La coherencia es una virtud que la gente sencilla enseguida “huele”. La sociedad tiene como un detector especial para ello. Especialmente, la gente más joven. Los jóvenes enseguida caen en la cuenta de la verdad y la autenticidad de aquellos que “predican” la ejemplaridad para los demás. Sucede con los políticos y sus partidos, pero también con los cristianos, con la Iglesia en general y, particularmente, con los que predicamos e invitamos a vivir una vida consecuente con el Evangelio.
Enseguida se nota cuando el cristiano es testigo o es un “vendedor de humo”. Jesús critica, precisamente, esta falta de coherencia en aquellos profesionales de la religión de su tiempo y llama hipócritas a los fariseos y a los especialistas de la Ley que imponían pesados fardos a los demás, viviendo ellos sin peso alguno. Jesús invita a vivir lo que dicen pero, de ninguna manera, a hacer lo que hacen. La hipocresía de los fariseos era algo que Jesús no soportaba, pues, en el fondo, corrompía la verdad más profunda de Dios, convirtiendo la religión en una mercadería y el comportamiento de los fieles en una moral de esclavos.
A los ojos de Dios no hay títulos ni cumplimientos ni leyes que valgan. Dios sabe y conoce con profundidad y verdad la vida de cada uno de nosotros. A él no le podemos engañar. Desde la humildad y la confianza, nos invita a vivir con honestidad y sencillez nuestra fe. No es la fe de quien solo se preocupa de cumplir las leyes o de quedar bien, sino la de la confianza y la del amor verdadero, la que vive según su voluntad. Curiosa paradoja la de quien descubre en hacer su voluntad la suya propia. A esto, el emérito papa Benedicto XVI le llama “comunión de voluntades”. Te invito, querido amigo, querida amiga, a que vivas hoy sin máscaras ante Dios, queriendo hacer de tu voluntad la suya y de la suya, la tuya.
Vuestro hermano y amigo,
Fernando Prado, CMF
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