Es difícil hablar de Dios. Para Jesús tampoco era sencillo explicar a sus discípulos, en profundidad, quién era este Dios con el que Él vivía tan unido y con quien tan identificado estaba. Dios siempre es mucho más grande que lo que nuestras palabras humanas, como las de Jesús, son capaces de expresar.
Por eso, Jesús nos habla de Dios con parábolas, con comparaciones sencillas que pudiéramos comprender. Así nos lo explica en esta parábola: Dios es como un Padre. Más aún. Dios es como el Padre de esta parábola que hemos escuchado. Un padre que ama y perdona. Más que la parábola del hijo, esta historia merece más ser conocida por ser la parábola del Padre. No nos habla tanto de la conversión del hijo, que también, sino de cómo es ese Padre al que no podemos dejar de conocer y en quien no podemos dejar de confiar. Dios es amor. Es misericordia. Esta es su verdad más profunda. Si el hijo, reconocido su mal obrar, vuelve donde el Padre, es porque confía en su amor y en su perdón. Saberse acogido, le permite rehacer su vida. Estando perdido, el amor del Padre le hace volver a vivir.
Dios nos ama siempre. No se cansa de amarnos y de perdonarnos. Es lo que nos enseña la parábola. Su amor es siempre incondicional y gratuito. La parábola además de mostrarnos cómo es Dios, nos enseña a contrastarnos con los tres personajes principales. El Padre, infinitamente misericordioso, el hijo menor, confiado y arrepentido, y el otro hijo, el mayor, quien queda en evidencia porque no comprende la gratuidad del amor verdadero del Padre. Es una parábola preciosa, que nunca hemos de dejar de recordar, sobre todo cuando nos acerquemos al confesionario a recibir el “sacramento de la misericordia”.
Vuestro hermano y amigo,
Fernando Prado, CMF
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