CAPÍTULO IV
Debemos conversar delante
de Dios con verdad y humildad
Hijo, anda
delante de mí en verdad, y búscame siempre con sencillo corazón. El que camina
delante de mí en verdad, será defendido de malos encuentros, y la verdad le
librará de los seductores, y de las murmuraciones de los inicuos. Si la verdad
te librase serás verdaderamente libre, y no cuidarás de las palabras vanas de
los hombres.
Señor, verdad es
lo que dices, y así te suplico que lo hagas conmigo. Tu verdad me enseñe, y
ella me guarde y me conserve hasta el fin saludable. Ella me libre de toda mala
afición y todo amor desordenado, y así andaré contigo con gran libertad de
corazón.
Yo te enseñaré,
dice la Verdad, las cosas rectas y agradables a mí. Piensa en tus pecados con
gran dolor y tristeza, y nunca te juzgues valer algo por tus buenas obras; que
en verdad eres pecador, sujeto y enlazado en muchas pasiones. De ti siempre
caminas a la nada, luego caes, luego eres vencido, presto te turbas y pronto
desfalleces. No tienes cosa de que te puedas gloriar, y tienes muchas porque
puedas envilecerte; porque más flaco eres de lo que puedes pensar.
Por eso no te
parezca cosa grande alguna de cuantas haces. Nada tengas por grande, nada por
cosa preciada ni maravillosa, nada estimes por digno de reputación, nada por
elevado, nada por verdaderamente loable y apetecible, sino lo que es eterno.
Agrádete sobre todas las cosas la eterna Verdad, y desagrádete siempre sobre
todo tu gran bajeza. Nada temas, ni desprecies ni huyas tanto como tus faltas y
pecados, los cuales deben entristecerte más que los daños de todas las cosas.
Algunos no andan delante de mí sinceramente; pero con curiosidad y arrogancia
quieren saber mis secretos, y entender las cosas altas de Dios, no cuidando de
sí mismos, ni de su salvación. Estos caen con frecuencia en grandes tentaciones
y pecados, por su soberbia y curiosidad; porque yo les soy contrario.
Teme los juicios
de Dios, tiembla de la ira del Omnipotente, no quieras sondear las obras del
Altísimo; mas escudriña tus maldades, en cuántas cosas pecaste y cuántas buenas
obras dejaste de hacer por tu negligencia. Algunos reducen su devoción
solamente en los libros, otros en las imágenes, otros en señales y figuras
exteriores. Unos me traen en la boca, pero muy poco en el corazón. Hay otros,
que iluminados en el entendimiento y purificados en el afecto, suspiran siempre
por las cosas eternas, oyen con pena hablar de las terrenas y con dolor acuden
a las necesidades de la naturaleza, y éstos sienten lo que habla en ellos el
Espíritu de verdad, porque éste les enseña a despreciar lo terreno y amar lo
celestial; aborrecer el mundo, y desear el cielo día y noche.
CAPÍTULO V
Del maravilloso efecto del
Divino Amor
Bendígote, Padre
celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de mí,
pobre. ¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación! Gracias te
doy porque a mí, indigno de todo consuelo, recreas algunas veces con tu
consolación. Bendígote siempre, y glorifícote con tu Unigénito Hijo, y con el
Espíritu Santo Consolador, por todos los siglos de los siglos. ¡Oh Señor Dios
mío, Amador santo mío! Cuando tú vinieres a mi corazón, se alegrarán todas mis
entrañas. Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón; tú eres mi esperanza y
el refugio mío en el día de mi tribulación.
Mas porque aún
soy débil en el amor, e imperfecto en la virtud, por eso tengo necesidad de ser
fortalecido y consolado por ti. Por eso visítame, Señor, continuamente, e
instrúyeme con santas doctrinas. Líbrame de mis malas pasiones y sana mi
corazón de todos mis afectos desordenados; a fin de que sano y bien purificado
en lo interior, sea apto para amarte, fuerte para sufrir y firme para
perseverar.
Gran cosa es el
amor y el mayor de todos los bienes. Él solo hace ligero todo lo pesado, y
sufre con igualdad todo lo desigual, pues lleva la carga sin fatiga y hace
dulce y sabroso todo lo amargo. El nobilísimo amor de Jesús nos anima a hacer
grandes cosas y siempre nos mueve a desear lo más perfecto. El amor quiere
estar en lo más alto, y no ser detenido en cosas bajas. El amor quiere ser
libre y ajeno de toda afición mundana, para que no se impida su afecto
interior, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, ni caiga por
algún daño o pérdida. No hay cosa más dulce que el amor, ni más fuerte, ni más
alta, ni más espaciosa, ni más alegre, ni más cumplida ni mejor en el cielo ni
en la tierra. Porque el amor nació de Dios y no puede descansar con nada de lo
creado, sino con el mismo Dios.
El que ama vuela,
corre, alégrase, es libre, y no es detenido; todas las cosas da por todo, y las
tiene todas en todo, porque descansa en el único Sumo Bien sobre todas las
cosas, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino vuélvese al
dador de ellos sobre todos los bienes. El amor muchas veces no sabe modo, mas
se inflama sobre todo modo. El amor no siente carga, ni hace caso de los
trabajos, antes desea más de lo que puede. No se queja que le manden lo
imposible, porque cree que en Dios todo lo puede. Pues tiene poder para todo y
muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama desfallece y
cae. El amor siempre vela, y durmiendo no se adormece, fatigado no se cansa,
angustiado no se angustia, espantado no se espanta; sino que como viva llama y
ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad. Si alguno ama, conoce
lo que dice esta voz: Gran clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto
del alma que dice: Dios mío, Amor mío, tú eres todo mío, y yo todo tuyo.
Dilátame en el
amor, para que aprenda a gustar en el fondo de mi corazón, cuán suave es amar y
derretirse y nadar en el amor. Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por el
gran fervor y admiración. Cante yo cantares de amor; sígate yo, Amado mío, a lo
alto, y desfallezca mi alma en tu loor transportada de amor. Ámete yo más que a
mí, y no me ame a mí sino por ti; y ame en ti a todos los que de verdad te
aman, como manda la ley del amor, que sale de ti como un resplandor de tu
Divinidad.
El amor es
diligente, sincero, piadoso, alegre y ameno; fuerte, sufrido, fiel, prudente, constante,
magnánimo, y nunca se busca a sí mismo, porque si alguno se busca a sí mismo,
luego cae del amor. El amor es circunspecto, humilde y recto; no es regalado ni
liviano, ni atiende a cosas vanas; es sobrio, firme, casto, tranquilo y
recatado en todos sus sentidos. El amor es sumiso y obediente a los Prelados, y
para sí mismo vil y despreciable; para con Dios devoto y agradecido, confiando
y esperando siempre en él, aún en el tiempo cuando no le regala, porque ninguno
vive en amor sin dolor.
El que no está
dispuesto a sufrir todas las cosas y estar a la voluntad del amado, no es digno
de llamarse amador. Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado
todo lo duro y amargo, y no apartarse de él por cosa contraria que le acaezca.
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