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"Hay que ser buenos, católicos perfectos, y no cuestionar": la experiencia de una mamá
Jeffrey Bruno
Yo tuve una fuerte conversión. Soy la definición andante de “metanoia”. Mi vida se había dado la vuelta en cuestión de meses – toda mi forma de vivir y todo lo que yo creía que era verdad. Pasé de emborracharme en los bares de copas a ser una católica romana devota en poco menos de un año.
Mi conversión sucedió porque Dios es maravilloso y porque había gente que me quería, en la que hoy es mi parroquia – desde la mujer de la oficina de enfrente que me ayudó a inscribir a los niños a catecismo, a cada uno de los sacerdotes. No sólo aprendí la fe católica de una forma abierta y amorosa, sino que mi director espiritual es el mejor evangelista que existe (sé que mucha gente lo dice de la gente que conoce, pero Noe Rocha tiene frutos que lo confirman, incluyendo a Jennifer Fulwiler, entre muchos otros
) [n.d.e: Jennifer Fulwiler es una popular bloguera estadounidense que causó sensación en el país al convertirse al catolicismo. Pincha aquí para saber más]
Para mí estaba claro, desde el principio de mi conversión, que mi misión en la vida era contar a los demás lo que Cristo ha hecho conmigo. Soy una evangelizadora. Mi vida es un gran testimonio del que nadie está lo suficiente lejos para que la gracia no pueda redimirle.
Pensarás que mis hijos estarán evangelizados al máximo, ¿verdad? Te equivocas.
Tengo cuatro hijos y tres hijastros. Mis hijos y yo llegamos a la Iglesia al mismo tiempo, mi actual marido y yo nos casamos poco tiempo después. Unos meses después mis hijastros recibieron todos los sacramentos de iniciación. Así que en más o menos un año, nos convertimos en una familia plenamente católica. Pensé que esto iba a ser el “vivieron felices para siempre”. No lo fue.
Hoy, tengo dos hijos que son católicos practicantes; otro que tiene un trastorno obsesivo compulsivo, con una relación desordenada con la religión; otro que conoce a Jesús, pero tiene problemas con su atracción a personas del mismo sexo; otro no va a misa, tiene hijos fuera de matrimonio y vive con su novia; el otro es un hippie que fuma porros, y el otro está más perdido que un gato callejero.
¿Cómo es posible que alguien con mi historia de conversión sólo tenga dos de siete hijos viviendo su fe en una relación con Cristo? Te lo cuento: yo fui una conversa desastrosa.
Dado que había pasado desde una vida totalmente metida en el pecado – todos los pecados que se te ocurran menos el asesinato – a intentar ser una católica devota en una parroquia de un suburbio de clase media, yo tenía un montón de inseguridades sobre mi pertenencia. Nadie nunca me hizo sentir como que ese no era mi sitio, pero yo tenía asumido que no era lo suficientemente buena y que tenía que ganar mi camino. Todo lo que yo podía ver era qué desastre éramos mi familia y yo.
Así que les hice a todos la vida imposible. Les dije que tenían que vestir bien, sentarse derecho, rezar correctamente, mirar correctamente, comportarse bien y sigue y sigue. Yo no permitía que ellos hicieran preguntas, y les dejé claro que si no iban a misa, no iban a vivir en mi casa. Incluso una vez eché a mi hijo mayor de casa cuando dejó de ir a misa a los 17 años.
Estaba convirtiendo a mi familia en un medio para mis fines. Les usaba para hacer ver a todos lo buena que era, para demostrar a todos que esta chica que había sido un desastre toda su vida, venía del gueto y siempre estaba durmiendo por ahí, pertenecía de verdad a esta parroquia católica de barrio de clase media.
No me daba cuenta de que en el proceso, estaba alejando a mis hijos de Dios.
Si pudiera volver atrás otra vez, no habría tenido tanto miedo.
Tenía miedo de lo que la gente pensaría de mi si no criaba “buenos hijos católicos”. Mi única preocupación debería haber sido sus almas.
Ahora, años después, he aceptado que no puedo hacerles creer en algo. Que ellos tienen que poder cuestionarlo. Y descanso sabiendo que Dios les ama y desea que le conozcan, y que ese amor es mucho mayor que mi amor por ellos.
Si Dios pudo irrumpir en mi vida y convertirme, puede hacerlo con cualquiera.
¿Cómo podemos llevar a nuestros hijos a la Iglesia? Es muy sencillo. Amándoles y rezando por ellos.
Cuando me asalta el pánico, sólo rezo esto: Querido Niño Jesús, por favor ayúdame a ser la madre que tu quieres que sea para mis hijos. Por favor dame la gracia de amarles cuando les digo lo que tienen que hacer, y de confiar en que tu los cogerás cuando caen, como me recoges a mi cuando caigo. Amen.
Querida Madre Bendita, por favor pon a personas en las vidas de mis hijos que les lleven hasta tu Hijo. Ayúdame a confiar en Dios respecto a mis hijos, y en que Él les ama mucho más que yo. Amen.
Leticia Ochoa Adams es presentadora de radio en Breadbox Media y colaboradora habitual en el Jennifer Fulwiler Show en el Catholic Channel en Sirius XM. Escribe en http://www.letiadams.com y en Catholic Stand.com.
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