3 de Junio de 1978
LA MÁS GRANDE BATALLA QUE EL HOMBRE DEBE COMBATIR EN LA TIERRA
Hermano Don Octavio, soy San Miguel Arcángel, el Príncipe de las milicias celestiales que desde hace tiempo desea este encuentro, aunque nuestro recíproco silencio como bien sabes no significa olvido o desinterés el uno del otro, tú me has invocado cotidianamente y yo he respondido siempre a tus invocaciones con la ayuda.
Hermano, según el criterio humano se debería decir que las cosas no van como tú lo las deseaste para que así fuera, no debería haber las oscuras y activas potencias del mal, ni tampoco una Superior Voluntad divina. Tú estás, hermano mío, entre las primeras y segunda, por esto te encuentras en perenne conflicto interior; por esto se ha dicho que la vida del hombre en la tierra es una batalla, pero añado, no es sólo una batalla, sino más bien una gran batalla, una grandísima batalla, la más importante batalla que el hombre debe combatir en la tierra, la batalla decisiva para toda la eternidad. Pero, hermano mío, el inconveniente está precisamente aquí: como otras veces se te ha comunicado, no se puede conducir ninguna batalla y vencer sin no sólo creer en el enemigo, sino que hay que conocer sus astucias, las insidias, la estrategia y las intenciones que tiene en la lucha.
La incredulidad difundida y propagada en la Iglesia de Dios
Querido Don Octavio, suma desventura para la Iglesia y para las almas es hoy la incredulidad que se tiene acerca del Enemigo; incredulidad cultivada por él y difundida en toda la humanidad, pero lo que es más grave es que esta incredulidad se ha difundido y propagado en la Iglesia de Dios por aquellos que en la Iglesia deberían de ser centinelas atentos y vigilantes ante cualquier insidia y trampa puestas por el enemigo a las almas.
Lo que es tremendamente doloroso es precisamente el hecho de que aquellos que Dios ha elegido para ser guías y conductores del gran ejército de los soldados de Cristo, no sólo no creen, sino que te juzgan demente si osas hablar del enemigo y del deber, tres veces santo, de combatirlo con todos los medios que la Bondad Divina ha puesto a vuestra disposición.
Hermano Don Octavio, con relación a esto tú ya tienes una experiencia, de la que bien puedes agradecer a Aquel que con su nacimiento, con su vida y muerte ha enseñado cómo se debe combatir al enemigo, y lo ha enseñado con el ejemplo y con las palabras; ya estas cosas te han sido repetidas, pero quiero que tú te convenzas, si tuvieras necesidad de ello, de cuán lejos de la realidad primera ha sido llevada la Iglesia. Esta es y será siempre la verdadera razón por la cual Cristo Redentor murió en la Cruz: arrancar las almas al atrevido Enemigo, que parece ignorar esta realidad divina para recordar solamente su repugnante abuso, que ha brotado del engaño y de la mentira.
No creen, sino en clave humana
Hermano Don Octavio, tú te devanas los sesos preguntándote cómo es posible que pastores, sacerdotes y consagrados en general, siempre salvo las debidas excepciones, y de excepciones es necesario hablar, han llevado a la Iglesia fuera de su eje natural, provocándole un desequilibrio y un inmenso daño. ¿Cómo, te preguntas, es esto posible? También aquí hermano se te ha respondido repetidamente, la soberbia, la soberbia, más o menos velada, ha traído esta oscuridad que envuelve toda la Iglesia.
¿Cómo has sido tratado tú mismo por un Pastor de una gran Diócesis? ¿Qué cosa lo ha hecho manifestarse en cólera con respecto a ti? La oscuridad que envuelve su espíritu; si hubiera estado iluminado ciertamente no se habría comportado como se comportó. Pero la vía justa es la que te ha indicado Lorenzo esta mañana: no creen, hermano mío, no creen sino en clave humana.
Hermano, este comportamiento, común a muchos Pastores, será causa para ti y para la Asociación Esperanza, de otros sufrimientos, pero Lorenzo te ha dicho con razón que sería cobardía ceder... ¡Adelante, entonces! La lucha está en acto y se va intensificando cada vez más, pero el resultado ya está marcado y vosotros lo sabéis; adelante, pues, sin miedo.
Te bendigo, hermano, y contigo bendigo al Presidente, al Consejo y a todos los miembros de buena voluntad de la Asociación.
Dios está con vosotros, con vosotros estamos también nosotros todos los de la Iglesia triunfante, ¿de qué temer entonces?
San Miguel Arcángel
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