que empezamos a buscar o va a
ser una búsqueda larga. No nos dice si la espera va a ser corta o se
va a dilatar mucho. Simplemente nos dice que toquemos, que pidamos,
que busquemos con la certeza de que vamos a recibir, vamos a
encontrar y de que se nos va a abrir. Tener esta certeza, requiere en
el alma una gran fortaleza interior, una gran firmeza interior. Una
firmeza que Dios N. S. va probando, que poco a poco Él va viendo si
es auténtica, si es verdadera.
Sin embargo, esto no es
solamente una obra de Dios. Es importante el hecho de que Dios quiera
que nosotros construyamos esta firmeza interior, pero también a
nosotros nos toca actuar. Es obrar de Dios y obra nuestra. La
Cuaresma es un período especialmente señalado para indicar esta
obra nuestra en la obra de Dios. La obra nuestra en la tenacidad, en
la constancia hasta conseguir que Dios N. S. nos abra, nos dé y nos
encuentre.
¿Qué hay que hacer para esto? La Cuaresma nos
habla de una penitencia que hay que realizar, de una oración en la
que tenemos que insistir y de una generosidad particular, en la que
tenemos nosotros, poco a poco que ir trabajando.
Para ello es
necesaria una muy seria penitencia interior. Una penitencia que no se
quede simplemente en el hecho de que no comamos carne o que ayunemos
algunos días. Es una penitencia que va mucho más allá de los
detalles, de los sacrificios concretos exteriores. Es una penitencia
que tiene que abarcar toda nuestra vida, toda nuestra personalidad,
porque precisamente es la penitencia la que forja el alma, la que
construye el alma. No son las concesiones las que van a hacer de
nuestra alma un alma aceptable a Dios, va a ser la penitencia la que
va a hacer de nuestra alma, un alma entregada a Dios.
Hemos
escuchado en el Libro de Esther, una oración que hace esta mujer a
Dios, en la más total de las obscuridades, sabiendo que lo que va a
hacer, es jugarse el todo por el todo, porque Esther, va a
presentarse ante el rey sin su permiso, y esto estaba penado con la
muerte en la corte de los persas. En el fondo, Ester lo que lleva a
cabo es una auténtica penitencia del alma, una purificación de su
espíritu, de su corazón para ser capaz de enfrentarse a una prueba
en la que sabe que está jugándose todo.
¿Cómo es esta
penitencia interior? Es una penitencia que tiene que acabar todas
nuestras dimensiones, toda nuestra persona, nuestros pensamientos,
nuestra inteligencia, nuestros afectos, nuestra voluntad, nuestra
libertad. ¿Hasta qué punto nos hemos planteado alguna vez la
autentica penitencia del alma, la auténtica exigencia interior de ir
probando nuestra alma, para ver si está lista a resistir las pruebas
para se fieles a Dios? Cuando llamemos y nadie nos abra; cuando
pidamos y nadie nos dé; cuando busquemos y nadie nos permita
encontrarlo.
Es un tema que en la Cuaresma se hace
particularmente presente, pero que no solamente tendría que ser un
tema cuaresmal; tendría que ser un tema de toda nuestra vida. La
penitencia del alma, la purificación interior de nuestros
sentimientos, de nuestra voluntad de nuestra inteligencia, de
nuestros afectos, de nuestra libertad para ponerla totalmente de cara
a Dios N. S. La base de la penitencia del alma, es la confianza
absoluta en Dios N. S. No se basa simplemente en los actos que
nosotros realizamos, de sacrificio o de renuncia interior, se realiza
sobre todo, apoyada en la confianza en Dios N. S.
"Si
ustedes a pesar de ser malos saben dar cosas buenas a sus hijos, con
cuánta mayor razón, el Padre que está en los cielos dará cosas
buenas a quiénes se las pidan". La pregunta que tenemos que
hacer es si estamos reconociendo las cosas que Dios nos da como cosas
buenas; si tenemos nuestra alma dispuesta a aceptar todo lo que Dios
pone en nuestra vida como buenas o por el contrario, somos nosotros
los que discernimos si esto es bueno o esto es malo, no dependiendo
de Dios, sino dependiendo de nosotros mismos: de cómo nosotros lo
recibimos; de cómo a nosotros nos afecta.
¿Qué sucede
cuando Dios nos da un pan, un pescado? La parábola de Cristo habla
de un padre bueno, dice: "Ningún padre, cuando su hijo le pide
un pescado, le da una serpiente y ningún padre cuando su hijo le
pide pan le da una piedra". ¿No sentiríamos alguna vez
nosotros que Dios nos da piedras antes que pan? ¿O serpientes en vez
de pescado? ¿No podríamos dudar nosotros a veces, de lo que Dios
nos da o de lo que Dios no nos está dando? Y aquí esta de nuevo la
exigencia ineludible de la penitencia interior: "Crea en mi,
Señor un corazón puro". Es decir, crea en mi, Señor, un
corazón que me permita captar que Tú no me estas dando ni piedras,
ni serpientes, sino pan y pescado, que lo que Tú me das es siempre
bueno; que lo que Tu me ofreces, es siempre algo para realizarme en
mi existencia. Esto tengo que aprenderlo a ver y únicamente se logra
a base de la penitencia interior. No hay otro camino.
Que esta
Cuaresma nos permita introducirnos un poco en este camino, en
búsqueda interior del encuentro con Cristo; en esfuerzo interior por
encontrarnos con el Señor, conscientes de que no hay otro camino
sino es el de aprender a hacer de nuestra alma, un alma que busca,
sabiendo que va a encontrar. Un alma que toca, sabiendo que le van a
abrir.
Forjemos nuestra alma a través de la oración, del
sacrificio y de la purificación interior, para encontrar siempre, en
todo lo que Dios nos da, al Padre Bueno que da cosas buenas a quienes
se las piden.
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