S. IGNACIO DE LOYOLA
Queridos amigos:
La experiencia que Jesús vive en el Evangelio de hoy se repite, por suerte o por desgracia una y otra vez. Como si tuviéramos un sentido especial para desconfiar de los que tenemos más cerca, para no valorar lo cotidiano, lo de siempre, lo conocido. Dice un refrán popular que mayor es el milagro cuando de más lejos viene el santo.
En el caso de Jesús, esta desconfianza de la gente más cercana, la de su pueblo, llega incluso a bloquearlo: no puede hacer allí milagros, no puedo ayudarles… su capacidad de hacer el bien se anula.
Quizá convendría recordarlo más a menudo: primero para desconfiar de nosotros mismos cuando ponemos en duda a los de casa, a lo de más cerca… solo por eso: por ser de casa. ¡Qué difícil sentir que de “los tuyos” provienen las mayores críticas y desconfianzas! Pero también recordémoslo para relativizar ese posible rechazo de los cercanos… Pidamos más bien el don del discernimiento, la lucidez de ser conscientes de lo que vivimos y de lo que provoca en nosotros, para elegir siempre con la mayor libertad posible la fidelidad a nuestro camino y a nuestra misión, a pesar de todo.
Hoy recordamos a San Ignacio de Loyola, maestro de oración, maestro de discernimiento. No especialmente por sus muchos conocimientos (que los tenía) sino por atreverse a vivir y a hacer consciente lo que vivía. A ponerle nombre. A dejarse confrontar por otros y a querer elegir siempre desde Dios. Esta frase de Jerónimo Nadal es todo un regalo y un proyecto de vida:
"Ignacio seguía al Espíritu, no se le adelantaba. De ese modo era conducido con suavidad a donde no sabía....Poco a poco se le abría el camino y lo iba recorriendo. Sabiamente ignorante, puesto sencillamente su Corazón en Cristo". Te la regalo cantada. Escúchala. Deja que te llene el corazón y te haga libre.
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Vuestra hermana en la fe, Rosa Ruiz, misionera claretiana
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