Un santuario octagonal, obra del arquitecto Antonio Barluzzi, la tranquilidad y la belleza del paisaje de alrededor, el panorama sobre el lago Tiberíades. Y aquí, sobre el Monte de las Bienaventuranzas, donde es tradicionalmente ambientado el famoso “discurso de la montaña”, es en este lugar santo que el último domingo de enero llegan los cristianos locales de toda Galilea.
“Vengo de Nazareth, venimos hoy para la fiesta de las Bienaventuranzas aquí donde el Señor nos ha enseñado la síntesis de la vida cristiana. Nosotros como familia buscamos venir por lo menos una vez al año aquí y normalmente lo hacemos para esta ocasión”.
A causa de la amenaza de lluvia, la santa misa, este año, no fue celebrada al aire libre, sino en la cripta del santuario, presidida por el Patriarca Latino de Jerusalén y concelebrada por numerosos sacerdotes.
“Las Bienaventuranzas – dijo mons. Twal – deben ser la ‘regla’ de nuestra vida cristiana. A la luz de las mismas debemos vivir nuestras relaciones con los musulmanes y los judíos. Lo que está sucediendo en Medio Oriente – prosiguió – nos angustia y debemos una vez más decir: ¡bienaventurados los que luchan por la paz!”.
“Estamos llamados a vivir por la paz, a trabajar por la paz, y a sufrir por la paz, y este es el éxito en los países del Medio Oriente en estos últimos meses y ahora es lo que está sucediendo en otros países con diversos significados. Pero detrás de todo esto hay una búsqueda de la justicia, de la paz, de la misericordia. Y si queremos una verdadera paz y una verdadera justicia, no pueden venir sin la práctica de la misericordia. A través de la práctica de las bienaventuranzas se llega a la santidad”.
Tuvo un toque particular la Fiesta de las Bienaventuranzas este año. La misa fue celebrada en sufragio de las tres monjas franciscanas del Corazón Inmaculado que murieron trágicamente el 24 de diciembre pasado. Sor Valeria, sor Salvatorina y sor Rania vivían aquí en servicio de los peregrinos y al cuidado de este lugar santo. El recuerdo conmovedor de estas tres hermanas, quizá atenuó el clima habitual de alegría de este domingo de enero sobre el Monte de las Bienaventuranzas, en donde continúan y continuarán resonando estas palabras evangélicas y contracorriente: a los misericordiosos, a los mansos, a quien llora le están garantizadas la consolación y la felicidad. Lo prometió Jesús precisamente aquí.
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