Queridos amigos y amigas:
Dicen que “somos como enanos aupados a hombros de gigantes”. Es decir,
que vamos aportando a la historia sobre los logros de los que nos hay
precedido.
Jesucristo, el Dios encarnado, asume esta actitud ante la historia que
le precede: la asume y viene a darle su talla definitiva. A partir de
Él, si queremos saber cuál es la talla de lo humano, no tenemos más que
poner los ojos en Él, o auparnos sobre sus hombros, y mirar el horizonte
que se abre.
Jesús no parte de cero. En su misión de revelarnos al Padre y de darnos
a conocer la auténtica humanidad, asume toda la búsqueda del pueblo de
Israel a lo largo de los siglos, así como el núcleo de sus enseñanzas. Y
asumiendo esa herencia, le da su sentido definitivo y final: “No creáis
que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir,
sino a dar plenitud”.
Y eso es el Evangelio: la esencia destilada de la búsqueda de la
humanidad y de la revelación de Dios; la Alianza definitiva del Dios que
no abandonó a su pueblo a pesar de las infidelidades; la mano tendida
del Padre, a través del Hijo, que se nos comunica para hacer camino en
la historia, a través del Espíritu.
En esa revelación son importantes las enseñanzas de Israel, leídas
desde el Espíritu de Jesús. Esa combinación hace del cristianismo una
propuesta exigente de vida, a la vez que abierta siempre a la
misericordia. Como en la historia del “hijo pródigo”: el Padre desea lo
mejor para sus dos hijos, y querría que llevasen una vida digna de su
condición; por eso se entristece cuando uno de ellos se aleja de su
casa; pero a la vez, ese mismo Padre está siempre dispuesto a acoger y
perdonar, tal como hizo Jesús a lo largo de su vida. Se podría
sintetizar en esa frase que dice “Dios odia el pecado, pero ama al
pecador”.
Frente a un cristianismo blando y sin principios, habría que recordar
el evangelio de hoy. Y frente a un cristianismo intransigente y sin
piedad, habría que recordar el mismo evangelio: “No creáis que he venido
a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud”. En la plenitud de la Ley está el amor, que es capaz de
recrearlo todo, desde la raíz, desde la nada… Y si no, que se lo
pregunten al hijo pródigo.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, cmf (
luismanuel@claretianos.es)
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