CAPÍTULO
24: CÓMO SE HA DE EVITAR LA CURIOSIDAD DE SABER LAS VIDAS AJENAS.
Jesucristo:
1. Hijo, no quieras ser curioso, ni tener cuidados
impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? Sígueme tú. ¿Qué te
importa que aquel sea tal o cual; o que este viva o hable de este o del otro
modo? No necesitas tú responder por otros, sino dar razón de ti mismo. ¿Pues
por qué te ocupas en eso? Mira que yo conozco a todos; veo cuanto pasa debajo
del sol, y sé de que manera está cada uno, qué piensa, que quiere, y a qué fin
dirige su intención. Por eso se deben encomendar a Mí todas las cosas; pero tú
consérvate en santa paz, y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere. Sobre él
vendrá lo que hiciere, porque no puede engañarme.
2. No tengas cuidado de la autoridad
y gran nombre, ni de la familiaridad de muchos, ni del amor particular de los
hombres. Porque esto causa distracciones y grandes tinieblas en el corazón. De
buena gana te hablaría mi palabra, y te revelaría mis secretos, si tú esperases
con diligencia mi venida, y me abrieses la puerta del corazón. Está apercibido,
y vela en oración, y humíllate en todo.
CAPÍTULO
25: EN QUÉ CONSISTE LA PAZ FIRME DEL CORAZÓN, Y EL VERDADERO APROVECHAMIENTO.
Jesucristo:
1. Hijo, yo dije: La paz os dejo, mi paz os doy; y no la
doy como la del mundo. Todos desean la paz; mas no tienen todos cuidado de las
cosas que pertenecen a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos
de corazón. Tu paz la hallarás en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres
mi voz, podrás gozar de mucha paz.
El Alma:
2. ¿Pues qué haré?
Jesucristo:
3. Mira en todas las cosas lo que
haces y lo que dices, y dirige toda tu intención al fin de agradarme a Mí solo,
y no desear ni buscar nada fuera de Mí. Ni juzgues temerariamente de los hechos
o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han encomendado: con esto
podrá ser poco o tarde te turbes. Porque el no sentir alguna tribulación, ni
sufrir alguna fatiga en el corazón o en el cuerpo, no es de este siglo, sino
propio del eterno descanso. No juzgues, pues, haber hallado la verdadera paz,
porque no sientas alguna pesadumbre; ni que ya es todo bueno, porque no tengas
ningún adversario; ni que está la perfección en que todo te suceda según tú
quieres. Ni entonces te reputes por grande o digno especialmente de amor,
porque tengas gran devoción y dulzura; porque en estas cosas no se conoce el
verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el provecho y perfección
del hombre.
El Alma:
4. ¿Pues en qué consiste, Señor?
Jesucristo:
5. En ofrecerte de todo tu corazón a
la divina voluntad, no buscando tu interés en lo poco, ni en lo mucho, ni en lo
temporal, ni en lo eterno. De manera que con rostro igual, des gracias a Dios
en las cosas prósperas y adversas, pensándolo todo con un mismo peso. Si fueres
tan fuerte y firme en la esperanza que, quitándote la consolación interior, aún
esté dispuesto tu corazón para padecer mayores penas, y no te justificares,
diciendo que no debieras padecer tales ni tantas cosas, sino que me tuvieres
por justo y alabares por santo en todo lo que Yo ordenare, cree entonces que
andas en el recto camino de la paz, y podrás tener esperanza cierta de ver
nuevamente mi rostro con júbilo. Y si llegares al perfecto menosprecio de ti
mismo, sábete que entonces gozaras de abundancia de paz, cuanto cabe en este
destierro.
CAPÍTULO
26: DE LA ELEVACIÓN DEL ESPÍRITU LIBRE, LA CUAL SE ALCANZA MEJOR CON LA ORACIÓN
HUMILDE QUE CON LA LECTURA.
El Alma:
1. Señor, obra es de varón perfecto no entibiar nunca el
ánimo en la consideración de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados
pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa
de un alma libre, que no pone desordenado afecto en criatura alguna.
2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que
me apartes de los cuidados de esta vida, para que no me embarace demasiado en
ellos; para que no me deje llevar del deleite ni de las muchas necesidades del
cuerpo; para que no pierda el fruto con los muchos obstáculos y molestias del
alma. No hablo de las cosas que la vanidad mundana desea con tanto afecto; sino
de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de tu siervo,
con la común maldición de los mortales; para que no pueda alcanzar la libertad
del espíritu cuantas veces quisiere.
3. ¡Oh, Dios mío, dulzura inefable!
Conviérteme en amargura todo consuelo carnal, que me aparta del amor de los
eternos, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que
deleitan. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe
el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia. Dame
fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar.
Dame en lugar de todas las consolaciones del mundo la suavísima unción de tu
espíritu; y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.
4. Porque muy embarazosas son para el
espíritu fervoroso la comida, la bebida, el vestido, y todas las demás cosas necesarias
para sustentar el cuerpo. Concédeme usar de todo lo necesario templadamente, y
que no me ocupe en ello con sobrado afecto. No es lícito dejarlo todo, porque
se ha de sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo
y lo que más deleita; porque de otro modo la carne se rebelará contra el
espíritu. Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas para que
en nada me exceda.
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