Queridos amigos:
Hay momentos en la vida en que nos sentimos tristes y desanimados. Nos abruman los problemas de familia, la enfermedad, la falta de trabajo o la poca seguridad para mantener el trabajo que tenemos. Claro que también hay cosas buenas que nos animan y nos llenan de alegría. Siempre hay personas que te echan una mano y te invitan a dar gracias a Dios que no nos deja abandonados.
Hoy vuelven junto a Jesús los setenta y dos discípulos de su experiencia misionera. Y vuelven desbordantes de alegría, porque han descubierto que el poder de Jesús también actúa a través de sus pobres manos. Ellos no son nadie, pero la Palabra de Jesús hace maravillas por su medio: “Dijeron a Jesús: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.»
Y el mismo Jesús en persona se siente entusiasmado al verlos a ellos felices: “Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo…” Es una manera simbólica de decir que la misión realizada por Él mismo y por sus enviados va arrebatando poder a las fuerzas del mal.
Como podemos ver, el regreso de los misioneros está enmarcado por la alegría y el gozo. Primero porque han cumplido el encargo y luego por el efecto que el mensaje ha conseguido entre el pueblo sencillo. Jesús estalla de alegría, impulsado por el Espíritu, porque el reino empieza a manifestarse en la acogida de los sencillos, pues ellos, los más pequeños, son quienes más se alegran al escuchar la Palabra de Dios.
A pesar de todos los éxitos conseguidos, llegando incluso a expulsar a Satanás, Jesús pone en guardia a sus discípulos contra toda idea de dominio. El anuncio de la Palabra de Dios no es una tarea de propaganda, de éxito comercial, de prestigio y vanidad humana. Y por eso les dice que lo importante es tener los nombres escritos en el cielo. Dios es nuestro pagador y ¡qué buen pagador!
Jesús, “lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla”. Estas palabras nos ponen ante los ojos cómo era el corazón de Jesús: su sensibilidad, la confianza que tenía en sus discípulos y cuánto esperaba de ellos y cómo se alegraba de sus éxitos. También hoy día son palabras que nos entusiasman a quienes seguimos a Jesús e intentamos vivir sus enseñanzas y colaborar en la difusión de su Palabra. A veces, tal vez, pensamos que no vamos a poder cumplir, que vamos a fracasar. Pero estando con Jesús el fracaso no existe. Con Él lo podemos todo, porque “Él es el amigo que nunca falla”.
Vuestro amigo en la fe.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano.
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