¡Al encontrar el tesoro precioso del perdón, nosotros podemos convocar a nuestros amigos y vecinos y decir, "Alégrense conmigo! ¡Pongamos de fiesta "! Porque nos estamos convirtiendo más como Cristo.
¿Por qué tenemos gran dificultad en admitir nuestros propios pecados personales a los demás? ¿Por qué es difícil disculparse con las personas contra las que hemos pecado? ¿Por qué resistimos en asistir a la Confesión, aun cuando sabemos que nos proporcionará con gracia para resistir ese pecado en el futuro? ¿Por qué no compartimos con los demás nuestra historia de cómo vencemos el pecado como un testimonio del crecimiento cristiano?
Es porque nos sentimos demasiado avergonzados para enfrentar la reacción de los demás. Estamos en esta condición porque hemos sido juzgados injustamente por otros, y nosotros nos hemos juzgado implacablemente, y esto nos ha hecho que nos de miedo enfrentar nuestros pecados, y mucho menos hablar de ellos abiertamente. Necesitamos misericordia pero nos sentimos condenados.
Aun peor, nosotros mismos hemos sido sentenciosos hacia los demás, e inconscientemente asumimos que lo que hemos hecho a los demás se nos hará a nosotros. Sabemos que si somos capaces de hacerlo, así también los demás. Por lo tanto, escogemos mantener esta parte de nuestras vidas espirituales privadas.
Y sin embargo, abriéndonos y hablando honestamente acerca de cómo hemos pecado (apropiadamente por supuesto), agregando por qué nos arrepentimos y cómo Jesús nos ha ayudado a vencerlo, llegamos a ser una ayuda en el desarrollo espiritual de los que escuchan. Otros obtienen el valor para enfrentar su propia maldad, porque les hemos dado esperanza: La misericordia que ellos anhelan si existe realmente; arrepentirse y cambiar es realmente posible.
Esto es mucho más importante que la desaprobación de los que nos condenan. No son sus opiniones las que importan de todas maneras. ¡Es la de Dios, y sólo la de Dios! El problema es, que hemos sido lastimados por la sentencia de los humanos, y así esperamos que Dios nos vaya a sentenciar, también. Nosotros nos olvidamos de la misericordia que llega a ser disponible en el Sacramento de Reconciliación. Y juzgamos al sacerdote en el Confesionario como despiadado, (o quizás lo juzgamos por sus propios pecados de los cuales no se ha arrepentido) y así nos negamos la oportunidad de encontrar a Cristo en ese sacerdote.
Mira a lo qué lectura del Evangelio de hoy dice acerca de esto. ¡Los ángeles se alegran cuando un pecador se arrepiente! No hay vergüenza en arrepentirse. La único vergüenza verdadera es racionalizar nuestros pecados para llamarlos buenos, negándonos a examinarnos para ver si necesitamos cambiar.
Cuándo nos damos cuenta de que hemos estado dispensando un pecado como si fuese bueno o necesario o mejor de lo que la Iglesia enseña, podemos ser como la mujer que perdió la moneda. ¡Al encontrar el tesoro precioso del perdón, nosotros podemos convocar a nuestros amigos y vecinos y decir, "Alégrense conmigo! ¡Pongamos de fiesta "! Porque nos estamos convirtiendo más como Cristo
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