La tempestad calmada.
35 En aquel día les dijo, llegada ya
la tarde: Pasemos al otro lado.
36 Y
despidiendo a la muchedumbre, le llevaron según estaba en la barca,
acompañado de otras barcas.
37 Y se levantó un fuerte vendaval (1), y
las olas se echaban sobre la barca, de suerte que ésta estaba ya llena.
38 El estaba en la popa durmiendo
sobre un cabezal. Y le despertaron
y le dijeron: Maestro, ¿no te cuidas de que estamos ahogándonos? (2).
39 Y despertando, mandó al viento,
y dijo al mar: Calla, enmudece. Y se aquietó el viento y se hizo completa
calma.
40 Y les dijo: ¿Por qué sois tan tímidos? ¿Aún no tenéis fe?
41 Y sobrecogidos de gran temor, se decían unos a otros: ¿Quién será
éste, que hasta el viento y la mar le obedecen?
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(1) Es propio de este pequeño lago sufrir
estas repentinas y fuertes tormentas.
(2) Compárese esta' expresión de San Marcos
con la de San Mateo 8, 25, y se verá en
ella la nota propia del estilo de San Marcos.
Curación de un poseso.
5
1 Llegaron al otro lado del mar,
a la región de los Gerasenos,
2 y en cuanto salió El de la barca vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, un hombre poseído
de un espíritu impuro,
3 que
tenía su morada en los sepulcros, y
ni aun con cadenas le podía nadie
sujetar,
4 pues muchas veces le ha- bían puesto grillos y cadenas y los había roto.
5 Y continuamente, noche
y día, iba entre los monumentos
y por los montes, gritando e hiriéndose con las piedras.
6 Viendo desde
lejos a Jesús, corrió y se postró ante
El;
7 y gritando en alta voz, decía: ¿Qué hay entre ti y mí, Jesús, Hijo
del Dios altísimo? Por Dios (1) te conjuro que no me atormentes.
8 Pues
El le decía: Sal, espíritu impuro (2), de esc hombre.
9 Y le preguntó: ¿Cuál
es tu nombre? Y le dijo: Legión es mi nombre, porque somos muchos.
10 Y le suplicaba insistentemente que no le echase fuera de aquella región.
11 Como hubiera por allí en el monte
una gran piara de puercos paciendo,
12 le suplicaban aquéllos, diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.
13 El se lo permitió.
Y los espíritus impuros salieron y
entraron en los puercos, y la piara, en número de dos mil, se precipitó por un acantilado en el mar, y en él se ahogaron.
14 Los porqueros huyeron
y difundieron la noticia por la ciudad y por los campos; y vinieron
a ver lo que había sucedido.
15 Y llegándose a Jesús contemplaban al endemoniado sentado, vestido y en su sano juicio: el que había tenido toda una legión, y temieron.
16 Y los testigos les referían el suceso del endemoniado y de los puercos.
17 Y se pusieron a rogarle que se alejase de
sus términos.
18 Subido El en la barca, el endemoniado le suplicaba que le permitiese acompañarle.
19 Mas
no se lo permitió, antes le dijo: Vete
a tu casa y a los tuyos y cuéntales cuanto hizo el Señor contigo y cómo
tuvo de ti misericordia.
20 Y él se fué y comenzó a predicar en la Decápolis
cuanto le había hecho Jesús,
y todos se maravillaban.
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(1) Es singular esta súplica del espíritu, que
habla según el estilo de los hombres.
(2) Jesús parece seguir aquí el estilo de los exorcistas. Manda al espíritu salir; pero éste, aunque se siente torturado, no acaba de dejar
a su victima. Le pregunta su nombre, como si con esto tratara de obligarle más, y el espíritu
se escapa, diciendo que son muchos. Pero en
todo momento se deja sentir el poder de Jesús, hasta que, al fin, deja el cuerpo del poseso. Véase
Mt. 8. 38.
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