Capítulo: IV
PUREZA EN LA MENTE Y SINCERIDAD EN LA INTENCIÓN
1. Mediante dos alas las personas se elevan
sobre las limitaciones humanas:
ellas son la sinceridad y la pureza.
Sinceridad debe haber en la intención,
pureza en los afectos.
La sinceridad orienta hacia Dios
la pureza lo abraza y aprecia.
Ninguna buena acción te obstaculizará
si estás libre interiormente de afectos desordenados.
Si nada intentas ni deseas fuera de la voluntad de Dios
y la utilidad de tu prójimo
podrás gozar enteramente de la libertad interior.
Si tu corazón fuese recto
entonces toda la naturaleza
sería para ti espejo de vida y libro de santa enseñanza.
No existe ninguna criatura tan pequeña o tan vulgar
que no represente de alguna manera la bondad de Dios.
2. Si tú fueses interiormente bueno y puro
entonces verías y comprenderías bien, sin impedimento todas las cosas.
El corazón puro atraviesa el Cielo y el Infierno.
Según cada uno es interiormente,
de la misma manera juzga el exterior.
Si existe alegría en este mundo
es porque hay personas de corazón puro.
Si existe en alguna parte pena y angustia
es donde habita la mala conciencia.
Como el hierro enrojece cuando lo meten en el fuego
y se pone todo candente
así la persona que íntegramente se convierte a Dios
se desentorpece y transforma renovándose.
3. Cuando alguno comienza a desanimarse
entonces le tiene miedo al esfuerzo
y con gusto recibe las compensaciones exteriores.
Pero cuando empieza a dominarse perfectamente a sí mismo
y caminar con ánimo por el camino de Dios
entonces se le hacen livianas las cosas que creía pesadas.
Capítulo: V
CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
1. No podemos confiar excesivamente en nosotros mismos
porque con frecuencia nos falta la gracia y el criterio.
Poca lucidez hay en nosotros
y ésta, muy pronto por negligencia, la perdemos.
Muchas veces se nos pasa inadvertido
lo ciegos que estamos interiormente.
Muchas veces actuamos mal
y peor lo disculpamos.
A veces nos motivan las pasiones
y estimamos que es afán por servir a Dios.
Reprendemos a los otros por pequeñeces
y pasamos tranquilamente sobre nuestras grandes fallas.
Pronto sentimos y ponderamos
lo que tenemos que soportar de los demás
y no nos damos cuenta de lo mucho que los otros nos soportan.
Quien bien y justamente califica lo propio
no encontrará nada grave de juzgar en el otro.
2. La persona atenta a su vida en Dios
antepone su propia vigilancia a la de los demás.
Y quien se reconoce a sí mismo con atención
con facilidad prefiere callar lo que corresponde a otros.
Nunca serás persona interior y consagrada
a menos que silencies lo ajeno
y te examines especialmente a ti mismo.
Si te orientas totalmente hacia Dios y hacia ti mismo
muy poco te moverá lo que percibas de fuera.
¿Dónde estás, cuando no estás presente a ti mismo?
Y cuando terminaste de recorrer todo, olvidado de ti
¿qué aprovechaste?
Si deseas tener paz y unión verdadera
conviene que pospongas todo hasta aquí
y tengas ojos solamente para ti.
3. Así que mucho progresarás
si procuras conservarte desobligado de lo inmediato.
Mucho decaerás
si juzgas dignos de tu total preocupación los asuntos pasajeros.
Nada te sea grandioso, ni elevado, ni agradable, ni aceptable
salvo puramente Dios o lo que sea de Dios.
Considera totalmente insustancial
cualquier satisfacción que te venga de las criaturas.
El alma amante de Dios
desprecia todas las cosas si falta Él.
Sólo Dios, eterno e inmenso, que llena todo,
es placer del espíritu y verdadera alegría del corazón
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