471Un día en que estaba en la adoración, y mi espíritu como si
estuviera en agonía [añorándolo] a Él y no lograba retener las lágrimas, vi a
un espíritu de gran belleza, que me dijo estas palabras: No
llores, dice el Señor. Un momento
después pregunté: ¿Quién eres? Y él me contestó: Soy uno
de los siete espíritus que día y noche están delante del trono de Dios y lo
adoran sin cesar. Sin embargo este
espíritu no alivio mi añoranza, sino que suscitó en mí un anhelo más grande de
Dios. Este espíritu es muy bello y su
belleza se debe a una estrecha unión con Dios.
Este espíritu no me deja ni por un momento, me acompaña en todas partes.
472Al día siguiente, durante la Santa Misa, antes de la elevación,
aquel espíritu empezó a cantar estas palabras:
Santo, Santo, Santo. Su voz era como miles de voces, imposible
describirlo. De repente mi espíritu fue
unido a Dios, en un momento vi la grandeza y la santidad inconcebibles de Dios
y al mismo tiempo conocí (195) la nulidad que soy de por mi. Conocí más claramente que en cualquier otro
momento del pasado, las Tres Personas Divinas:
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Sin embargo su esencia es Una, como también la igualdad y la
Majestad. Mi alma se relaciona con las
Tres Personas, pero no logro explicarlo con palabras, pero el alma lo comprende
bien. Cualquiera que esté unido con una
de estas Tres Personas, por este mismo hecho está unido con toda la Santísima
Trinidad, porque su unidad es indivisible.
Esa visión, es decir, ese conocimiento inundó mi alma de una felicidad
inimaginable, por ser Dios tan grande.
Lo que he descrito arriba, no lo vi con los ojos, como anteriormente,
sino dentro de mí, de modo puramente espiritual e independiente de los
sentidos. Eso duró hasta el fin de la
Santa Misa.
Ahora, esto me
sucede a menudo y no solamente en la capilla, sino también durante el trabajo y
cuando menos lo espero.
473Cuando nuestro confesor [179] estaba ausente, yo me confesaba con el
arzobispo [180]. Al descubrirle mi alma,
recibí esta respuesta: Hija mía, ármate
de mucha paciencia, si estas cosas vienen de Dios, tarde o temprano, se
realizaran y te digo estar completamente tranquila. Yo, hija mía, te entiendo bien en estas
cosas; y ahora, en cuanto al abandono de la Congregación y la idea de [fundar]
otra, ni siquiera pienses en esto, ya que seria una grave tentación
interior. Terminada la confesión, le
dije a Jesús: ¿Por qué me mandas hacer
estas cosas y no me das la posibilidad de cumplirlas? De repente, después de la Santa Comunión vi
al Señor Jesús en la misma capilla en la que me había confesado, con el mismo
aspecto con el que está pintado en esta imagen; el Señor me dijo: No
estés triste, le haré comprender las cosas que exijo de ti. Cuando salíamos, (196) el arzobispo
estaba muy ocupado pero nos dijo volver y esperar un momento. Cuando entramos otra vez en la capilla, oí en
el alma estas palabras: Dile lo que has visto en esta capilla. En aquel momento entró el arzobispo y
preguntó si no teníamos nada que decirle.
Sin embargo, aunque tenía la orden de hablar, no pude porque estaba en
compañía de una de las hermanas. Todavía
una palabra sobre la confesión: Impetrar
la misericordia para el mundo, es una idea grande y bella, ruegue mucho,
hermana, por la misericordia para los pecadores, pero hágalo en su propio
convento.
474El día siguiente, viernes 13 XI 1935.
Por la tarde,
estando yo en mi celda, vi al ángel, ejecutor de la ira de Dios. Tenía una túnica clara, el rostro
resplandeciente; una nube debajo de sus pies, de la nube salía rayos y
relámpagos e iban a las manos y de su mano salían y alcanzaban la tierra. Al ver esta señal de la ira divina que iba a
castigar la tierra y especialmente cierto lugar, por justos motivos que no
puedo nombrar, empecé a pedir al ángel que se contuviera por algún tiempo y el
mundo haría penitencia. Pero mi suplica
era nada comparada con la ira de Dios.
En aquel momento vi a la Santísima Trinidad. La grandeza de su Majestad me penetró
profundamente y no me atreví a repetir la plegaria. En aquel mismo instante sentí en mi alma la
fuerza de la gracia de Jesús que mora en mi alma; al darme cuenta de esta
gracia, en el mismo momento fui raptada delante del trono de Dios. Oh, que grande es el Señor y Dios nuestro e
inconcebible su santidad. No trataré de
describir esta grandeza porque dentro de poco la veremos todos, tal como es. Me puse a rogar (197) a Dios por el mundo con
las palabras que oí dentro de mi.
475Cuando así rezaba, vi
la impotencia del ángel que no podía cumplir el justo castigo que correspondía
por los pecados. Nunca antes había
rogado con tal potencia interior como entonces.
Las palabras con las cuales suplicaba a Dios son las siguientes: Padre
Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu
Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por nuestros pecados y los del mundo
entero. Por su dolorosa Pasión, ten
misericordia de nosotros.
476A la mañana siguiente,
cuando entré en nuestra capilla, oí esta voz interior: Cuantas
veces entres en la capilla reza en seguida esta oración que te enseñé
ayer. Cuando recé esta plegaria, oí
en el alma estas palabras: Esta oración es para aplacar Mi ira, la
rezarás durante nueve días con un rosario común, de modo siguiente: primero rezarás una vez el Padre nuestro y el
Ave María y el Credo, después, en las cuentas correspondientes al Padre
nuestro, dirás las siguientes palabras:
Padre Eterno, Te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros
pecados y los del mundo entero; en las cuentas del Ave María, dirás las
siguientes palabras: Por su dolorosa
Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas
palabras: Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero [181].
477El silencio es una
espada en la lucha espiritual; un alma platicadora no alcanzará la
santidad. Esta espada del silencio
cortará todo lo que quiera pegarse al alma.
Somos sensibles a las palabras y queremos responder de inmediato,
sensibles, sin reparar si es la voluntad de Dios que hablemos. El alma silenciosa es fuerte; ninguna
contrariedad le hará daño si persevera en el silencio. El alma (198) silenciosa es capaz de la más
profunda unión con Dios; vive casi siempre bajo la inspiración del Espíritu
Santo. En el alma silenciosa Dios obra
sin obstáculos.
478Oh Jesús mío, Tu sabes,
solamente Tú sabes bien que mi corazón no conoce otro amor fuera de Ti. Todo mi amor virginal es anegado en ti, oh
Jesús, por la eternidad. Siento bien que
Tu Sangre divina circula en mi corazón; no hay duda alguna que con Tu
preciosísima Sangre ha entrado en mi corazón Tu purísimo Amor. Siento que moras en mí con el Padre y el
Espíritu Santo o más bien siento que yo vivo en Ti, oh Dios inimaginable. Siento que me disuelvo en Ti como una gota en
el océano. Siento que estas fuera de mí
y en mis entrañas, siento que estas en todo lo que me rodea, en todo lo que me
sucede. Oh Dios mío, Te he conocido
dentro de mi corazón y Te he amado por encima de cualquier cosa que exista en
la tierra o en el cielo. Nuestros corazones
se entienden mutuamente, pero ningún hombre lo comprenderá.
479La segunda confesión
con el arzobispo [182]. Has de saber,
hija mía, que si ésta es la voluntad de Dios, tarde o temprano, se realizara,
porque la voluntad de Dios tiene que cumplirse.
Ama a Dios en tu corazón, ten…[la frase queda interrumpida].
48029 IX Fiesta de San
Miguel Arcángel [183]. He quedado unida
íntimamente a Dios. Su presencia me
penetra profundamente y me llena de serenidad, de alegría y de asombro. Después de esos momentos de plegaria estoy
llena de fuerza, de una valentía misteriosa para afrontar sufrimientos y la
lucha; nada me espanta, aunque el mundo entero esté en contra de mí; todas las
contrariedades tocan la superficie, pero no tienen acceso a (199) mi interior,
porque allí mora Dios que me da fuerza, que me colma. Contra su escabel se estrellan todas las
emboscadas del enemigo. En estos
momentos de la unión Dios me sostiene con su poder; me da su poder, y me
capacita para amarlo. El alma nunca lo
alcanza con sus propios esfuerzos. Al
comienzo de esta gracia interior, me llenaba el miedo y empecé a guiarme, es
decir dejarme llevar por el temor, pero poco después el Señor me dio a conocer
cuanto eso le desagradaba. Pero también
esto lo decidió Él Mismo, mi tranquilidad.
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