El último año, en España, hemos sido testigos de una gran ola de violencia anticristiana no solo manifestada en actos profanos, sino en prohibiciones, cambios de leyes, y promesas incumplidas.
‘Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros’. Estas palabras, que hoy podemos leer en el Evangelio de San Juan, se las dijo hace más de dos mil años Jesucristo a sus apóstoles.
Quería con ello, de alguna manera, explicar y advertir que la humanidad, a lo largo de toda su historia, sería víctima de persecuciones y ataques por sus creencias y la religión que profesaran, al igual que lo fue él.
Los cristianos han vivido en sus propias carnes durante los peores episodios de nuestra historia, terribles ataques que se han saldado con millones de muertes.
A pesar de la pasividad internacional, el conflicto de Oriente Medio muestra que se ha vuelto a abrir una brecha entre personas de distintas religiones. Una cruel guerra a manos del autoproclamado Estado Islámico que cada día, desde hace más de cuatro años, termina con la vida de muchos inocentes.
Sin embargo, y aunque a muchos les cueste entenderlo, el conflicto siempre ha existido, en todos los lugares de la tierra. San Juan Pablo II dijo en una ocasión que “nadie se haga ilusiones de que la simple ausencia de guerra, aun siendo tan deseada, sea sinónimo de una paz verdadera. No hay verdadera paz si no viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad”.
No tenemos que irnos muy lejos para ver los continuos ataques a la tradición cristiana. El último año, en España, hemos sido testigos de una gran ola de violencia anticristiana no solo manifestada en actos profanos, sino en prohibiciones, cambios de leyes, y promesas incumplidas.
Aunque en nuestro país no se corten cabezas, también se está colaborando con esta persecución. Y no solo son culpables aquellos que cometen los ataques y profanaciones, sino que los propios cristianos, con su pasividad ante el mal también colaboran de algún modo con estas agresiones.
Renegar de Dios por vergüenza, discriminar a alguien por defender sus principios, herir al que está a nuestro lado, callar ante una profanación por miedo o por cumplir “lo políticamente correcto”, también es colaborar con la persecución.
Desde el último año, los ataques a iglesias, las agresiones y ofensas, así como las decisiones de ciertos políticos han sido los responsables de elaborar este alarmante historial.
En abril de 2014 fuimos testigos de la profanación del sagrario en Oia (Galicia), en la que los ladrones, además del Cuerpo de Cristo, se llevaron numerosos elementos sagrados tanto de valor económico como espiritual.
Dos meses más tarde, activistas de Femen protagonizaron una lamentable escena encadenándose semidesnudas a un crucifijo en la catedral de la Almudena de Madrid mientras proferían insultos contra la Iglesia y gritaban en defensa del aborto.
La profanación en una capilla en San Vicente Do Mar, el ataque de una Iglesia de Bigastro en la que los asaltantes se llevaron el Santísimo y robaron la corona de la Virgen, y el asalto a una parroquia de Valladolid en el que se tiraron y pisotearon las formas consagradas al suelo, son algunos de los casos que han ido sucediendo a lo largo de este último año.
La polémica “cabalgata de Carmena”, la reducción del tamaño del Belén en el Ayuntamiento de Madrid, las figuras religiosas de la puerta de Alcalá sustituidas por flores, el ataque a los belenes de la pasada Navidad, que se dio en lugares como en la Taconera (Pamploma) -donde los asaltantes tiraron numerosos elementos figurativos- o en Villa del Prado (Madrid) donde se incendió su nacimiento, son otros ejemplos del odio hacia los cristianos.
La promoción de una fiesta que se burlaba de los cristianos a través de una emisora vasca, la profanación del Santuario de la Virgen de la Cabeza de Andujar, el ataque a tres iglesias de Sevilla y Lugo y la terrible exposición blasfema de Abel Azcona también se han hecho un hueco este historial.
‘Todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado’. De esta manera acaba aquél versículo de San Juan, unas palabras fundamentales en estos momentos tan difíciles para los cristianos.
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