5 de Junio de 1976
LA JUSTICIA
Escribe, hijo mío: En la tierra, en la sociedad humana, subsisten vicios y pasiones, dificultades e imperfecciones de todo género.
Se encuentran omisiones de todo tipo.
También subsisten las virtudes, que se practican con diferentes grados de intensidad.
Entre éstas está la justicia.
La justicia es una virtud de la que todos hablan, de la que todos se hacen defensores, que todos afirman favorecer. La realidad,
hijo, es otra, bien diversa de la que clamorosamente se proclama.
Yo te lo digo, hijo mío: si hay una virtud que sea maltratada y conculcada es precisamente la virtud de la justicia. Esto sucede
también en mi Iglesia y no sólo por parte de los fieles, sino frecuentemente por parte de mis sacerdotes y no raramente por parte de
los Pastores.
Hecho extraño: el mundo tiene su particular estima de esta virtud, pero la quebranta y pisotea a cada instante. Pero si esto fuera
sólo en el mundo, cuyo príncipe es el Maligno: desgraciadamente también en la Iglesia, mi Cuerpo místico, esta virtud es
ofendida. ¿Cómo es posible?
Porque, para practicarla, a menudo se tiene necesidad esencial de otras virtudes: humildad y amor.
Sin estas dos virtudes no puede subsistir la justicia en el espíritu humano.
Cuando ves la justicia gravemente herida y la injusticia
triunfar, y esto sucede con frecuencia, puedes considerar que la causa primera es la falta de humildad y de amor.
43 El enemigo del hombre
Hábito de vida
En "Tu sabes que yo te amo" he dicho que en la Iglesia, mi Cuerpo místico, la virtud de la justicia está herida, a veces muy
gravemente, no sólo en la base sino también en el vértice.
¡Cuántas son las almas que sufren por esta situación en la Iglesia! ¿Citas de hechos y casos particulares?
No, hijo, porque son tan
frecuentes que con razón se puede decir: la transgresión de la justicia se ha convertido en hábito de vida.
Pero hay una injusticia que clama venganza ante Dios: es la traición realizada continuamente por la incoherencia de los que tienen
responsabilidades fundamentales y personales en la Iglesia.
No podrán sustraerse al especial y personal juicio de Dios.
No les servirá para justificar su propia acción el decir que han seguido
a la mayoría. En este siglo han convertido en hábito de vida ambiciones, presunciones y errores de toda clase.
No se han dado
cuenta de que están en un camino equivocado.
En el primer volumen "Tú sabes que Yo te amo" está dicho claramente que una comparación entre mi vida y la suya resultaría un
contraste inconfundible.
La mayoría no se atreve a hacer esta comparación. ¿Se tiene miedo? ¡Pero si no se hace ahora, por vuestra propia iniciativa, esta
comparación se hará en el juicio cuando no haya ninguna posibilidad de enmienda!...
Bajo tierra
Yo, Jesús, he dicho que hasta los cabellos de vuestra cabeza me son conocidos; he dicho que premiaré aún un vaso de agua dado a
un pobre por amor mío, pero también he dicho que pediré cuentas aún de una sola palabra ociosa.
Para Mí todo está a la vista, a Mí nada escapa.
No sería Misericordia Infinita ni Justicia infinita si no fuera así.
Pero ¿quién piensa en esto, hijo mío?
¡Los Santos, sólo los santos! El que no es santo no tiene tiempo para pensar en las cosas fundamentales de la vida. El que no
tiende a la santidad es como el que construye su casa sobre arena.
El que busca la santidad se apresura sin embargo a construir el edificio de la propia santificación sobre sólida roca.
Hijo, ¿no tengo pues razón en insistir en que oréis y reparéis?
¡Cuántos motivos de oración y reparación hay en mi Iglesia!
Te bendigo.
Conozco la amargura de la que está lleno tu ánimo; un día esta amargura será transformada en gozo; tú ahora debes
estar bajo tierra a morir. ¿No eres comprendido, hijo? ¿No fue Conmigo, tu Jesús, lo mismo?
Te bendigo.
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