EXTRAORDINARIO Y PERFECTO
Dos palabras del evangelio de este día me dan que pensar:
* La primera «extraordinario».
La cultura en que habitamos se empeña en hacernos «normales», como todo el mundo. En que nos adaptemos a la realidad, en que no desentonemos. Y, si acaso, para disimular y compensar un poco es profundo deseo que todos tenemos de ser originales y distintos, nos invitan a ser «originales» por medio de un tatuaje, de una ropa «distinta» (fabricada en serie, claro), ir a sitios originales (que dejan de serlo cuando nos los anuncian), o probar cosas nuevas, especialmente en el caso de los jóvenes, ir de «raritos» («hipster» se llaman). Pero las propuestas son todas
superficiales: ser originales «por fuera» o simplemente llamar la atención.
Y esto se contagia también a la espiritualidad y al seguimiento de Jesús. Si alguien nos observara con una cámara oculta, sin saber nada de nosotros, ¿podría «adivinar» (dejando al margen los tiempos de oración y de culto) que somos cristianos? ¿que vivimos de un modo diferente y alternativo?
No estoy pensando en que se nos note por ciertos temas, manías y obsesiones que van contracorriente, pero que provocan espontáneamente rechazo y que son poco «contagiosos». No: estoy pensando en un modo de estar, ser y vivir que se salga «por arriba» de los mínimos con los que se conforma la mayoría. Un modo de estar, ser y vivir que cuestione: se puede ser de otra manera, y feliz, y de paso... cambiar el mundo gris en que nos movemos (ser sal, ser luz, ser levadura...).
Por ejemplo: una austeridad vivida con alegría, la disponibilidad para ir más allá de lo obligatorio en nuestras responsabilidades, la serenidad interior en medio de tantas crispaciones, el tratar con naturalidad y acoger y compartir con los «distintos», el no callarse ni mirar para otro lado cuando hay que defender la justicia o denunciar corrupciones, saber divertirnos sin perder los papeles o malgastar los dineros, que....
Jesús nos quiere «alternativos» para que esta sociedad en la que vivimos pueda ser otra y sea otra, con otros valores y principios más humanizadores... Jesús se queja: «si amáis a los que os aman, si saludáis a los que os saludan... en qué os distinguís» de los no creyentes? Si hacéis lo que hace todo el mundo, qué hacéis de extraordinario? Es decir: su propuesta (el Reino) dejaría las cosas como están, sería rrelevante, no merecería la pena, no poartaría nada de nada.
Un simple «saludar» a los que no nos saludan, o «amar» a los que no son de los nuestros ya cambiaría muchas cosas. Pero podemos inventar o poner en práctica otras muchas propuestas: del mismo Evangelio, o como fruto de nuestras reflexiones y experiencias.
* La otra palabra: «perfectos». Llevo tiempo pensando en que, quizá como consecuencia del «individualismo» y «narcisismo» propios de nuestros tiempos... la espiritualidad de muchas personas, y sus esfuerzos de «conversión» se han ido centrando y reduciendo peligrosamente al mundo del «yo». Prestan mucha atención a los malos pensamientos, a la pereza, a no cumplir con sus obligaciones religiosas (oraciones, ayunos, abstinencias...), a la falta de autocontrol con el alcohol, o la comida, o el juego, o.... Haber visto programas o imágenes inadecuadas... Puede estar bien, si. Pero... casi siempre... los demás, el trato con los otros... está como de pasada, de relleno... o no lo está en absoluto. Recuerda uno aquel poema de Jacinto Benavente:
En el "meeting" de la Humanidad millones de hombres gritan lo mismo;
¡yo, yo, yo, yo, yo, yo!... ¡yo, yo, yo, yo, yo, yo!...
¡Cu, cu, cantaba la rana! ¡Cu, cu, debajo del agua!
¡Qué monótona es la rana humana!
¡Qué monótono es el hombre mono!
Y luego: a mí, para mí; en mi opinión, a mi entender.
¡Mi, mi, mi, mi!
¡Y en francés hoy un "moi"!
¡Oh!, el "moi" francés, ¡ése sí que es grande! "¡Monsieur le moi!"
La rana es mejor. ¡Cu, cu, cu, cu, cu!
Sólo los que aman saben decir ¡Tú!
La perfección que Jesús invita a asumir (¡extraordinaria también!) es la de Dios... que no trata a cada uno según sus méritos y actitudes..., que no deja condicionar su bondad por nuestras malas respuestas. Que es bueno siempre. Es una perfección que se ejercita en el trato con los otros. Y pone dos ejemplos bien concretos: con los que son «enemigos» o nos persiguen. La perfección a la que Jesús nos llama no es para nada la de los «fariseos», autoexigentes y «don perfectos», tan modélicos, y que se acercan a Dios... «despojados» de cualquier rostro humano. Precisamente para lo que más importa al Dios Padre «nuestro». Cuando el corazón está atiborrado de uno mismo... no queda sitio para los demás... Ni siquiera para Dios.
Para terminar, doble invitación cuaresmal: Hacer (con la ayuda del Espíritu, claro) cosas extraordinarias (aunque quizá no sean muy llamativas»), y dejar «el canto de la rana», porque sólo los que aman saben decir «tú».
Enrique Martínez, cmf
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