Me enamoré de Pakistán en cuanto llegué en 1998. De su gente, del desorden, de la ciudad de Lahore. Soy feliz en medio de esta ambigüedad. Eso no quiere decir que resulte fácil vivir aquí. Todo es diferente, todo es un reto. El mayor de mis desafíos es conseguir la convivencia entre la minoría cristiana y los musulmanes en este país. Una misión cada día más complicada dado que la situación de los cristianos ha empeorado últimamente. Pero no desisto y cada día lucho porque mis niñas, las 2.000 estudiantes del Colegio de Jesús y María de Lahore del que soy directora, sean más tolerantes y respetuosas.
Creo que los cristianos y los musulmanes podemos vivir juntos mientras haya respeto. Y del roce nace este respeto. Estoy convencida que mis niñas defenderán la tolerancia y los derechos humanos. De las 2.000 estudiantes, 750 son cristianas y el resto musulmanas. Algunas son budistas. Unas son ricas y otras pobres. Tenemos niñas con problemas psíquicos. Todas visten igual y reciben la misma educación. El contacto entre ellas las hará más tolerantes. Las educamos en valores como la justicia, el perdón, la tolerancia y la compasión. No se obliga a nadie a rezar. Las niñas musulmanas recitan el Corán y las cristianas la Biblia.
A mí a veces se me acaba la tolerancia. Un padre quiso comprar el aprobado para su hija. Cuando le señalé la puerta, levantó la mano. Le grité que no era su mujer para que me pegase. Me indigno ante estas situaciones y no callo. Mis compañeras dicen que tengo algo de torera. Cuando vestí a las niñas con chándal para las clases de gimnasia me llegaron amenazas. Al parecer estaba americanizando a las pequeñas. Por supuesto, continuaron vistiendo el chándal.
Y es que cada vez somos más intolerantes. Por ejemplo, la ley de la blasfemia. El asesino de Salman Tasser, el gobernador de Punjab que estaba contra esa ley, es tratado como un héroe en prisión. Mientras, Asia Bibi, la cristiana condenada a muerte por blasfemia contra Mahoma, se cocina su propia comida en la cárcel por miedo a que la envenenen. Esta ley no tiene sentido. El acusado no tiene ninguna oportunidad de defenderse. Y buena parte de los acusados son cristianos o miembros de otras minorías. Si los cristianos somos tan pocos, menos de tres millones de los 170 millones de paquistaní ¿por qué les damos tanto miedo? ¿Qué temen?
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