En esta conocida parábola, Jesús nos opone, casi plásticamente, dos personajes. Es el momento del Juicio de Dios. A veces, cierto maniqueísmo descriptivo, ayuda a comprender con mayor claridad. La parábola de Jesús nos invita, sin duda, a buscar en nuestra vida una misma dignidad para todos los hijos de Dios. El cristiano no puede zafarse de esa “obligación moral”.
Si aquél rico hubiera sido más generoso, la historia habría tenido otro desenlace. Hay un abismo abierto entre unos y otros que tenemos que combatir. No cabe el escándalo de este abismo, cada vez mayor, entre los que tienen mucho y los que no tienen casi nada. No hace falta irse muy lejos para comprobarlo. La insensibilidad y la indiferencia ante las necesidades del otro no pueden dejarnos tranquilos. Los que seguimos a Jesús no podemos dejar de “denunciar proféticamente” que el sueño de Dios entraña un equilibrio mayor entre los hombres en el reparto de los bienes de la creación.
Forma parte de la ecología, como nos ha enseñado el papa Francisco en su encíclica Laudato Si`. En el mundo ha de haber una ecología integral, una ecología humana equilibrada también en lo que se refiere al reparto de la riqueza del planeta. Proteger este equilibrio, forma parte del equilibrio integral de toda la creación, del cuidado de nuestra casa común y de nuestra humanidad en particular. El desequilibrio daña la vida y pone en peligro la subsistencia.
Es un tanto difícil tomar conciencia de estas “grandes causas” que, en el fondo, asoman en lo pequeño, en ese que tenemos a veces más cerca de lo que parece y pasa necesidad. Pareciera que el cuidado de la casa común, al ser de todos, no es de nadie. También sucede que esos pobres que tenemos más cerca a veces son lejanos porque no tienen rostro concreto para nosotros. No son de los nuestros y, por ello, nos despreocupamos.
El camino de la cuaresma también es un camino de toma de conciencia, en el que se nos invita a pasar del amor etéreo al amor concreto, de la fría insensibilidad a la cálida cercanía con los hermanos más pobres y necesitados. La Iglesia, en boca de Francisco, nos invita a vivirlo en su Magisterio: ¡No nos olvidemos nunca de los pobres! “No los dejemos nunca solos” (Evangelii Gaudium, 48).
Vuestro hermano y amigo,
Fernando Prado, CMF
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