Hoy,
Miércoles de Ceniza, hemos comenzado el
camino cuaresmal. Camino penitencial de preparación a la Pascua del Señor, que nos recuerda que la conversión significa una lucha espiritual. En la oración colecta del día pedimos a Dios que
nos fortalezca al empezar la Cuaresma, para que mantengamos el espíritu de conversión, y hacemos mención a la austeridad penitencial de estos cuarenta días que nos ayuda en el combate contra las fuerzas del mal.
Esas fuerzas del mal, que las distinguimos como los enemigos que llevan a la perdición del alma, son la carne, el mundo y Satanás. Las armas que debemos esgrimir en el combate son los tres pilares que sostienen a la piedad cristiana: la oración, el ayuno y las obras de la caridad. Para ello el Señor quiso mostrarnos el camino, cuando voluntariamente decidió pasar aquellos cuarenta días en el desierto, donde fue tentado por Satanás, en oración y ayuno preparándose para la mayor obra de amor en la historia del hombre.
Nuestra Madre, desde el mismo comienzo de las apariciones, nos insiste en la necesidad imperiosa que tenemos de orar y de ayunar. El amor y sus obras es la otra constante de sus mensajes. Constituyen el núcleo del mismo corazón de Medjugorje.
El ayuno es renuncia, es despojarse de aquello que no nos sea totalmente esencial. El ayuno es mortificar las apetencias. Cuando yo renuncio a lo que me gusta me estoy preparando para la lucha contra la tentación de las cosas del mundo que no hacen bien a mi espíritu y que me distrae, me saca fuera de lo verdaderamente importante para mi salvación y la salvación de otros. Por eso, ayunar implica vaciarse de uno mismo, y a través del ayuno refuerzo mi voluntad a la renuncia. El Señor ayunó los cuarenta días para enseñarnos que ese es un camino espiritual privilegiado y una poderosa arma contra Satanás. Satanás ofrece tentando, seduciendo y la voluntad debe estar fortalecida para rechazarlo. Aprender a ayunar es aprender a privarse de lo superfluo y efímero.
El ayuno solo no basta. Junto al ayuno está la
oración. Oración y ayuno van juntos y son complementarios. Cuando ayunamos nuestra oración es más profunda, más concentrada. Cuando oramos nuestro ayuno es más llevadero. Si con el ayuno nos sobreponemos a las apetencias de la carne y del mundo, con la oración provocamos y alimentamos el hambre y la sed de Dios. Por medio de la oración nos saciamos de Dios.
La obra de caridad cierra el triángulo porque sin amor que se exprese en obras todo es inútil. No olvidemos nunca que la mayor obra de amor es dar de sí para que otros se salven, es la obra de salvación y esa es totalmente obra de amor.
En el fondo lo que Dios nos pide es el corazón. Por eso la insistencia de la Santísima Virgen de la oración del corazón. Y también el ayuno del corazón. No ayunos por razones estéticas, no ayunos terapéuticos sino ayunos penitenciales para ofrecerlos a Dios y para fortalecer nuestra voluntad.
Como nos muestra el Señor en la lectura del Evangelio de san Mateo, de este Miércoles de Ceniza, hay oraciones, ayunos y limosnas que son farsas, medios de los que se sirve el egoísmo, la vanidad, para mostrarse hipócritamente piadosos y dadivosos ante los hombres. Si no hay amor, si no ponemos el corazón y no dirigimos nuestra acción a Dios y al otro en lo secreto, lo que hagamos será mera caricatura de la verdad.
Oración del corazón, ayuno del corazón y dar siempre desde el corazón. Tal la consigna para esta Cuaresma y siempre.
P. Justo Antonio Lofeudo
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