"Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará" (Mt. 10, 22)
El pasado lunes 23 de febrero los terroristas yihadistas del Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés), atacaron varias aldeas cristianas de las orillas del río Khabur, en la provincia siria de Jiazira.
Decenas de cristianos asirios fueron tomados como rehenes, mientras las iglesias de algunas aldeas fueron quemadas o dañadas. Esto fue confirmado a la agencia Fides por el arzobispo sirio católico de Hassaké-Nisibi monseñor Jacques Behnan Hindo.
"Más de cien familias asirias que encontraron refugio en Hassaké permanecían sin recibir ayuda de la Media Luna Roja o de los organismos de asistencia del gobierno sirio, tal vez porque son cristianos. Ni siquiera la agencia de la ONU para los refugiados se le ha visto por aquí", manifestó el arzobispo.
A lo largo de las orillas del río Khabur, había más de 30 aldeas cristianas fundadas en los años 30 del siglo pasado, donde se habían refugiado los cristianos asirios y caldeos que huyeron de Irak y de las matanzas perpretadas por el ejército iraquí. Eran pueblos prósperos habitados por miles de personas, con iglesias y comunidades muy activas; pero desde el comienzo de la guerra se fueron vaciando y algunos de ellos parecen pueblos fantasmas, como pasó con con Tel Ormuz que de 4,000 habitantes se había reducido a menos de 300.
Este ataque se suma a la larga lista de crímenes y barbaries recientemente cometidas contra los cristianos por el Estado Islámico; pero desde hace años asistimos al martirio que sufren nuestros hermanos en diferentes partes del mundo. En el 2009 según un reporte del Centro de Investigaciones Pew (Pew Research Center) radicado en Washigton, D.C., los diez países donde los cristianos sufren más persecución son Afganistán, Arabia Saudita, Bután, China, Corea del Norte, India, Irak, Malasia, Mauritania y Yemen.
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La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, Tertuliano.Desde sus orígenes la vida de la Iglesia se ha visto acompañada por la realidad del martirio y hoy continúa presente en varios países. La palabra “mártyras” en griego significa testigo. De ahí que los mártires son
los cristianos que dan testimonio de la verdad en las enseñanzas de Cristo, prefiriendo la muerte y el sufrimiento a la renuncia de la fe.En la “Lumen Gentium ”(Luz de las Gentes), la Constitución Dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II podemos leer:
“Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por El y por sus hermanos (cf. 1 Jn 3,16; Jn 15,13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores.
Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a El en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor, Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia.” (LG, 42)Los cristianos que viven en países donde la persecución física no es tan marcada, cuando ésta se da, puede pasar desapersibida. Pero en ocasiones cada vez más numerosas sufren el
martirio ideológicoque impone una sociedad alejada de Dios y de los valores morales. Bajo la bandera de la libertad de expresión se busca imponer conductas que van contra la fe y la moral cristiana. La burla, la intolerancia, el castigo, la discrimación y el desprecio, son cruces que muchos cristianos enfrentan y cargan como un matirio incruento que les hace sufrir injustamente y les desgarra el alma. La oración y el testimonio valiente de nadar contra la corriente son el antídoto para evitar ser destruidos por lo que el Papa Benedicto ha llamado
"tiranía del relativismo".
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