LÍBRANOS DEL MALIGNO
Parte 3ª
24 de Mayo de 1976
LA GRAN BATALLA
Hay una guerra que no terminará hasta el fin de los tiempos.
La más grande batalla de proporciones apocalípticas se combate en el Cielo entre los Ángeles fieles a Dios y los Ángeles rebeldes a
Dios, los primeros encabezados por el Arcángel San Miguel y los segundos por Lucifer, el terrible dragón del Apocalipsis.
"Entonces se entabló una guerra en el Cielo: Miguel y sus Angeles combatieron con el Dragón que fue precipitado". Es Satanás, la
antigua Serpiente que insidió a los primeros padres induciéndolos por el orgullo a la desobediencia.
Esta es la terrible realidad de la que el mundo se ríe estúpidamente mientras sufre su acción mortífera hecha de tiranía, oscuridad y
sufrimientos. El reino de Satanás es el reino de las tinieblas, es el reino del mal, de todos los males, porque los males de cualquier
naturaleza manan de él como de fuente de toda iniquidad.
La batalla que se combatió en el Cielo en la presencia de Dios fue una inmensa batalla de Inteligencias, que determinó para la
eternidad el futuro destino de los ángeles y de los hombres. Fue un hecho histórico de primera importancia que abarcaría cielo y
tierra.
¡La historia de la humanidad está ligada y condicionada a este suceso, digan lo que digan o piensen los hombres!
Las Santas Escrituras, las afirmaciones de los Padres y de los Doctores de la Iglesia dan claro testimonio de ello.
Escépticos e incrédulos
Los particulares momentos que vivís y el inmediato futuro que os espera os harán creer en la intervención de las milicias celestes,
bien sea por una peculiar presencia de la Providencia divina que gobierna al mundo, o bien, por la gravedad de los acontecimientos
que pondrán de manifiesto la presencia del perturbador del orden establecido por Dios, como el Papa Pablo VI con valor os ha
dicho: "el racionalismo primero, el materialismo ahora han hecho de todo para poner en descrédito el hecho más importante del
cielo y de la tierra sin el cual ninguna explicación es aceptable".
La presencia no sólo Mía, sino también de Satanás en la historia y en la Iglesia, con los hechos que lo comprueban, choca
terriblemente con la pueril tentativa de los enemigos de Ella para minimizar e incluso negar la límpida realidad.
Con tristeza y con dolor se debe constatar hoy que no sólo los tradicionales enemigos míos y de mi Iglesia niegan la presencia
junto a los hombres de seres de naturaleza diversa de la humana, pero hasta cristianos y ministros de Dios son escépticos e
incrédulos, con grave daño para ellos en lo personal y gravísimo daño social.
El Enemigo del hombre ha conseguido narcotizar muchas almas y muchos corazones, así queda menos contrastado su radio de
acción. Por desgracia en la Iglesia, aún a los que afirman creer les falta luego la más elemental coherencia con la Fe que afirman
poseer.
Indiferencia culpable
¿Se puede permanecer pasivos, o casi, frente a la acción de un enemigo furiosamente activo que no carece ni de inteligencia ni de
potencia para combatir a las almas a las que odia y quiere atropellar y perder?
Razonablemente se diría que no.
Pero por desgracia la realidad es bien diferente: indiferencia y escepticismo se encuentran incluso
en aquellos que, por razón de su estado, por el fin primordial de su vocación y por coherencia con la fe deben, no sólo sostenerla,
sino defenderla y difundirla, y en cambio permanecen inertes.
Se han atrofiado en acciones secundarias y ciertamente no aptas para confinar y limitar la tremenda obra devastadora de Satanás y
de su Iglesia.
¿Cómo se explican ciertas lagunas, que han abierto pavorosas brechas al enemigo?
Así por ejemplo, de improviso se anulan cada
día medio millón de exorcismos que un gran Pontífice había establecido con intuición profética para este vuestro siglo, para
combatir a Satanás y a sus legiones...
Me refiero a la oración a mi Madre y vuestra, y a San Miguel que se recitaban al final de la Santa Misa.
¿Con qué cosa se ha pensado sustituir tan importantísima disposición tomada por un Vicario mío y confirmada por tantos santos
Sucesores suyos?
¡Con ninguna medida!
¿Es sabiduría destruir lo que se había construido con sabiduría e inteligencia, sin proveer después a sustituirlo? Esto es un ejemplo:
pero ¡cuántos más se podrían traer!
¿No es caso de reflexionar, haciendo un serio examen de conciencia?
Te bendigo, hijo mío.
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