“Hijos míos, sólo deberían preocuparse de vuestra alma, porque en la tierra es lo único que les pertenece. Sucia o limpia la traerán ante el Padre Celestial. Recuerden, la fe en el amor de mi Hijo será siempre recompensada”.
Verdad de fe es que Dios crea el alma en el momento de la concepción y la crea inmortal. A la muerte terrenal el alma se desprende del cuerpo y se presenta ante Dios para ser juzgada. En el juicio la fe en Jesucristo, en su amor que llevó al Hijo de Dios a encarnarse y a padecer en la cruz para rescatarnos de la muerte eterna, recibirá su recompensa. La fe en Cristo necesariamente se manifiesta también en las obras de amor que pesan a favor del alma en el juicio. Preocuparse por alimentar la fe –y la fe se alimenta por medio de una vida de oración y sacramental y por la adoración- es preocuparse de la salvación.
Sí todos debemos preocuparnos de la salvación de nuestra alma, los pastores –desde el último sacerdote hasta el Sumo Pontífice- tienen una preocupación aún mayor, la salvación de otras almas que están bajo su guía, cuidado y protección. Los pastores conducen a Cristo no a sí mismos, y por ello deben siempre trabajar para la gloria del Señor y no para su propia gloria. Trabajar para la gloria de Dios es trabajar para la salvación de las almas glorificando en todo al Señor. El pastor lo hace por medio de la enseñanza de la Palabra de Dios y su sana doctrina tal cual la custodia el Magisterio de la Iglesia. Trabaja para la salvación de las almas y da gloria a Dios por medio de la enseñanza de la verdad, de la recta moral y el ejemplo de una vida ejemplar y de piedad. Glorifica a su Señor y coopera a la salvación cuando aconseja de acuerdo al Evangelio y cuando manifiesta amor, celo y reverencia hacia todo lo que es santo: los sacramentos y en primer lugar la Eucaristía, y también los sacramentales; y por su devoción a los santos de la Iglesia, en primer lugar a la Santísima Virgen. Devoción que debe transmitir a los fieles.
El rebaño es del Señor y a su Vicario se lo confió pero también a cada pastor ha llamado para asociarlo a su obra, confiándole una porción de ese rebaño, para cuidarlo, conducirlo por el único camino de salvación siguiéndolo a Él, Jesucristo, nuestro Señor, para la salvación de las almas. El pastor, obispo o sacerdote, está configurado a Cristo y ello significa celo y amor por las almas, tanto que si fuera necesario, como el Buen Pastor, deberá dar su vida por ellas. La tarea no es fácil porque somos débiles y frágiles. Si no fuera por la gracia de Dios la misión sería imposible. Por eso, para no desfallecer, para serles fieles al Señor, para no pastorearnos a nosotros mismos ni ser malos pastores que escapan ante los lobos, o mercenarios que nada les importa la vida de las ovejas, la Santísima Virgen llama, más aún implora –porque los tiempos son duros y difíciles- a todos sus hijos a orar por los pastores.
P. Justo Antonio Lofeudo
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